Las bibliotecas públicas, esas desconocidas
Leer pdfTal vez la mayor paradoja de las bibliotecas públicas sea que se les concibe como espacios para almacenar y poner a disposición conocimiento e información y, sin embargo, se sepa tan poco de lo que acontece en ellas. Incluso entre bibliotecarios prevalece una extraña resistencia a reconocer lo obvio: hoy no son (sólo ni primordialmente) sitios para leer ni para los lectores. Quizá por eso ahora, cuando supuestamente todo mundo puede acceder de manera legal o ilegal a casi todos los libros desde su pantalla, las bibliotecas públicas rebosan vitalidad, en particular en contextos en los que hay mayores posibilidades de consultar libros y otras fuentes. Entonces, ¿cómo leerlas?
Si uno se asoma a la oferta oficial de las bibliotecas públicas, verá que cada vez es más frecuente que presten, además de libros, muchas otras cosas —herramientas, computadoras, videojuegos o tableros de ajedrez, pianos, películas, lugares para trabajar o estudiar— y ofrezcan talleres de yoga, baile, teatro, etcétera. Aun en países como el nuestro, donde sólo tienen acervos raquíticos y amarillentos, promueven actividades alejadas del silencio con el que se les suele identificar.
Al indagar para qué se utilizan realmente, resalta la coexistencia de opuestos: estudiar y distraerse, trabajar y descansar, estar solo o buscar compañía, se usan para conectarse (a internet, al mundo, a la vida espiritual) y para desconectarse (de internet, el mundo o el infierno interior). Sirven para todo, incluso para no hacer nada… como los libros. En las investigaciones que realizamos cuando estuve al frente de la Vasconcelos vimos que un mismo usuario podía visitarnos para fines muy diferentes y opuestos, en una sola jornada o en distintos periodos.1 De ahí que, si nos centramos en el sentido que tienen las bibliotecas en la vida de sus usuarios, resulte tan difícil encasillarlas.
Desde la sociología se les puede incluir en el rubro “tercer espacio”: ése que difiere del primero, la casa, y del segundo, el trabajo. Se trata de espacios públicos más o menos neutrales, donde la gente puede reunirse e interactuar, como los cafés y los pubs, y a los que muchos acuden a leer y a escribir. El “tercer espacio” es un concepto de Ray Oldenburg, aunque él nunca lo aplicó a las bibliotecas. Sin embargo, algunos bibliotecarios se lo han apropiado tras constatar que los cafés y otros sitios que Oldenburg consideró para su modelo han dejado de ser lugares informales para la conversación y la educación, mientras que muchas bibliotecas públicas han flexibilizado sus reglamentos internos y formas de operación.2
Vistas de la Biblioteca Vasconcelos, 2024. Fotografías de Vladimir Balderas Mondragón. © Del fotógrafo.
Si uno se asoma a la oferta oficial de las bibliotecas públicas, verá que cada vez es más frecuente que presten, además de libros, muchas otras cosas —herramientas, computadoras, videojuegos o tableros de ajedrez, pianos, películas, lugares para trabajar o estudiar— y ofrezcan talleres de yoga, baile, teatro, etcétera. Aun en países como el nuestro, donde sólo tienen acervos raquíticos y amarillentos, promueven actividades alejadas del silencio con el que se les suele identificar.
Las bibliotecas son efectivamente un tercer espacio, pero a la vez son algo más. Algunos de sus visitantes asiduos no tienen casa; muchos más carecen de un lugar para trabajar. De este modo, son sitios de refugio para indigentes, indocumentados o cualquier persona, sin importar su grado de estudios u otras características. Entre otras razones, por eso no hay otro espacio que tenga mayor potencial democrático.
Las bibliotecas ponen la información y el conocimiento a disposición de cualquiera, pero también reconocen y atienden desigualdades fundamentales, por ejemplo, las oportunidades de descanso. Salvo por algunos deportivos, no hay otra institución que reciba a personas tan distintas para hacer actividades tan diferentes en periodos tan amplios. Uno puede obtener la credencial desde el primer día de nacido hasta los 136 años, sepa o no leer.
Las mejores bibliotecas reconocen la singularidad de cada quien para promover su autonomía. Su verdadera misión no es formar lectores, sino que cualquiera se descubra un poco más dueño de su destino y no sea víctima de la fatalidad, sin discursos grandilocuentes.
Las bibliotecas públicas prestan, no regalan ni venden. Salvo por ellas, ninguna institución hace del préstamo la base de su filosofía. Por eso contribuyen de manera esencial a generar confianza, el mejor sustento de una sociedad democrática. Desde una visión letrada, que asocia los libros a la literatura, su actual apertura al préstamo de otros objetos puede ser interpretada como la pérdida de la centralidad del libro. Yo la entiendo de manera opuesta. Pone al descubierto que tanto los libros como las bibliotecas sirven para todo, incluso para escapar. Pero ¿en verdad ha perdido centralidad el libro?
A unos cuantos meses de abrir Jardín LAC Vizcaínas, una biblioteca pública no dependiente del Estado, nos hacemos esa pregunta a diario. Hemos revisado más de cien mil reseñas para conformar un acervo nuevo y fresco que el usuario perciba como una librería actualizada y hospitalaria en la que se presten también las novedades más recientes. Sin embargo, no sabemos qué les pasará a esas obras que tanto dinero y trabajo han costado. Esa incertidumbre es inquietante. La enfrentamos de manera proactiva. Las bibliotecas públicas pueden ser una caja de sorpresas y convertiremos ésta en un laboratorio.
Todos sabemos que en los laboratorios se hacen experimentos, aunque aquellos a los que tenemos acceso sólo ratifican lo sabido; los que sirven para construir conocimiento socialmente relevante están reservados a universitarios. En cambio, las bibliotecas públicas rompen la asociación automática entre el conocimiento y las escuelas: son hogares para investigadores curiosos, para personas que no se acostumbran a la costumbre ni se someten al infortunio.
Cuando dejé la Biblioteca Vasconcelos, varios amigos y yo fundamos Jardín LAC. Lectura, arte y conversación,3 una asociación civil que pretende ampliar el espacio público a través de la conversación. Gracias al apoyo incondicional y entusiasta del Colegio de las Vizcaínas, hemos tenido la inmensa fortuna de construir una biblioteca en un recinto emblemático de nuestro Centro Histórico. Nos dimos la oportunidad de (re)pensar todo: qué, por qué, con quién, para quién… Jardín LAC Vizcaínas se asume como un laboratorio en una zona de la ciudad que desde tiempos prehispánicos ha sido, cuando menos, conflictiva. Queremos hacer experimentos. Sólo así podremos responder un dilema central de la gestión bibliotecaria: ¿conservar o transformar?
Todas las instituciones (se) sostienen (en) una arquitectura invisible (o invisibilizada) que sale a la luz cuando cuestionamos lo que parece natural. Pasa en el campo de la salud, que tendemos a identificar con la atención médica y hospitalaria y que nos convierte en pacientes enajenados de nuestro cuerpo.4 Pasa con las escuelas y también en el ámbito del arte y la cultura. El museion, un lugar para conversar con las musas, se convirtió en el museo: una vitrina para contemplar.
Esas tres instituciones tienen en común establecer una frontera entre los que saben y tienen un papel activo, por un lado, y los ignorantes que sólo reciben, por el otro. ¿En qué espacio institucional se debe ubicar a las bibliotecas públicas? ¿Pertenecen al ámbito de la educación, la cultura, la salud, la economía, la ecología, la seguridad? Atendiendo a lo que significan para sus usuarios, sin duda, en todos.
Vista desde el paradigma ilustrado, una biblioteca pública puede ser un espacio de redención para iluminar a los iletrados que viven en la oscuridad. ¿Es posible procurar así la libertad, la igualdad y la fraternidad? Tal paradigma supone una organización del saber que se vierte en los aspectos materiales de la gestión bibliotecaria.
Sin embargo, si se quiere generar vida hay que prestar atención a la forma en que ella prospera, es decir, a la mutación continua. De ahí la metáfora del jardín. Es preciso aterrizar la metafísica. Los buenos deseos se deben plasmar en la manera de constituir y ordenar las colecciones. Ensayemos, pues, transformar la arquitectura vertical, aquella que moviliza a sus usuarios de la oscuridad hacia la luz y que sostiene a la mayor parte de las bibliotecas, aunque todas enuncien que su trabajo es horizontal e inclusivo. En Jardín LAC tenemos la oportunidad de proponer criterios alternativos para conformar, clasificar y catalogar las colecciones.
Al igual que la educación pública, generalmente las bibliotecas públicas se conciben como un instrumento de igualación de oportunidades. Si bien reconocen la desigualdad y pretenden subsanarla, los roles están fijos en su arquitectura vertical, como ocurre con el árbol del conocimiento.
Sin descartar del todo el modelo tradicional, nos hemos propuesto hacer experimentos para crear una biblioteca más inclusiva. Por ejemplo, procuramos la interacción de colecciones “especializadas” con un acervo de interés general. La apuesta es que su coexistencia motive una expansión más plural del espacio público. ¿Acaso la biología contemporánea no permite revalorar la manera en que otras culturas conciben el vínculo entre el hombre y otros seres vivos?
En Jardín LAC Vizcaínas estamos creando quince bibliotecas curadas. A través de ellas nos hemos propuesto integrar obras de múltiples disciplinas y géneros, de ficción y no ficción, alrededor de algunos temas que juzgamos importantes.5 Poner a dialogar novelas y poemas con obras científicas o ensayos es una suerte de puesta en acto que valora la experiencia subjetiva.
Esto nos ha llevado a buscar formas de clasificar y catalogar que impulsen las derivas y el deseo de investigar. No estamos descubriendo el hilo negro, eso lo han hecho los algoritmos que impulsan las maquinarias del consumo y que nos han llevado a este futuro incierto y sombrío. Obviamente, también debemos pensar en el acomodo y la presentación de las obras y en muchas otras cosas, con la finalidad de potenciar el valor de los libros para alimentar la conversación.
En Jardín LAC navegamos en contra de una poderosa corriente que promueve el encierro en las propias concepciones y la confrontación con los demás. No tenemos el control de muchas variables, pero es excitante desconocer lo que pasará. De algo estamos seguros, la clave está en habilitar un espacio público para la escucha. ¿Hay alguno mejor que una biblioteca?
Imagen de portada:
Para leer diferentes testimonios y datos, se puede consultar aquí. ↩
Una excelente presentación del tema se encuentra en el texto “Bibliotecas, tercer lugar”, de Mathilde Servet, publicado en español el 23 de mayo de 2012 en el blog Bibliotecas 2029. Disponible aquí. ↩
Iván Illich, Némesis médica. La expropiación de la salud, Barral Editores, Barcelona, 1975. Disponible aquí. ↩
Al respecto, la oposición entre ficción y no ficción es un problema en términos históricos, antropológicos, filosóficos y sociológicos. ↩