Jacques Rigaut, o el suicidio como vocación

Agua / panóptico / Junio de 2020

Philippe Ollé-Laprune

La historia de la literatura está surcada por mitos. En los momentos de efervescencia creadora, algunos autores acompañan su obra de un destino excepcional. La Francia de principios del siglo XX fue rica en este sentido y los nombres de Artaud, Céline o Michaux rebasan los límites de la página en blanco: estas fuertes personalidades proponen trayectorias y posturas, y dejan una huella que va más allá del texto. Ciertos autores, que ocupan un sitio menos destacado en los libros de texto sobre historia de la literatura, han dejado una obra escueta, pero tienen una presencia espléndida debido a su final trágico. Están, por ejemplo, Cravan, Vaché o Rigaut: los tres se suicidaron o desaparecieron trágicamente. Cravan, que desapareció en el mar tratando de reunirse con su compañera, Mina Loy, o Vaché, cuya obra se limita a las Cartas de guerra que enviaba a André Breton y que fueron un detonador del surrealismo. Gracias a la publicación en Francia de una voluminosa biografía, hoy se nos expone detenidamente el caso del tercero. Conocíamos sus obras publicadas de manera póstuma, pero la fugaz vida de este personaje le otorga un estatus particular. Como una estrella oscura que desafía todas las leyes. Un destino singular que resuena y nos despierta una emoción sincera. Rigaut fue el más radical de los dadaístas, el que dinamitaba a los dinamitadores. Una especie de dandy furioso, tan desengañado como sibarita. Incendió su vida hasta matarse a los 30 años, devorado por la droga y el alcohol, la vida nocturna y una desesperanza fundamental. Nacido en 1898 en París en el seno de una familia de la mediana burguesía, pertenece a la generación que llega a la edad adulta al término de la primera Guerra Mundial. A través de las compañías que frecuenta y de sus amistades pronto se vincula con el movimiento dadaísta, en el que figura como un escritor que promete. Rigaut publicará muy poco en vida, como si el acto creador fuera una manera de aprobar la vida y prefiere, como algunos, el desdén. Entonces escribe, dirigiéndose a sus amigos escritores: “Todos ustedes son poetas y yo estoy del lado de la muerte.” Entre 1920 y 1922 publica en la revista Littérature textos fragmentarios en los que la idea del suicidio ocupa un gran espacio. Conocemos las provocaciones del dadaísmo, los pleitos en los que Rigaut hace gala de sus habilidades como boxeador, las presentaciones en público salpicadas de gritos, insultos o expresiones de aprobación. Pero, sobre todo, Rigaut es consciente de que esa vanguardia avanza sin freno hacia su desaparición y eso es justo lo que lo atrae. Pone fin a su participación en la revista con el texto “Un brillant sujet” [“Un brillante sujeto”], relato de dos páginas dedicado a su amigo André Breton. No participará en las actividades de los surrealistas, en las que no obstante su presencia es deseada y solicitada; sus amigos lo presionan, pero nunca se adherirá a las tesis de esa vanguardia. Rara vez asiste a las reuniones del café donde acuden todos los días los surrealistas y, a pesar de la amistad que sostiene con Soupault, Aragon, Man Ray o el propio Breton, no le interesan sus búsquedas.

Steve D. Hammond, Jacques Rigaut, 2012. Cortesía del artista

Ya sea por su apostura, su espíritu rebelde y original, su estilo de vida de dandy o sus escritos singulares, Rigaut seduce. Brilla en sociedad, bromea y escribe textos fragmentarios que producen vértigo. Breton le concederá un sitio importante en su célebre Antología del humor negro. Más que vivir, se consume, al descubrir muy pronto las drogas y el alcohol. El opio, la cocaína y, sobre todo, la heroína lo acompañarán durante su corta existencia. Con los descalabros financieros que eso implica, y cambios de humor y desesperación como telón de fondo. Por supuesto, no faltan las mujeres a su lado, amigas o amantes. Desde su pasión adolescente por la actriz Colonna-Romano hasta su matrimonio con Gladys Barber, joven millonaria neoyorquina, pasando por amistades amorosas o amantes de paso, Rigaut conoce muchas facetas del mundo femenino, algo que le hará compañía hasta su muerte. A menudo lo mantienen amantes ricas, pero también conocerá la complicidad de toxicómanas, como su amiga la poeta Mireille Harvet, a quien ayuda no pocas veces consiguiéndole droga al final de su vida. Sabe agradar y sacar provecho de ello tanto en los salones parisinos como en las fiestas de Nueva York. De hecho, parte hacia Estados Unidos en 1923 gracias a una colecta organizada por sus amigos. Se queda allá más de un año, viviendo de trabajos ocasionales, sumergiéndose en la vida bohemia de los artistas locales y rozándose también con la alta sociedad en lujosas fiestas. Lo último que publica en vida son sus aforismos en The Little Review. También ahí se las ingenia para consumir drogas diversas. En una de esas fiestas, en el verano de 1924, atraviesa un espejo, en un acto tan peligroso como simbólico. En el instante en que se levanta de su caída voluntaria, con apenas una cortada en la frente, decide cambiar de identidad, anuncia que se ha convertido en otro y adopta el nombre de Lord Patchogue. En un escrito póstumo explica su gesto: “Soy un hombre que busca no morir”, como si la búsqueda de otra identidad le permitiera escapar a su destino. Viaja a Francia, donde también se codea con los estadounidenses que están en París. Así es como en 1926 se casa con una joven divorciada muy rica: Gladys Barber, para luego separarse en 1927. Rigaut sigue llevando la misma vida en Nueva York, sale mucho, a menudo sin su mujer, que no se siente a gusto en el medio artístico que frecuenta su marido. Hastiado de esa existencia, y con su mujer cansada de sus excesos, regresa solo a Francia en 1928. Vive fastuosamente los últimos meses de su existencia, recibe a sus amigos en una inmensa mansión en París, se droga de modo casi permanente y acumula deudas, dejando que lo mantengan un poco las mujeres que caen bajo sus encantos. Da la impresión de que quiere lanzarse al vacío. Escribe: “Intenten, si pueden, detener a un hombre que viaja con un suicidio en el ojal.” Esta frase le va muy bien en ese momento de su vida. Intenta desintoxicarse y se interna en una clínica cerca de París, en Châtenay-Malabry. Pasa en blanco la noche del 5 de noviembre de 1929, y visita por última vez a algunos amigos. A la mañana siguiente, como lo había anunciado muchas veces, se da un tiro en el corazón. Bien lo había dicho: “El suicidio debe ser una vocación.” Jacques Rigaut volcó su talento tanto en sus escritos como en su vida. Recopilados por algunos amigos, sus textos se dan a conocer parcialmente en 1934 y habrá que esperar a 1970 para verlos todos compilados por Gallimard. Entonces salen a la luz curiosidades como la Agencia general del suicidio, fragmentos inspirados o aforismos tan poderosos como lapidarios. Un dominio de la escritura y una manera de vivir su desazón extrema con elegancia. Pero, sobre todo, está presente en la literatura de otra forma: sirve de modelo a sus contemporáneos, que se inspiran en su trayectoria para nutrir sus obras. En vida, aparece en la novela de Soupault titulada En joue! [¡Apunten!] (1925) y sirve de ejemplo para que Julien Gracq elabore su personaje de Un beau ténébreux [Un bello tenebroso] (1945). Su presencia más notable se debe a uno de sus grandes amigos, Pierre Drieu La Rochelle, cuya relación con Rigaut es muy ambigua: oscila entre la fascinación, la envidia y la lástima. Envidia la facilidad con la que su amigo brilla en sociedad, sus conquistas femeninas e incluso la firmeza de sus ideas, que no dejan el menor margen para las ambiciones en el medio artístico. Drieu, por su parte, quiere triunfar. Forjar una obra. Ser conocido y reconocido. Sus andanzas lo llevarán a colaborar más tarde con los nazis y a suicidarse al llegar la liberación. Primero escribe una novela corta que llamó mucho la atención cuando se publicó en 1923 en La nouvelle Revue Française: La valise vide [La valija vacía]. El personaje es a todas luces Rigaut y el tono es deliberadamente sarcástico, pues Drieu ridiculiza a su amigo destacando los rasgos más frágiles de su personalidad. Las burlas que provoca en los círculos literarios de París no parecen afectar demasiado a Rigaut. Tras el suicidio de su modelo, Drieu escribe un texto extraño y conmovedor, Adiós a Gonzague, en el que se mezcla un poco de sentimiento de culpa, de cuestionamientos y de reproches:

No te gustaba nada, no tenías talento para nada […] Si hubieras tenido algún talento, aún estarías con nosotros. Los que se quedan, los que no se matan son los que tienen talento, los que creen en su talento.

Sin embargo, será más adelante, en 1931, con la publicación de su espléndida novela El fuego fatuo, cuando Drieu La Rochelle le rendirá homenaje a su amigo. El libro describe minuciosamente el último día de Rigaut hasta que se suicida y en 1963 inspira el rodaje de una de las mejores películas de Louis Malle, en la que Maurice Ronet interpreta admirablemente a Rigaut. Este personaje inédito se mantiene como uno de los representantes más deslumbrantes de una postura extrema ante la vida o la creación. Al visitarlo gracias a sus escritos y su biografía, lo oímos decirnos: “Está amaneciendo, eso te va a enseñar.”

Ver Jean-Luc Britton, Jacques Rigaut le suicidé magnifique, Éditions Gallimard, París, 2019. Traducción de Virginia Aguirre.

Imagen de portada: Fotograma de Louis Malle, Le feu follet, 1963