Entre la imago y las ruinas
Leer pdfAl terminar de leer Atlas de (otro) México, de Rafael Lemus, y Sí hay tal lugar, de Federico Guzmán Rubio, cuesta trabajo no pensarlos como compañeros de viaje: el primero, en virtud del recorrido que hace por los territorios inventados en varias novelas mexicanas; el segundo, por el trayecto que presenta a través de las ruinas de las utopías latinoamericanas (como nos deja en claro el subtítulo). Rutas aparentemente opuestas que, no obstante, terminan por acercarse: si todo auténtico viaje a los confines de la ficción amplía y renueva nuestro horizonte de lo real, el tránsito hacia los vestigios de lo que antes existió nos revela, ahí al fondo y apenas visible, una construcción verbal, un proyecto trazado con las herramientas de la imaginación.
En Atlas de (otro) México, Lemus define sus propósitos en la “Entrada”. Sostiene que todo país es “una complicada suma de espacios materiales e imaginarios” y habla de los espacios ficticios como “parte fundamental de la trama […] del país”. La Matosa, Santa Teresa, Comala y Plan de Abajo son territorios que, paradójicamente, no están en ningún sitio y, sin embargo, operan dentro de los límites nacionales, con códigos lingüísticos y referentes culturales compartidos. Lugares en los que no hemos puesto un pie pero que, a pesar de ello, los conservamos en nuestra memoria de forma más vívida que algunos de verdad visitados y pronto olvidados. “Archivados en un solo libro”, escribe Lemus, “estos lugares imaginarios arman una imagen móvil, dinámica, del territorio mexicano que los mapas no producen”. ¿Posee un objetivo central el Atlas? Si es así, creo que podría ser el siguiente: interrogar ese mapa inasible para tratar de extraer la idea de país que cada uno de los parajes sugiere.
Rafael Lemus, Atlas de (otro) México, Ciudad de México, Debate, 2025.
Son diez los sitios visitados en orden cronológico. Comienza en Nueva Filadelfia, la utopía soñada por Nicolás Pizarro en El monedero (1861), y termina, previsiblemente, en La Matosa, esa pequeña suma de casas y horrores (muchos horrores) que está al centro del último de nuestros clásicos: Temporada de huracanes (2017), de Fernanda Melchor. En medio aparecen Villautopía (Eugenia, 1919), de Eduardo Urzaiz; Quauhnáhuac (Bajo el volcán, 1947), de Malcolm Lowry; Galeras (El fin de la esperanza, 1948), de Rafael Bernal; Comala (Pedro Páramo, 1955), de Juan Rulfo; Ixtepec (Los recuerdos del porvenir, 1963), de Elena Garro; Plan de Abajo (varios textos), de Jorge Ibargüengoitia; Placeres (varios textos), de Jesús Gardea y Santa Teresa (2666, 2004), de Roberto Bolaño.
El modo de proceder de Lemus es similar en cada capítulo: comienza recreando una escena narrativa de particular importancia para el crítico o haciendo una breve descripción del territorio ficcional; posteriormente, expone el estado de la cuestión —cómo se leyó la novela al ser publicada, cuál fue su fortuna—; propone su análisis y ofrece conclusiones. Para quienes hemos pasado algunos años en aulas universitarias, esta estructura no nos es ajena. Lo que salva este trabajo de ser otro paper aburrido es, a mi parecer, su vocación estilística: el autor reconoce que escribir, a pesar de hacerlo desde un horizonte académico, significa ejercitar un estilo. No en vano fue, durante muchos años, uno de los críticos más avezados en Letras Libres por su sagacidad y su capacidad para polemizar cuando esto último aún no implicaba la posibilidad de ser cancelado —lejanos tiempos lejanos—. Una diferencia notable: si allá en la revista el espacio era acotado, aquí, por fin, tiene la oportunidad de indagar con mayor cuidado en el texto y en el contexto de cada obra.
Federico Guzmán Rubio, Sí hay tal lugar. Viaje a las ruinas de las utopías latinoamericanas, Ciudad de México, Taurus, 2025.
A Lemus le interesa exponer la novela no sólo como un artificio retórico (disposición verbal afortunada o desafortunada), sino como un laboratorio ideológico. Presumiblemente, las obras que salen peor paradas son aquellas que no se ajustan a su posición ideológica, defendida a capa y espada en su libro anterior, Breve historia de nuestro neoliberalismo (2021), en el cual Octavio Paz se alza como un villano de la mafia cultural y Carlos Monsiváis y el EZLN como una suerte de redentores —con fallas, sí, pero redentores al final de cuentas—. En Atlas de (otro) México, no teme, por ejemplo, afirmar que Jorge Ibargüengoitia no es ni más ni menos que un comediante de derecha y Plan de Abajo, una mordaz alegoría de la provincia saturada de prejuicios raciales y de género. El mayor error de Ibargüengoitia, nos advierte Lemus, es que nunca pudo desprenderse de sí mismo y cada uno de sus textos funciona como una mera constatación de sus fobias y de un rancio conservadurismo. Pero algo más grave observa en Eduardo Urzaiz y su Villautopía: tras la ciencia ficción y los embarazos masculinos, late —si bien no de forma demasiado oculta— el deseo eugenésico por eliminar a la población maya de la península de Yucatán.
A pesar de no coincidir con sus interpretaciones sobre Ibargüengoitia, que delatan más su pretendida higiene moral que las taras del guanajuatense, leer como Lemus es envidiable (atentos a la historia del sinarquismo vislumbrada en Galeras, atentos al entusiasmo con que defiende la prosa de Jesús Gardea), pues lleva a cabo con rigor la sugerencia de Walter Benjamin de entender los documentos de cultura como documentos de barbarie. No en vano el Atlas termina con 2666 y Temporada de huracanes, dos novelas que exponen, como pocas, las marcas rapaces de la violencia neoliberal en los cuerpos salvajemente ultrajados de la Bruja y de las mujeres asesinadas en ese vertedero llamado Santa Teresa. “Aquí la nación ha estado siempre rota”, arguye Lemus. “Aquí el Estado ha estado siempre ausente. Aquí los hombres y las mujeres son cosas, o son carne, o son cadáveres, pero no son, y no han sido nunca, ciudadanos.”
Herman Moll, Un nuevo y exacto mapa de la costa, países e islas dentro de los límites de la Compañía del Mar del Sur, ca. 1711. New York Public Library, dominio público.
Así como los territorios estudiados por Lemus ostentan la paradoja de ser y no ser reales, los visitados por Guzmán Rubio también la evidencian. En el prólogo, después de recordar al imprescindible Tomás Moro, su protagonista Hitlodeo y la isla Utopía, el autor describe su viaje como un caso particular:
los lugares que visito pueden encontrarse en el mapa sin mayores problemas y a todos ellos se puede llegar sin dificultades. Sin embargo, yo también viajo a un lugar imaginario: a los mundos que fueron y no fueron, que existieron y no existieron, que desaparecieron y siguen estando allí, y que de una manera extrañada y silenciosa seguimos habitando.
Sin ser exhaustiva, la odisea de Guzmán Rubio muestra lo que ya muchos sabemos: todo sueño tiene la potencia de convertirse en pesadilla. Uno de los epígrafes, el cual se encuentra también en uno de los capítulos de Lemus, se lo debemos al Roberto Bolaño del infrarrealismo: “Soñábamos con utopías y despertamos gritando”. Si no todos, algunos de los espacios que visita Guzmán Rubio se ajustan a esta condición ominosa. Es el caso, por ejemplo, de Nueva Germanía, la fantasía racista fundada por la hermana de Nietzsche, Elisabeth, y su esposo Bernhard Förster a finales del XIX en una población perdida en Paraguay. Como toda utopía, ésta dura poco; al visitarla, el cronista se percata de que es apenas un ensayo mal avenido de lo que posteriormente será el nazismo; su importancia radica en haber esbozado “una clase de sociedad cuyo proyecto desembocaría en uno de los mayores crímenes que haya cometido la humanidad”.
Si bien la Nueva Germania es uno de los lugares más emblemáticos de su recorrido, los otros también destacan por mostrar las contradicciones que le debemos a la palabra utopía desde que ésta fue acuñada en el siglo XVI. Así, entre algunas localidades por las que pasamos, atravesamos Fordlandia, imaginada por Henry Ford en un paraje perdido del Amazonas; accedemos a la Colonia Cecilia, en Brasil, sólo para cerciorarnos de que el amor libre pregonado por sus colonos no siempre funciona y recorremos la arquitectura de Santa Fe con el propósito de entender el modelo neoliberal de la ciudad que se encierra en sí misma y se clausura de la ciudad vecina.
Willem Janszoon Blaeu, Americae Nova Tabula, ca. 1635. New York Public Library, dominio público.
Además de evaluar los proyectos utópicos, cada tantas páginas, con una dosis permanente de dudas (“¿Qué escribo? ¿Una condena o una reivindicación de las utopías?”), cada tantas páginas, Guzmán Rubio se ve en la necesidad de definir el género que practica, de cuestionar la mirada con la que observa y de desmontar la soberbia con la cual saca conclusiones de su experiencia. Didactismo exacerbado: en ocasiones, instiga a los lectores a que extraigan resoluciones específicas. Como un buen maestro, Guzmán Rubio se nos anticipa y explica: aquí el yo observa y viaja, allá el yo pondera y acá hace un examen de conciencia. Entiende la crónica como “una charla que se tiene con otros pero también con uno mismo […]: digestiva, amena, oscilante entre temas trascendentes y superficialidades escandalosas”. Sin embargo, la conversación a la que aspira el escritor se siente, muchas veces, en exceso ordenada, parapetada por una bibliografía onerosa —a pesar de que no presenta la larga lista de fuentes, se percibe una densidad similar a la de un trabajo de doctorado y no tanto a la de una crónica periodística.
Ponderable, por otra parte, es el hecho de que se trate de un libro de viajes. Para el autor es necesario volver a ese subgénero de la crónica que, en México, se ha visto orillado casi a la desaparición; subordinada como está, desde hace varios años, a consignar la realidad política y la imparable violencia narca, la crónica en nuestro país ha perdido su interés por los desplazamientos no forzados. Ahí, creo, se encuentra la mayor contribución de Sí hay tal lugar: renovar el ejercicio de este tipo de escritura.
Frente a los viajes instantáneos hechos por tantos youtubers a lo largo y ancho de nuestra aldea global, en los cuales no importa tanto el espacio, sino que ellos se encuentran en tal lugar, las crónicas de Guzmán Rubio y los ensayos de Lemus ven en los viajes una oportunidad para desafiar certezas y compartir ambigüedades. En ambos se percibe la intuición de que todo peregrinaje, cuando es exitoso, enriquece nuestra mirada y altera nuestra perspectiva del mundo habitado. Y al llegar a las últimas páginas de los libros aquí reseñados, esto, afortunadamente, se ha cumplido.
Imagen de portada: Willem Janszoon Blaeu, Americae Nova Tabula, ca. 1635. New York Public Library, dominio público.