Entender lo inentendible

Especial: Diario de la pandemia / suplemento / Junio de 2020

Alejandra Ibarra Chaoul

Me puse a cubrir la pandemia en un intento por entenderla. Tres semanas después me doy cuenta de que me propuse lo imposible: entender lo que no puede comprenderse. ¿Cómo entender algo que no tiene sentido? Porque lo que yo quería entender no era la pandemia como tal, eso sí tiene sentido. Después de ver documentales del coronavirus, leer artículos científicos y noticias sobre el virus me ha quedado claro: la pandemia tiene sentido. Es más, era cuestión de tiempo. Una pandemia por vías respiratorias. Una bomba esperando estallar. Sólo que no sabíamos dónde, cuándo y qué tan fuerte sucedería. Y se nos hizo más fácil no prepararnos, o se les hizo fácil a los que lo sabían y decidieron no decidir hacer algo. Pero tiene sentido. Esa parte tiene sentido. Tiene sentido la parte del contagio por contacto, la parte del daño a los pulmones. Pero no tiene sentido decir que lo más cercano a una nueva normalidad aparecerá cuando se desarrolle una vacuna, lo que puede tardar más de un año. La nueva normalidad no tiene sentido. Además, no tenemos una fecha clara a la cual aferrarnos como faro guía que nos dé esperanza ante la oscuridad del encierro. Y por todo lo que no sabemos o no podemos controlar, la incertidumbre se ha convertido en nuestra compañera más íntima en el día a día de la pandemia. Eso es lo que yo quería entender. Para eso me fui a meter a un hospital. Ahora pienso que quizá bastaba con meditar. Me quedé con la impresión de ver el daño del COVID-19 en la gente y con la incertidumbre como compañera. Porque ésa no se fue. Me despierto y está ahí. Me hago un café por la mañana y se sienta a tomarlo conmigo. Voy al baño y, la verdad ya me parece un abuso de confianza, viene también. Cierro los ojos y la siento. Los abro, y en los ojos cansados y confundidos de la gente que sobresale de los tapabocas, la veo. “Cuando esto acabe” es el título de mi sección favorita en una larga lista de anhelos. Cuando esto acabe quiero abrazar a todo mundo muy fuerte. De esos abrazos que te acercas y los cuerpos embonan y sientes el corazón del otro palpitar en la piel propia. Cuando esto acabe quiero acurrucarme a ver la tele y sentir el calor humano. Cuando esto acabe quiero salir a bailar y sudar en medio de una muchedumbre que sude igual o más que yo. Cuando esto acabe quiero agarrar los tubos del metro, las manijas de las puertas, las repisas del súper, las manos de a quien salude, sin miedo. Pero me da miedo que cuando esto acabe, todos nos tengamos reserva. Interpongamos espacio. Me da tristeza pensar que hayamos interiorizado a Susana Distancia al grado de preferirla a ella que el contacto y la cercanía entre nosotros. Y lo entiendo. ¿Cómo saber cuándo es seguro volver a sentirnos cerca? Salí por un paquete de entrega a domicilio y en la puerta de mi edificio estaban un hombre cubierto con traje de astronauta y un vecino. No conozco al vecino. Traía una mascarilla negra y una mirada de consternación. El astronauta venía de los laboratorios del Chopo con un hisopo que pretende ofrecer seguridad, cuando sólo es capaz de ofrecer un “positivo” o “negativo”, como los emperadores romanos de la película Gladiador que giraban el dedo pulgar hacia arriba o hacia abajo según se les diera la gana. El hisopo viene en representación de la prueba del COVID-19 y la trae cargando un astronauta. Pero en el fondo, aun si das positivo, ¿qué certezas brinda? ¿A qué probabilidades te adhieres? ¿Calculas la cantidad de comorbilidades que puedes juntar, como puntos en un test de revista? ¿Cómo sabes, cuando da positiva tu prueba, que llegaste al punto de inflexión entre pedir una ambulancia o quedarte en casa? ¿Y cómo calculas hacerlo con suficiente tiempo para que no sea demasiado tarde? El jueves 30 de abril por la noche el subsecretario de Salud, Hugo López-Gatell, habló con los niños. Lo vi un rato y, al igual (creo) que todos los que lo vimos, me llené de ternura. Me reí con las preguntas y me tranquilicé con el semblante sonriente del funcionario sentado casualmente en un banquito respondiendo en los términos menos complicados que permite su formación médica. Mientras los niños hacían las preguntas y el subsecretario las respondía una tras otra , afuera de mi casa y en las calles de toda la colonia alguien pegaba carteles rojos con una leyenda muy breve al centro: Salva Vidas. QUÉDATE EN CASA. Cerré la pantalla después de un rato del show. Sin las voces infantiles me quedó como registro sonoro solamente la sirena de las ambulancias atravesando la calle y que llenan el vacío de las noches en mi colonia. Una tras otra. Tras otra. Más tarde por la noche, oía a los hombres que trabajan afuera de mi ventana toser y toser y toser hasta que me quedé dormida. Al día siguiente, el sonido de siempre, el: “Se compran refrigeradores, estufas, lavadoras o algo de fierro viejo que vendaaaa” se fusionó con el anuncio que sale del altoparlante de las patrullas que recorren las calles recordándole a la gente no salir de casa. Despierto. Sonrío porque estoy acompañada: aquí está conmigo la incertidumbre. No ceja, no cede, no abandona. Checo mi celular. Tengo un mensaje de un editor. Me pide que prepare un texto que quede listo justo para el final de la pandemia. “Para publicar en cuando esto termine”, lee el mensaje. Me da envidia su manera de pensar. Tan pragmática. Necesitamos un texto para cuando esto termine. Volteo a ver a mi compañera, quizá ella sabe de qué habla el remitente del texto. ¿Cuándo va a acabar?, inquiero. Nada. Le pregunto, pero no me contesta. Se me queda viendo nomás, con la misma mirada perdida que tengo yo en la cara. Me le quedo viendo más de cerca y me doy cuenta de que la cara de la incertidumbre es la mía, reflejada en el espejo.

Alejandra Ibarra Chaoul es periodista y autora. Ha publicado en Letras Libres, Gatopardo, Horizontal, Ríodoce y Pie de Página, entre otros. Escribió El Chapo Guzmán. El Juicio del Siglo (Aguilar 2019) y es coautora de No basta encender una vela (Rayuela 2015). Es politóloga por el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM) y periodista por la Universidad de Columbia.

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Imagen de portada: Espejos. Fotografía de Vlad B., 2017. CC