Atrapado sin salida, de Milos Forman
Milos Forman y la criminalización de la anomalía
Leer pdfEn una imprecisa hora de la madrugada, dos custodios conducen a R. P. McMurphy (Jack Nicholson) a su cama en el dormitorio de pacientes internos. Ahí lo espera el Jefe Bromden (Will Sampson), decidido a realizar, junto con él, la fuga postergada. Sin embargo, Bromden descubre que le han practicado una lobotomía a su amigo, reducido ahora a ser un enajenado mental carente de voluntad. Para liberarlo, lo asfixia con una almohada. Luego desempotra una fuente de agua con la que rompe los barrotes de una ventana y corre hacia el horizonte en una fuga que es tanto una rebelión como una autoafirmación.
Dirigido por Milos Forman (Checoslovaquia, 1932-Estados Unidos, 2018), Atrapado sin salida (One Flew Over the Cuckoo’s Nest, 1975) se estrenó el mismo año en que Michel Foucault publicó un libro clave en su pensamiento filosófico y sociológico, Vigilar y castigar. Aunque el filme y el libro no tienen relación entre sí, su aparición simultánea es un hecho significativo, pues ambos reflexionan sobre la evolución de la vigilancia. Si antes ésta se manifestaba como una presencia evidente, ahora ocupa un plano intangible donde ha adquirido un poder absoluto: su existencia es indeterminada pero ineludible, invisible pero cierta.
Basada en la novela homónima de Ken Kesey, publicada en 1962, la cinta se nutrió de tres experiencias distintas sobre la criminalización de la libertad individual impuesta desde el poder, a través de las instituciones, contra quienes cruzan la línea de lo que el sistema considera tolerable y permitido. Aquellos que transgreden la frontera entre la normalidad y la anomalía, según advirtió Foucault en el libro citado, deben ser corregidos.
La primera experiencia es la de Kesey, quien trabajó como ayudante de enfermería en el pabellón psiquiátrico de un hospital para veteranos. Ahí comprendió que muchos pacientes se hallaban internados por cuestionar la hipocresía del establishment, más que a causa de su locura. Por su parte, Michael Douglas y Saul Zaentz, productores del largometraje, atestiguaron la debacle de la contracultura estadounidense y del movimiento por los derechos de la población afrodescendiente, perseguida y reprimida ferozmente por el presidente Richard Nixon en un giro ultraderechista. Por último, está la vida del propio Milos Forman, quien se exilió de Checoslovaquia tras la brutal forma en que la Unión Soviética y sus adictos locales aplastaron el movimiento de crítica y renovación del socialismo que intentó ser la Primavera de Praga.
Fue en este contexto de disciplinar la disidencia que se estructuró Atrapado sin salida. La película expone el ingreso y la estancia del convicto McMurphy en un hospital psiquiátrico, lugar al que ha sido enviado por su inadaptación a la sociedad. McMurphy es, ciertamente, un hombre disconforme, pero no es más peligroso que otros que están libres. A partir del acierto que logró con los personajes principales de sus filmes checoslovacos, Forman desarrolló a McMurphy como un ser inestable, mezcla de antihéroe y desfasado niño maldito con el que a ratos empatizamos, pero al que instintivamente rechazamos.
Tal ambigüedad cimienta los lazos de amistad del protagonista con el resto de los internos, sobre todo con el emocionalmente reprimido Billy (Brad Dourif), el refinado y asustadizo Dale (William Redfield) y el explosivo Max (Christopher Lloyd). Sin embargo, ese mismo rasgo de carácter exacerba el celo controlador de la enfermera Mildred Ratched (Louise Fletcher), que extrema la vigilancia y el castigo que recae sobre todo el grupo con el fin de transformar a McMurphy en el causante del mal colectivo.
Milos Forman, Atrapado sin salida, 1975.
Narrador ágil, Forman se apoyó en la fotografía de Haskell Wexler y Bill Butler, así como en el montaje de los editores Richard Chew, Sheldon Kahn y Lynzee Klingman, para imprimir en la película una gran plasticidad rítmica y una inquietante sensación de distanciamiento e impersonalidad, algunas veces latente y otras palpable, que se cuela en diversos planos de los fotógrafos (primeros y medios planos, en picada y contrapicada, planos sobre planos) y en la mancuerna entre el montaje lineal y el ideológico de los editores.
Con tales elementos, el director plasmó una atmósfera en que la revuelta emocional de los pacientes y el orden burocrático de las autoridades no sólo contrastan sino que producen una simbiosis malsana: la razón de ser de una depende de la represión ejecutada por la otra. Así ocurre en las sesiones grupales que organiza la enfermera Ratched. Comienzan como catarsis y terminan como actos de sometimiento incondicional a la figura de autoridad que no requiere ejercer la violencia de forma explícita, pues los individuos se entregan por sí mismos a la autoflagelación psicológica. He ahí los casos de Billy y Dale, quienes saben que no están confinados en el sentido estricto del término, pero carecen de voluntad para salir de la reclusión.
Si en Vigilar y castigar Foucault propuso el panóptico como sistema que observa sin descanso a los prisioneros, en Atrapado sin salida ha de ser dicha simbiosis la que ejerza el dominio sobre los confinados. Este panóptico psicológico los homologa como enfermos peligrosos para los demás, como seres anómalos que no ingresan al hospital para curarse de sus posibles trastornos, sino para quedar fuera de la sociedad normal, que exige que sean aislados e invisibilizados para sentirse segura, uniforme y superior.
A diferencia de sus películas checoslovacas, en las que trabajó con pocos actores de oficio porque prefería a los que no eran profesionales, en Atrapado sin salida Forman colaboró con un puñado de artistas fogueados,1 a quienes les dio libertad para interpretar sus papeles, en el sentido original del verbo: descifrar, deducir. En efecto, los actores descifran ante el público a esos personajes contradictorios; los crispan, como hacen Dourif o Lloyd, o extreman sus personalidades, como Nicholson con las rebeliones de McMurphy y como Fletcher mediante la frialdad casi maquinal de Ratched.
La solvencia escénica de este grupo también funcionó como punto de apoyo para Forman: gracias a ellos, pudo transformar sus propios cuerpos, así como su movimiento y su quietud, en una parte viva de la escenografía y la ejecución de los planos. En más de una ocasión son los cuerpos activos o inertes los que puntualizan la profundidad de campo o las sutiles fronteras espaciales que separan a las autoridades de los pacientes, a la normalidad de la anomalía. Esta división encuentra uno de sus mejores momentos en las terapias grupales que la enfermera Ratched dirige desde un espacio tan imperceptible como inasequible.
Maestro del discurso oral y visual, Forman supo engarzar los agudos diálogos escritos por los guionistas Bo Goldman y Lawrence Hauben con los silencios. En éstos las imágenes insinúan o develan los desarreglos emocionales provocados por los mecanismos represivos de control que, en vez de liberar a los internos, los criminalizan y los truecan en vigilantes de sí mismos, en carceleros de su propio encierro.
Cincuenta años después de su estreno, Atrapado sin salida aún es recordado como un filme rupturista y contestatario que captó con perspicacia los nuevos métodos de vigilancia y castigo que emergieron para oprimir y dominar a la contracultura, pero que, a la vez, reivindicó la rebelión y la desobediencia, individual y colectiva, como formas de contrarrestar y acaso vencer un sistema que decide de manera arbitraria qué es lo normal y qué es lo anómalo, deviniendo así en un dios maldito que no redime sino que condena, que no alivia sino que enferma. Una cinta que, desde su pasado, nos habla en presente.
Imagen de portada: Vista de la exposición Veroír el fracaso iluminado de Cecilia Vicuña en el Museo Universitario Arte Contemporáneo (MUAC), UNAM, 2020. Fotografía de Oliver Santana.
Will Sampson, quien debutó en el cine con esta película, venía de actuar en el American Indian Theater Company. ↩