Una vuelta completa al sol

El Mar / dossier / Marzo de 2024

Joca Reiners Terron

Traducción de: Brenda Ríos

Un tiempo fuera del tiempo.

Huimos de la ciudad atrás del horizonte.

​ Vinimos a pasar un mes

y se completó una vuelta al sol.

Arrastrado por lo concreto de las cosas—

de las piedras y acantilados, la fibrilación de lo vegetal,

del suicidio permanente de los insectos contra la luz—,

el tiempo readquirió masa, extensión, inercia,

​ cierta impenetrabilidad

en la forma de un verano indestructible.



​ Mientras escribo, sin mirar el mar,

​ siento temblar mucho la punta del lápiz—

​ es el momento en que las luciérnagas se encienden.



Marcamos las horas por la marea.

Las olas devoran terrenos completos, arrancan árboles.

Pasamos a medir la geografía de los días a través de los esqueletos

​ arrastrados por el mar.

Ayer estaban aquí, hoy se movieron

hacia allá, como fantasmas enraizados

en el paisaje en transformación.




​ La materia orgánica arrastrada por las olas—

​ tortugas muertas, mantarrayas, peces globo,

​ aguamalas a la orilla a punto de explotar

​ lilas

​ huesos de animales extintos y no identificados

​ que los buitres devoran, la sombra de las alas negras

​ volando sobre la arena blanca —tan rápida

​ como inmóvil—

​ de aventón en el viento

​ y en el plan de la vida.



El pescador dice que ahora el día tiene dieciséis

horas. Un marinero japonés le contó.

Después de Fukushima, hasta menos.

Eso se vuelve evidente en la playa,

donde la mañana todavía es mañana, pero la tarde dejó

de existir y la noche es la más negra de las noches.

En la ciudad que dejamos todas las horas

​ son la misma. Aquí,

​ todos los días el mismo día.



​ Vivir frente al mar y bajo los acantilados

​ es reclamar otra vez el cargo de jefe piel roja

​ al que, en un momento tierno

​ y olvidado de la infancia,

​ abdicamos.



La mano el limón el fósforo el fuego

la salitre que devora

el refrigerador la rejilla de la ventana

las algas en la arena las cuijas en la pared

en su cazada nocturna nosotros apostamos

​ a favor de los insectos

las iguanas en la palmera el murciélago

que amaneció atrapado en la tela

de araña las lámparas golpeando en el viento

mensajes que recibimos

y no sabemos interpretar.




​ Un volcán entra en erupción

​ en las Canarias y esperamos

​ noticias suyas en un mensaje

​ embotellado en la cresta de una ola

​ de diez metros traída

​ por el tsunami.




El viernes en la noche el cielo cerró

los días que ya andaban nublados, pero cuando

el horizonte fue atravesado por la luz

y un trueno se impuso, comenzó a lloviznar

dentro de la casa (el techo sin cubrir)

Se fue la luz

​ abrimos la botella de vino

y cenamos casi sin ver la comida

guiados por la luminosidad ocasional

​ de los relámpagos y las luciérnagas.




​ El habitante humano de un país de insectos.

​ Es imposible dormir.

​ El sueño fue extinto, prevalece

​ solamente como algo del pasado.

​ La noche es una picazón, un ataque a los sentidos.

​ Una travesía sombría de un túnel

​ que acabará en el sol.



Escribo poesía

en el teclado cubierto

​ de insectos muertos.



​Días en la montaña después de meses en la playa aislada.

​ El sonido del viento en los árboles es igual

​al de las olas cuando la marea está subiendo.



Pisoteando cucarachas aplastando mosquitos

en el Paraíso practicando la caza sutil

​ recomendada por Jünger,

que, años después de la guerra, decidió cazar

insectos en la medida en que

​ ya no podía cazar

​ hombres.




El mosquito y el trabajo intelectual

​ no se llevan.



​ La rana adoptó como casa la jabonera de plástico

​ de la esquina de la pared del baño.

​ Ahora su canto diurno se desparrama

​ por todo el lugar.

​ Curioso que haya inventado

​ —de una sola esquina

​ cuanto cántico cuántico—

​ una casa y un instrumento musical.



El modo de evaluar su evidencia

al observar el cuerpo de mi amor:

​ conforme la luz aumenta

y disminuye la piel se oscurece

o clarea, pues aquí también

​ hay nubes y por lo mismo lluvia.

Si los días de sol se extienden,

la sombra impresa del bikini se ilumina,

​ es posible ver el amanecer acostado

en el valle entre los senos y el anochecer

en la arena de la playa —gigantesco reloj de arena

​ —donde, sí, el tiempo existe.



​ Vimos doce lunas llenas

​ en esta vuelta

​ billones de estrellas.



Con una vuelta completa alrededor del sol

es hermoso ver cómo todo se repite —el regreso a la playa

​ de los escarabajitos rojos que atraen

​ el pico de los correlimos golosos

La hierba traída del mar por la lluvia invita

​ a los manatíes a la sobremesa.

—todo va y vuelve, es sólo dejarnos ir.


Todas las fotografías de este texto son de Isabel Santana Terron.