El misterioso caso de la garrapata y la alergia a la carne roja

Comunidad / panóptico / Noviembre de 2023

Elisa de Gortari

Los médicos son narradores con bata. Cuando un paciente entra al consultorio, el doctor reúne signos y síntomas para formular una trama bienhechora: el diagnóstico. Es un fabulador que aspira a que todas sus historias, por más diversas que sean las causas, conduzcan al mismo desenlace: el bienestar del paciente.

​ Por lo general, si un médico falla es porque los elementos narrativos a su disposición no le permiten crear una historia coherente: un diagnóstico errado es una trama irresuelta. Descrito de esta forma, el doctor no es distinto del detective, que teje los hilos sueltos de una historia para resolver un crimen. Por supuesto, la narrativa del médico que resuelve la enfermedad como un misterio tiene su mayor encarnación en Gregory House, el huraño nefrólogo de bastón que Hugh Laurie interpretó por ocho temporadas en House M. D. En cada episodio, House enfrentaba casos rocambolescos, llenos de pistas contradictorias y pacientes mentirosos. Su labor era encontrar al asesino en 45 minutos, antes de que consumara el crimen.

​ Quizá los médicos drogadictos con habilidades propias de Sherlock Holmes no abunden en los pasillos de los hospitales. En cambio, los síntomas inexplicables aparecen con cierta frecuencia en las salas de espera: pacientes que peregrinan de consultorio en consultorio buscando un profesional que formule una trama a la medida de sus malestares.

​ Vale la pena subrayar que, aunque House es un personaje de ficción, sus casos solían estar basados en anécdotas reales que recopilaba la doctora Lisa Sanders en su columna del New York Times. Cuando lanzó un libro con algunos de los casos más extraños que encontró, lo tituló Cada paciente cuenta una historia (2009). Por más inauditos que sonaran, los expedientes clínicos detrás de Dr. House resultaron, de hecho, excesivamente reales.

Francisco de Goya, *Trozos de carnero*, *ca*. 1806. Musée du Louvre Francisco de Goya, Trozos de carnero, ca. 1806. Musée du Louvre

​ Así lo descubrieron decenas de médicos a mediados de los dos mil, cuando identificaron varios casos extraños de reacciones alérgicas en el sureste de los Estados Unidos. Una alergia es la reacción atípica del sistema inmune a la presencia de un agente extraño en el cuerpo. En aquellos casos, además de síntomas estomacales, los pacientes presentaban los signos que mejor identifican a las alergias: urticaria, prurito, angioedema y, en sus versiones más severas, anafilaxia, que es la reacción generalizada del cuerpo ante un alérgeno. El problema era que los profesionales no eran capaces de identificar la causa.

​ Sabían que se trataba, sin lugar a dudas, de una reacción alérgica, pues encontraban en la sangre de los enfermos altas concentraciones de inmunoglobulina E, el anticuerpo que desencadena este fenómeno en el organismo. Pero lo que no hallaban era el culpable: el contacto con los alérgenos (caspa de mascotas y polen, por citar algunos comunes) suele ocurrir minutos antes de la reacción inmune y en estos casos no había un responsable evidente.

​ En 2007 descifraron que se trataba de un problema regional. Un año más tarde, investigadores de la Universidad de Virginia encontraron el detonante: la carne roja. Los veinticuatro pacientes que participaron en el estudio contrajeron una alergia a un carbohidrato: galactosa-alfa-1,3-galactosa. Esta sustancia, llamada comúnmente alfa-gal, está presente en la carne de la mayoría de los mamíferos, con la excepción de los primates. Los científicos hallaron un patrón poco común en comparación con otras reacciones: los pacientes comieron carne entre tres y seis horas antes de presentar urticaria y anafilaxia. Curiosamente, el efecto alergénico se producía también al ingerir leche, pero no al comer pollo, pavo o pescado.

​ Estaban ante un diagnóstico nunca antes visto, que fue bautizado como síndrome de al-fa-gal. Pero este no fue, ni de lejos, el final de la historia. ¿Por qué estas personas, que nunca presentaron problemas tras ingerir carne, ahora enfermaban al consumirla? ¿Por qué todos estos casos habían sido identificados en la misma región de los Estados Unidos? El enigma tenía el sabor agridulce que llega hacia la mitad de una novela, cuando el detective ha resuelto parcialmente el caso, pero aún no descubre la verdad. No es fortuito que las búsquedas científicas y las tramas detectivescas se parezcan tanto: ambos géneros nacieron con la modernidad.

​ En El último lector, Ricardo Piglia identifica Los crímenes de la calle Morgue” como el relato que da inicio a la figura del detective. Al principio, el cuento de Poe parece una historia de fantasmas; sin embargo, pronto se convierte en “una historia de la reflexión, de la investigación, del triunfo de la razón”. El gran atributo de este nuevo tipo de héroe encarnado en Auguste Dupin, el protagonista, es la lógica. Sus armas son el método y la inteligencia. Estas mismas cualidades distinguen a los científicos que pasean por Cazadores de microbios, el libro donde Paul de Kruif contó en clave épica la primera gran lucha contra las bacterias y las enfermedades transmitidas por insectos. Así como la presencia de Dupin en la calle Morgue transformó una historia gótica en una victoria del intelecto, Pasteur y compañía desterraron para siempre las explicaciones sobrenaturales de la medicina.

​ El Dr. House, que es una amalgama de Dupin y Pasteur, llegó a enfrentar un caso muy semejante al misterio del rechazo a la carne roja: en uno de los episodios más célebres de su primera temporada, “A salvo”, atendió a una joven llena de alergias (interpretada por Michelle Trachtenberg) que había recibido un trasplante de corazón. Pese a que su madre la encerró en una habitación hipoalergénica, la joven sufrió un choque anafiláctico que puso en riesgo su vida. El caso tenía en común con el crimen de la calle Morgue el escenario imposible: un cuarto cerrado, elemento fundacional del género detectivesco. ¿Qué puede provocar una reacción en una recámara a prueba de alérgenos?, se preguntaron House y su equipo, de la misma forma en que Dupin se preguntó quién podía cometer un asesinato en una habitación cerrada por dentro.

​ En el caso de Dupin, el homicida resultó ser un orangután; en el caso de House, la culpable fue una garrapata. Cuando la paciente llegó al Princeton-Plainsboro, pronto se sugirió que podía tratarse de la mordedura de este animal. Sin embargo, solo hasta el último momento House encontró a la garrapata responsable en el lugar menos imaginado: la vagina de la paciente. La explicación subyacente era que el bicho ingresó de polizonte en los pantalones del novio y la mordió mientras los jóvenes hacían el amor por primera vez. Entre tantas sensaciones nuevas, explicó House, el personaje no notó la mordedura.

Garrapata hembra (*Amblyomma americanum*), Public Health Image Library Garrapata hembra (Amblyomma americanum), Public Health Image Library

​ En el caso del síndrome alfa-gal, el culpable también es una garrapata. Mientras los médicos estadounidenses se preguntaban qué pasaba en el sureste que de súbito la gente se volvía alérgica a los bisteces, un grupo de investigadores australianos hizo la primera asociación entre la mordedura del artrópodo y este padecimiento.

​ La garrapata es un arácnido hematófago, es decir, que se alimenta de sangre, y puede atacar por igual a mascotas, ganado o seres humanos. Este vampiro carente de glamour decimonónico es famoso por transmitir la enfermedad de Lyme, una infección bacteriana que se distingue por una erupción con forma de anillo en el sitio de la mordedura y que puede dañar el corazón y el sistema nervioso; no pocos pacientes, por ejemplo, desarrollan parálisis facial.

​ Además de que puede causar parálisis, como en el caso contado en House M. D., la saliva de la garrapata contiene el carbohidrato alfa-gal, que es identificado como una amenaza por el sistema inmune y despierta la respuesta en aquellos pacientes alérgicos a la carne roja. En 2011 se demostró que, en el caso de Estados Unidos, la responsable de provocar la alergia a la carne roja era la especie Amblyomma americanum, conocida como garrapata de la estrella solitaria, por la distintiva mancha blanca que lleva en la espalda. Este arácnido está presente no solo en el sureste de Estados Unidos, sino también en buena parte de México; y el cambio climático podría expandir las áreas que habita.

​ Cuando esta garrapata muerde a un humano, el efecto no es inmediato. Pasan semanas o incluso meses antes de que el paciente manifieste la primera reacción alérgica a la carne. Este retraso en la aparición de los síntomas impidió que la Amblyomma americanum fuese identificada inmediatamente como responsable del síndrome alfa-gal.

​ La gente que ha desarrollado este padecimiento, muchos de ellos senderistas y granjeros, abandona las carnes rojas y los lácteos para siempre. Incluso la gelatina puede desencadenar un ataque. Convertidos a un laxo vegetarianismo, se ven obligados a elegir entre el sirloin y la anafilaxia. De 2017 a 2022, 90 mil personas fueron diagnosticadas con este síndrome en Estados Unidos. Algún defensor de los derechos de los animales (o un opositor a ultranza de estos) podría aventurar que las garrapatas han promovido la dieta vegetariana con más éxito que los alegatos filosóficos de Peter Singer, autor de Liberación animal (1975).

​ Quizá algún guionista encuentre en la expansión de este padecimiento el argumento de una película fantástica e hilarante: 90 mil personas acudieron a un consultorio tras un fatídico último encuentro con la birria o la hamburguesa y escucharon una historia increíble en boca de su doctor: “Usted no volverá a comer carne, porque hace seis meses acampó en el bosque y lo mordió una garrapata”.

​ Entre los pacientes, muchos lo aceptarán con indiferencia, pero otros tendrán que recurrir al estoicismo para aguantar el peligroso antojo de una arrachera. Los más imaginativos se preguntarán por qué no fueron mordidos por la araña radiactiva que transformó a Peter Parker en Spider-Man; por qué en su lugar les mordió este arácnido segundón, la garrapata. Todos estarán de acuerdo en que los médicos son narradores que formulan una explicación para nuestras desventuras fisiológicas, detectives que leen nuestro historial clínico como si fuese la escena de un crimen y que, ante un caso de indigestión extrema, preguntan, sumidos en una epifanía: ¿cuándo fue la última vez que fue de excursión al bosque? El cuerpo es la habitación cerrada por dentro.


Escucha el Bonus track de Elisa de Gortari, con Fernando Clavijo

Imagen de portada: Garrapata hembra (Amblyomma americanum), Public Health Image Library