El ser primero. (Poemas 1980-1986), de Paloma Ulacia Altolaguirre

Versos para devenir raíz, hoja, ala

Populismos / crítica / Diciembre de 2022

Jorge Gutiérrez Reyna

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La “Égloga tercera” de Garcilaso es una especie de fuente para la poesía en lengua española; o, si se quiere, un huerto generoso al que de vez en vez acuden los poetas en busca de imágenes, de una forma precisa para decir algo del árbol o del agua, de algún verso… En el siglo XX, la Égloga ha resultado ser pródiga de títulos. El amante renacentista —como el de cualquier otra época— es temerario: suele jurar amor a su dama incluso después de la muerte. “Mas con la lengua muerta y fría en la boca / pienso mover la voz a ti debida”, afirma Garcilaso, que se imagina ya cadáver, pero enamorado y cantor. La voz a ti debida —porque la voz con la que se celebra a la amada se debe a la amada misma— es justamente el nombre del primero de tres poemarios amorosos, publicado en 1933, de Pedro Salinas. Tirreno, que junto a Alcino da voz a sus amores pastoriles en la Égloga, compara la dulzura de su Flérida con la del fruto ajeno —por vedado más sabroso—: “Flérida, para mí dulce y sabrosa, / más que la fruta del cercado ajeno”. Bajo el título de “El cercado ajeno”, agrupa Octavio Paz sus reflexiones en torno a la relación entre México y otros países extranjeros (Estados Unidos y Japón), publicadas en el octavo tomo de sus Obras completas (1993). Las ninfas emergen de las profundidades del Tajo en el poema de Garcilaso. Las ha seducido un prado “…de flores y de sombra lleno”, envuelto solo por “un susurro de abejas que sonaba”. Se han sentado sobre la yerba para continuar con su labor: tejen en delicadas telas de oro —el poeta las compara con sus cabellos— historias varias de viejas mitologías, que tienen en común estar protagonizadas por amantes desdichados: la de Eurídice, dos veces perdida por Orfeo; la de Adonis, que luego del ataque de un fiero jabalí muere en brazos de su amada Venus. La nereida Dinámene, por su parte, ha decidido labrar en las telas el desdén de Dafne, que para librarse de los lascivos deseos de Apolo se transforma en laurel:

Mas a la fin los brazos le crecían y en sendos ramos vueltos se mostraban; y los cabellos, que vencer solían al oro fino, en hojas se tornaban; en torcidas raíces s’estendían los blancos pies y en tierra se hincaban; llora el amante y busca el ser primero, besando y abrazando aquel madero.

Piero del Pollaiuolo, *Apolo y Dafne*, *ca*. 1470-1480. The National Gallery Piero del Pollaiuolo, Apolo y Dafne, ca. 1470-1480. The National Gallery

Paloma Ulacia Altolaguirre ha cortado, como otros antes de ella, una rama del laurel garcilasiano para nombrar el primero de los libros de poemas que da a luz, El ser primero. El recuerdo de Garcilaso, la historia de Apolo y Dafne, nos introduce de lleno en la atmósfera de un poemario arbóreo, diurno, luminoso… En la Égloga, “el ser primero” que Apolo añora abrazado a “aquel madero” refiere al estado que tenía Dafne antes de su transformación. En el libro de Ulacia Altolaguirre, El ser primero es, antes que nada, el ser amado, que ocupa el primer y más alto sitio del alma. El amor puede ser un hilo invisible que no rompe el filo de las distancias; también, propone la poeta, podría ser “un puente verde”. Los amantes recuerdan en la distancia los momentos en que han sido felices y entonces cruzan ese puente:

Amado, recuerda el llamado del color en dibujos apareciendo. Hemos construido un puente verde que se alarga cuando cierras la puerta.

¿Ese “llamado del color”, “esos dibujos”, son los amores en las telas que las ninfas bordan en la Égloga de Garcilaso? “Puente verde” de versos que une a los amantes.


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Por el árbol familiar de Ulacia Altolaguirre bulle la savia de la poesía. Sus abuelos, Concha Méndez y Manuel Altolaguirre, fueron dos miembros prominentes de la Generación del 27. Sus padres, Paloma Altolaguirre y Manuel Ulacia, acogieron en su casa, situada en la calle Tres Cruces de Coyoacán, a Luis Cernuda, quien vivió como uno más de la familia desde 1953 hasta su muerte, en 1963. A Paloma, nacida en 1957, y a sus hermanos, el poeta de La realidad y el deseo los llevaba al cine por las tardes. Un hermano de Paloma, Manuel Ulacia Altolaguirre, también poeta, recuerda aquellas tardes con Cernuda en su obra más conocida: Origami para un día de lluvia (1991). Por cierto, la Poesía de Manuel Ulacia fue compilada y publicada en 2005 por James Valender, esposo de Paloma, a quien está dedicado El ser primero. No sorprende, por eso, que Ulacia Altolaguirre publique en agosto de 2022 un libro de poesía, que se presentó en la Feria del Libro de Sevilla el pasado 4 de noviembre. Sorprende, eso sí, que haya dado a conocer su trabajo poético hasta ahora. En una entrevista concedida a Sur en 2018, a propósito de la publicación de otro de sus libros (Concha Méndez. Memorias habladas, memorias armadas), confesaba sobre su abuela: “Te paseaba por el jardín y te animaba a que compusieras tus propios poemas sobre las flores”. La autora, que hoy tiene 65 años, publica ahora estos poemas, en su mayoría verdes, vegetales —que cultiva desde la infancia a instancias de su abuela—. Estos poemas, sin embargo, no son recientes, sino que pertenecen a un libro de juventud: fueron escritos entre 1980 y 1986, es decir, entre los 23 y los 29 años de la autora (una edad propicia para el ejercicio febril de la poesía). No obstante, dudo que se nos entreguen tal cual fueron escritos: debieron revisarse —¿corregirse, reescribirse?— a la luz de la madurez. La Paloma que es redescubre a la que fue y nos descubre a la que sigue siendo. El poemario es un cruce de los tiempos.


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El ser primero está dividido en siete secciones compuestas por poemas, casi todos sin título, breves, cálidos, como un haz de sol que durante el día atraviesa momentáneamente la habitación. En cada sección rige un orden distinto: en la primera, por ejemplo, brotan los árboles; en la segunda hay calles sobre las que pasa la rueda (¿del tiempo?); la tercera está habitada por el aire; el agua inunda la cuarta; la quinta está coronada de flores, sobre todo amarillas; la sexta me parece que es un color, el color encendido de las rosas y manzanas… Como puede verse, a pesar de que cada uno de estos territorios mantiene su independencia, a todos los une una voluntad que llamaremos “orgánica”: prevalecen los elementos del mundo natural. Pero la naturaleza en este libro no se toca: la poeta la contempla como a través del cristal de una ventana —en uno de mis poemas favoritos del libro, Paloma asegura que mudarse de casa no es sino “un traslado de ventanas”—. La poeta, además, nos muestra una naturaleza reflejada en su interior, a la que ha desprendido de sí misma y hace flotar, casi inmaterial, sobre la página. Naturaleza sin fechas, desanclada de cualquier paisaje específico, de geografías concretas: el árbol de El ser primero puede ser cualquier árbol sobre la tierra. No sería exagerado hablar aquí de “poesía pura”. A veces la poeta hila muy fino: hay un poema que describe al jardinero que corta la enredadera, pero no sus ramas, sino el sueño verde de su crecimiento, lo que aún no es:

La máquina corta la esperanza crecida de un viaje atmosférico. Caravana de hojas… ¿Cuánto verde habrá en tu sueño?


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La contemplación, sin embargo, es ávida, anhelante. Obsesivamente aparecen en estos poemas versos que expresan un deseo: “Espero”, “anhelo despertar”, “queremos germinar”, “…mi sed / es mayor y es completa”, “El silbido del viento / lo quiero entero”. Una fisura nos desgarra del mundo. La poeta tiene ganas de “tomar y retomar / un mordisco de azul / que me ilumine”; de fundirse con el mundo que se contempla y que no exista más esa separación entre el afuera y el adentro: “Quién pudiera pasar y retomar, / crear adentro toda / la amplitud que se contempla”; de volver, en fin, al ser primero, desandar el camino de Dafne: devenir raíz, hoja, ala. En la última sección del libro hay tal vez la declaración de un fracaso: “Quiero recuperar mi exterior”, dice, “La ganancia de una tienda / me resulta más real y más alta / que la búsqueda de un sentido / interior”. Quizá en sus siguientes poemarios (¿escritos esta mañana, hace décadas?), Paloma nos traslade a ese exterior, al mundo, que hace su aparición en esta séptima parte de El ser primero: una modista en París, “sacos y cajas”, el tendero de la esquina, una silla amarilla… Por ahora, la poeta se detiene en el verso final, al borde de un abismo que la inquieta: “La vida me está poniendo nerviosa”.

Renacimiento, Sevilla, 2022 Renacimiento, Sevilla, 2022

Imagen de portada: Piero del Pollaiuolo, Apolo y Dafne, ca. 1470-1480. The National Gallery