Mario Santiago Papasquiaro: entre el caos, el delirio & el olvido

Futbol / panóptico / Noviembre de 2022

S. Juliana Granados

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José Alfredo Zendejas, nombre con el que su madre lo bautizó, fue un poeta clandestino que lanzó su primer aullido el 24 de diciembre de 1953 en la Ciudad de México. A diferencia de otros contemporáneos que gozaron de mayor prestigio, reconocimiento y respeto, Zendejas acumuló más penas que glorias. Hoy nadie lo recuerda como poeta, a pesar de haberse dedicado en cuerpo y alma a componer los versos más sórdidos, extravagantes e incomprendidos que pudieran existir en la poesía mexicana.

​ Su nombre no resulta familiar, tampoco aparece en las antologías de poesía mexicana o latinoamericana, mucho menos en los libros de historia que relatan las hazañas de jóvenes rebeldes alzados contra el poder. De hecho, José Alfredo es un nombre que al mismo Zendejas le resultaba ajeno. Pero existió: nació y murió siendo esencialmente un poeta, aunque muchos cuestionan su calidad como escritor. En lo que sí se podría estar de acuerdo es en que fue invisible dentro de la historia literaria, incluso después de su muerte errabunda y pese a los esfuerzos de sus amigos y herederos por editar su raquítica obra.1

Mario Santiago Papasquiaro en el Zócalo, s/f. Archivo familiar/Mowgli Zendejas Mario Santiago Papasquiaro en el Zócalo, s/f. Archivo familiar/Mowgli Zendejas

​ Amante del rock and roll, la cultura popular, la calle y el cálido pero apabullante eco beat, Zendejas no era un escritor ordinario y mucho menos disciplinado en el oficio, escribía en cualquier espacio en blanco que encontraba: márgenes de libros, servilletas, cajas de cigarros u hojas que él mismo terminaba por dejar en el olvido.

​ También se cultivó tempranamente en el noble ejercicio de recitar poemas (suyos y de autores que admiraba) hasta el cansancio, esperando comentarios, críticas y elogios de sus escuchas. Era un caminante y un perro callejero que a ritmo de blues merodeaba sin rumbo, con sus “pies alados sosteniendo el peso drenado de su cerebro abierto”, como diría él mismo.

​ Se sabe muy poco de la obra de ese personaje cínico y peripatético, pues en sus andares sin destino perdió más hojas de las que se conservan. Y tiene sentido, su mejor poesía era su vida misma, que transitó bajo una suerte de lógica visceral. Sin embargo, José Alfredo decidió no vivir mucho, y una muerte simbólica le dio vida a un alter ego que llegó a conocerse mejor: Mario Santiago Papasquiaro.

​ El cambio, dicen sus conocidos, parece que solo fue superficial, porque lo de poeta insurrecto se mantuvo. De hecho, la nueva designación la eligió en honor al nombre de la ciudad duranguense donde nació José Revueltas, pues pensaba que política y poesía iban por el mismo camino.

​ Tras cursar algunos semestres como estudiante de filosofía en la UNAM, abandonó la facultad y no regresó jamás a ese lugar tan tenebrosamente institucional que es la academia. A duras penas logró publicar en vida, pero se sabe que peleaba con todo el mundo por la excesiva acidez de sus comentarios y su sinceridad atrevida.

​ “1 poeta es un microbio, 1 virus que habla”, escribió Mario Santiago en Sueño sin fin, uno de sus pocos poemas publicados, en el que aparecen versos que gritan: “¡& no quiero nada con nadie que no sepa besar como Hedonismo manda!”.

​ Hay una fuerza tremenda en sus composiciones que han llegado a nosotros plenas de vitalidad, ironía, burla y una particular excitación por la condición de ser un animal vivo.


​ ¿Mi Amor por ti:

​ un aullido más disecado en esa cama de vapor & hielo

​ eterna espectadora de la ya carcacha desbalanceada

​ Lucha de clases.


​ En algunos de sus poemas hay elogios a su nueva identidad, a su nombre revolucionario, que encajaba a la perfección con su práctica de rebelde en perpetua burla de la autoridad y crítico visceral de otras escrituras. El desprecio por los fundamentos y vivir en combate eran actividades inherentes a su naturaleza, lo mismo que el arte de habitar sin domicilio, nadando entre la borrachera y el peligro.

​ Arrastrando una pierna y un bastón vociferaba groserías y le pateaba el culo a la estilización del lenguaje. Pero ese extraño placer en Mario era motivo de desprecio y lo convertía en un marginado al que todos evitaban, al que muchos despreciaban. Sus enfrentamientos contra la injusta y silenciosa normalidad lo llevaron a ser tildado de insumiso del establishment literario, un indeseable más para el sistema. Ese espíritu combativo, con el que se oponía con manifiestos y boicots al canon estético de la literatura en México (moldeado históricamente por la élite cultural blanca), lo llevó en la década de los setenta a liderar un movimiento de jóvenes poetas inconformes con la poesía mexicana de la época: el Infrarrealismo, que, en sus palabras, ejercía un “terrorismo cultural”.

Portada de *Correspondencia Infra*, México, 1977Portada de Correspondencia Infra, México, 1977

​ Por ese caos natural que lo caracterizó no se conoce mucho de su obra, aunque hay que reconocer que su propia vida ha servido de testimonio de esos poemas que se perdieron. “¿Cuál es mi próxima parada? ¿Un ataúd? ¿Un campo nudista?”, se preguntaba a sí mismo en uno de sus poemas.

​ “Soy un extranjero para mí mismo”, dijo en Jeta de santo, y “los monstruos somos espectáculo”. Papasquiaro era justo eso para la pulcra poesía mexicana: un monstruo y un espectáculo, rechazado por su actitud contestataria y por su aspecto físico, su forma descuidada de vestir, su cojera, su intenso olor a alcohol y desvelo, su bigote incipiente, en fin, por ser un paria más, ajeno la casta literaria del país: “Mi Doble & yo no cabemos juntos por la misma puerta ebria pero inevitablemente cabalgamos rumbo a esa loca convulsión”.

​ Con el tiempo el Infrarrealismo se enfrió. Muchos abandonaron el país, perdieron contacto y se entregaron a sus propias convicciones. Sin lugar en México, Mario Santiago eligió el exilio como forma de automarginación. Se marchó a Europa y pasó por Barcelona, donde se reencontró con Roberto Bolaño, uno de sus más entrañables amigos, miembro también del Infrarrealismo. Caminó sin parar por las calles de aquella ciudad para luego perderse en las de París, Viena y Tel Aviv, mientras continuaba con su caótica y delirante escritura.

​ Tras su publicación en 1998 —y sobre todo tras la muerte del propio Bolaño apenas cinco años después—, Los detectives salvajes se convirtió en una novela de culto, traducida, leída y admirada por lectores de todo el mundo. Como el propio Bolaño le escribe a Mario Santiago en una carta, la novela pretende ser un homenaje a sus años en México, a la amistad, la juventud, los romances y la revolución que habían comenzado los Infrarrealistas.

​ Ulises Lima (Papasquiaro en la ficción) es un joven y excéntrico poeta que pedía libros prestados y no los regresaba, y cuando lo hacía, los devolvía completamente humedecidos (más de uno confirmó haberlo visto duchándose y leyendo al mismo tiempo). Tanto él como Arturo Belano (Bolaño en la ficción) aparecen a la cabeza de aquellos jóvenes agitados y plenos de vitalidad que hacían desmanes en presentaciones de libros, lecturas y charlas literarias en la Ciudad de México. Si bien el homenaje no deja de ser emotivo y fiel al cariño que Bolaño sentía por Mario, el personaje de ficción terminó ocultando radicalmente al Mario Santiago poeta. Hasta hoy, pareciera que pesa más Ulises Lima que su estruendosa poesía.

​ Mario Santiago Papasquiaro era un sujeto que hacía de la oposición su modus vivendi, que jugaba a mantenerse en esa dialéctica negativa cuya única arma es el conflicto constante, avivada por los delirios producidos por el alcohol y la memoria del amor. Muchos lo han llamado un “poeta maldito”, al estilo de Rimbaud o Baudelaire; otros se ofenden con la mera posibilidad de esa comparación. Como sea, fue un poeta nublado (en vida y obra) por el culto colosal al personaje de ficción que lo encarna. Mario Santiago quedó en el olvido a causa de Ulises Lima. Pocos recuerdan a aquel infrarrealista orgulloso de su militancia y jeta de santo, y quienes lo hacen, pasan por el eco de Ulises Lima. Nadie lo estudia, nadie lee su obra, solo unos cuantos cautivados todavía por la posibilidad de una poesía insurrecta. Mario es recordado por todo menos por su poesía.

Konstantin Korovin, *París de noche, ca.* 1900 Konstantin Korovin, París de noche, ca. 1900

​ Quienes dicen que como poeta es un fracaso ciertamente no terminaron de leer y entender su poesía, que no son solo sus poemas, sino también su cuerpo y su vida. Mario Santiago, injustamente empequeñecido por un personaje ficticio, desafió la individuación, el principio filosófico de la identidad, que advierte que algo no puede ser y no ser a la vez. Precisamente porque era lo que se le daba la gana: poeta, viajero, perro vagabundo, crítico, lector, editor, escritor… todo a la vez y con la única máxima de deambular sin ley, porque entendía que la buena poesía está en la calle y que en la calle las reglas las hace cada quien.

Imagen de portada: Portada de Correspondencia Infra, México, 1977

  1. El Fondo de Cultura Económica (en la CDMX) publicó en 2008 una antología poética de su obra que va de 1974 a 1997. Algunos títulos suyos en el mercado actual son Consejos de 1 discípulo de Marx a 1 fanático de Heidegger, Jeta de santo Antología poética 1974-1997 y Arte & basura [N. de los E.]