Los yippies en cinco palabras clave

Contracultura / dossier / Marzo de 2021

Amador Fernández-Savater

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Yippie!

“¿Quiénes sois?” Estudiantes por una Sociedad Democrática (SDS). “Ah vale, está claro”. Movimiento por la Libertad de Expresión (MLF). “Gracias por la información”. Comité de Coordinación Estudiantil No Violento (SNCC). “Ajá, ya veo”. Yippies. “¿Eh, perdón?” (sorpresa, misterio, expectación). “Pero, ¿qué significa eso? ¿Qué sois? ¿Y qué queréis?” Basta con fijarse en los nombres de las organizaciones revolucionarias más importantes de los años 60 para advertir la anomalía salvaje en que consistían los yippies. El nombre surge durante la nochevieja de 1967, cuando los futuros yippies celebran juntos el año nuevo mezclando (a su estilo) la fiesta, la droga, la música y los planes para derrocar a Lyndon B. Johnson, el presidente demócrata que implicó profundamente a EE. UU. en la guerra de Vietnam. Los porros circulan y ellos se preguntan: “¿Cómo podríamos nombrar la radicalización política del movimiento hippie que nosotros representamos, anhelamos y queremos empujar?” La marihuana dispara la inspiración y de pronto Paul Krassner grita eureka: “Ya lo tengo, ¡yippies!” La racionalización sólo llegará más tarde: Youth International Party (YIP). Los yippies, la vanguardia política freak de la revolución juvenil en marcha. Yippie!, escrito con una exclamación, como de sorpresa y júbilo. Yippie: un nombre contra el poder de los nombres. Yippie: ruptura del sentido, un sinsentido que desafía el sentido establecido. Yippie: una contraseña que pasar entre quienes piensan que gozo y política pueden ir unidos. Yippie: una creación poética, un mito, una ficción colosal.


Protesta contra la guerra de Vietnam en el Pentágono, Washington, 21 de octubre de 1967. Lyndon B. Johnson Library Protesta contra la guerra de Vietnam en el Pentágono, Washington, 21 de octubre de 1967. Lyndon B. Johnson Library

No hay nada que explicar: “La única manera de entender es sumarse, involucrarse. Únete a la batalla del misterio contra la máquina televisiva”. Pero atención: los yippies son un misterio a la vista de todos, no un comité invisible. Un secreto a voces, no una realidad al margen. Una especie de bruma o niebla presente por todos sitios que confunde las cosas y a las personas. Rumores en lugar de demandas, payasos en lugar de portavoces, mitos en lugar de programas, la niebla yippie confunde una y otra vez los estereotipos de los media. Sólo en el misterio se pueden dar formas de participación mística y otra experiencia del compromiso político.

Acción

“La acción es nuestra relación con todo”, dejó dicho Bruce Lee. Lo mismo vale para los yippies. El título del célebre libro de Jerry Rubin es bien significativo al respecto: Do It! La acción media la relación con todo. ¿Qué significa eso? La palabra sólo tiene sentido si induce e impulsa la acción. Los yippies eran oradores temibles: sus mítines fueron capaces en muchas ocasiones de desencadenar acto seguido manifestaciones espontáneas y disturbios, el sueño imposible de todo intelectual revolucionario. El teatro sólo tiene sentido en la calle, si afecta directamente a lo real, sin escenario ni espectadores, como teatro de acción de la vida. El arte sólo tiene sentido si produce inmediatamente otras relaciones sociales, sin obligación de pasar por ninguna mediación cultural o institucional, como festival, manifestación, ritual comunitario. Un libro sólo tiene sentido si es un arma que toca la vida del lector, disparando su adrenalina y dirigiendo la energía vital liberada hacia la lucha social.

Abbie Hoffman levanta el puño durante el juicio de los Siete de Chicago. Ilustración de Franklin McMahon © Franklin McMahon, Chicago Historical Society Abbie Hoffman levanta el puño durante el juicio de los Siete de Chicago. Ilustración de Franklin McMahon © Franklin McMahon, Chicago Historical Society

Formas colectivas de existencia práctica comunicativa desafío a lo establecido reinvención de los lenguajes abolición de las distancias amor armado belleza de la comunidad en marcha acción acción acción

Nunca la acción paciente y gradual, la férrea-lógica-del-paso-siguiente como decía Norman Mailer, sino una acción apocalíptica.

El radicalismo no funciona paso a paso, lógica o racionalmente: el radicalismo es una iluminación, una explosión histórica del cuerpo y de la mente, un orgasmo espiritual, una aventura en la que los individuos cambian de la noche a la mañana… Volverse revolucionario es como caer enamorado. Nadie puede explicarlo, no hubo aviso previo, las causas son cataclísmicas.

Iluminación, explosión, cataclismo, orgasmo, aventura, amor loco… La acción como acontecimiento que sacude la existencia individual y la rompe en dos: antes y después. La acción como acontecimiento que trastoca el orden de la historia y lo parte en dos: antes y después. Según Abbie Hoffman, una buena película de acción es el mejor modelo para la acción política: dinámica, con la gente totalmente involucrada, sin permitir ninguna distancia, produciendo constantemente expectativas (“¿qué pasará ahora?”). Pero la acción yippie no quiere tener siquiera guion, programa ni estructura, sino ser totalmente imprevisible, creativa y abierta. Acción sin reivindicaciones ni objetos, donde la forma es el contenido y el cómo es el qué. No en vano Abbie Hoffman tituló su primer libro Revolution for the Hell of It, literalmente “La revolución por la revolución misma”, “Revolución porque sí”. Acción que confronte y polarice constantemente oponiendo símbolos de libertad a símbolos de autoridad, dividiendo a la población y poniendo en escena el conflicto irreductible entre dos mundos.

Amérika (con la K de Ku Klux Klan)

Amérika es la Muerte. En primer lugar, repetición, silencio y pasividad en la familia, la escuela, el hospital, el cuartel, la prisión, la fábrica. En cada una de esas instituciones disciplinarias que formatean las subjetividades para hacerlas “dóciles y productivas”. La trayectoria normal de una vida amerikana consiste en la pacífica transición de una institución disciplinaria a otra. Por eso atacar una es atacarlas a todas. Como escribió Jerry Rubin sobre Julius Hoffman, el juez octogenario y despótico que presidió el tribunal que les juzgó por los acontecimientos de Chicago: “Julius era todos los jueces, todos los políticos, todas las figuras de autoridad, todos los profesores, todos los padres”. Homogéneo poder dinosaurio. En segundo lugar, la novedad del consumo. A partir de un cierto momento, el capitalismo comienza a apoderarse de todo aquello que había quedado por fuera del trabajo y a convertirlo en mercancía de compraventa: cultura, sueños, costumbres, sentimientos, etcétera. Herbert Marcuse, que fue maestro de Abbie Hoffman, radiografió en su obra esta “integración generalizada en un sistema de necesidades dirigidas”. El “hombre unidimensional” que describe es un sujeto pasivo ya no sólo en el trabajo, sino ahora también en el tiempo libre (televisión, cine, turismo), convertido en cosa. Su razón es sólo una razón instrumental que manipula todo lo que toca. Sociedades disciplinarias y sociedades de consumo coincidían entonces perfectamente, aunque el “capitalismo psicodélico” que denunciaban ya los yippies anunciaba el cisma. Como explicaba Jerry Rubin,

la revolución arroja beneficios. Y por eso los capitalistas intentan venderla. Los chupasangres toman lo mejor de cuanto producen nuestras mentes y corazones, lo convierten en bienes de consumo, le ponen precio y nos lo revenden como mercancía. Toman nuestros símbolos, empapados todavía de la sangre de las calles, y los hacen chic. Se apropian de nuestra música, la música creada por nuestro sufrimiento, nuestro dolor, el inconsciente colectivo de nuestra comunidad.

Y por último, poder imperialista. Guerra en Vietnam, destrucción masiva, fuerza bruta, sacrificio de miles de jóvenes amerikanos en la jungla oriental, poder infinito de dar la muerte al otro deshumanizado y designado como enemigo. En definitiva, Amérika es la muerte. Estabilidad contra inestabilidad. Orden contra energía. Represión y aburrimiento contra el goce de los cuerpos. Repetición contra creatividad. Planificación contra el caos autoorganizado. Poder de destrucción contra la autodeterminación de los pueblos. Y la muerte muere matando. La visión yippie sobre Amérika es la de una civilización herida y que llega a su fin. La política se presenta entonces como una estrategia de supervivencia: hay que escapar colectivamente del barco que se hunde.

Jerry Rubin y Abbie Hoffman con togas de juez durante el juicio de los Siete de Chicago. Ilustración de Franklin McMahon © Franklin McMahon, Chicago Historical Society Jerry Rubin y Abbie Hoffman con togas de juez durante el juicio de los Siete de Chicago. Ilustración de Franklin McMahon © Franklin McMahon, Chicago Historical Society

Amérika se desmorona, hay dos alternativas: revolución o catástrofe. Hemos descubierto el amor y la fraternidad de una comunidad que lucha hombro con hombro por su supervivencia. Hemos descubierto que sólo nos tenemos Unos a Otros. Alambradas de espino, porras, gases lacrimógenos y detenciones políticas son el estertor final de un gobierno que ha perdido el apoyo de la misma gente cuyas vidas trata de dirigir.

Esto no lo escribe Tiqqun en el cambio de milenio, sino Jerry Rubin en 1967.

Humor

¿Quién era la principal referencia de los yippies? ¿Marx? No. ¿Mao? Tampoco. ¿Ho Chi Minh? No, no y no. ¡Lenny Bruce, el famoso humorista satírico estadounidense! El hecho de que un cómico sea la primera fuente de inspiración de un grupo político ya es algo bien llamativo. Uno se pregunta qué tipo de política es la que practica ese grupo. Lenny Bruce se hizo famoso por su humor sucio y su gran capacidad para la improvisación. Sus actuaciones en directo eran vigiladas atentamente por la policía, que interrumpía los monólogos cuando juzgaba que el cómico traspasaba los límites de la decencia. Arrestado y juzgado en varias ocasiones por obscenidad, perseguido, censurado y vetado en muchos estados, Lenny Bruce acabó con su vida en 1962. Años más tarde los yippies lo nombraron presidente honorífico y Abbie Hoffman le dedicó su libro sobre el festival de Woodstock. Escupir las verdades prohibidas, usar un lenguaje sucio, callejero y muy directo, mezclar la sátira y la crítica política, improvisar… ¡yippie! El cruce entre humor y política es una constante entre los yippies. Una fotografía les muestra en una manifestación antiguerra en Nueva York. Llevan entre varios una extraña pancarta que reza: fuck communism. ¿Eh? Son las dos palabras prohibidas en la Amérika de los 60 (literalmente, en el caso de fuck). Decir sin decir: ¿no es eso precisamente lo que hace el humor? Decir sin decir, evitando la censura y la criminalización, buscando la complicidad del espectador inteligente que sabe leer entre líneas y apreciar el ingenio de la operación. Otra escena: Rubin y Hoffman entran en la sala del tribunal que les juzga en Chicago ¡disfrazados con una toga de juez! El verdadero juez les ordena encolerizado que se la quiten inmediatamente. Hoffman y Rubin obedecen ipso facto, dejando ver así el uniforme de la policía de Nueva York que llevan debajo. Carcajada general. Se dice (sin decir) lo que está prohibido decir: la policía es la esencia del poder judicial. Presentar lo impresentable en la misma cara de los poderosos, ¿no ha sido siempre esa la función de los bufones y de los payasos? El rebelde-payaso no opone al poder su propio poder, sino más bien su impotencia, asumida gozosamente. “We’re not leaders, we’re cheerleaders”, exclama Abbie Hoffman. Hay que atreverse a hacer el ridículo, a volverse un poco loco. En la marcha antiguerra al Pentágono de 1967, los futuros yippies pretenden hacer levitar el edificio mediante un ritual de exorcismo. La idea es que cuando el hexágono se eleve cien metros en el aire comience a girar sobre sí mismo y entonces expulse los demonios del militarismo y el imperialismo que lo habitan. Las autoridades, algo confundidas por el carácter de la iniciativa y tras pintorescas negociaciones, conceden permiso a los manifestantes para levitar el Pentágono… ¡pero únicamente tres metros! El cachondeo es total. En su autobiografía, Hoffman cuenta muy serio cómo el ritual elevó y exorcizó el edificio endemoniado. No es del todo seguro que mintiera. Allen Ginsberg explicó tras la acción que la burla había disuelto el miedo que infundía (y protegía) la autoridad del Pentágono y que en ese sentido sí lo hicieron levitar. Toda legitimidad se funda en algo que deja oculto: el humor lo revela y lo destruye. Por eso la risa libera y hablamos incluso de una “risa liberadora”. La risa vuelve más ligero todo lo que toca.

Chicago 68

Ahora lo llamamos “cumbre” y “contracumbre”. En el verano de 1968, el Partido Demócrata organizó una convención en Chicago con el fin de elegir candidato para las elecciones presidenciales de 1968, tras la súbita renuncia de Lyndon B. Johnson (“¡se ha vuelto un dropout!”, decían los yippies) y el asesinato de Robert Kennedy. Podríamos considerar la contracumbre entera como una acción yippie. En primer lugar, se escenificó la confrontación entre mundos. La propuesta yippie era celebrar un Festival de la Vida ininterrumpido durante tres días en el parque Lincoln, “una obra de teatro revolucionario para sustraer a las masas de jóvenes alienados a sus padres, a sus maestros y a Amérika como un todo”. Allí pretendían que estuviese presente toda la cultura alternativa: desde los grupos musicales de referencia ofreciendo conciertos gratuitos hasta poetas-profetas célebres como Allen Ginsberg, pasando por los mejores grupos de teatro-guerrilla y toda la droga disponible. El Festival de la Vida debía mostrar y comunicar al mundo entero la belleza exuberante de la cultura juvenil alternativa frente a la Convención de la Muerte donde se decidía la continuación de la guerra de Vietnam. Se trataba de dramatizar las divisiones culturales que atravesaban entonces el país y dar a escoger:

Chicago es una obra moral de teatro religioso que aborda emociones humanas elementales, pasadas y futuras: juventud y vejez; amor y odio; bien y mal; esperanza y desesperación; yippies y demócratas.

Estar fuera tiene que ser más atractivo que estar dentro. En segundo lugar, los yippies construyeron un perfecto evento mítico. Meses antes, utilizaron las negociaciones con las autoridades para crear expectativas sobre lo que estaba por venir. El alcalde Daley denegaba el permiso para instalarse en el parque Lincoln, los yippies escandalizaban con su propuesta de actividades, Allen Ginsberg cantaba “Hare Krishna” en medio de las negociaciones, la tensión en torno al evento crecía y crecía. Manipulando el ansia de morbo de los media, los yippies lanzaron rumores disparatados que la prensa recogía y amplificaba encantada: “los yippies proyectan echar grandes cantidades de LSD en el agua”, “los yippies han pintado sus coches como taxis, secuestrarán a los delegados de la Convención y los soltarán en Wisconsin”, “los yippies disfrazados de Vietcong piensan repartir arroz y besar a los niños por la calle”, etcétera. La imaginación se excitaba más y más. El teatro-guerrilla y el humor hicieron su aparición ya en pleno evento, cuando los yippies promovieron a un cerdo, de nombre Pigaso, para candidato demócrata. La campaña fue tumultuosa y muy corta, todos acabaron entre rejas, incluyendo al cerdo. Así lo narra Jerry Rubin en Do It!:

“La democracia en Amérika es de chiste”, grité mientras nos maniataban. “Ni siquiera se le permite a nuestro candidato pronunciar su discurso”. Nos llevaron a la comisaría y cuando llevábamos un rato, un policía entró y nos dijo: “Malas noticias, se enfrentan todos ustedes a cargos muy graves”. “Maldita sea”, pensé yo, “¡el cerdo ha cantado!”

Por último, en Chicago los yippies desplegaron a gran escala la táctica de la provocación/reacción: provocar al poder hasta obligarle a mostrar su auténtico rostro represivo. “Anhelamos la represión para exponerla”, escribió Rubin. Y porque además la confrontación intensifica la experiencia de comunidad. Los yippies estaban divididos, no sabían qué deseaban con más fuerza: si que el Festival de la Vida saliese adelante o que la policía impidiese por la fuerza su existencia. Esto último fue lo que ocurrió. A pesar de la poca gente que se congregó finalmente en la ciudad para la protesta y el festival, Chicago 1968 es un acontecimiento importantísimo en la historia amerikana porque fue casi enteramente televisado y la represión policial salvaje quedó a la vista de todos. “The whole world is watching”: antes de que se coreara en Génova en la contracumbre de 2001, los manifestantes de Chicago aullaron ese eslogan en otra ciudad sitiada durante el verano de 1968.

Selección de Amador Fernández-Savater, “Prólogo”, en Abbie Hoffman, Yippie! Una pasada de revolución, Tomás González Cobos (trad.), Acuarela Libros / Machado Libros, Madrid, 2015.

Imagen de portada: Jóvenes se enfrentan a la Guardia Nacional en Grant Park durante la Convención Nacional Demócrata en Chicago, 29 de agosto de 1968. Fotografía de Warren K. Leffler. Library of Congress