dossier Árboles SEP.2025

Paula Sacchetta

Árboles de esperanza

Traducción de Paula Abramo

Leer pdf

Este artículo está basado en una entrevista que hubo que reprogramar para el día siguiente. Una rama había caído sobre la red eléctrica del Instituto Terra y cortado la luz. Y ésa es una excelente noticia. En un lugar antes devastado, donde ya no crecía ni el pasto para el forraje, hay árboles que hoy tienen muchos metros de altura, tantos que, durante una lluvia fuerte, pueden desgajarse y romper algunos cables.

​ El Instituto Terra es la vieja hacienda donde nació el renombrado fotógrafo brasileño Sebastião Salgado, que murió en mayo de este año. En 1998, tras una larga temporada de viajes registrando las guerras, el hambre y todo tipo de tragedias humanitarias, Salgado y su compañera de vida y de trabajo, Lélia Wanick, regresaron a pasar un tiempo en su hacienda, en Aimorés, en el estado de Minas Gerais. Pero no esperaban encontrarse con una tierra tan arrasada, con suelos secos y expuestos, casi sin árboles.

​ Cuenta Salgado que él recuerda que en su infancia había allí mucha sombra, animales y varios cursos de agua de manantial. Pero, a finales de los años noventa, ya ni las lluvias traían alivio: caían con una violencia que arrastraba la tierra y empobrecía cada vez más el suelo.1

Hacienda Bulcão de la familia Salgado, Valle del Río Doce, Minas Gerais, antes y después de la reforestación, 2001 y 2022. Fotografías de Sebastião Salgado.

​ Ante aquella imagen desoladora, Lélia le propuso a su marido replantar una selva.2 Parecía una locura, pero juntos llevaron adelante su plan y hoy el lugar ya tiene más de tres millones de árboles sembrados. Una vez restablecida la energía eléctrica, es Moisés Marcelino, gerente de operaciones y medio ambiente del Instituto Terra, quien relata cómo fue que la misión de la pareja se convirtió en un ejemplo de restauración ambiental para el mundo.

​ En 2025, el Instituto cuenta con ciento veinte especies disponibles en el vivero. Los colaboradores del lugar, algunos voluntarios y otros no, llevan a cabo la siembra, el marcado de árboles parentales y la recolección de semillas.

​ “Cuando recolectamos semillas, vamos a alguna zona donde haya una población razonable de la especie que queremos recolectar. Dentro de esos ejemplares, elegimos algunos árboles para que sirvan como parentales: observamos su estado de salud, su fructificación y la calidad de su tronco, ramas, hojas y frutos. Los mejores son los que se convierten en árboles parentales: de ésos sacamos las semillas. Y los marcamos mediante geolocalización, para que sea más fácil encontrarlos cuando queramos recolectar las semillas de esa especie”, explica Elizeu Gomes, coordinador de restauración ambiental.

​ El clima influye mucho e impone ciertas restricciones: el Instituto Terra se encuentra en una zona de selva caducifolia, una de cuyas características es la de presentar dos estaciones claramente definidas: la de secas y la de lluvias, con árboles que pierden las hojas durante la estación de secas. Esto limita tanto el número de árboles como la disponibilidad de semillas. Algunas de las especies que el Instituto ha sembrado son la mirindiba3, el palo borracho4, la fruta-do-sabiá5, el cedro6, la peroba7, la cachimba8, el caspirol9 y los ipês10.

Imágenes a color: vistas panorámicas del Instituto Terra, los trabajos de siembra y la fauna silvestre, 2012-2020. Fotografías de Leonardo Merçon. Cortesía del Instituto Terra.

​ Moisés subraya que no basta con salir sembrando árboles por ahí; que, para asegurar la supervivencia y perpetuación de la selva, la biodiversidad genética es muy importante. Así, explica, la selva crece, los árboles florecen y producen frutos llenos de semillas. Además, una mayor diversidad de especies también garantiza la supervivencia de la fauna que se alimenta de todo lo que allí crece. “Hoy la gente pasea por nuestra selva y nos pregunta: ‘¿aquí no hay árboles frutales?’, pero hay que recordar que, antes de que llegara Pedro Álvares Cabral, varias de las frutas que hoy tenemos en Brasil no existían y los animales sobrevivían de todos modos. Hay un montón de árboles y frutos que no son apropiados para nuestro consumo, pero sí para el de los animales. Al asegurar la diversidad de los árboles, también garantizamos la diversidad de la fauna.”

​ La cantidad de árboles que se siembra varía mucho de un año a otro, pero en lo que va de 2025 se han sembrado más de 270 mil en las tierras que pertenecen al Instituto, sin contar los más de 50 mil que se han plantado fuera, en proyectos destinados a colaboradores y productores que quieren armar sistemas agroforestales o recuperar manantiales, por ejemplo.

​ La hacienda original tenía poco más de setecientas hectáreas, pero actualmente son más de 2 340 las que se han ido incorporando al proyecto y que ya cuentan con una selva recuperada o enriquecida.11 La idea es llegar a las cinco mil hectáreas.

​ El Instituto se encuentra en una zona de pendiente, con pocas áreas que puedan destinarse a la agricultura. En consecuencia, el proceso de restauración está poco mecanizado e incluso hoy en día se lleva a cabo de una manera muy manual. Primero se prepara el subsuelo rompiendo las capas compactadas del suelo. Luego se abren en la tierra unos surcos de setenta u ochenta centímetros de profundidad por sesenta centímetros de ancho. El suelo se analiza para conocer la oferta de nutrientes y sólo entonces se siembra el árbol.

​ Durante los últimos dos años, el Instituto Terra, que, además de donaciones de personas físicas, actualmente recibe también el apoyo económico de diversos organismos, tanto de Brasil como del extranjero, le ha apostado a una nueva estrategia. Ha empezado a sembrar un poco antes de las lluvias, en tiempo de secas, regando el suelo para extender un poco el tiempo de irrigación de las nuevas mudas. Como las lluvias de la zona son muy concentradas —y escasas—, regar es una forma de ganar tiempo.

El río Demini es una afluente del río Negro que atraviesa el territorio del pueblo indígena yanomami, bordeando las cuestas del Parque Estatal Sierra del Aracá, estado de Amazonas, 2019. Fotografía de © Sebastião Salgado.

​ En los primeros años del Instituto se sembraron algunas especies que no pertenecían al bioma de la mata atlántica, característico de la región. Hoy en día se da prioridad a la biodiversidad local, partiendo de los fragmentos de selva que aún existen.

​ Además, se realiza un monitoreo muy riguroso para entender hasta qué punto prosperan y sobreviven las nuevas mudas. “Durante los primeros seis meses volvemos a esos lugares para entender cuántos ejemplares siguen ahí, cuántos han supervivido y qué tanto han crecido. Luego, al final de la temporada de secas, cuando vuelven las lluvias, se vuelve a monitorear. Actualmente el suelo está mucho menos seco, por ejemplo, porque ya tenemos especies más grandes que hacen sombra y no dejan que se seque del todo.”

​ Mediante este monitoreo es posible estimar el índice de supervivencia, entendiendo cuántas plantas resisten y cómo están. Pero lo que más llama la atención son las fotos que sacó el propio Salgado del antes y el después: de la tierra arrasada y seca a la selva joven, ya con una cobertura verde, densa y brillante.

Un conjunto de palmeras de la especie Astrocaryum jauari en las orillas del río Jaú, Parque Nacional del Jaú, estado de Amazonas, 2019. Fotografía de © Sebastião Salgado.

​ “En 2023 plantamos cincuenta hectáreas. Fue un verano especialmente tórrido y muy, muy seco. Eso fue hace ya dos años. Hoy vemos esos árboles y ya tienen cuatro o cinco metros de altura. Es lindo ver esa resiliencia”, cuenta con entusiasmo Moisés Marcelino.

​ Actualmente, la tasa de supervivencia de las mudas que siembra el Instituto es superior al 70 %. Quien más compite con ellas es la braquiária12, un tipo de pasto que se usa como forraje, muy común en todo Brasil, así como las malas hierbas. Con todo, la tasa de supervivencia es muy buena. Elizeu Gomes dice que algunas especies no prosperan y que al final eso frustra al equipo, pero que de todas formas la selva se mantiene viva y, lo que es más, crece año con año. Hay unas plantas que requieren más tiempo en el invernadero y otras que pueden pasarse más rápido al suelo. Todo depende de una observación constante. El equipo entiende cómo reacciona cada muda y a partir de ello hace otras pruebas y ajustes.

Las densas nubes anuncian tormentas sobre el archipiélago de Anavilhanas, una cadena de islas en el río Negro, estado de Amazonas, 2009. Fotografía de © Sebastião Salgado.

​ El retorno de la fauna y la cobertura vegetal del suelo son algunos ejemplos más de la recuperación de un área antes degradada. También han empezado a aparecer otras especies de plantas transportadas por agentes dispersores como los pájaros y los murciélagos.

​ Podría decirse que Sebastião Salgado y Lélia Wanick sembraron una selva desde cero. Los árboles antiguos son poquísimos. Entre ellos se cuentan algunos manglillos,13 especie de gran altura que, según Moisés, mucha gente considera como un ahorro o una jubilación. Estos árboles de madera noble pueden usarse para varios fines, como la fabricación de muebles y la construcción; en consecuencia, muchos los sembraban pensando que podrían talarlos cuando hubieran crecido. Afortunadamente, en el Instituto Terra siguen en pie y, con más de treinta metros de altura, sobresalen entre los muchos otros árboles más jóvenes y, por lo tanto, más bajos.

​ Mucha gente no lo creía posible. Hoy, esa selva joven tiene más de tres millones de árboles. Moisés subraya que no sólo la mata atlántica, sino todos los biomas tienen sus especificidades y para restaurarlos es necesario conocerlas. “Uno tiene que entender la fisiología local, estudiar las interacciones de las plantas con el suelo, con los hongos y con otras formas de vida. Tiene que entender cómo preparar la semilla para sembrarla, cuánto tiempo puede guardarla y cómo hacerla despertar para que germine.” Moisés no deja de sorprenderse ante las semillas que le llevan los recolectores del proyecto y que antes ni siquiera se encontraban en este sitio. “Es un conocimiento continuo, el que vamos adquiriendo.”

La lluvia es tan intensa en el parque nacional de la Sierra del Divisor que las nubes parecen formar un hongo nuclear, estado de Acre, 2016. Fotografía de © Sebastião Salgado.

​ Pero la restauración de la selva no termina allí. El Instituto Terra está en la cuenca del río Doce, un río de más de ochocientos kilómetros de largo, muy importante para la región sureste de Brasil. Como muchas otras, esta cuenca enfrenta problemas causados por la deforestación, la erosión del suelo, la contaminación de las aguas y las inundaciones. ¿Y qué tienen que ver los árboles con eso? Un suelo sin cobertura vegetal fácilmente es barrido (por la lluvia, por ejemplo) hacia el caudal de los ríos. Y esto provoca la agradación, que es la acumulación de sedimentos en el lecho del curso de agua. Si el proceso se intensifica, puede reducir la profundidad del río e incluso hacer que se seque por completo.

​ La preservación de los árboles en toda la cuenca del río Doce protege los ríos, arroyos y manantiales que abastecen y aseguran la subsistencia de los seres humanos del campo y de las ciudades.

​ Para que un manantial sea perenne y equilibrado, tiene que estar protegido del sol, que aumenta la evaporación; no deben pisotearlo los animales, mucho menos el ganado; y el suelo no debe perderse por agradación. Los árboles hacen las veces de un gran paraguas protector. El agua de la lluvia cae antes sobre las hojas y baja al suelo más despacio. Una vez ahí, se infiltra más hondo gracias a las raíces. Además, el agua vuelve al aire a través de la evapotranspiración y esto incrementa las lluvias, no sólo en esa región, sino en territorios más amplios.

​ Es decir, los árboles tienen que entenderse también como elementos esenciales para mantener las lluvias, los ríos y, en consecuencia, el agua en todo el planeta Tierra.

​ Hoy, dentro de la selva de veintisiete años de edad creada por el Instituto Terra es posible ver todo tipo de animales, entre ellos ocelotes, tepezcuintles, capibaras, monos y lobos de crin,14 algunos en peligro de extinción.

​ “Al principio era un sueño, pero hoy es lindo ver que se hizo realidad y que llevó a nuestra ciudad a otro nivel. A partir de este ejemplo ya no podemos pensar en producir sin considerar la importancia de la naturaleza, tenemos que entender que no podemos hacer nada en detrimento suyo.”

​ Dentro de la vida y carrera de Sebastião Salgado, la restauración de la selva en la vieja Hacienda Bulcão, en Aimorés, fue un proyecto para rescatar la esperanza después de ver todas las desgracias que provoca la humanidad en el mundo, pero no sólo eso: cuando la selva creció y se puso verde y densa, esa idea lo llevó a otro lugar. Salgado, que ya era célebre por su fotografía de denuncia social, inauguró una nueva fase en su trabajo. Y así nació Gênesis, un proyecto que retrata la conexión del ser humano con la naturaleza.

​ Salgado solía afirmar que, al terminar ese trabajo, se sintió mucho más optimista respecto al planeta. En la película La sal de la Tierra, dirigida por su hijo Juliano Salgado y por el reconocido cineasta Wim Wenders, el fotógrafo dice que, aunque admiramos a los árboles por su altura y por su belleza, en realidad todo depende de ellos, empezando por nuestra agua y oxígeno.

​ Según Juliano, hoy presidente del Instituto, la tierra curó la desesperanza de su padre. “Ver los árboles creciendo y los manantiales brotando reanimó su vocación fotográfica.” Lélia, fundadora del Instituto junto con su marido, sigue siendo consejera.

​ El propio Sebastião Salgado relata, en el filme, que hubo quien trató de disuadirlo de convertirse en un fotógrafo de la naturaleza: “¿Después de tanto tiempo, tú, que te hiciste famoso por lo humano, por lo social, te vas a poner a fotografiar paisajes?”. Menos mal que no dio oídos a esos colegas de profesión. Salgado se ha ido, pero deja su selva en pie, en Aimorés. Deja también los árboles más verdes de la Tierra —aunque estén impresos en esas fotos en blanco y negro de alto contraste, tan suyas— apuntando, con sus copas frondosas, hacia un futuro mejor. O, como diría Wim Wenders, Salgado se ha ido, pero nos deja su “carta de amor al planeta”.

Un igapó con palmeras de la especie Astrocaryum jauari, Parque Nacional del Jaú, estado de Amazonas, 2019. Fotografía de © Sebastião Salgado.

Imagen de portada: Un igapó, tipo de bosque inundado la mayor parte del año con aguas negras, en el archipiélago de Mariuá, curso medio del río Negro, estado de Amazonas, 2019. Fotografía de © Sebastião Salgado.

Fotografías en blanco y negro de Sebastião Salgado

  1. Bela Lobato, “Como Sebastião Salgado plantou uma floresta do zero – e salvou 2 mil nascentes”, Superinteressante, 23 de mayo de 2025. 

  2. Ibid. 

  3. Lafoensia glyptocarpa. 

  4. Ceiba speciosa. 

  5. Lochroma arborescens. 

  6. Cedrela fissilis. 

  7. Nombre común para designar a varias especies de árboles de los géneros Aspidosperma, Chrysophyllum y Paratecana, entre otros. 

  8. Senna multijuga. 

  9. Inga laurina. 

  10. Ipê es el nombre común para varios árboles del género Tabebuia. En México conocemos algunas especies de Tabebuia como “guayacanes”, pero el propio término “guayacán” es impreciso, porque se refiere también a especies de otros géneros. 

  11. Instituto Terra, Annual activity report, 2024. 

  12. Nombre común usado para referirse a especies del género Brachiaria, que no es originario de América. 

  13. Aspidosperma desmanthum. 

  14. Chrysocyon brachyurus.