Mare Pacificum: El "descubrimiento" de un Océano nuevo

El Pacífico / dossier / Junio de 2019

Carla Lois

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Habéis de ir advertidos de que, pudiendo ser, en las partes señaladas que os pareciere se pongan cruces altas para señales para los que después por allí fueren y pasaren; y donde no hubiere nombres puestos,los iréis poniendo para el orden de los dichos libros y de las cartas de marear Instrucciones del virrey a Pedro Sarmiento de Gamboa, 1579.


Repensar el “descubrimiento” del océano Pacífico

En los estudios tradicionales sobre las exploraciones geográficas europeas de la Modernidad temprana, los “descubrimientos” —entendidos como el primer avistamiento, el primer desembarco o la primera notación en un mapa— son asumidos como hechos decisivos a partir de los cuales “lo descubierto” quedaría definitivamente incorporado a la concepción del mundo. Desde esa perspectiva, hay dos hitos ineludibles en la historia canónica sobre el Océano Pacífico: el primer “saludo” del mar del Sur por Vasco Nuñez de Balboa en 15131 desde la actual Panamá y la circunnavegación de la empresa Magallanes-Elcano (1519-1522) que bautizó el Océano Pacífico con el nombre actual. En términos generales, el verdadero descubrimiento de cualquier objeto geográfico sólo ocurre cuando se lo puede racionalizar en términos de imaginación geográfica. En el caso del Océano Pacífico, ese descubrimiento fue un lento proceso que requirió articular de maneras coherentes los relatos inconexos sobre las experiencias de navegación, la circulación de noticias geográficas (muchas veces contradictorias entre sí) a través de libros y mapas, y la verosimilitud de la información disponible. En rigor, el mero hecho de haber surcado las aguas del actual Pacífico no alcanza para sostener que a partir de entonces quedara establecido más o menos como lo entendemos hoy. En cierta manera, para “inventar” el Pacífico “todos los descubrimientos tuvieron que ser redescubiertos”, es decir, todas esas experiencias de avistamientos, cruces y navegaciones parciales tuvieron que ser integradas en una configuración única y coherente para dar lugar a un objeto geográfico nuevo.

Lancelot de Voisin, Les trois mondes, París, 1582. Imagen del dominio público

Un océano difícil de imaginar

Las navegaciones transatláticas de inicios del siglo XVI se adentraron en las regiones extra Ptolemaeum, que por entonces eran una incógnita. A diferencia de la familiaridad empírica e intelectual que los europeos tenían con el Océano Atlántico, la emergencia del Pacífico quedó sujeta a una multiplicidad de especulaciones. Por ese entonces, la mitad del mundo era un interrogante total. En palabras de la época, eran “doce horas desconocidas”: cuando Martín Fernández de Enciso rescribió la nueva geografía del mundo en su Suma de Geographia (1519), afirmó que las tierras nuevas ocupaban esas “doce horas desconocidas”. Según Enciso, el mundo geográfico estaba organizado en dos hemisferios o “partes”: “la una oriental […] y la otra occidental”; la oriental dividida en tres partes “como los pasados la dividieron, que son Asia, África y Europa”; y la occidental dividida en dos, por un lado las islas próximas a las Canarias y, por otro, las Indias Occidentales. El actual Océano Pacífico quedó situado dentro de esas doce horas desconocidas, con todas las incertidumbres que eso acarreaba. Así como Cristóbal Colón murió sin saber que había llegado a un nuevo continente, el Océano Pacífico también fue objeto de interpretaciones erróneas basadas en el horizonte de expectativas de la época. El avistamiento no fue necesariamente la invención del Pacífico. Para algunos, “en sentido estricto, [ese océano] no existió como tal hasta que en 1520 Fernando de Magallanes […] atravesó la enorme extensión de aguas que entonces recibieron su nombre”. Visto por Balboa en 1513, bautizado por Fernando de Magallanes en 1520 y escrito por primera vez en el mapa incluido en la Cosmographia de Sebastian Münster de 1540, el Océano Pacífico no se integró instantáneamente al imaginario geográfico a partir de esos eventos sino que, por el contrario, tomó forma muy lentamente a lo largo de los siguientes dos siglos.

Mare Pacificum: “abrir” un espacio en el mapamundi para colocar un océano nuevo.

Entre finales del siglo XVI y principios del siglo XVII, el influyente atlas Theatrum orbis terrarum del flamenco y cosmógrafo real de Felipe II Abraham Ortelius fue crucial para despertar la imaginación geográfica sobre el Océano Pacífico. El impacto que tuvo esta obra no se debe sólo a sus múltiples ediciones sino también al hecho de haber visto la luz en los Países Bajos, el epicentro de la vida cultural de la época y especialmente del mercado del libro. La mayor parte de los libros y de los atlas que hablaban de esas regiones recientemente descubiertas (“desconocidas en tiempos de Ptolomeo”) se concentraron más en las tierras encontradas que en las aguas navegadas. Sin embargo, una curiosa excepción es la introducción al Epítome de Abraham Ortelius (1588): incluyó un texto intitulado “Discours de la mer” en las primeras páginas de la obra, dándole un inusual protagonismo a los mares. Ninguno de los otros mares u océanos tiene un lugar equivalente a éste —es decir, un tratamiento específico y separado— en el libro orteliano. En la edición latina de 1589 del atlas de Abraham Ortelius, tras los cuatro mapas (y sus respectivos textos) dedicados a cada uno de los cuatro continentes, aparecen un mapa y una página de texto sobre el Mare Pacificum (un nombre que podía remitir a la mar océano o al Mar Occidental).

David McCracken, Big Drop in a Little Pond, 2007. Cortesía del artista y de la Galería Gow Langsford

En los años en que escribe Ortelius, la reducción del continente euroasiático heredado de Ptolomeo necesariamente derivaba en un ensanchamiento del Océano Pacífico. Ortelius le asigna al Pacífico un espacio entre América y las Molucas (es decir, excluye el Mar Occidental que ya por entonces podía ser parte del Atlántico) y también excluye el Mar Oriental. No lo extiende hasta Asia, donde se superpondría al clásico Océano Oriental (tal era el nombre que se le daban a las aguas que bañaban la costa occidental de Asia). Esta interpretación es congruente con la lámina correspondiente al océano Pacífico incluida en el atlas, la cual también contiene a América (a las Molucas y a Nueva Guinea), como si esa masa terrestre aportara una referencia sólida para sostener la identidad de aquella masa de agua. Hacia mediados del siglo XVI los mapas mostraban una dilatada tierra austral, que en algunos casos alcanzaba a incluir la Java Mayor y la Java Menor pero que, en rigor, se trataba de un continente que nunca existió. La cuestión es que sin evidencia empírica que corroborara su inexistencia pero interpretando sesgadamente evidencias parciales (como haber visto islas distantes desde los barcos), ese “gran monstruo geográfico” (André Thevet decía que la Tierra Austral era tan extensa como Asia y África juntas) habitaría los mapas durante más de 200 años. Dentro de ese horizonte de expectativas y posibilidades, no parecía descabellado unir las “puntas” de las islas efectivamente vistas para extrapolar una línea que diera forma a un gran continente que vendría a equilibrar las masas terrestres del norte y cumplir las profecías de la simetría. El continente austral habitó los mapas durante más de dos siglos antes de que el capitán inglés J. L. Cook surcara las aguas del Pacífico y dejara fehacientemente demostrado que tal tierra no existía. Fue una geografía inexistente pero verosímil. El capitán inglés Cook, equipado con los relojes marinos más modernos, hizo de su segunda circunnavegación “la experiencia ‘absoluta’ de la inexistencia de ese continente esperado, llenando sólo con la Polinesia un ‘vacío’ que la imaginación europea había rellenado con las expectativas más tenaces”.2 Si los viajes de Cook pudieron desmontar el confuso collage de contradicciones que había pasado de mapa en mapa durante casi trescientos años fue porque el cronómetro H4 que inventó el británico John Harrison (que podía ser usado en altamar y, por tanto, facilitaba el cálculo de la longitud que hasta entonces padecía serias dificultades) permitió cartografiar, medir y amojonar el “territorio del vacío” con mucha más precisión que la que había sido posible hasta entonces. En este sentido, J. L. Cook fue, en cierta manera, el involuntario inventor o descubridor del actual Océano Pacífico, fue quien lo puso en el mapa como la gran masa oceánica que es en realidad, quien avizoró su verdadera naturaleza geográfica. Los días del continente austral estuvieron contados cuando la idea de verosimilitud fue reemplazada por la noción rectora de verdad nacida al abrigo de lo que se conoce como revolución científica. Lo verosímil ya no fue suficiente para imaginar los mundos. En los siglos XVI y XVII una generación de jóvenes tales como Copérnico, Kepler y Galileo inventaron la “realidad objetiva” asimilando las disciplinas escolásticas de la “astronomía” (inculcando la prueba analítica en materia de cosmología bajo la forma de modelos matemáticos) y de la “física” (inculcando la prueba dialéctica sobre las mismas cuestiones a partir de todo el saber movilizable para sus propósitos).

Tensiones de la nueva imaginación geográfica oceánica moderna

La superficie del globo es un espacio finito. El descubrimiento de nuevos objetos geográficos obligaba a repensar la naturaleza, el tamaño y la configuración de los ya conocidos (tal como había ocurrido previamente con el Nuevo Mundo, incluso mucho antes de que se constituyera en el actual continente americano). Se ha llegado a afirmar que el Océano Pacífico fue concebido como aquello que aparecía entre Asia y Europa en los mapas más tempranos del siglo XVI, generalmente con el nombre Mare Orientalis.3 Desde una perspectiva diferente, sostengo que el Pacífico fue un hallazgo de los exploradores europeos4 y que no hay indicios para creer que aquel mar único que apareció en los primeros planisferios posteriores al descubrimiento de América sea el Pacífico. “No existía, ni podía existir, ningún concepto del ‘Pacífico’ hasta que los límites y los contornos del océano fueron trazados, y eso fue innegablemente obra de los europeos. […] El Pacífico ha sido básicamente una creación euroamericana, aunque construida sobre un sustrato indígena”.5 Todo “descubrimiento” relacionado con las exploraciones en la Modernidad temprana es, en rigor, una creación intelectual que modela la imaginación geográfica. Por ello cabe interrogarse por los fenómenos históricos y culturales que sirvieron para crear los océanos modernos a partir de una masa indiferenciada de aguas. Una serie de factores se conjugó para eso: las expectativas tempranas de navegación, el imaginario geográfico sobre la superficie del globo, las imágenes cartográficas y la información geográfico-histórica puesta en circulación en libros prestigiosos que tuvieron un significativo suceso comercial en la época, y la tecnología usada para la navegación que sirvió para acomodar los datos empíricos de las exploraciones, entre otros. En los mapamundis, el pequeño Mar del Sur bañaba tanto las costas del Nuevo Mundo americano como las costas de la Terra Australis —un objeto geográfico tan gigante como mítico, tan inexistente como verosímil y también conocido como Quinta Pars—. Eso sí: ese continente austral empezó a esfumarse como un fantasma cuando no pudo acreditar su identidad según los nuevos protocolos de demostración científica basados en la observación empírica y el registro normalizado y sistemático de dichas observaciones. Los barcos de las exploraciones sistemáticas del mar del Sur que hicieron los viajeros científicos en tiempos de la Ilustración funcionaron como gomas que borraron definitivamente la heterotópica Quinta Pars y dejaron un gran blanco que permitiría escribir con tinta indeleble Océano Pacífico en los mapas que usamos hasta el día de hoy para configurar nuestra propia imaginación geográfica. El certificado de defunción de la Quinta Pars fue la partida de nacimiento del Océano Pacífico.

Imagen de portada: Abraham Ortelius, “Mare Pacificum”, Theatrum Orbis Terrarum, 1589. Imagen del dominio público

  1. El topónimo Mar del Sur evoca el punto de vista desde el que el actual océano Pacífico fue “descubierto” por los españoles, ya que éstos venían de cruzar el Atlántico al que por entonces llamaban Mar del Norte. En la parte del estrecho panameño desde donde se produjo el acontecimiento registrado como histórico, el nuevo mar se situaba al sur del mar que venían navegando. 

  2. Philippe Despoix, Le Monde mesuré. Dispositif de l’exploration à l’âge des Lumières, Droz, Ginebra, 2005, p. 32. 

  3. Hacia el siglo XV, la experiencia de la navegación europea hacia el oeste implicó una nueva percepción de eso que hasta entonces se imaginaba como un vasto y único mar, la “Mar Océano” y comenzó a “regionalizarse” y a identificarse con diferentes nombres en diversas secciones. Es en ese contexto donde emergieron los nombres Mare Occidentalis, Mare Orientalis y Mare Meridionalis, todos ellos aludiendo a su posición respecto del ecúmene y que, si bien separaban a la gran Mar Oceáno, permitían rearmar el conjunto contiguo de aguas para reconstituir la unidad. 

  4. Este posicionamiento no implica desconocer que las islas del Pacífico estaban ampliamente pobladas sino, más bien, insistir en las imágenes geográficas y en la posición relativa del Océano Pacífico en el hemisferio sur. 

  5. O.H.K. Spate, El lago español. El Pacífico desde Magallanes, Clara Usón (trad.), Casa Asia, Mallorca, 2006, p. 13.