Qué elegancia, la de México

Contracultura / panóptico / Marzo de 2021

Diana Gutiérrez Pérez

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Una mujer en traje negro de noche y un hombre de smoking beben champaña. La pareja de al lado brinda con una copa Pompadour. Otros liban el oro espumoso contenido en una variante de esta cristalería, la copa tulipán. Un pianista ameniza la velada en el salón con alguna melodía clásica. Entra Homero y dice maravillado: “¡Qué elegancia, la de Francia!” El anfitrión de pajarita roja lo detiene en la puerta y le hace una petición: “Buenas noches, señor, ¿quiere retirarse de inmediato y sin escándalo?” El recién llegado baja la cabeza, afirma sumiso a la orden y retrocede para esfumarse cuanto antes del lugar. La frase hecha de Homero Simpson expresa asombro ante la exquisitez del recinto al que llegó tras la búsqueda de un barecillo nuevo donde embriagarse. La alusión a Francia se entiende: es ahí donde la palabra lujo adquirió en el siglo XVII un significado ligado al refinamiento y la opulencia; antes de esto, se asociaba con la lujuria y la perdición. Shakespeare se refiere al adulterio con la frase “she knows the heat of a luxurious bed” en Mucho ruido y pocas nueces. Según cifras de la Federación Francesa de la Alta Costura y de la Moda, el lujo genera el 2.7 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB), superando al sector aeronáutico y automotriz. Aunque existen motivos para darle a Francia el más alto estándar de la elegancia, la frase que lo insinúa pareciera ser una expresión meramente mexicana, como las papas a la francesa y las enchiladas suizas. En el guion original, Homero dice “classy”, que significa “con clase”, o más precisamente, diría el escritor Manuel Vicent:

un don enigmático que la naturaleza otorga a ciertas personas […]. Una secreta seducción que emiten algunos individuos a través de su forma natural de ser y de estar, sin que puedan hacer nada por evitarlo.

Habría que sustituir Francia por México, pues aunque hacerlo le resta al giro la aliteración que rima sonoramente en los oídos, tiene una justificación. Tuvimos nuestros cinco minutos de elegancia y estuvieron a cargo de una mujer: Gloria Guinness, nacida en 1912 en Guadalajara, Veracruz y Chihuahua a la vez, según la base de datos Ancestry, porque en el registro civil federal su acta es inexistente. Antes de su carrera matrimonial, sellada por cuatro enlaces con hombres de alta alcurnia, entre los que figuran un conde, un príncipe y el heredero de la fábrica de cerveza Guinness, los datos sobre su vida son escasos. Sus inicios se ubican en una familia compuesta lo mismo por un padre periodista y una madre costurera que por un político promaderista y una aristócrata descendiente de la supuesta dinastía de Cristóbal Colón. Se dice que de joven Gloria aprovechó sus atributos físicos en clubes nocturnos para salir adelante y fungió como espía de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Su nombre aparece en una serie de libros supuestamente de no ficción escritos por otra informante de la época, la estadounidense Aline Griffith. Pero lo que está documentado es que Gloria Rubio y Alatorre fue la primera mexicana en ocupar un lugar en la International Best-Dressed List de la revista estadounidense Vanity Fair, que desde 1940 ha reconocido a las celebridades mejor ataviadas y con mayor estilo en el mundo. Obtuvo el galardón en 1964. Fue editora de la revista Harper’s Bazaar, donde también publicó de vez en cuando algún texto, como su análisis del Génesis desde el punto de vista de la moda, con ideas originales acerca de Adán y Eva y las hojas de parra; diatribas en contra de la minifalda y la reseña de la pelea entre Muhammad Ali y Sonny Liston, previa a la revancha donde el primero mandaría a la lona al segundo tras el famoso “golpe fantasma”. También escribió en 1971, “What Is Chic, What Is Fashion?”, en el que lamenta la vulgaridad y el mal gusto de la sociedad neoyorquina durante los años sesenta, pero confía en que la naciente década se reivindicará a través de la elegancia. Ser chic en sus palabras es “el arte de tomar lo mejor de lo poco que sabemos o tenemos”, escribe diferenciada de los libros pornográficos y maleducados, de lenguaje soez, en boga en esa época. Omite autores y títulos, pero al parecer uno de sus mejores amigos ignoró lo que ella decía en ese artículo porque, cuatro años después, él mismo hubiera podido ser el ejemplo de lo que Gloria consideraría un sinvergüenza. El amigo era el escritor Truman Capote, quien parecía haberse aprovechado de la intimidad que tenían para la publicación de Plegarias atendidas, una novela por entregas aparecida en la revista Esquire, donde exhibía a sus amigas de la alta sociedad, develando algunos de sus secretos.

Gloria Guinness en 1961. Ilustración de Santiago Solís

Guinness, junto con otras socialités, era uno de los “cisnes”, como Capote solía llamar al séquito de mujeres acaudaladas que lo rodearon durante los años más pletóricos de su vida y que, de hecho, lo impulsaron a encumbrarse. La aceptación del novelista en los círculos más poderosos de la escena cultural de Nueva York fue posible gracias a ellas.

La mayoría de los hombres poderosos de esa época eran homofóbicos. Pero con Truman hicieron una excepción porque era muy divertido. Sabía escuchar y fue comprensivo,

dice en una entrevista para Vanity Fair Louise Grunwald, editora de Vogue en los años ochenta. No obstante, las cisnes casi siempre estaban en competencia por ser las mejores en todos los ámbitos posibles. Deborah Davis cuenta en su libro Party of the Century. The Fabulous Story of Truman Capote and His Black and White Ball que Gloria Guinness y Babe Paley ocuparon para tal propósito las cenas que ofrecían a sus amigos. “Servir las verduras más caras y pequeñas era una manera de establecer superioridad social”. Quien convidara los mejores vegetales recién nacidos de la tierra era la de mayor poder. El evento más memorable que pasaron Gloria y Capote juntos fue la famosa fiesta Black and White, acontecida el 28 de noviembre de 1966 en el Hotel Plaza de Nueva York, a la que asistieron 500 selectos invitados, una lista de nombres que publicó The New York Times al día siguiente. Los asistentes debían respetar normas de vestimenta: los caballeros, portar traje de etiqueta negro y máscara del mismo color; las damas, vestido de noche blanco o negro, antifaz blanco y abanico. Capote, maestro de ceremonias y organizador de la que se quedó para la Historia como “la fiesta del siglo”, estuvo tentado, según su biógrafo Gerald Clarke, de incluir la frase “sólo diamantes” al calce de las invitaciones, porque temía que los destellos multicolores de los rubís, zafiros y esmeraldas desentonaran con la gama cromática de la escenografía. Tennessee Williams, Norman Mailer, Marlene Dietrich, Frank Sinatra, Oscar de la Renta y otras celebridades cubrieron sus rostros; Andy Warhol argumentó que ya traía la máscara incorporada; el marajá y la marajaní de Jaipur vestían saris dorados. Karl Lagerfeld hizo una serie fotográfica en 2013 para la revista Harper’s Bazaar en homenaje a Gloria Guinness como fashion icon, con la modelo Kati Nescher en vestidos y accesorios de Tom Ford, Louis Vuitton, Marc Jacobs, Gucci y Alexander McQueen, cuyos precios alcanzan los 150 mil pesos por prenda. Dior, Chanel, Saint Laurent, Valentino y Givenchy fueron algunos de los diseñadores que vistieron a Gloria en vida; su favorito era Balenciaga, cuyos atuendos solía acompañar con joyas de Cartier. Algo de su guardarropa forma parte ahora del Costume Institute, en el Metropolitan Museum of Art de Nueva York. Si bien para José Ortega y Gasset la elegancia tiene que ver con algo distinto al dinero, es un hecho que Gloria invirtió unos cuantos miles de pesos en eso. La elegancia, dice el filósofo español, es el hábito de elegir, entre todas las cosas que se pueden hacer, aquella que reclama ser hecha; es opuesta al capricho. “Elegante es aquel que ni hace ni dice cualquier cosa, sino que hace lo que hay que hacer y dice lo que hay que decir”, dejó escrito póstumamente en el noveno volumen de sus Obras completas. La solución más corta de un teorema, los perfiles alongados de los autos, la expresión sobria de una máxima potencialidad. “Ser fuego y parecer frígido alabastro, ser actividad y dinamismo y frenesí y parecer contención y dominio y renuncia”, señala en Meditación de nuestro tiempo, libro que compila sus conferencias pronunciadas en Argentina durante 1928. Aun en sus peores momentos, como el destierro en París a finales de los años cuarenta, donde vivió sola en un enorme palacio abandonado, sin dinero, vendiendo sus joyas de a poco, Guinness siguió siendo la mujer más elegante del mundo. Las hermanas del rey Faruk, las princesas Faiza y Fawzia, el embajador inglés Duff Cooper y el cónsul mexicano en Londres Anselmo Mena, quien la llamaba “nuestra Gloria nacional”, se admiraban con su belleza. Elena Garro la recuerda en Memorias de España 1937 como una estatuilla egipcia, comparable con Nefertiti, que hablaba al mismo tiempo inglés, francés y alemán. Califica de inteligentes sus palabras, sus modales y sus movimientos, pero también admite que la sobrecogía su angustia cuando

inventaba venganzas infantiles contra aquellos que le estaban haciendo daño: ”¡Tú lo verás, rubita!… ¡Me compraré una casa preciosa, haré fiestas magníficas y no los invitaré.”

Su pasaporte había vencido, sus protectores habían dejado París, estaba desamparada, con un marido preso en Alemania y sus hijos lejos en un colegio suizo. Recuperó su grandeza después, cuando se tomó en serio el parecido que tenía con la reina egipcia y se casó con el príncipe Fakhry, de quien se divorció a los tres años para quedarse hasta su muerte al lado de Loel Guinness. Su nombre aparece el 12 de noviembre de 1980 en el obituario de algunos periódicos. Las esquelas informan que Gloria Guinness falleció de un paro cardiaco en Suiza, tres días antes. El misterio la acompañó hasta la muerte, pues algunos dijeron que desapareció a causa de la anorexia que padeció durante sus últimos años, una enfermedad que apenas comenzaba a ser discutida en las revistas médicas.

Imagen de portada: Gloria Guinness con vestido a rayas. Ilustración de Santiago Solís