Del correcto aseo de los dientes

Especial: Diario de la pandemia / dossier / Junio de 2020

Benjamín Cann

Todos los días de las últimas semanas escucho que regresamos a la nueva normalidad. No tengo la información necesaria ni la inteligencia requerida para analizar de qué va esto de una “nueva” normalidad. Tengo de mi lado un sentido común maleado, desconfiado a fuerza de costumbre y de “normalidad.” ¿Cuál es esa nueva normalidad? Ya nos acostumbramos a saber que en nuestro país, cerca de nosotros, desafortunadamente muy cerca de nosotros, hay guerra: el llamado crimen organizado continúa laborando en su propia normalidad. Es normal saber que mueren en promedio 10 (recientemente una nota en el periódico Reforma dijo que 11) mujeres todos los días pero no por enfermedad o accidente. Muertes dolosas es nuestra normalidad. Dice nuestro presidente que ya no hay corrupción. La nueva normalidad consiste, acaso, en que él cree que eso es cierto. Los civiles, los que andamos en la calle, sabemos que no es cierto. También sabemos que la información que recibimos, tanto la oficial como la privada, no es confiable e incluso nos burlamos de ella. Pero esto no es una nueva normalidad. Tengo 66 años. Esto es y ha sido, desde que tengo memoria civil, lo normal. Hace poco escribí para el programa de mano de una obra de teatro que la pandemia no nos permitió estrenar, que un autor de teatro busca, desde el teatro, la verdad, que es el trabajo fundamental de cualquier teatrero: encontrar verdad. Es su materia de trabajo: fabricar, desde la verdad, una mentira tan veraz que sea verdadera en la mente del espectador. El espectador es el personaje principal del teatro, porque la verdad no sucede en la escena: la verdad sucede en la cabeza de cada espectador. Los teatreros partimos de la verdad que observamos en nuestra cotidianeidad para “contarnos” y para eso nos ponemos en situaciones en las que el espectador nunca se pondría. Esa es nuestra normalidad. El espectador nos mira. Mira el horror, o la indolencia. O lo que quiera ver. El espectador mira a un hombre fornicar con su propia madre y sacarse los ojos después, desde que los griegos nos contaron ese cuento. A saber, en la nueva normalidad nadie fornica con su madre, aunque a veces se nos pida, indique u ordene hacerlo. El teatro toma una metáfora, o una excusa, y fabrica una historia concreta, a veces incluso ambigua, para que el espectador encuentre reflejo de su vida y a través de ese reflejo, eso: reflexione. Nuestro teatro describe nuestro país, nuestro momento actual: qué nos pasa cuando vivimos rodeados de violencia. Qué nos pasa cuando nuestra sociedad rompe sus límites, como hemos hecho ahora. ¿Qué es posible? ¿Qué ya no era posible y volvió a serlo? ¿Cómo lidiamos con lo que vemos todos los días? Con lo que nos rodea… Incertidumbre. Una pareja de amigos se separó durante esta pandemia. Una pareja de amigos se reencontró en la pandemia. Yo escribí, durante esta pandemia, el siguiente texto para mi hijo, en forma de monólogo teatral:

“DEL CORRECTO ASEO DE LOS DIENTES”


Un hombre frente al espejo de su baño, en casa. Coloca su celular de manera que pueda grabar su imagen reflejada en el espejo. El hombre toma su cepillo de dientes y el tubo de pasta de dientes. Mira su imagen en el espejo. Se mira a sí mismo. Y dice: “Demócrito, según lo describe Diógenes Laercio, era un hombrecillo anciano y fatigoso, muy melancólico, y muy dado a la soledad. Teólogo, médico, político, matemático. Le gustaba la agricultura. Erudito en todos los campos. Se sabe de él que, con la intención de poder contemplar mejor, se sacó los ojos. En serio, Julio, se sacó los ojos para contemplar mejor, y fue ciego por voluntad propia en sus últimos años. Y según se dice, le obsesionaba la precisión.” “Precisión.” “Por eso te grabo este video que explica, con precisión, cómo debe ser el aseo correcto de tus dientes. Es algo que deberían enseñarnos desde la primaria, pero nunca nadie nos enseña. Cuando yo era niño había un spot en la tele con Chabelo… (Canta la canción:) Los dientes de arriba se cepillan hacia abajo… los dientes de abajo se cepillan hacia arriba…” mamadas, hijo. Mentiras. Pero esas mentiras cuestan mucho dinero a la larga. Las caries… muelas que se rompen… ¡pinches dentistas, se pasan! 80,000 pesos por un implante, y sobre todo, ¿quién permite esos spots? Ahora hay uno genial, hecho para combatir la violencia doméstica —tema en el cual ocupamos un lugar alto en las estadísticas mundiales— que te dice claramente que si te enojas con tu pareja, tú, hombre iracundo, que incluso según tu criterio probablemente tengas razón para enojarte —esta pregunta no la plantea el spot, la deja a la libre interpretación del iracundo— lo que debes hacer es contar hasta 10. “Cuenta… cuenta… cuenta… cuenta hasta 10” y seguramente ya con eso las ganas de golpearla se te van a quitar. Al menos, supongo, se te van a distraer.” “A lo que te truje chencha”, decía mi padre. Mi papá murió joven. Tenía, creo, 54. En un accidente, en la carretera. En su entierro un amigo suyo, del trabajo, creo, me dijo que eso no era cierto, que se andaba cogiendo a la esposa de alguien picudo y lo mandaron matar. Cuando vi su cuerpo muerto, los dientes de abajo estaban… como salidos… así…” (Muestra cómo, sacando la parte baja de la dentadura, la quijada hacia adelante, y se queda pensando un poco). “No creo. Pero de los padres uno nunca sabe. Como sea. No hay que llenar el cepillo de pasta, ese es un error. Se debe poner, en la orilla superior del cepillo, la pasta equivalente a un chícharo. Así.” (Muestra la acción claramente.) “Luego, empiezas con las muelas de hasta atrás del lado que tú quieras… yo le voy variando, para que la pasta eventualmente se aplique en… todas…” (Empieza la acción y mientras la hace, habla.) “La idea es que vayas de arriba… hacia abajo… desde la encía y con este movimiento… ¿Viste?” (Muestra cómo su mano, en coordinación con su muñeca, hace que el cepillo recorra de arriba hacia abajo cada una de las muelas superiores.) “…Así eliminas el sarro, que es el problema más imp… ¿Viste? Así, solamente las muelas. Esto es muy importante: cuando llegues a los colmillos, allí ya es otra cosa. Fíjate bien: así.” (Ahora pone el cepillo en posición vertical y muestra cómo debe cepillarse desde el colmillo hasta el siguiente colmillo, pasando por cada uno de los dientes frontales. De pronto, Interrumpe la acción. Escupe). “Heinrich Böll, el escritor alemán, escribió la novela Opiniones de un payaso. En alguna traducción le pusieron Confesiones de un payaso, pero yo creo que es mejor “opiniones,” porque… bueno, eso no importa ahora. El caso es que cuenta de un tipo que después de tener una relación de varios años con su mujer, ella lo deja. Se enamora de otro y lo deja. Él, no me acuerdo de su nombre, una noche se está lavando los dientes y se da cuenta de que ella no se llevó su cepillo. De dientes. Lo mira, el cepillo, gastado, y piensa que ese hombre con el que ella se fue, tal vez le haga el amor todas las noches, tal vez la bese con gran pasión y le muerda los pezones y le meta los dedos en la vagina y ella goce con esto. Pero ese cabrón nunca será capaz de darse cuenta de cómo ella se cepilla los dientes cada noche. Eso solo él. Él sí sabe cómo ella agarra el cepillo, y cómo ella le pone la pasta, y cómo ella escupe después… Le dan celos, pero no de que ese hombre “se coja” a su mujer. Eso cualquier hombre. De que se dé cuenta de cómo ella se cepilla los dientes…” (El hombre sigue su acción de lavar los dientes.) “¿Sabías que la flatulencia es un síntoma de melancolía?” (Sale a la recámara. Sobre el buró, un libro, entre otros varios. Lo encuentra y lo muestra a la cámara del celular: Anatomía de la melancolía, de Robert Burton, en versión de Alberto Manguel.) “En este tratado el autor, el doctor en medicina Robert Burton, siglo 16… o 17… estudia y describe la melancolía, que se pensaba con certeza era causa de mortalidad. ¡La gente se moría de melancolía! Y dice Burton que una de las más importantes causas de melancolía es la dieta… déjame ver si lo encuentro… ahorita que tenemos tiempo, total, estoy todo el día encerrado… A ver, te leo esto:” (Busca en el libro una cita. Encuentra otra. Le parece importante…) “Fíjate, escrito en el siglo 16… o 17…” (lee) “…Soy un mero espectador de las fortunas y aventuras de otros hombres, de cómo representan sus papeles… como si de un teatro o una escena se tratase. Todos los días recibo nuevas noticias y rumores de guerras, plagas, incendios, inundaciones, robos, asesinatos, masacres… ojo ¿eh? Siglo 16, 17… batallas guerreras con muchos hombres muertos por defender un pedazo de tierra… tratados de paz, alianzas, estratagemas y nuevos peligros. Promesas, deseos, acciones, edictos, peticiones, pleitos, alegaciones, leyes, proclamas, demandas, ofensas llegan diariamente a mis oídos. Nuevos libros cada día, panfletos, historias… nuevas paradojas, opiniones, controversias… noticias de matrimonios, entretenimientos, justas y torneos… trofeos, triunfos, y luego, como en una nueva escena, traiciones, engaños, robos… muerte de personas importantes, nuevos descubrimientos. Siglo 16, 17.” (Busca en otra página…) “A uno se le indulta, a otro se le encarcela, uno lo logra, otro fracasa, éste prospera, su vecino cae en la bancarrota: ahora con abundancia, y luego otra vez con escasez y hambre. Todo esto lo oigo diariamente, noticias tanto privadas como públicas…” (Deja de leer. Se queda un momento pensativo. Cierra el libro. Regresa al baño y continúa su lavado de dientes, siempre mostrando la manera correcta de llevarlo a cabo: ese es el verdadero motivo de hacer este video para su hijo.) “Endodoncias, amalgamas, implantes, parodoncias… limpieza dos veces al año…” (Cepilla la dentadura inferior en dirección inversa a la anterior: de abajo hacia arriba. Muela por muela.) “Así.” (De pronto se detiene.) “Mi papá se sacaba toda la dentadura para limpiarla. Digo ésta, la de abajo, así…” (Muestra cómo la sacaba su papá. Se mira al espejo, y sigue lavando sus dientes. No habla por un momento. Termina de lavarlos, con cuidado, sin prisa. Escupe, se limpia la boca con la toalla. De pronto, voltea hacia la cámara del celular. Se acerca tanto al lente que su rostro queda desenfocado.) “Yo una vez vi, sin querer, un mensaje en el celular de tu mamá y me dieron celos.” (Hace una pausa. Él mismo no sabe en qué piensa. Es un hombre sin un lugar adónde ir. Y desde Dostoyevski sabemos que un hombre debe tener un lugar adonde ir. Voltea a mirarse al espejo. Mira el cepillo de dientes. Saca del cajón el hilo dental y empieza la acción de limpieza.) “Por eso, en estos momentos de ocio, que, ojo, el ocio también es causa de melancolía, te hago este video. Cuida tus dientes, hijo, o vuélvete rico. Ahí tú sabrás.” (Limpia sus dientes con el hilo, torpemente.) “Nunca sé bien cómo hacerle… se me zafa… ¿ves? Pero es importante, porque se te queda comida entre los dientes, y ahí sí: caries.” (Se le zafa el hilo, se ríe. Trata de enrollarlo como es debido entre los dedos medios.) “En el siglo 16, 17… se moría uno de melancolía…” (Interrumpe su torpe manera de usar el hilo dental. Busca. Encuentra otro cepillo de dientes en el mismo mueble del baño. Es un cepillo diferente: las cerdas muy gastadas. Demasiado gastadas, indicando la manera caótica en la que la persona que antes lo usó se cepillaba los dientes. Es el cepillo de su mujer. O ex mujer… Él mira el cepillo.) “Y nada más decía: ¿puedes hablar?” El hombre mira el cepillo de dientes de ella. Largamente. Algo en su mirada cambió. O tal vez no en su mirada. Algo cambió.

Propuesta para una nueva normalidad: todos miramos largamente. Tal vez si miramos lo suficientemente largo algo cambie. Todos sabemos que quienes nos informan no nos dicen la verdad, pero parecemos estar de acuerdo en que así es la convención. Como en el teatro: unos cuentan el cuento, otros convienen en asumirlo como verdadero. El teatrero, como dije antes, trabaja con la verdad y la transforma, la trastoca para que su público la asuma como eso: la verdad. Hoy, en los medios, el teatro que se arma el teatrero principal nos propicia confusión. Su verdad es inverosímil. No nos conmueve. Incluso, nos enoja. Su nueva obra de teatro, “la nueva normalidad”, equivoca su género y traiciona el principio fundamental que sostiene al teatro: el convencimiento de que lo que está pasando, lo que me cuentan los actores que está pasando, es verdad. Todos creemos saber que la violencia contra las mujeres no solo persiste sino que aumenta. El presidente dice tener otros datos, y que el 90% de las llamadas de denuncia de mujeres violentadas son falsas. Encerrados en casa y especulando temerosos. Incertidumbre. Decisiones caprichosas que no acabamos de entender, y que, a diferencia de como sucede en el teatro, no se explican. Mentira. Corrupción. Crimen. Impunidad. ¿De qué sonríe siempre el actor cuyo monólogo intenta convencernos de su veracidad? ¿Por qué sonríe siempre? Es un estilo de actuación confuso. Como esos bailarines que, sin importar lo que bailen, siempre que están de frente al público, por alguna razón misteriosa y sin ninguna justificación dramática, sonríen, y uno piensa: ¡qué contento está! Será que él sí tiene trabajo… Poca confianza en las palabras, y en el teatro la palabra es el vehículo. No hay adónde ir. Melancolía. Poca precisión. Engaño. Sacarnos los ojos. ¿Y lo nuevo?

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Imagen de portada: Dientes. Fotografía de Emma Howard, 2016. CC