La boda de mi mejor amigo: la paradoja del matrimonio igualitario en méxico

Comunidad / dossier / Noviembre de 2023

Wenceslao Bruciaga

I

Aún sostengo que el matrimonio gay, entre hombres homosexuales, es un triunfo descarado del conservadurismo institucional fundado por heterosexuales. Tanta promiscuidad para terminar anhelando un crédito del Infonavit y el combo de lavadora y secadora a plazos.

​ Sin embargo, uno de mis mejores y más cachondos recuerdos ocurrió en la boda de dos grandes amigos. Uno de ellos era actor porno en ese entonces y lo conocí mientras yo hacía reportajes sobre el detrás de cámaras de la industria porno gay de San Francisco. Su boda fue mi primer viaje a Portland. La fiesta tuvo lugar en el salón de un legendario bar gay, cerca del río Willamette, a unas tres cuadras del puente de dos pisos Steel Bridge, famoso por elevar, en un monumental acto de ingeniería civil y magia industrial, su segmento central cada que un buque cruza por debajo de su estructura de acero.

​ La boda fue una sucesión de clichés amparados por la tradición y el llamado dinero rosa: los novios vestidos con smokings idénticos color gris rata y moños pastel, un juez, drag queens que hacían tanto de testigos como de madrinas de anillos y oradores de epístolas sentimentaloides frenadas con bromas incendiarias; ensaladas con anchoas y quesos caros, pizzas, copas de champán. Fotos granuladas aquí y allá porque los smartphones de calidad apenas iban en su segunda generación. Música de Nelly Furtado y Kylie Minogue remixeada junto a clásicos ochenteros.

Fabián Chairez, *Caricias a Herrán*, 2020. Cortesía del artistaFabián Chairez, Caricias a Herrán, 2020. Cortesía del artista

​ Todo era cursi, a excepción del regalo de bodas principal: un gang bang al novio que era actor porno. Resulta que el legendario bar tenía un sótano al que solo accedían hombres. Para cuando bajé, la mitad de los ahí reunidos ya tenían los pantalones en los tobillos, o de plano no los traían puestos. Además de los penes, los únicos que permanecían estirados eran los calcetines finos que seguían, bien sujetos, envolviendo los pies y hasta las pantorrillas. La iluminación oscilaba entre el amarillo pálido y el rojo cavernoso. Y ahí estaba mi amigo, el novio: bocarriba sobre el famoso sling, un columpio de cuero sostenido por una estructura de acero tubular y cadenas. Vestía un arnés —también de cuero—, un jockstrap que se veía pulcro, calcetas de nylon fino y zapatos de vestir. Su cabello se mantenía como recién salido de la peluquería, aunque varias gotas de sudor de los invitados brillaban en las puntas hasta derramarse sobre su frente. El olor a popper empezaba a competir con el de los perfumes salidos de un pasillo de Barneys y la testosterona de axila nocturna. Este detalle me puso como toro. Recuerdo perfectamente que de las bocinas salía “Monkey”, de George Michael, en una versión de doce pulgadas que sonaba como si le hubieran inyectado esteroides a los bajos.

​ Al principio mi pudor tercermundista me impidió unirme a la orgía nupcial. Pero cuando el novio me hizo un gesto con su quijada, pensé que sería de mala educación negarme. Así que me subí al tren de las felicitaciones con mi erección en turno. Fue nerviosamente excitante darme al novio ante su marido, que observaba igual de caliente, fumando puro mientras otros invitados le hacían sexo oral. El resto se daba besos de tres.

​ Fui de los últimos en subir a la superficie. Todas las mujeres se habían ido y solo quedaban rebanadas de pizza fría y botellas de champán que me bebí para remojar con algo la garganta. Ha sido la boda más gozosa, pero sobre todo la más coherente a la que he ido en mi vida.

​ Solo la mía podría superarla.


II

A los pocos días de regresar de Portland, saludé a un par de conocidos con los que, a lo largo de los años, armé una pandilla de inadaptados en las orgías exclusivas —al menos de dientes para fuera— de un departamento en la colonia Roma Norte, en el entonces Distrito Federal. Lo primero que hice fue contarles mi aventura subterránea en la boda gay de mi amigo. La respuesta de uno de ellos fue: “pues qué degenerados, el matrimonio es sagrado”, y acentuó esta última palabra mientras chasqueaba los labios. Lo dijo cuando veíamos cómo penetraban a un chico casi inconsciente por inhalar del trapo tieso y helado (de tanto spray de cloruro de etilo) que sostenía entre sus dientes como perro aferrado a un hueso. Por ese entonces el cloruro de etilo se había puesto de moda como una alternativa más potente que el popper. Bajo su efecto uno podría ser fisteado por el brazo de Dwayne Johnson y sentirlo como barra de mantequilla.

​ Esa noche de orgía chilanga comprendí algo: el matrimonio igualitario, en específico entre hombres, depende simbióticamente del contexto moral de cada país y de la capacidad de asimilación al statu quo que tenga la comunidad homosexual en esa sociedad en particular. Luego entonces, en México el matrimonio igualitario es sagrado, como el Día de las Madres, el “Cielito lindo” o el 12 de diciembre.

​ No obstante, otro contexto moral fue el punto de partida universal: al morir, cientos de hombres marginados por complicaciones de VIH-sida dejaron a sus parejas en una estigmatizante soledad, pero además el patrimonio que habían construido juntos, como propiedades, cuentas bancarias y tesoros sentimentales, quedaron intestados al no existir ningún documento legal que beneficiara al sobreviviente. Fueron muchos y muy sonados los casos en que la parentela del fallecido no tuvo empacho en dejar al novio de su ser querido en el desamparo total, cuando no literalmente en la calle. Las primeras nociones del matrimonio igualitario al interior de la comunidad homosexual surgieron al mismo tiempo que la lucha contra el VIH, con la misma presión y a contrarreloj.

Fabián Chairez, *Identidad desconocida*, 2021. Cortesía del artistaFabián Chairez, Identidad desconocida, 2021. Cortesía del artista

​ La cavidad anal es más susceptible de contraer agentes externos cuando se tiene un pene dentro del esfínter desencadenando un irresistible dolor, infligido con tal bondad y entrega masculinas que vale la pena el riesgo hasta el día de hoy. Se trata de una práctica egoísta: al final, somos hombres que hacen cualquier cosa por penetrar y ser penetrados pese al riesgo que conlleva. Entonces el matrimonio igualitario se entendía, entre hombres gay, como una ramificación de este egoísmo hormonal y falocéntrico; era una forma de perpetuar la promiscuidad que aseguraba, si no la vida, por lo menos los bienes mancomunados. Lo que se exigía era un recurso legal que protegiera a los compañeros de la condena mortal que significaba el virus en los años inmediatamente posteriores a su descubrimiento. Por eso, durante los primeros años del VIH-sida, se defendía el derecho a la promiscuidad libre y segura, sin que importaran los rojos cachetes flamígeros de las sociedades bugas.

​ Más de cuarenta años después, sigue sin encontrarse una vacuna para el mal que se llevó a Rock Hudson, Freddie Mercury y Enrique Álvarez Félix, entre muchísimos otros.


III

Es cierto que la evolución de los antirretrovirales ha permitido que las personas con VIH tengamos una vida sin contratiempos graves, siempre y cuando nos apeguemos con rigor al tratamiento. Fue precisamente con el triunfo terapéutico, y la consecuente relajación de la paranoia comunitaria, que el matrimonio igualitario se convirtió en una suerte de obsesión influida por las costumbres heterosexuales y que abrazaba sus hipócritas valores.

​ El caso de México es un involuntario ejemplo de lo anterior. Muchos activistas LGBT+ promovieron el matrimonio igualitario, pero curiosamente el diputado David Razú fue de los primeros políticos en defenderlo. Razú es un padre de familia nacido en Campeche. Es decir, el mayor defensor de la causa en el pleno del legislativo local fue un hombre hetero, con todas las bondades y la prudencia que eso implicaba.

Durante la primera década del nuevo milenio, el matrimonio igualitario despertó las protestas de la derecha, de grupos conservadores y, desde luego, de todas las Iglesias. Lo interesante, sin embargo, fueron las posiciones en contra dentro del [propio] movimiento social. Quienes [tenían esa postura] argumentaban que [esta institución] llevaba a la comunidad homosexual a un retraso patriarcal, capitalista y opresor.

​ Lo dice Héctor Salinas, autor del libro Matrimonio igualitario en la Ciudad de México: 10 años.

Los gays [que estaban] en contra tenían razón. Pero no se podía negar el hecho de que la legislación permitía ejercer derechos que de otra manera hubieran sido imposibles, [como tener] un patrimonio común, la interdicción, la herencia, el seguro médico, la pensión, etcétera. En ese entonces era la única manera de que el Estado reconociera el ejercicio de los derechos de las personas del movimiento.

​ Su aterrizaje legal fue relativamente simple. Consistió en un par de cambios semánticos dentro de la Constitución: se sustituyó “hombre y mujer” por “personas” y se eliminó el concepto de “unión para la reproducción” para entender el matrimonio como un contrato entre dos personas que se proveen ayuda mutua. Además, se capacitó al personal administrativo, como a los jueces del registro civil, para cambiar la redacción de las actas y sensibilizarlos en temas de diversidad sexual. Así se concretó el logro.


IV

Al parecer no fue suficiente. Una vez que el matrimonio igualitario fue aprobado, empecé a ver que muchos homosexuales comenzaron a compartir las causas de las familias bugas de clase media. El derecho a adoptar, a protestar por la discriminación en los colegios católicos que no admiten hijos o hijas de parejas homoparentales y el acceso a vientres subrogados (que no son sino la actualización del sistema de castas mediante el linaje) o a las líneas de crédito de las tiendas departamentales. Las Marchas del Orgullo se llenaron de consignas que bien podrían redactar los ultraconservadores del Frente por la Familia. Las banderas y los carteles provocativos con insinuaciones pornográficas fueron reemplazados por carriolas y globos como los que avientan al cielo los niños el día de Reyes.

​ Recuerdo que escribí columnas en las que evidenciaba cómo el matrimonio igualitario reproducía ciertas presiones sociales. De la noche a la mañana nadie quería parecer una solterona. Estábamos resucitando viejos prejuicios desde las comunidades sexuales recientemente emancipadas. “Es muy común escuchar en conversaciones que el matrimonio tal vez no forme parte del proyecto de vida [de algunos], pero, justamente, no casarse es opcional, ya no es un impedimento del Estado”, me comenta Alex Alí Méndez Díaz, coordinador de litigio de la asociación México Igualitario Derribando las Barreras.

Fabián Chairez, *Gallo de pelea*, 2022. Cortesía del artistaFabián Chairez, Gallo de pelea, 2022. Cortesía del artista

​ La tensión se espesó cuando la sociedad buga exigió a las parejas homoparentales una represión rayana en la asexualidad si deseaban participar en los círculos familiares. Una pareja de hombres con hijos que hable abiertamente de su intimidad en una reunión de adultos se vuelve automáticamente sospechosa de pervertir a sus herederos, y así devolvemos la sexualidad al mismo clóset tallado en madera de mediados del siglo pasado.

​ Recuerdo que en una de mis columnas cuestioné que no se impulsaran leyes que regularan los lugares de encuentros sexuales anónimos para gays con el mismo ahínco con el que se discutían la adopción homoparental o la gestación subrogada. Entre los comentarios que recibí, muchos subrayaban que los homosexuales no somos animales que solo piensan en culos y vergas. Los siguientes datos no les dan la razón. Según la Encuesta Nacional sobre Diversidad Sexual y de Género de 2021, de los 1.9 millones de hombres que se declaran gays o bisexuales, casi 70 % están solteros. A su vez, la Estadística de Matrimonios del Inegi de 2022 reveló que de los 4 341 matrimonios entre personas del mismo sexo registrados el año anterior, solo 1 845 fueron entre hombres. Lo cierto es que los gays no renunciaron a su promiscua naturaleza. Conozco a varios, casados con todas las de la ley, que siguen yendo a saunas con la misma hipócrita discreción con la que mi padre iba a los tables o a casa de su amante.


V

La prueba de que los homosexuales no renunciamos al hedonismo anal fue la aparición del monkeypox a principios de 2022 (luego se rebautizó como mpox para evitar estigmas). Igual que con el VIH, nuestra promiscuidad estaba a la vanguardia de la evolución de los virus.

​ El activismo exigió la aplicación inmediata de una vacuna que se encontraba en desuso. De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, las dosis se concentraron hasta en un 97 % en el grupo también denominado “hombres que tienen sexo con hombres”. En países como Estados Unidos y Canadá, los centros de vacunación se apostaron en sitios frecuentados por homosexuales y diseñados para el sexo anónimo y multitudinario: bares con cuartos oscuros o clubes de sexo.

​ Pero México nunca aplicó la vacuna contra el mpox, mucho menos reguló los cuartos oscuros. La legislación sobre los “lugares de encuentro” —como eufemísticamente se conoce a los saunas, clubes sexuales y cuartos oscuros— sigue siendo el elefante en medio de la sala de las causas gay. Temístocles Villanueva, diputado de Morena por la alcaldía Cuauh­témoc, comenta:

No hay hasta el momento una iniciativa al respecto. El marco jurídico contra la trata sexual que existe actualmente es bastante rígido y no permite entrar al asunto regularizando los espacios privados. El tema de los espacios públicos es distinto, ahí sí veo una pequeña posibilidad. [Pero] no hay activismos que lo tengan abiertamente en su agenda. A muchas personas que usan estos espacios les espanta que el Estado quiera regularlos. Ante este tipo de temas, siempre se polariza la Asamblea. El resto de las personas legisladoras desconocen esta realidad, les sorprende escuchar de ella y evitan emitir una opinión. Desde la perspectiva de los derechos humanos, es evidente que debe atenderse.

​ Hoy el matrimonio entre hombres exige que renuncien a la promiscuidad si aspiran a ser validados por los hetero, que son quienes, a fin de cuentas, inventaron esa institución, pero, como me dijo Méndez Díaz:

​ La discusión sobre el matrimonio igualitario ha provocado que en la población LGBT+ recobremos la confianza de que podemos ser agentes de cambio respecto a nuestros derechos vulnerados. Esto alienta a organizar Marchas del Orgullo en otros estados de la República. Sin embargo, la ley del matrimonio igualitario no borró automáticamente la discriminación. Tenemos un vacío todavía en el ámbito institucional, en las escuelas, los empleos, los servicios de salud, etc. Finalmente, los crímenes por homofobia son un gran pendiente. Las plataformas institucionales no han visibilizado este asunto con la importancia que merece.

Fabián Chairez, *Idilio*, 2021. Cortesía del artistaFabián Chairez, Idilio, 2021. Cortesía del artista


VI

El matrimonio de Portland sigue casado. Les mandé un mensaje a propósito de este texto. Me dijeron que organizaron una marcha en Oregon para protestar porque California, un estado históricamente progresista, ahora no permite el consumo de alcohol en establecimientos donde hay prácticas sexuales. O te pones pedo o coges. Por eso los clubes de sexo de San Francisco no venden alcohol. No hay regulación perfecta, supongo.

​ Mi amigo ya no hace porno. Puso un local de spinning y creo que le va bien. Los dos siguen igual de promiscuos. No piensan tener hijos, pero quieren festejar su aniversario de bodas con todo y el sling que tienen en su terraza. Les pregunté si podía llevar a mi novio. Ellos me preguntaron si la siguiente boda sería la mía.

Imagen de portada: Fabián Chairez, Idilio, 2021. Cortesía del artista