Editorial

Inteligencia Artificial / editorial / Mayo de 2024

Guadalupe Nettel

Entre los inventos del siglo XXI la llamada inteligencia artificial (IA) ocupa un lugar preponderante. Se trata de una tecnología que activa nuestro imaginario de manera portentosa, como lo hizo antes la Revolución Industrial del siglo XIX. Ya que el error es intrínseco a la naturaleza humana, tenemos la esperanza de que esa “inteligencia”, libre de emociones y titubeos, sea superior a la nuestra. Todas las tecnologías existen para encontrar soluciones y, en ese sentido, soñamos con que la inteligencia artificial nos ayudará a resolver los problemas que más nos atormentan: los diagnósticos y las curas para las enfermedades, la prolongación de la vida más allá de sus límites actuales, la emergencia climática, entre otros. Esa inteligencia que superaría la nuestra es también el origen de una pesadilla: si esa máquina —piensan unos— es tan lista, no tardará en sublevarse y eliminarnos cuando ya no necesite de nosotros.

​ La IA ha dado ya algunas muestras de lo maravillosamente útil que puede resultar para algunas disciplinas, entre las más hermosas, la recuperación de un primer rollo de la biblioteca Herculaneum Papyri, sepultada hace dos mil años por la erupción del Vesubio, el volcán que arrasó con la ciudad de Pompeya. La filología, nos dice Ana Isabel Tsutsumi H., podría beneficiarse muchísimo de esta herramienta, al igual que la cartografía, como menciona la doctora Frances Rodríguez Van Gort, o la medicina, asegura Pablo Siliceo, investigador en ciencias biomédicas. Sin embargo, a pesar de su nombre, la IA no es inteligencia ni es artificial. Se trata únicamente de una base de datos inmensa que contiene nada más y nada menos que toda la información que circula en Internet y de un mecanismo probabilístico basado en patrones recurrentes; un procedimiento automatizado que no reflexiona y tampoco inventa, en pocas palabras, que carece de toda creatividad. Por sorprendentes que resulten, las generativas no son sino “loros estocásticos”, nos dice Cory Doctorow en su texto titulado “La IA es la nueva burbuja de las criptomonedas” y asegura también que sus herramientas no son libres ni accesibles, sino que pertenecen a grandes capitalistas, quienes, por el momento, nos están subvencionando las versiones menos sofisticadas para que nos familiaricemos con ellas y generemos una dependencia. La realidad es que están fuera del alcance del ciudadano de a pie, ya que provienen de un sistema cibernético muy costoso en términos de recursos tecnológicos, energéticos, materiales y humanos. En su “Cartografía de la inteligencia artificial generativa” el grupo Estampa nos habla de la extracción de litio necesario para echar a andar las IA y el empleo de personas en Uganda para que moderen la información más violenta y sexualmente gráfica. Se trata de un texto muy esclarecedor de los costos humanos que tiene esa tecnología. Al leerlo y al analizar el mapa que encontrarás en nuestra revista digital, verás con claridad que el peso de toda esta operación recae sobre los más vulnerables, pero no solo sobre ellos: todos somos víctimas de la extracción de datos. Nuestras fotos, nuestros textos, nuestra voz, nuestras huellas están siendo el objeto de una minería de datos muy profunda cuyos alcances no logramos ver todavía, pero que sin duda se insertarán en los sistemas de seguridad y vigilancia pública, de salud, de trabajo y educación, así como en el desarrollo de tecnología bélica, como la que se está usando ahora mismo en Medio Oriente.

​ Tendemos a pensar que la tecnología es neutra en términos de ética, pero en realidad no lo es: traduce los sesgos ideológicos de quienes la construyeron y las diversas discriminaciones que encontramos en los algoritmos. Todo depende de quién la diseña y con qué fines se utiliza. Por eso es necesario construir un marco ético que la delimite. Sobre esto hablan los textos de Dafna Feinholz, Carol Hernández y Jorge Enrique Linares.

​ Aunque se está desarrollando en Silicon Valley y en China, esta tecnología ya tiene alcances planetarios y está tocando a muchas disciplinas, entre ellas, a las humanidades. Para conmemorar el centenario de la Facultad de Filosofía y Letras, la Revista de la Universidad de México invitó a varios de sus profesores a reflexionar sobre este tema tan actual desde las numerosas disciplinas que ahí se enseñan. Muchos de los textos que encontrarás aquí fueron escritos por ellos. Con este número nos unimos a las celebraciones y le deseamos una aún más larga vida a nuestra querida facultad.