Populismo digital. Cómo Internet está acabando con la democracia

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Populismos / dossier / Diciembre de 2022

Mauro Barberis

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La explicación del populismo que se ofrece aquí podría resumirse de esta manera: el populismo siempre ha sido una anomalía, una especie de oveja negra del rebaño democrático, a la que las democracias han recurrido periódicamente para superar sus crisis de legitimidad. Esta vez, sin embargo, no nos enfrentamos a crisis políticas o económicas habituales, sino a la revolución digital. La hipótesis es que, para adaptarse al nuevo contexto de Internet, la democracia ha experimentado una especie de mutación: el populismo digital.

​ La pregunta es: ¿funcionará ese cambio? Este libro responde que no, debido al cortocircuito entre instituciones y medios de comunicación que caracteriza al populismo digital. Cuando los distintos Trumps, Johnsons o Salvinis tuitean o publican, nunca queda claro si lo hacen como gobernantes o como meros usuarios de las redes sociales. Esto genera malentendidos, controversias y a veces verdaderas catástrofes, como descalabros bursátiles, conflictos internacionales, fracaso de operaciones policiales que debían permanecer en secreto… Ciertamente, no estamos ante una repetición del antiguo conflicto entre los aristócratas y el pueblo que, según Maquiavelo, habría hecho libre a Roma1. Por el contrario, el cortocircuito entre las instituciones y los medios de comunicación también lleva al Poder (con mayúscula) a encerrarse en su propia burbuja mediática, donde gusta y se le escucha. Así, los gobiernos populistas ya ni siquiera pretenden gobernar; se dedican abiertamente al espectáculo y no hacen más que redactar leyes manifiestas para ganar las pró­ximas elecciones.

Asalto al Capitolio de los Estados Unidos, 2021. Fotografía de Tyler Merbler. FlickrAsalto al Capitolio de los Estados Unidos, 2021. Fotografía de Tyler Merbler. Flickr

​ Mientras tanto, otra potencia ocupa su lugar. Es el poder (con minúscula) administrativo: las burocracias ministeriales, los aparatos de seguridad, los órganos fragmentados del Estado. Mientras el Poder gobernó, apenas percibimos su existencia. Desde que dejó de hacerlo, nos dimos cuenta de que el poder gobernaba antes. Peor aún, la propia administración ha sido sustituida por los algoritmos utilizados para automatizar sus procedimientos, y los tripulantes descubrimos con horror que la cabina estaba vacía. Así, si Platón reviviera y volviera a estudiar el alma de la polis la encontraría dividida en dos sistemas.

​ Por un lado, el sistema 1, el poder que opera reparando puentes o dejándolos caer, rescatando a los enfermos o abandonándolos en las salas de urgencias, atendiendo las llamadas de las mujeres golpeadas por sus maridos o ignorándolas por pasar el tiempo con los videojuegos… El poder automatizado funciona así, puede ser fraterno o brutal.

Por otro lado está el sistema 2, el Poder. Para los padres de la democracia liberal, los gobiernos debían ser más racionales que la administración para poder guiarla, controlarla y quizás reformarla. Pero hoy los gobiernos populistas hacen como que juegan videojuegos, lo cual es una verdadera irresponsabilidad soberana. Y sus oponentes no se quedan atrás cuando no ven que el remedio está en el mal: el Internet.

​ Casi todos los libros sobre populismo publicados desde 2016 dedican un apartado final a las soluciones. Uno de los mejores comienza con el pie derecho, señalando que “en gran medida el auge del populismo está motivado por razones tecnológicas”, por lo que parecería obvio “que la solución también debe ser tecnoló­gica”. Pero luego propone los paliativos habituales: domar el soberanismo, restaurar la economía, educar al populacho. En cambio, aquí se indican remedios más específicos, de tres tipos: constitucionales, políticos y mediáticos. […]

*Year One*. Portada de la revista ©*Time*, enero de 2018. Ilustración de Edel RodriguezYear One. Portada de la revista ©Time, enero de 2018. Ilustración de Edel Rodriguez


Utilizar los medios de comunicación mejor que los populistas

Durante el infernal agosto de 2019, mediáticamente marcado en Italia por el desembarco de refugiados y en Estados Unidos por las masacres en los supermercados, la única noticia consoladora fue la siguiente: Obama —que no solo fue el primer presidente estadounidense negro, sino también el primero que se eligió gracias a Internet— superó a la estrella del pop Katy Perry en número de seguidores. Si esta les parece la mejor noticia… Me gustaría sorprenderlos con mi “optimismo” y hacerlos reflexionar sobre dos aspectos que hacen de este hecho algo más que una curiosidad.

​ En primer lugar, Obama no es el hombre del que más se habla en Internet a nivel mundial: ese, por supuesto, es Trump, su sucesor. Trump, molesto porque Obama tenía una lista de seguidores más larga que la suya, convocó al dueño de Twitter a la Casa Blanca; sin embargo, este no pudo hacer otra cosa más que responder que aunque ambos aumentan sus respectivos seguidores cada día, al ritmo actual Trump podría superar a Obama en veinte años.

​ En el verano de 2018, Obama tenía 107 millones de seguidores, que durante 2019 aumentaron medio millón por mes. Y he aquí lo más importante, el 13 de agosto de 2017, tras otra masacre racista, Trump se las arregló para condenar la violencia “en ambos bandos”, poniendo a un mismo nivel a asesinos y asesinados. Obama le respondió en Twitter de manera firme, tranquila e inteligente para ilustrar la diferencia entre el uso populista y el antipopulista de las redes sociales, y tuiteó una foto de los compañeros multiétnicos de sus hijas con una frase de Nelson Mandela que comenzaba: “Nadie nace odiando…”. Cuatro millones cuatrocientas mil personas pusieron un corazón rojo en ese tuit, el más popular en la historia de la plataforma. Este es el segundo remedio contra el populismo: utilizar los medios de comunicación con más eficacia que los populistas. ¿Pero cómo? Hay muchos modos de utilizarlos: aquí distingo tres, que llamo respectivamente homeopático, automático y dirigido.


El modo homeopático

Es posible utilizar las redes sociales de forma homeopática, como ese tipo de medicina que inocula sustancias —pharmakoi, que en griego significa tanto veneno como medicamento— en dosis muy bajas pero suficientes para generar anticuerpos. Es el mismo principio de las vacunas, con la pequeña diferencia de que las vacunas sí funcionan. Lo mismo ocurre con las redes sociales: utilizar internet en dosis homeopáticas, como suelen hacer los opositores de los populistas, sirve poco o nada.

​ Tomemos el ejemplo de la página web del Partido Demócrata de Estados Unidos. Durante años, antes y después de la derrota de Hillary Clinton, aun teniendo tres millones de votos más que Trump, el sitio de los demócratas no se dirigía a la mayoría del país, sino a diecisiete minorías. Has leído bien: en su página de inicio había diecisiete enlaces, uno al micrositio de las feministas, otro al de los negros, otro al de los homosexuales… Para no excluir a nadie, no se habló con nadie.

​ Este uso homeopático, ideológico y bienintencionado de la red para mostrarse incluyente es tan inútil y contraproducente como aplicar la vacuna del año pasado contra la influenza. […]

*The Age of Fire and Fury*. Portada de la revista ©*Der Spiegel*, enero de 2018. Ilustración de Edel RodriguezThe Age of Fire and Fury. Portada de la revista ©Der Spiegel, enero de 2018. Ilustración de Edel Rodriguez


El modo automático

Esta forma imita las técnicas de desinformación populista (disinformatja, en ruso). Basta con invertir una cantidad de dinero relativamente modesta —mucho menos de lo que se gastaría en propaganda tradicional— en un staff digital que responda golpe a golpe a la disinformatja populista. Si uno tiene la suerte de que una potencia extranjera lo financie, el servicio puede salirte gratis.

​ La maquinaria de propaganda populista difunde noticias falsas, discursos de odio, narrativas según las cuales el exterminio de los judíos nunca tuvo lugar, Obama no nació en Estados Unidos o las vacunas producen autismo… No problem, armamos una máquina de propaganda igual pero opuesta, mas no para restablecer la verdad. El fact-checking a veces tiene el efecto de propagar aún más las mentiras, dándoles la categoría de “hechos alternativos”, tan creíbles como los verdaderos.

​ Es mucho mejor difundir noticias falsas, discursos de odio y contranarrativas, solo que antipopulistas. Además, con individuos como Johnson, Trump y Salvini no hace falta inventar nada, ellos lo hacen todo. Sin embargo, la estrategia automatizada (con sus bots, sitios fantasmas, hackers extranjeros) presenta un problema: no combate el populismo digital, lo alimenta. Recordemos que el populismo digital no es una ideología, sino un estilo político; si los antipopulistas lo adoptan, ¿en qué se distinguirían de los populistas?

​ Si todos los actores del juego político practicaran el populismo digital, las consecuencias serían las mismas que las del populismo tout court: irracionalidad, ingobernabilidad, anarquía. Y no solo a corto plazo. Los efectos sobre las instituciones serían tan devastadores que como único remedio posible tendríamos la tiranía o lo que hoy llamamos la democracia ili­**beral, con el peligro añadido del entorno digital, que pone a disposición de los gobiernos actuales recursos inimaginables para los tiranos de antaño.

*Dirty Bombs*. Portada de la revista ©*Época*, enero de 2018. Ilustración de Edel Rodriguez Dirty Bombs. Portada de la revista ©Época, enero de 2018. Ilustración de Edel Rodriguez


El modo dirigido

Afortunadamente, existe una alternativa a los usos homeopáticos y automáticos de Internet: el modo dirigido. Contra el populismo digital se puede emplear una estrategia mixta, que consiste en al menos tres actividades. En primer lugar, la denuncia de las fake news, del discurso de odio y de las narrativas populistas, pero no de forma automática: algunas de ellas merecen simplemente ser ignoradas. Luego aplicar la contranarrativa de las minorías (demonizadas por las narrativas populistas). Por último, es necesario recurrir a todas las herramientas comunicativas que proporcionan las nuevas tecnologías, y no solo durante las campañas electorales, que dicho sea de paso, se han vuelto permanentes. Es decir que, en las democracias populistas Internet puede desempeñar con mayor eficacia el papel de vigilante (watchdog) del Poder y del poder, rol que en las democracias representativas tenía la prensa independiente. Me limito a tres ejemplos, tomados de la experiencia del gobierno de Matteo Salvini.

​ En primer lugar, hay que denunciar todos los pactos de los partidos y gobiernos populistas occidentales con los regímenes orientales que reprimen la disidencia propia y la financian en casa de los demás. Basta pensar en los compromisos de la Liga italiana con el régimen ruso, que no han sido percibidos en toda su gravedad. Lo importante en hechos como este no es la financiación solicitada a una potencia extranjera en sí, sino la sospecha de que servirían para favorecer la salida de Italia del euro primero y de la Unión Europea después.

​ En segundo lugar, hay que denunciar las violaciones de derechos humanos por parte de gobiernos que se autodenominan soberanistas pero que en realidad se limitan a seguir modelos extranjeros. Quien denuncie tales violaciones ya sabe que la máquina del fango populista (storm of shit) lo embestirá, criminalizándolo como amigo de los delincuentes, los terroristas o los migrantes. Pero esta vez podrá apelar a los usuarios de la red, recordándoles que las violaciones a los derechos de las minorías son solo el principio, el ensayo general del fin de la democracia.

​ En tercer lugar, hay que denunciar los abusos del poder: la administración cuando ejecuta las órdenes del Poder. Por ejemplo, si un ministro del Interior intenta explotar la indignación por el asesinato de un carabinero, las fuerzas del orden no pueden prestarse a difundir en sus chats la foto de un detenido con los ojos vendados. No es posible que los operadores de seguridad ignoren que esas imágenes repugnantes circularán fatalmente por todo el mundo.

​ En términos más generales, los gobiernos populistas son estructuralmente inestables. Habiendo apostado por cabalgar la fluctuante opinión digital, no deberían ignorar que esta asegura triunfos inmerecidos, pero después cambia como las mareas. El verdadero problema, por otro lado, no son las tendencias autoritarias de los populistas, ni la capacidad que tienen sus oponentes para denunciarlas, sino la resistencia de las instituciones frente al pandemónium digital. […]


Menos energía para la red principal

Otro remedio sería no pensar que la crisis de la democracia se puede combatir con más democracia. No hay que engañarse creyendo que puedes jugar al “tú por tú” con los tramposos de la red y que puedes combatir al populismo digital con sus propios trucos. Tampoco debemos pensar que el océano populista puede vaciarse con la cubeta de la educación cívica, debidamente complementada con la educación digital y la ética en los medios. Si el núcleo del problema es Internet, hay que regularlo.

​ En este tema, desde 2016, las recetas se persiguen unas a otras. Entre los médicos reunidos junto al lecho de la democracia, muchos han adoptado el método populista del entretenimiento, de modo que se esfuerzan por atraer la atención de los usuarios recurriendo a titulares de choque. Al consumirlos, podría pensarse que la alternativa está entre cerrar Internet o respetar religiosamente la libertad de la red. Sin embargo, al leer propuestas concretas de regulación, uno tendría dificultades para distinguir entre ambas alternativas.

​ Quizás haya que ir más atrás y recordar que en la historia del Estado moderno se le impusieron al poder tres límites de manera progresiva. Primero, se limitó la soberanía de los monarcas y la propia soberanía popular al exigirles que obedecieran la ley (Estado legislativo). Luego, a la legislación democrática se le impuso respetar la Constitución (Estado constitucional). Hoy en día se trata de limitar otro poder, más omnipresente y escurridizo que los anteriores, que algunos llaman la soberanía de la red.

​ La red es soberana porque confiere legitimidad, quitándosela a los Estados nacionales. Los Estados solían tener el monopolio de tres bienes: la fuerza, la moneda y las comunicaciones. Pero las comunicaciones han pasado ahora a la red, al menos desde que el gobierno de Estados Unidos se la entregó a los que hoy llamamos gigantes de Internet. La moneda podría pasar a sus manos también si el proyecto Libra, la moneda digital de Facebook, sale adelante. Lo único que falta es el monopolio de la fuerza, pero el populismo digital también lo está proporcionando. […]

*Das wahre Gesicht des Donald Trump.* Portada de la revista ©*Der Spiegel*, agosto de 2017. Ilustración de Edel RodriguezDas wahre Gesicht des Donald Trump. Portada de la revista ©Der Spiegel, agosto de 2017. Ilustración de Edel Rodriguez


¿Producirá la revolución digital una enorme regresión?

Todas las comunidades humanas son inventadas: pero Internet lo es más. Los individuos pegados a sus ordenadores o teléfonos inteligentes ni siquiera forman una multitud, sino un conjunto. Cuando vivamos verdaderamente onlife, dependiendo del “internet de las cosas” que gestionará nuestra existencia sin nosotros, no solo cambiará la naturaleza humana, como siempre sucede al cambiar los entornos vitales. Quizá también los humanos se conviertan en cosas administradas por otras cosas, como en el viejo sueño positivista.

​ ¿Qué régimen político se adaptará mejor a este ambiente onlife, más tecnológico que humano? El populismo digital aparece como un experimento a tientas. En realidad, podría haber tres alternativas: el Estado constitucional, defendido por las élites intelectuales, el Estado neoliberal, preferido por las élites económico-financieras y tecnocráticas, y esa especie de Estado de seguridad soberanista que tanto gusta a los seguidores del populismo. […]

​ En la historia, normalmente, nunca prevalece una solución pura, sino una mezcla: aquí, tal vez, varias mezclas de constitucionalismo, neoliberalismo y populismo. Sin embargo, si el populismo es ante todo un fenómeno digital, no pensemos en deshacernos de él con un encogimiento de hombros: donde todo está onlife la política no puede estar en otra parte. Los antiguos, razonando en términos aristotélicos, tal vez pensarían en un ciclo de gobiernos populistas y de tiranía, pasando por democracias iliberales. Pero los antiguos tampoco imaginaron la evolución ni el Internet.

​ La revolución digital, desde este punto de vista, podría incluso convertirse en una enorme regresión. Ya hoy, en la red, la Tierra vuelve a ser plana y las vacunas causan autismo. No se puede descartar, pues, que la civilización humana acabe como la Isla de Pascua, autoinmolándose ante sus ídolos tecnológicos. Sería el cierre de un ciclo: el Homo sapiens se convertiría en un chimpancé. Nuestro primo, el macho alfa, ya sonríe con la idea de aceptarnos entre sus followers.

Selección de Mauro Barberis, Populismo digitale. Come internet sta uccidendo la democrazia, Chiarelettere, Milán, 2020. Se re­produce con el permiso del autor.

Imagen de portada: Asalto al Capitolio de los Estados Unidos, 2021. Fotografía de Tyler Merbler. Flickr

  1. Ver Niccolò Machiavelli, Discorsi sopra la prima deca di Tito Livio (1512-1519), Rizzoli, Milán, 1984, p. 71 (I.4).