Memè Scianca, de Roberto Calasso
Las memorias de Roberto Calasso
Leer pdfPara José Gordon
El primer impulso de escribir un libro lo tuvo a los doce años, cuando quiso preservar sus memorias. Aquel texto comenzaba con la frase: “Oía cómo llegaba el verano por el bulevar”. Pero tras ese intento, Roberto Calasso no sólo desistió de la escritura sobre sí mismo, sino que se volcó hacia aquello que le resultaba lejano: “Me parecía más urgente que cualquier otra cosa sobre mí, incluido yo mismo”. Nacido en Florencia, en 1941, el escritor produjo una obra ensayística sustantiva, con especial interés en las mitologías griega e hindú, así como en unos cuantos personajes que lo deslumbraron: Kafka, Baudelaire o Tiepolo. Sobre este último escribió El rosa Tiepolo (2008), el único de sus libros dedicado a un italiano pues “[a]quello que nos resulta más cercano necesita un camino tortuoso para […] hacerse visible”. Quien encabezara durante cuatro décadas la editorial Adelphi fue un intelectual entregado al conocimiento en su faceta más profunda: la gnosis, una aproximación a la naturaleza humana vinculada con lo divino. Esto nos revela el nivel de su búsqueda: abrevó del mito, la historia, la filosofía, la religión y el pensamiento esotérico para reflexionar sobre temas que consideraba esenciales, más allá de cualquier incursión en lo autobiográfico. No obstante, al final de su vida, ya octogenario, se dejó seducir por aquel ímpetu de la adolescencia, resguardar sus memorias. Quizás no imaginó que la escritura de esos breves recuerdos de infancia, desatados por la curiosidad de sus hijos, Josephine y Tancredi, marcarían uno de sus últimos alientos literarios. De un atardecer en familia, bajo una pérgola que miraba al lago de Garda, quedó Memè Scianca como registro: sin duda, las páginas más íntimas de la vasta obra de este sabio.
Memè Scianca, un título singular que hace referencia al nombre que se inventó para sí cuando niño, es un volumen de apenas cien páginas, una pequeña joya de la colección Nuevos Cuadernos Anagrama. En textos cortos, Calasso vuelca las historias de una niñez que coincidió con la Segunda Guerra Mundial y la llegada del fascismo a Italia. Se entrega al recuerdo sin ordenarlo, dejando que las imágenes fluyan, como quien bucea libre por un arrecife y mira los peces salir de aquí y de allá, porque “[l]a memoria está hecha de agujeros”, dice, “y nos llega no como un mapa, sino como fragmentos desordenados”. No obstante, “[h]ay que desconfiar de los recuerdos, sobre todo cuando son muy antiguos. A veces, sin embargo, por una casualidad afortunada, se encuentra una voz que los confirma”. El autor explora entre los papeles acumulados y rescata una carta de Melisenda, su madre: “Naciste en medio de la guerra, naciste solo”. Ella recrea esos primeros años, cuando la familia tuvo que evacuarse (así se decía) a un poblado vecino, mientras el padre, académico en la Universidad de Florencia, antifascista declarado, iba escondiéndose de una casa a otra. Al pequeño Roberto le enseñaron a protegerse bajo un nombre falso, Betto Facchini. “La guerra”, continúa la carta, “estaba cada vez más cerca y era feroz: dormías sobre un colchón en el suelo y una mañana un proyectil entró rompiendo los cristales y te rozó la cabeza”. Esta sería una anécdota recurrente en las sobremesas familiares que solían terminar con la frase: “otro poco y lo habría matado”.
Pierre-Auguste Renoir, Rosas y peonias en florero, 1876. Dallas Museum of Art.
Las historias de la guerra van y vienen a lo largo del libro, que incluso cuenta el momento glorioso en que el niño Roberto vio pasar por la avenida “los tanques americanos que disparaban ráfagas de chocolatinas y caramelos”, los cuales recogió en un estado de exaltación. Pero hay más que la guerra en estos relatos. Por ejemplo, Calasso narra cómo se sintió atraído por los libros aun antes de aprender a leer: caminaba con volúmenes gruesos bajo el brazo, en los que luego dibujaba figuras primitivas. Encontramos ahí ciertas claves de su pasión por el conocimiento, experiencias de la infancia que lo llevaron a la literatura y la filosofía, además de los primeros libros que lo marcaron. Aquí comparte su gusto por Proust y En busca del tiempo perdido: “Si existe una obra en la que he entrado sin encontrar el mínimo obstáculo fue la Recherche”. Recuerda también cómo descubrió el eros por medio del Orlando furioso, ilustrado por Gustave Doré, en una edición para niños que resultó “una fuente irresistible de conocimiento del cuerpo femenino”. La novela Cumbres borrascosas fue la primera historia de amor que lo cautivó; entonces supo qué era la pasión: una de esas revelaciones que ningún juego, ni el futbol ni la guerra, le habrían concedido. “El libro de Emily Brontë abría el camino hacia una región ignota y fascinante de la que nadie hablaba y se podía descubrir sobre todo en el cine. Descubrirla en un libro era, empero, algo distinto. Era más profundo”, relata Calasso.
Su fervor hacia Baudelaire también comenzó en los inicios de su juventud, cuando en la biblioteca del abuelo, una habitación de cuatro paredes revestidas de libros hasta el techo, encontró Las flores del mal. El poema “El hombre y el mar” fue el primero que se aprendió de memoria. En cuanto a su interés por la mitología griega, dice que lo detonaron las Historias de la historia del mundo de Laura Orvieto. El gusto por la filosofía también lo adquirió gracias al abuelo. Ernesto Codignola, quien era director de la editorial La Nuova Italia, lo inició en esa disciplina y en la pedagogía a través de una colección titulada “Pensamiento histórico”, que incluía los dos volúmenes de la Fenomenología del espíritu de Hegel. Calasso la leería de principio a fin.
La voz de este abuelo se hizo presente mediante la escritura, confirmando los recuerdos difusos del autor. El 16 de mayo de 1946, Codignola apuntó en su diario: “Hace un tiempo Roberto en un día de invierno tormentoso y gris le dijo a María: ‘Abuela, ¿la muerte es en invierno?’” Y más adelante refiere: “La abuela hace decir la oración al pequeño Roberto antes de dormir. El niño, después, se persigna: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Se mete debajo de la manta y parece dormir, pero de pronto saca la cabeza y afirma: al Espíritu Santo no lo conozco”.
Pierre Bonnard, Joven mujer en su tocador, 1916. Dallas Museum of Art.
Las reuniones familiares atraían a personajes de cierta importancia, como los Pasternak, con quienes Calasso siguió en contacto. Asimismo, este conocedor de Kafka recuerda en sus páginas el primer nombre alemán de mujer que escuchó: Frau Bloch, el cual quedó grabado en su memoria. Después se dio cuenta de que Grete Bloch tenía un papel importante en Las cartas a Felice de Kafka. Antes de su arresto y deportación a Auschwitz, donde fue asesinada, Grete le entregó una maleta a Ernst Heinitz, esposo de la madrina de Calasso, con las cartas de Kafka. A este hombre de toda su confianza le confesó que había engendrado a un hijo del escritor alemán nacido en 1914 y muerto en 1921, a los siete años. “Los kafkólogos se han roto la cabeza buscando huellas de su existencia sin haberlas encontrado”, advierte Calasso.
Los recuerdos vertidos en Memè Scianca tienen registros diversos, desde los más lúdicos, por ejemplo, cuando cuenta cómo en la escuela jugaban a la piñata con los ojos vendados y un palo para romper los vasos de terracota colgados de una cuerda por encima de sus cabezas, hasta tonos más serios, que adopta cuando narra situaciones difíciles, entre otras, el asesinato de Giovanni Gentile, un personaje polémico, conocido como el “filósofo del fascismo”. En represalia, el gobierno pidió las cabezas de tres profesores antifascistas, uno de ellos, Francesco Calasso, su padre. Fue el cónsul alemán en Italia, Gerhard Wolf, quien logró su liberación tras veinte días de arresto.
“A lo largo de los años”, escribe Calasso, “uno se vuelve, aunque no quiera, el escriba de uno mismo. Faltan los testigos, todo fragmento que aflora podría aflorar por última vez, antes de ser abandonado a una inexistencia completa […]. Pero predomina el impulso de aferrar el borde de una tela que alguna vez envolvió un cuerpo”. Este compendio de recuerdos es una isla de la memoria, cuya publicación está fechada el 29 de julio de 2021, un día después de la muerte del autor, y es el testimonio único de sus años en Florencia, fundamentales en su formación. Para 1954, cuando apenas cumplía trece años, dejó la ciudad natal para establecerse en Roma. Memè Scianca es un tributo a la vida, a la infancia, a la iniciación intelectual y erótica, a las tribulaciones de un niño que nació en medio del conflicto armado, en una Florencia que años después evocaría con el tufo a detritus que dejó la guerra, “ese polvillo, ese olor envuelven todavía todos los recuerdos”.
Roberto Calasso, Memè Scianca, Anagrama, Barcelona, 2023.
Imagen de portada: Pierre Bonnard, Joven mujer en su tocador, 1916. Dallas Museum of Art.
Obras artísticas de la exposición La revolución impresionista: de Monet a Matisse del Museo de Arte de Dallas, en el Museo del Palacio de Bellas Artes. Cortesía del INBAL.