Una alineación de trabajadores inmigrantes

Comunidad / panóptico / Noviembre de 2023

Eileen Truax

Era julio de 1998 y Francia hacía las veces de país anfitrión del Campeonato Mundial de Futbol de la FIFA. Por primera vez, su equipo levantaba la Copa del Mundo tras ganar por tres goles a cero la final contra Brasil, el campeón anterior. La estrella del partido fue Zinedine Zidane, oriundo de Marsella, hijo de argelinos y uno de los doce jugadores de la selección gala —cuyo total de jugadores suma veintitrés— nacidos en otro país o de ascendencia extranjera. Zidane anotó los dos primeros goles, y en los días posteriores el equipo vistió su triunfo como un éxito de la diversidad e integración de la sociedad francesa, en un momento en el que la inmigración aún no era un tema de seguridad nacional.

Zinedine Zidane durante el partido final de la Copa Mundial de Futbol Alemania 2006. Fotografía de David RuddellZinedine Zidane durante el partido final de la Copa Mundial de Futbol Alemania 2006. Fotografía de David Ruddell

​ Tiene lógica que un equipo como el francés fuera diverso desde entonces, porque Francia ya era un país multiétnico y multicultural, con alrededor de diez por ciento de población inmigrante,1 que provenía, sobre todo, de las antiguas colonias francesas de África y otros territorios. Cuatro años después, sin embargo, la unidad del mismo equipo estuvo a punto de resquebrajarse: los jugadores “mestizos” de la selección amenazaron con boicotear el campeonato mundial de 2002 en protesta por el éxito del candidato de la extrema derecha, Jean-Marie Le Pen, en la primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas de ese año. El susto duró poco: Le Pen fue derrotado en la segunda vuelta, pero la historia se repite (dice el cliché), y la de Francia también, tanto en la política como en el deporte.

​ En las elecciones de 2017 la extrema derecha, de nuevo, llegó a una segunda vuelta electoral por la presidencia. Esta vez la encabezaba la hija de Jean-Marie, Marine. Polémica por sus comentarios xenófobos y racistas, la candidata Le Pen dijo que al mirar a Les Bleus, el sobrenombre de la selección de futbol, no reconocía a Francia ni se reconocía a ella misma. Le Pen fue derrotada por Emmanuel Macron. Un año más tarde, la selección francesa llegó al Mundial de Futbol de 2018 con un equipo en el que diecisiete jugadores eran inmigrantes o hijos de inmigrantes; de ellos, doce eran de origen africano. Un claro reflejo de una Francia que ya para entonces rondaba el trece por ciento de población inmigrante.

​ Durante ese mismo mundial, once jugadores belgas, y seis de Inglaterra (recordemos que hablamos de una plantilla de veintitrés), eran hijos de al menos un inmigrante; otros cuatro, también de Inglaterra, eran de ascendencia afrocaribeña. El director técnico, Gareth Southgate, dijo en una entrevista a la cadena BBC: “Somos un equipo diverso y joven que representa la Inglaterra moderna. En Inglaterra, hemos perdido un poco de tiempo en lo que respecta a nuestra identidad moderna. Por supuesto, en principio seré juzgado por los resultados en el futbol, pero tenemos la oportunidad de influir en otras cosas que son mucho más grandes”, como suele ocurrir en todos los ámbitos cuando se trata de la población migrante.


EL ETERNO CAPITAL HUMANO

“Si te gusta el futbol, debes darles la bienvenida a los inmigrantes”: ese fue el título del artículo académico de 2015 del economista Wolfgang Fengler. Lo publicó un año después de que Alemania, un país con alrededor de doce por ciento de población inmigrante, obtuviera su cuarto campeonato mundial gracias a una escuadra integrada por veintiséis por ciento de inmigrantes o hijos de ellos. En su texto, Fengler afirmaba que “para seguir siendo competitiva, y no únicamente en futbol, Alemania necesita gente talentosa”.

​ De acuerdo con el Observatorio de Futbol del Centro Internacional de Estudios de los Deportes (CIES, en inglés), el porcentaje de jugadores extranjeros en 31 ligas europeas alcanzó un nivel récord en 2018, con 41.5 por ciento de jugadores; ocho puntos porcentuales más que diez años atrás. Algo similar ocurre con la selección nacional masculina de futbol de Estados Unidos, que registra un incremento, en todas sus categorías, en el número de integrantes nacidos fuera del país. Este fenómeno contradice la retórica y el discurso antiinmigrante estadounidense de los últimos años. La selección llegó al Mundial de Futbol de Catar, en 2022, con un veinte por ciento de jugadores inmigrantes o hijos de inmigrantes, y una alineación que combinaba blancos, afroamericanos y latinos. En general, durante ese torneo, 137 jugadores, de un total de 830 (dieciséis por ciento), representaron a naciones en las que no nacieron.

Nipomo, California, 2021. Fotografía de Tim Mossholder. Unsplash Nipomo, California, 2021. Fotografía de Tim Mossholder. Unsplash

​ Como apunta el economista Fengler, es innegable el incremento en los porcentajes de inmigración de las naciones, y se refleja en esta y en otras industrias que desean seguir siendo competitivas. El problema es que este talento, el capital humano que necesitan los países de destino, suele obtener un reconocimiento directamente proporcional al poder económico-mediático del sector en el que se inserte el trabajador: un campesino que cosecha fresas, encorvado durante diez horas en un campo bajo el sol de California, no es considerado alguien con un talento especial, aunque su trabajo sea vital para la supervivencia del país. En cambio, un futbolista que hace que su selección llegue al Mundial, entra de inmediato en la lista de assets para su nuevo país, al ser parte de una industria que genera más de mil millones de dólares al año en Estados Unidos, y casi 30 mil millones de euros al año en Europa.

​ Si seguimos con el ejemplo de la industria agrícola —que en Estados Unidos produce la nada desdeñable cantidad de 164 mil millones de dólares—, se estima que un 73 por ciento de quienes trabajan en este sector son inmigrantes; una abrumadora sobrerrepresentación en un país cuya población general solo tiene un catorce por ciento de inmigrantes. A nivel mundial, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) estima en 170 millones el número de trabajadores migrantes internacionales, de los cuales cerca de siete por ciento, (o sea, doce millones), trabajan en la agricultura. En el caso de Europa, la misma OIT calcula que más del sesenta por ciento de la mano de obra agrícola en esta región tiene un empleo informal. Los permisos de residencia que obtiene un futbolista argentino para jugar en Europa, o las visas de skilled worker que recibe un ingeniero de India para trabajar en el sofisticado sector tecnológico de Silicon Valley, no están disponibles para los demás trabajadores inmigrantes, aunque de algunos de ellos dependa nuestra supervivencia alimentaria.


FUTBOLIZAR EL RELATO

Este enfoque que considera el beneficio de los inmigrantes para los países que los asimilan en función de su aportación económica a los sectores más mediáticos cambiaría si consideráramos el resultado del trabajo de todos los inmigrantes como algo mucho más importante que un gol en un Mundial. Un informe publicado por el Observatorio Social de Fundación La Caixa en 2019 consigna que, entre los hinchas de un club de futbol, las actitudes hacia el fenómeno migratorio mejoran cuando los jugadores extranjeros contribuyen a conseguir éxitos para el club al que pertenecen.

​ “Este efecto podría explicarse debido a que los jugadores extranjeros ofrecen un modelo positivo de inmigración, en el que el extranjero contribuye a los logros del equipo con los que la población de una ciudad, región o país se identifica”, detalla el reporte, y agrega que el futbol modula de manera no intencional la opinión que una parte de la población tiene sobre la inmigración: cuando el propio equipo gana, los extranjeros dejan de parecer una “amenaza” en cuestiones económicas, sociales o de seguridad, y el énfasis se traslada a los efectos positivos que tiene en la economía y la creación de una sociedad más diversa y cosmopolita.

Niños jugando futbol en el centro de integración juvenil Maison De Jeunes Kimisagara, en Kigali, Ruanda, 2017. Fotografía de Janik Skorna Niños jugando futbol en el centro de integración juvenil Maison De Jeunes Kimisagara, en Kigali, Ruanda, 2017. Fotografía de Janik Skorna

​ Pienso que las narrativas sobre migración deben virar hacia este enfoque. Más allá de los resultados económicos que genera el trabajo inmigrante, ¿es posible sentir orgullo, identificar como “nuestro” el resultado del trabajo de quienes viven —cosechan, limpian, cuidan— en nuestra región? Si un triunfo deportivo nos permite dejar de lado las etiquetas, ¿es posible hacer lo mismo con los triunfos de los trabajadores de la salud, los del sector de servicios, los que a pesar de guerras y pandemias nos proveen alimentos? ¿Es posible “futbolizar” el relato para explicar que las alineaciones de inmigrantes en todos los sectores son un orgulloso reflejo de la sociedad?

Imagen de portada: Niños jugando futbol en el centro de integración juvenil Maison De Jeunes Kimisagara, en Kigali, Ruanda, 2017. Fotografía de Janik Skorna

  1. Todas las estadísticas sobre población inmigrante de este artículo fueron tomadas de la página oficial de la Organización Internacional de las Migraciones