El antropólogo espía y los imperios tardíos

Espías / dossier / Junio de 2024

Rainer Matos Franco

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La primera vez que Carl Gustaf Emil Mannerheim fue tomado por espía ocurrió a fines de 1904, en las montañas y pantanos semicongelados de Manchuria. A pocos metros del frente, un oficial ruso atisbó con sus binoculares a un personaje de uniforme azul impecable, más alto que el resto. Aquel hombre estudiaba la infantería, comparaba las líneas japonesas y rusas, conocía sus ubicaciones. La sospecha del oficial terminó en un interrogatorio en el cuartel (cuál sería su sorpresa al ver los ojos ligeramente rasgados del personaje). El regaño de un superior aclaró el asunto: Mannerheim quedó libre con la disculpa obligada del oficial. El uniforme azul no tenía ni un rasguño, no porque lo patrocinara el ejército japonés, sino simplemente porque no había conocido batalla alguna.

​ Mannerheim, finlandés, era miembro de la élite del Gran Ducado. Los Mannerheim, de origen germánico, hablaban, naturalmente, sueco (ni siquiera cuando compitió en la primera elección presidencial de Finlandia, en julio de 1919, Mannerheim hablaba finlandés; lo aprendería mucho después, sin que le quitara el sueño). Hay una foto suya en la coronación de Nicolás II en 1896, en Moscú: Mannerheim, guardia de honor, camina unos pasos delante del zar. Se dice que, décadas después, aún conservaba un retrato de Nicolás II en su oficina, cuando era jefe del ejército finlandés. Lo demás ya se sabe: en 1917 ofrece sus servicios a Finlandia al derrumbarse el orden en Rusia, comanda a los “blancos” en la Guerra Civil finlandesa (1918) y los conduce a la victoria, es regente del país y se retira para poner un café en la playa. El gobierno le ruega volver en la década de 1930, avejentado, para que dirija al ejército en la Guerra de Invierno (1939-1940) y la Guerra de Continuación (1941-1944) contra la URSS. Es famoso por su reunión con Hitler en una alianza de facto con Alemania —Mannerheim nunca quiso una alianza de jure, ni firmó ningún papel con el Führer—, que dejó la única grabación de Hitler hablando en privado.1 En 1944 una ley especial hace de Mannerheim presidente de Finlandia para negociar la neutralidad con la URSS.2

​ Amén del currículum, Mannerheim también fue espía. Al volver de la Guerra ruso-japonesa a San Petersburgo, el general Fiódor Palitsyn le tenía una nueva misión. La derrota ante Japón, ingrata sorpresa, caló hondo en Rusia y precipitó la situación revolucionaria de 1905 en varias regiones, atenuada con reformas improvisadas, elaboradas a regañadientes, que crearon un parlamento activo y una Constitución muy parchada antes siquiera de promulgarse. Además, China, imperio similar al ruso —con grandes extensiones de tierra, una población multinacional y multiconfesional, una sociedad rural y una derrota propinada por el mismo enemigo una década atrás—, vecino de cuatro mil kilómetros, se hallaba muy vulnerable. Ahora que Japón dominaba Manchuria, y Gran Bretaña el Tíbet, era de esperarse una fragmentación de China. ¿Habría, quizás, que anexar el Sinkiang, el occidente chino, con sus poblaciones musulmanas que Rusia conocía bien?

El barón Carl Gustaf Emil Mannerheim fumando un puro en un tren alemán en 1942El barón Carl Gustaf Emil Mannerheim fumando un puro en un tren alemán en 1942

​ En ese contexto Palitsyn elucubró un plan para averiguar cuán profunda era la crisis china. Se requería un oficial de innegable lealtad, de preferencia un súbdito no ruso —para no levantar sospechas—, políglota, de bajo perfil, con experiencia en Asia y tiempo de sobra para pasar meses, quizás años, en territorio chino. La meta era escribir un reporte sobre la situación política y militar del decadente vecino oriental y determinar si las reformas que comprometían a la dinastía Qing fortalecían o consumían al país. En pocas palabras, el zar requería un espía y Mannerheim era el candidato idóneo. Además, según parece, el barón finés obtuvo el puesto merced a su excelencia en el dibujo de mapas.3

​ Mannerheim no solo se camuflaría como antropólogo sueco (¿no es lo mismo ser antropólogo y espía, como advirtió Katherine Verdery?),4 sino que se tomaría muy en serio su nueva identidad. Antes de partir a Asia Central acudió a la Sociedad Ugrofinesa y al Museo de Helsingfors (Helsinki) para empaparse de las técnicas etnográficas e indagar cómo contribuir al conocimiento científico de la China septentrional. Ambas instituciones le pidieron recolectar material sobre las “minorías nacionales y tribus poco conocidas” de la región.5 Su modelo era su propio tío, el explorador sueco-finés del océano Ártico, Alfred Nordenskiöld, y también un contemporáneo, el sueco Sven Hedin, notable explorador a quien Mannerheim pretendía emular y cuyo mapa de Asia Central guardaba en un bolsillo.6 Otro arquetipo era el geógrafo Nikolái Przhevalski, de origen polaco, que propuso al gobierno ruso anexar las zonas musulmanas y budistas de China. El general Palitsyn —a quien Mannerheim escribiría cartas a nombre del “tío Feda”— consiguió que el barón viajara acompañando una expedición arqueológica francesa a cargo del sinólogo Paul Pelliot.

​ La expedición comenzó en julio de 1906. Mannerheim partió en tren de San Petersburgo a Moscú y Nizhnii Nóvgorod para luego zarpar por el Volga hacia Astracán, Bakú y Krasnovodsk (hoy Turkmenbashi, Turkmenistán). Se reunió con Pelliot en un tren en Samarcanda. Desde el principio se resultaron antipáticos: la disciplina militar de Mannerheim —levantarse temprano, aprovechar la luz del día— chocaba con la desidia ampulosa del francés, de quien el barón se quejaba en su diario.7 Para octubre Mannerheim decidió viajar por su cuenta, pretextando un periplo hacia el sur de Kashgar, apenas entrado a territorio chino. Conforme penetra en el imperio vecino, el diario de Mannerheim vira hacia cuestiones militares. Aquí daba inicio su misión de espía, siempre bajo el disfraz etnográfico: estudiar el territorio, dibujar mapas, entrevistar autoridades políticas y militares, calibrar fuerzas e imaginar batallas futuras.

​ Mannerheim se convierte así en Ma Da-Han, el “Caballo que se aproxima a China”, nombre registrado en su pasaporte chino.8 Comenzó a aprender mandarín ante la incompetencia de su traductor manchú y llegó a entender y hablar algunos términos útiles. Se topó con un médico y misionero sueco, Gustaf Raquette, quien le informó sobre las costumbres musulmanas locales. Pronto aprendió que en Sinkiang la autoridad china se veía como una carga impuesta desde la capital regional, Urumqi. Conforme se entrevistaba con figuras locales, Mannerheim caía más en la cuenta de la fragilidad de esa imposición y se mantenía atento a las implicaciones políticas de este hecho. En las escuelas apenas si se hablaba chino; en los cuarteles la disciplina militar era mínima.9 Las demostraciones de fuerza que el prefecto local en Jotán organizó con ramas de bambú en vez de armas para impresionar a Ma Da-Han solo reforzaron su idea de que la China occidental no representaba ninguna amenaza. Quizás eso fuera más grave: otro síntoma de vulnerabilidad china frente a las potencias circundantes. No obstante, concluía Mannerheim, en una guerra futura no sería difícil penetrar Sinkiang desde Rusia o azuzar a sus pueblos, menos para anexar la región que para usarla como moneda de cambio en alguna negociación con Beijing (o Tokio, o Londres).

​ Los rasgos que caracterizan a los imperios aparecían por doquier en China. En Jotán, en diciembre de 1906, Mannerheim registró una nota interesante: los abdal o ainu eran “una curiosa tribu de pordioseros que parece tener un papel entre los mahometanos bastante parecido a la posición de los judíos entre naciones cristianas, [viven] desperdigados en pequeñas colonias en varias zonas de los países [regiones] musulmanes”.10 En Aksu, en marzo de 1907, un funcionario le contó sobre los proyectos ferroviarios para conectar la región con el este de China y comentó que las reformas de la dinastía Qing debían hacerse bajo el modelo japonés; con ello China “despertaría” después de “siglos de dormición”.11 Allí por primera vez observó ejercicios militares serios. En Gulja (Yining), territorio ruso entre 1871 y 1881, el barón notó que evocar a Rusia aún suscitaba pasiones negativas.

​ Obligado a mantener su careta antropológica, Mannerheim registraba constantemente las costumbres locales. En sus notas habla, por ejemplo, de la miseria de los torgut, pueblo expulsado del Volga que cazaba roedores del suelo como alimento. Menciona también a los yugur/yögur, una etnia poco conocida pese a haber sido estudiada una década atrás por otro ruso, Grigorii Potanin, a quien Mannerheim leyó. Tanto entre los yugur y otros grupos como entre algunos funcionarios chinos la cámara fotográfica de Mannerheim causaba sensación y fungía como medio para obtener entrevistas. Sin embargo, cuando el antropólogo-espía sacaba su cuaderno para tomar notas, los locales se tornaban reticentes.12 Mannerheim también contribuyó al estudio de dos etnias montañesas poco conocidas, los shiksho y los pajpo de Kargilik, que fotografió diligentemente.13

​ El detalle era muy preciso en sus notas: cuánta distancia recorren los camellos con una carga de armas en cierto tiempo; cuántas casas, bazares o tiendas hay en cada distrito y a qué etnias pertenecen; el número aproximado de habitantes y la topografía. El recuento está repleto de planos y mapas dibujados por Mannerheim, así como de cientos de fotografías que hubieran merecido ganar premios. El detalle de los postes telegráficos tan espaciados uno del otro en Aksu tampoco escapó a las notas de Mannerheim. Todo, absolutamente todo lo que captara el ojo humano, quedó plasmado en su reporte.

Padre Mark Tennien, familia yugur en Lanchow, China, 1944 Padre Mark Tennien, familia yugur en Lanchow, China, 1944

​ Hubo, sin embargo, varios momentos en que su identidad quedaría expuesta (¿por qué un antropólogo fotografiaba infraestructura militar?). Su pasaporte chino revelaba que se trataba del “súbdito ruso, barón finés Mannerheim”. Cuando se separó de Pelliot, al francés se le fue la lengua y delató a Mannerheim entre otros galos.14 Es probable que estos u otros detalles transpiraran hacia las embajadas nipona y británica por los múltiples espías japoneses e ingleses diseminados en China. Al término del viaje, cuando Mannerheim zarpó a Japón en 1908 invitado por el encargado de negocios ruso en Beijing, Borís Arséniev, advirtió que tenía tras de sí varias sombras. En la estación de Shimonoseki compró boletos para dos trenes que iban al norte por rutas distintas. Cuando arrancó el primer tren Mannerheim saltó hacia fuera y cruzó la plataforma para tomar el segundo, con lo que perdió a su sombra.15 Acaso era un ejemplo más acorde a lo que hoy entendemos por “espía”, un concepto torcido recubierto de “acción”.

​ Ya en la China central, en Lanzhou, Mannerheim visitó toda una biblioteca de materiales pronipones en la escuela militar local. Había imágenes en las paredes con los emperadores chino y japonés sentados, el último sostenido por el zar ruso —señal de derrota—, y soldados chinos con uniformes japoneses.16 Conforme se acercaba a Beijing los ejercicios militares se tornaban más serios, los funcionarios más leales y la sociedad “menos corrupta”, como notó en Xian. En la capital, dos años después de iniciar su viaje, el barón fue recibido en la embajada rusa por Arséniev y el agregado militar Lavr Kornílov (aquel que en agosto de 1917 intentaría un golpe de Estado contra el gobierno provisional ruso).17 Alojado en la embajada, Mannerheim pasó varios días revisando su reporte para San Petersburgo; Kornílov le ayudó a afinarlo en cuanto a las implicaciones geoestratégicas futuras.18 De ahí Mannerheim se fue a Japón con Arséniev. Regresó a San Petersburgo por Vladivostok hasta octubre de 1908. En la reunión con el zar para reportar las conclusiones del viaje conseguiría mantener su atención por más de una hora.

​ Con la publicación del reporte de Mannerheim en 1940, Sven Hedin —cuyo mapa guardaba en su bolsillo— diría que el barón finés se había convertido en “uno de los más importantes investigadores de Asia”.19

Migita Toshihide, *No hay enemigos donde quiera que vayamos: capitulación de Pyongyang*, una escena de la primera guerra sino-japonesa, 1894. The Metropolitan Museum of Art Migita Toshihide, No hay enemigos donde quiera que vayamos: capitulación de Pyongyang, una escena de la primera guerra sino-japonesa, 1894. The Metropolitan Museum of Art


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El viaje de Mannerheim a lo largo de China fue un aviso del fin de una época. Unos años después culminaría la era en que los imperios contiguos que compartían fronteras extensas —en Asia y Europa— desconfiaban constantemente uno del otro. Representa, también, un ejemplo más de proyectos imperiales que ponen la etnicidad en el centro, en los que el armazón imperial se compromete a intentar hacerse atractivo para nacionalidades dentro y fuera de sus fronteras. Y es, sobre todo, un recordatorio más de lo que eran —y siguen siendo— Rusia y China en su concepto multinacional, es decir, una población multicultural y gobiernos que constantemente gestionan la diversidad, tema que atraviesa todas sus políticas públicas. El viaje del Mannerheim espía fue eso: un agente finlandés, suecoparlante, camuflado como antropólogo sueco, al servicio fiel de la Corona rusa, atravesando regiones musulmanas centroasiáticas y estudiando las posibilidades de ensanchar o preservar las fronteras de entonces. Es un recordatorio de que los principales tomadores de decisiones no tienen tiempo para familiarizarse con peculiaridades,20 y que, conforme decretan principios generales, tienen que ceder a órdenes y realidades locales. En el terreno siempre necesitarán espías.

Imagen de portada: Migita Toshihide, No hay enemigos donde quiera que vayamos: capitulación de Pyongyang, una escena de la primera guerra sino-japonesa, 1894. The Metropolitan Museum of Art

  1. Se puede consultar aquí

  2. La mejor biografía de Mannerheim en inglés es la de Jonathan Clements, Mannerheim. President, Soldier, Spy, Haus, Londres, 2009. Exploré las implicaciones de su regencia en 1918-19 y de su presidencia en 1944-46 en “Del concepto de dictadura y el barón finés”, Ágora, otoño de 2011, año VII, núm. 11, pp. 5-20. 

  3. Clements, op. cit., p. 295, n. 13. 

  4. Katherine Verdery, My Life as a Spy. Investigations in a Secret Police File, Duke University Press, Durham, 2018. 

  5. Wang Peng-Hui, “Kitaiskaia ekspeditsiia nachala XX veka rossiiskogo poddanogo finskogo proisjozhdeniia Ma Dajania (Mannergeima)”, Chelovek i Kultura Vostoka. Issledovaniia i Perevody, 2019, vol. 1, núm. 7, pp. 165-166. 

  6. C. G. Mannerheim, Across Asia from West to East in 1906-1908, Anthropological Publications, Oosterhout, 1969, p. 150. Disponible aquí; Clements, op. cit., p. 90. 

  7. Clements, op. cit., pp. 94-106. 

  8. Clements ha notado que otras traducciones dadas al término —incluso por Mannerheim— son erróneas, por ejemplo, “Caballo que salta sobre las nubes” (Clements, op. cit., pp. 289-290). 

  9. Clements, op. cit., p. 109. 

  10. Mannerheim, op. cit., p. 92. 

  11. Ibid., p. 170. 

  12. Ibid., p. 445. 

  13. Ibid., pp. 108-109. 

  14. Clements, op. cit., p. 112. 

  15. Ibid., p. 147. 

  16. Mannerheim, op. cit., p. 529. 

  17. En 1918 Kornílov fundó el Ejército Voluntario “blanco” contra los bolcheviques, mientras Mannerheim comandaba las fuerzas blancas contra los “rojos” finlandeses. 

  18. En 1910 el gobierno enviaría a Kornílov a una expedición similar a la de Mannerheim en Mongolia y Kashgar para calibrar las defensas fronterizas chinas. Su conclusión sería más alarmante que la de Mannerheim, pero el advenimiento de la república en China en 1911 la invalidó. 

  19. Wang, art. cit., p. 177. 

  20. Herfried Münkler, Empires. The Logic of World Domination from Ancient Rome to the United States, Polity, Cambridge, 2007, p. 24.