No hay segundo lugar para los luchadores

Ritmo / panóptico / Mayo de 2019

Ximena Rojo

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Resulta tremendamente complicado hablar de Blue Demon sin hablar también del Santo, debido a que entre ellos dos hay una complicidad casi simbiótica y a que los eventos importantes de sus vidas se cuentan de manera paralela. Ambos son personajes icónicos de la lucha libre en México, ya sea la que tiene lugar en el ring, la que se transmite por televisión o la que sirvió de excusa para sostener veinte años de películas de bajo presupuesto. La lucha libre es el espectáculo ideal para hacer héroes porque vemos a los luchadores combatir, probar su destreza y crearse como personajes en tiempo real y ante un público. En “El mundo del catch” (1957) Roland Barthes se explica la lucha libre desde la representación del espectáculo del exceso con un énfasis especial en la importancia del gesto. Sin embargo, es necesario retroceder un paso y distanciarnos de los estudios del semiólogo francés porque en México hay máscaras, no gestos. Por lo tanto, para comprender a Blue Demon desde el gesto bartheano habría que partir de la máscara; el exceso del gesto se manifestará en otros lugares: desde la tela de glitter plateada en contraste con el azul de la máscara, las capas brillosas, las lentejuelas del vestuario, hasta las tramas de películas plagadas de sinsentidos. Blue Demon se incorpora al mundo de las luchas en 1930, cuando este espectáculo llega a México, como fábrica de héroes populares. En 1948 debuta oficialmente en Laredo, Texas, con los apodos que le habían puesto sus colegas de la industria ferrocarrilera: el Tosco y el Manotas. A partir de ese momento, poco a poco Blue Demon empieza a adentrarse más en el mundo de la lucha libre y a dejar de ser sólo una persona para convertirse en un personaje. A la par de su trabajo como trombonista, ferrocarrilero y garrotero, se entrenaba con Rolando Vera, precursor de la lucha en Monterrey (y quien después le puso el nombre al Demonio Azul). Meses después de luchar sin máscara, Blue Demon hace por fin su debut oficialmente, rudo y enmascarado. El nombre, junto con la máscara, son componentes fundamentales para completar la imagen del luchador. En los cuadriláteros me­xicanos hemos visto desfilar a Black Shadow, Mil Máscaras, Pequeño Universo, el Santo, con nombres que suelen ser totales y ambiciosos. Así que un demonio azul puede integrarse fácilmente en un universo de significados. Alejandro Muñoz, el hombre del que nació Blue Demon, se vuelve tan pequeño ante la máscara que resulta apenas anecdótico para contar su historia. La máscara de luchador significa varias cosas simultáneamente. Detrás de ella se encuentra la larga tradición de máscaras prehispánicas en México, todas ellas utilizadas en rituales especiales donde quien las viste se vuelve otro en favor de algo sagrado. Esta transformación de alguna forma también alcanza a los luchadores mexicanos. En 1934, un año después de que la lucha llegara a México, la Maravilla Enmascarada se cubrió el rostro por primera vez, replicando un truco en la lucha libre estadounidense que se llamaba igual que él: maravilla enmascarada, y consistía en que los luchadores subieran al ring cubiertos. Así surgió una nueva forma de codificar la lucha libre. A partir de entonces, la máscara sería fundamental para treparse al ring siendo otro y el mismo a la vez.

Abraham González Pacheco, del proyecto Yacimiento 34, 2018

La máxima “la máscara no hace al luchador, pero el luchador sí hace a la máscara” se convirtió, en el caso de Blue Demon, en una afirmación literal porque fue él quien modificó su máscara inicial, agregándole un antifaz color plata inspirado en la del Médico Asesino, otro famoso luchador; y en diversas entrevistas declaró que desde un principio disfrutó luchar con máscara: siempre le gustó sudar y ocultar su rostro tras ella. Mirar el rostro de Blue Demon es mirar su máscara, son un mismo sujeto, y esa fórmula indivisible creadora de luchadores se defiende con todo, y ante todos. Aunque el adversario sea el nuevo héroe nacional. La máscara se defiende incluso a patadas. Cuando debutó en septiembre de 1948 como Blue Demon en la Arena México (invitado por Jesús Lomelí, entrenador del Santo) empezó a hacer mancuerna con Black Shadow. Para aquella época la lucha libre ya gozaba de gran fama en todo el país: se había consolidado durante el México posrevolucionario, cuando la idea del gobierno era modernizar a como diera lugar, y uno de los modos de hacerlo era por medio del deporte y la competencia. De tal forma que la lucha libre resultó ser una disciplina ideal y de ella empezaron a surgir grandes figuras que eran al mismo tiempo héroes populares e ídolos deportistas. En 1952, Black Shadow era el luchador más importante del medio hasta que se le presentó un encuentro máscara vs. máscara contra el Santo, que apenas empezaba a ser una estrella del ring. Sólo en las luchas más importantes se apuestan las máscaras o las cabelleras, porque son elementos que ponen en juego las identidades. Apostar la máscara es apostar incluso la trayectoria. Black Shadow perdió ante el Santo, que se volvió el nuevo héroe de la lucha libre. Ésa fue su prueba definitoria. Cuando ganó estaba tan emocionado que incluso intentó romper uno de los principios dentro de la lucha libre: quitarle la máscara a Black en vez de dejar que él mismo lo hiciera. Es un pacto entre luchadores que a pesar de la derrota, es el portador de la máscara quien debe quitársela. Y aquí aparece Blue Demon. En el momento en que el Santo se acercaba a Black Shadow para arrebatarle la máscara, Blue Demon le lanzó un patadón para impedirlo. Así, en el instante de mayor gloria del luchador más famoso de México, Blue Demon le recordó violentamente las reglas y defendió el honor de su amigo y maestro. A partir de ahí, el Santo y Blue serían enemigos para siempre. Después del pleito durante el desenmascaramiento de Black Sha­dow, la gente ovacionó a Blue Demon y se confirmó que era técnico, es decir, un tipo bueno, un seguidor del orden. A partir de entonces, Blue Demon selló su destino y se dedicó a vengar a su maestro. El 7 de agosto de 1953 finalmente Blue Demon venció al Santo en la Arena Coliseo, por lo que decidió retarlo también en el campeonato Mundial Welter. El 25 de septiembre se enfrentaron ante más de nueve mil aficionados. La primera caída fue de Blue; la segunda, del Santo, y la tercera de Blue con su llave llamada estaca india. En El principio del placer José Emilio Pacheco habla de la pérdida de la inocencia a partir de un personaje que descubre que fuera del ring los luchadores que eran rivales, en realidad son amigos. Algo así pasa con el Santo y Blue Demon una vez que se va más allá de la anécdota y los títulos de películas. Blue Demon nunca logró amasar la fama y la idolatría que alcanzó el Santo. En el cine muchas veces tuvo que compartir créditos con él, siempre con todas las reservas y molestias posibles; incluso afirmaba que el Enmascarado de Plata le boicoteaba las películas. ¿Y cómo juzgarlo? En la arena podía haber ganado Blue Demon, pero en el cine y el star system siempre triunfaba el Santo. Las primeras películas del Santo se estrenan en 1958 simultáneamente: Santo vs. Cerebro del Mal y Santo vs. los hombres infernales; unos años más tarde, en 1964, con el estreno de Blue Demon: el demonio azul y de Blue Demon vs. el poder satánico, su eterno adversario inaugura su carrera cinematográfica. En la primera, Blue Demon se enfrenta a una especie de Hombre Lobo y a Mr. Hyde, que decide que su misión en esta vida es acabar con él. La película pasa por cartelera sin pena ni gloria y cuenta con una actuación especial del Santo. El cartel promocional de la segunda traía la leyenda “Actuación especial de Santo, el Enmascarado de Plata”, como una forma de decir: “sabemos que Blue no es nada sin el Santo” porque, a pesar de que otros luchadores estelarizaron sus propias películas antes que Blue Demon y que también tenían menos fama que el Santo, a ningún otro le pusieron ese letrero de garantía. En 1966 sale Blue Demon vs. las diabólicas, que tampoco brilla mucho, porque todos se refieren a Santo vs. las mujeres vampiro, estrenada varios años antes. Además, hay que decirlo, las apariciones del Santo en esa película son francamente ridículas y forzadas (y miren que hablar de algo forzado y ridículo en películas de luchadores no es cualquier cosa). Hay un plano donde el Santo lucha después de Blue como para afirmar: “miren, sí es el mismo universo, ¿eh? Acá nada hay que temer.” La segunda aparición es a la mitad del conflicto, cuando Blue Demon está combatiendo las fuerzas satánicas y el Santo sólo aparece para decirle: “Siempre que necesites estaré a tu lado”, que es básicamente el equivalente cinematográfico a “Quedo atento a sus comentarios, saludos”. Después de casi treinta años de cine de luchadores, el puntaje total volvió a dejar a Blue Demon en segundo lugar. Mientras él hizo 24 películas, el Santo, 52. La lucha libre es implacable: el que llega en segundo lugar ya perdió la cabellera, la máscara o la lucha. Llegar después equivale a no llegar en un universo donde todo se lee en código binario. Hay algo que es indiscutible: a Blue Demon le debemos un epíteto. El Santo es El Enmascarado de Plata, de eso no queda duda alguna. A Blue Demon han intentado ponerle como epíteto, un poco a la fuerza y por compromiso, la traducción de su nombre, pero definitivamente merece algo más. En mi muy humilde parecer deberíamos llamarlo simplemente por lo que fue: rey de la máscara, defensor de la identidad.

Imagen de portada: Owen Byrne, Far from Tijuana, 2008. CC BY