Tianguis

M68 / dossier / Octubre de 2018

Yelitza Ruiz

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“Hoy en la mañana cuando me llevaron a rayos X, unos periodistas me preguntaron qué hacía en Tlatelolco: ¿Qué hacía, Dios mío? Mi trabajo.” Oriana Fallaci


Lo que sabemos de esa noche es gracias a los grillos, a los recados puestos de brazo en brazo que rayan el oído fundido por la chirría de las moscas.

Las banderas rojinegras son una postal de los que se detienen a mirar cómo se embarran los juicios en el pavimento. Se persignan tres veces a ras de suelo, mientras un desfile de grúas recoge esqueletos antes de que la tarde delate sus olores.

De boca en boca viajan los pitazos, las buenas nuevas son el alumbrado público del terreno baldío donde follan las ratas. Pasa la voz, pasa la voz, es una vieja maña, cuando el silbido chilla en cada batacazo.

Los cuento a todos: 1, 5, 10, 20, dicen que más de 100, gabachos colados aseguran que 1,500, tecnócratas en libros pagados por la SEP dicen que 95 o 220. A nadie le salen las cuentas.

Hay estados de la materia que se miden por litros y galones, pero la sangre no es medible, a diferencia del agua y el aceite, heterogénea mezcla que separan para su conteo, la sangre al separarse multiplicaría los números que los noticieros esconden.

Había demasiado blanco en esa plaza, pero no eran banderitas de me rindo, eran guantes y pañuelos apretando las muñecas, asfixiando cualquier corazonada del brazo izquierdo.

El moho cubre al teocalli, a las piedras que saquearon para construir la capilla del señor Santiago. El robo salpica con la lluvia, por la rendija se asoman las zapatas, hechas de huesos que aguantaron la hambruna y los balazos.

Tlatelolco fue tianguis, aún se escucha a los marchantes, no hay trueque que cambie el tiro de gracia cuando se regatea con batallones.

Quedaron apachurradas bajo el tianguis las quejas ambulantes, porque era el año de las olimpiadas, y en cada juego el batallón Olimpia ofreció laureles al dios Estado. Muy mallugado tenemos el recuerdo, para esos males no hay jarabe es rencor que no sana la cortisona.

El tianguis permanece, se ríe de nuestros insípidos reflejos ante un sismo, de cómo moriremos cuando sea el lago y no el ejército el que termine de ahogarnos. El luto es lo único que no pasa de moda, a media asta lo saludan con la mano derecha en cada ceremonia escolar. Es una costumbre semanal por los caídos, por eso los tianguis se ponen una vez a la semana.

Imagen de portada: Tlatelolco. Lugar del sacrificio. Arnold Belkin.