Devolverle los rasgos perdidos a la poesía

Una conversación con David Huerta

Animales / panóptico / Mayo de 2020

Subhro Bandopadhyay

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David Huerta es una voz fundamental y singular de la poesía latinoamericana, un poeta con una trayectoria sorprendente que cuenta quizá con el poema más extenso (Incurable, de más de 400 páginas) escrito en castellano en el siglo XX.

¿Cuándo empezaste a escribir? ¿Recuerdas algo de aquel tiempo?

Empecé a escribir poemas en mi temprana adolescencia, como tantos otros poetas que en el mundo han sido. Desde luego, lo hice a partir de una serie de lecturas intensas que me impresionaron mucho (lo que llamo “el grado cero del plagio”). Me pregunté: “¿Seré capaz de hacer lo que tanto admiro en los poetas? ¿Podré escribir mis propios poemas?” Es un momento decisivo: el grado cero del plagio consiste en escribir inmediatamente después de leer a un poeta con un estilo definido e imitable, como García Lorca o Neruda. Esos primeros poemas son imitaciones contrahechas, en las que puede haber, sin embargo, señales de lo que más tarde será el estilo de uno mismo, la “propia voz”.

Desde el principio, supongo, tuviste que enfrentar un reto que a otros no les afecta mucho: es la presencia de un padre cuyo nombre está tatuado permanentemente en la memoria poética de México. ¿Al principio cómo lo llevabas? ¿Tuviste que huir? (recuerdo a Lezama Lima: “Deseoso es aquel que huye de su madre”, en tu caso es de tu padre quizás).

La presencia de Efraín Huerta en mi vida nunca fue opresiva, ni como poeta ni como padre. Eso no significa que no hubiera problemas o complicaciones, pero de eso no voy a hablar aquí, pues pertenece a la esfera privada de la vida familiar. Diré solamente esto: mis padres se divorciaron cuando yo era muy pequeño, y sin embargo mi padre estuvo muy presente, pues nos iba a visitar todas las semanas. Es decir, no crecí a su lado, estrictamente hablando; con quien crecí fue con mi madre, Mireya Bravo; en esa casa estaban también mis dos hermanas, Andrea y Eugenia. En mi formación, mi madre fue tan importante, y quizá más importante, que mi padre; no era ella escritora, aunque habría podido serlo: era una persona muy inteligente y generosa. Mi padre me orientó en muchas lecturas literarias, desde luego, pero no se ocupó de mis primeros pasos como poeta. Esa tarea la dejó en amigos en quienes confiaba, y que fueron mis maestros, como el poeta guatemalteco Carlos Illescas. No tuve que huir de mi padre, desde luego; él fue, por cierto, buen amigo de José Lezama Lima y de otros poetas del grupo Orígenes, tan importante en el siglo xx en Cuba. Me separé de mi padre en lo poético, pero no para combatirlo o destruirlo simbólicamente; su poesía me gusta muchísimo: hay huellas de ella en mis propios poemas.

¿Qué es poesía para ti?

Ay, no querría meterme a definir la poesía. Pero si hiciera falta, recogería la definición de Samuel Taylor Coleridge, quien decía más o menos esto: la poesía es el arte de poner las mejores palabras en el mejor orden posible. Llamo la atención sobre el hecho de que Coleridge no dice “las palabras más bellas” o “las más expresivas”, sino “las mejores”, entre las cuales puede haber palabras feas, rudas, técnicas, altisonantes, pero que son las mejores, en un poema, pues se ajustan a las intenciones del poeta, quien además las ha colocado en un orden preciso para decir lo que quiere decir.

Manufactura de tipos en madera. Fotografía de Ampersanden, 2018.

En tu obra, desde Cuaderno de noviembre hasta Historia, desde Versión hasta Incurable, es evidente un intento profundo de devolverle muchos rasgos perdidos a la poesía. Mi pregunta sería, ¿cómo concibes un libro? ¿Cómo piensas en su estructura?

Eso de “rasgos perdidos” está muy bien, Subhro. La poesía ha perdido rasgos, se ha desfigurado, se ha empobrecido. Claro que las excepciones son maravillosas: la poesía de Derek Walcott, la de Coral Bracho, la de Adonis, la de Bei Dao, la de Raúl Zurita. Devolverle a la poesía sus rasgos perdidos… Me dejas pensando: quizá no todo está perdido si podemos entendernos tú y yo a tanta increíble distancia —comprimida por la internet— y compartimos tantas ideas, y aun si no las compartimos: dialogar es emprender un viaje muy animado, con todo y las divergencias. Un libro, decía Kafka, es un hacha con la que rompemos el hielo de nuestro aislamiento, de nuestra soledad: casi no podría añadir nada a esto de Kafka en cuanto a lo que representa un libro. Cuando he preparado un libro he pensado en ciertas armonías, por amor a la simetría. Unos cuantos libros míos tienen tres secciones. Otro, Cuaderno de noviembre, no tiene índice, porque yo lo pedí expresamente a los editores. Uno más tiene un solo tema: se llama Historia y aborda desde diferentes puntos de vista la complejidad de las relaciones amorosas. Ahora mismo estoy hecho un lío porque no puedo encontrar una idea-guía (una idea formal, quiero decir) para mi libro de poemas en prosa. Un libro mío que apareció en 1987, titulado Incurable, tiene nueve capítulos; quise llamarlos así, capítulos, para evocar los capítulos de una novela, porque en esas páginas hay una historia tenue, que es la de una época de mi vida en que estaba yo entregado a una adicción terrible: el alcohol. Los nueve capítulos son un reflejo de los nueve meses de gestación de un ser humano; el simbolismo de esto se comprende, creo, cuando uno se acerca al libro. Acabo de concluir un libro de ensayos; no de escribirlo, sino de prepararlo: los textos ya existían y los corregí, los ordené y los dejé dignos, según yo, de la imprenta.

Caja tipográfica. Fotografía de Marcin Wichary, 2014

__En todas las épocas, en todas las formas, una ideología (sea Dios o sea Marx) ha tenido una función muy importante. En nuestro siglo éstas ya no son tan válidas quizás. En esta época incrédula, ¿cuál es tu manera de incorporar lo aprendido de la Edad Media a tu poesía? ¿Cuál es la función de la poesía ahora?

La función de la poesía es enseñarnos a vivir solos dentro de nuestra propia mente, según yo. Hay una palabra muy bonita en inglés, difícil de traducir con un solo vocablo al español: inscapes, es decir, nuestros paisajes interiores. Pues creo que precisamente la función de la poesía es adiestrarnos para vivir en comunicación con esos inscapes, en los que desde luego se está metiendo continuamente el mundo exterior. Ay, las ideologías. Yo he sido toda mi vida una persona de izquierda, no marxista, alguna vez militante, pero hace ya muchos años estoy alejado de los partidos y solamente apoyo organizaciones civiles, de defensa de los animales o del medio ambiente. Encontré en la izquierda política una incomprensión alarmante de todo lo literario y artístico; alarmante y peligrosa, debo decir. Una figura notable de la izquierda mexicana llegó a decir que la poesía “era para los ricos”; ése fue para mí un momento decisivo, porque no quise ya seguir en el camino al lado de personas así. Además, no hay que olvidar la sombra infernal y ensangrentada del dictador Stalin, que dejó maltrecha por mucho tiempo a la gente de izquierda. Durante unas cuantas semanas fui miembro del Partido Comunista Mexicano, antes de su disolución. Aquí hay un dato interesantísimo, Subhro: uno de los fundadores del PC mexicano era de la India y se llamaba Manabendra Nath Roy. Era bengalí, como tú.

Has ejercido varios oficios, desde el redactor de la enciclopedia hasta escritor de una columna semanal en una revista política. Has tenido y tienes varios papeles organizativos. ¿Cómo combinas a tantos seres?

Los escritores del “tercer mundo”, o por lo menos los latinoamericanos, tenemos que combinar a todos esos seres. Así he sido yo. He ejercido diferentes oficios, por fortuna todos relacionados más o menos con la literatura o con la escritura. Trabajé para agencias de publicidad, para revistas de modas, para funcionario públicos (para éstos, escribiendo discursos en los que hacía bromas que nadie entendía, con el disfraz de elogios a la patria, por ejemplo). Efectivamente, trabajé en una enciclopedia y redacté decenas de artículos de toda índole y corregí tipográficamente muchas páginas. Ya no hago nada de eso. Sigo siendo, eso sí, una especie de periodista literario y de columnista regular. Nada del otro mundo: algo muy normal en este país, en donde pocos escritores pueden dedicarse única y exclusivamente a escribir. Debo decir, sin embargo, que en México hay un admirable sistema de apoyos y becas que existe en pocos países. Aun así, la vida del escritor no es fácil y tenemos que hacer otras cosas para pasarla decorosamente.

Imagen de portada: David Huerta. Fotografía de la Secretaría de Cultura de la Ciudad de México, 2014