De la batrachka a la delegatka

La mujer y la revolución en Rusia

Revoluciones / dossier / Octubre de 2017

Óscar de Pablo

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Karl Marx solía citar una idea del utopista Charles Fourier, según la cual el grado de progreso de una sociedad puede medirse a partir de la igualdad entre hombres y mujeres en ella. ¿Qué puede decirse al respecto de la revolución bolchevique, en comparación con la vieja sociedad zarista e incluso con nuestra sociedad capitalista actual? La vieja estructura social rusa era profundamente desigual. No había educación pública. En el campo, la costumbre concedía sólo al jefe masculino de cada familia el derecho a participar en el laboreo comunal de la tierra. La palabra batrachka designaba a la campesina que se alquilaba como esposa temporal para poder trabajar el campo… hasta que el hombre decidiera echarla. La iglesia ortodoxa monopolizaba el registro de matrimonios y nacimientos, así como la escasa educación popular que se impartía. No había divorcio, pero el hombre sí tenía derecho a repudiar a su esposa. A esto se sumaba la condición específica de la mujer obrera, que había sido parcialmente emancipada de la dependencia familiar, pero en cambio soportaba el yugo de un empleo industrial sin licencias de maternidad ni protección especial de ningún tipo, con jornadas que podían extenderse hasta catorce horas, los siete días de la semana. Desde mucho antes de 1917, siguiendo la tradición del socialismo occidental y radicalizándola, los bolcheviques reconocían la opresión especial de la mujer en la sociedad de clases y entendían que su emancipación no podría darse al margen de la lucha obrera por el socialismo, la cual no podría triunfar si no movilizaba a grandes masas de mujeres con la bandera de su propia emancipación. Así pues, dedicaban considerables esfuerzos a reclutar trabajadoras y a incluirlas entre sus cuadros dirigentes. Muchas mujeres se habían integrado a la dirección de esa corriente incluso antes de que se definiera como partido. Por ejemplo, entre 1900 y 1905, era Nadezhda Krúpskaya, la compañera de Lenin, quien dirigía la correspondencia clandestina entre los exiliados marxistas y los grupos afines del interior del país. En 1912, cuando la facción bolchevique se constituyó como organización aparte y fundó un nuevo periódico, el emblemático Pravda, Concordia Samoilova participó en su comité de redacción. El 8 de marzo de 1914, durante un auge huelguístico en Rusia, el partido bolchevique fundó en San Petersburgo un periódico especial para las mujeres, el Rabotnitsa (“La Obrera”), bajo la dirección de Samoilova y de la militante franco-rusa Inessa Armand, con un tiraje de doce mil ejemplares. Sin embargo, el ingreso de Rusia a la Primera Guerra Mundial ese agosto in­te­rrumpió el auge huelguístico y forzó a los bolcheviques (que se oponían a la guerra) a pasar a la clandestinidad, por lo que el periódico tuvo que cerrar momentáneamente. En los años que siguieron al estallido de la guerra y que antecedieron a la revolución, Armand representó a los bolcheviques en diversas reuniones socialistas internacionales, donde promovió la línea de su partido de aprovechar la oposición a la guerra para impulsar la revolución.

Ivan Shagin Ivan Shagin, Desfile de deportistas soviéticas, 1932

La revolución llamada “de febrero” inició en realidad el 8 de marzo de 1917, de acuerdo al nuevo calendario, detonada por la celebración del Día Mundial de la Mujer en Petrogrado. La adopción del moderno calendario occidental en Rusia fue una conquista de la “revolución de octubre”, que en consecuencia se celebra el 7 de noviembre. Tras la “revolución de febrero”, los bolcheviques pudieron trabajar de nuevo abiertamente, y pronto volvieron a publicar no sólo el Pravda sino también el Rabotnitsa. En esos meses, una de las luchas que libraron fue contra la propuesta de despedir de la industria pesada a las mujeres casadas para solucionar la crisis del empleo. Actualmente muchos describen la línea del periódico Rabotnitsa como “feminista” porque estaba dedicado específicamente a la emancipación de la mujer. Sin embargo, sus dirigentes rechazaban esta palabra, que asociaban exclusivamente con los movimientos burgueses por el cambio ideológico a favor de la igualdad de género bajo el capitalismo. Por el contrario, Samoilova, Armand y compañía consideraban que su militancia por la emancipación de la mujer no era sino una de las obligaciones que las definían como marxistas. Rechazar la palabra “feminista” desde una perspectiva de clase no significaba para ellas nada parecido a la negativa a militar específicamente contra la opresión de la mujer.

En el poder

Desde su primera aparición en la revolución fallida de 1905, las asambleas o soviets obreros concedían plena igualdad a las mujeres para votar y ser votadas, igualdad que automáticamente se hizo ley cuando los soviets tomaron el poder el 7 de noviembre de 1917. Rusia no fue el primer país en conceder a las mujeres la igualdad ante la ley, pero sí el primero en tomar ciertas medidas para hacer de la igualdad una realidad social. Esto se reflejó desde el primer día del nuevo orden con la inclusión de una mujer en el gobierno, la primera en la historia. Se trataba de Alejandra Kolontái, que había sido una de las principales oradoras de la revolución y desde agosto formaba parte del Comité Central del Partido Bolchevique. A ella le correspondió el Comisariado del Pueblo (como se llamaban los ministerios) de Bienestar Social. Años después, ella misma sería la primera mujer embajadora del mundo y luego la primera en México. Otra mujer bolchevique, Elena Stásova, se ocupó nada menos que de dirigir el secretariado del Comité Central del Partido Comunista al lado del famoso Yákov Sverdlov. Mientras tanto, Inessa Armand pasó a dirigir el Consejo Económico de Moscú. Natalia Sedova, la compañera de Trotsky, encabezó la preservación de monumentos históricos, como parte del Comisariado del Pueblo de Educación. En diciembre de 1917, cuando los soviets tomaron el poder en Ucrania, eligieron como presidente provisional a la bolchevique Eugenia Bosch. Fue la primera mujer elegida para encabezar un gobierno en la historia moderna. Sin embargo, como consecuencia del tratado de paz, el gobierno ruso no pudo impedir que el Imperio alemán ocupara Ucrania y depusiera al gobierno soviético ucraniano. Así pues, más que en el gobierno, la labor de Bosch se desarrolló en la resistencia militar contra la ocupación y el combate a la contrarrevolución en Ucrania. Pese a su delicada salud, Eugenia Bosch se convirtió en la principal comandante del Ejército Rojo en ese país. Cuando en 1919 se fundó en Moscú la Internacional Comunista, la militante ruso-italiana Angélica Balabanova fue nombrada secretaria general. A manera de contraste, pensemos que México no concedió el voto a la mujer sino hasta 1953. Fue apenas en 1979 cuando se eligió la primera gobernadora y en 1980 cuando se nombró la primera secretaria de Estado (en la Secretaría de Turismo). Pese a la intensa participación que habían tenido las mujeres en la revolución mexicana, no fue sino en 2002 cuando la primera mujer llegó al grado de general de brigada en el Ejército mexicano. Desde luego, la sola presencia de mujeres en cargos de poder no basta para transformar la vida de la población. El poder casi absoluto de Catalina la Grande no cambió nada para las campesinas rusas, como el de Margaret Thatcher no significó sino retrocesos para las obreras británicas. Pero en el caso de la re­volución rusa, esta inclusión no fue sino el anuncio de cambios más profundos: en 1918, el gobierno soviético aprobó el Código Familiar más revolucionario que la historia haya conocido; despenalizó toda práctica sexual voluntaria entre adultos, incluyendo la “sodomía”, que era aún perseguida en muchos otros países y seguiría siéndolo por muchos años. En marzo de 1918, cuando Trotsky dejó el Comisariado del Pueblo de Relaciones Exteriores para pasar al de Guerra, quien lo sustituyó en ese puesto fue Gueorgui Chicherin, cuyas preferencias homosexuales nadie ignoraba, y que pudo ocupar el comisariado hasta 1930. En cambio, recordemos que en la democrática Inglaterra la persecución de la homosexualidad llevó al suicidio al científico Alan Turing en 1954. Además, el Código Familiar soviético de 1918 no sólo instauró el matrimonio civil (con la oposición de las bolcheviques más radicales, que querían abolir toda forma de matrimonio) sino también una forma de divorcio fácil de conseguir y que garantizaba la pensión alimenticia a la mujer y a los hijos. Muchos años después, la sencillez del divorcio soviético seguía escandalizando a los conservadores del resto del mundo. Cuando en 1933 una revista estadounidense preguntó a Trotsky si en verdad se podía obtener el divorcio en la URSS con sólo solicitarlo, él respondió preguntando si en verdad había países donde aún no era así. El mismo año, los soviets aprobaron también un código laboral en que no sólo se consagraba la jornada máxima de ocho horas, sino que también concedía a las madres trabajadoras el derecho a media hora de descanso cada tres horas para amamantar e instalaciones especiales para ello en los lugares de traba­jo. También garantizaba dos meses de licencia de maternidad plenamente remunerada y prohibía el trabajo nocturno a las mujeres embarazadas y en periodo de lactancia. Un programa particularmente popular de servicios médicos y otras prestaciones para las madres se instituyó bajo la dirección de la médica bolchevique Vera Lebedeva. En las décadas de 1920 y 1930 frecuentemente se concedía a las mujeres un descanso de unos cuantos días al mes como licencia menstrual. Además, en 1920 no sólo se despenalizó el aborto sino que se le incluyó en el sistema de salud que el Estado debía ofrecer de manera gratuita. Esto no había ocurrido en ningún país del mundo. En la Ciudad de México el aborto fue despenalizado en 2000 (80 años después que en Rusia), pero en otras partes de nuestro país sigue castigándose con cárcel hasta el momento. Cien años después de la revolución rusa, el aborto se despenalizó en Chile en medio de una fuerte resistencia.

Lev Borodulin Lev Borodulin, Pirámide, 1954

En 1919, mientras se libraba la cruenta guerra civil por extender el poder soviético a la vasta provincia rusa contra la intervención de catorce potencias extranjeras, el Partido Comunista fundó su Departamento de Mujeres Obreras y Campesinas: JENOTDEL, por sus siglas en ruso. Este término, hoy poco conocido, debería servir de inspiración a quienes militan contra la opresión de la mujer. Bajo la dirección de dirigentes como Kolontái, Armand, Samoilova y Krúpskaya, su fin era integrar a las mujeres al proceso revolucionario y al mismo tiempo imprimirle a éste una orientación más concreta contra la opresión especial de la mujer. El cambio que implicó la fundación del JENOTDEL fue tan profundo que algunas mujeres lo llamaron una “segunda revolución de octubre”. Esta institución combinaba las tareas de propaganda y agitación política con una vasta red de servicios sociales, como guarderías y comedores, destinados a socializar el trabajo doméstico con el fin último de reemplazar a la familia como unidad económica. La posibilidad de que las mujeres dejaran a sus hijos en guarderías estatales fue lo que originó la leyenda de que los comunistas se llevaban a los niños para comérselos. Además, el JENOTDEL estableció un programa para incluir a delegadas obreras (las llamadas delegatkas) en las funciones de dirección del Estado. Llevaban como distintivo una mascada roja y eran elegidas de manera rotativa para dejar la fábrica durante unos meses e ir a aprender el trabajo del gobierno. Así, mientras se capacitaban, se convirtieron en el terror de los burócratas por la labor de supervisión que ejercían sobre ellos en defensa de los intereses populares. En 1920, el JENOTDEL lanzó su propia publicación, Komunistka (“La Comunista”), donde se discutían con todo radicalismo temas como el matrimonio, la sexualidad y la familia. El envío de maestras y agitadoras sociales al Asia Central musulmana significó una medida especialmente revolucionaria. Cuando las viejas autoridades religiosas decretaron que las maestras serían lapidadas si se mostraban sin velo o impartían educación científica, el gobierno soviético respondió declarando que el asesinato de mujeres sería considerado un acto de guerra y por lo tanto podría ser castigado con la pena de muerte. Así se paró en seco la lapidación de las educadoras. Del mismo modo, cuando se decretó el reparto agrario para satisfacer la secular demanda campesina de tierra, se impuso una única condición que contrariaba la costumbre: que el derecho a la tierra de cada jefe de familia se extendiera también a las mujeres. Esta infracción de los usos tradicionales provocó no poca resistencia en el campo, pero aun los campesinos más conservadores lo consideraron preferible a la continuación de los viejos latifundios. Finalmente, las militantes bolcheviques trasmitieron su experiencia y convicciones al movimiento comunista del resto del mundo en las tesis sobre el trabajo entre las mujeres que presentaron e hicieron aprobar en el Tercer Congreso de la Internacional Comunista, en el verano de 1921 (en medio de todo esto, el bolchevismo tuvo a su mejor periodista de combate en la brillante Larisa Reisner). Estas tesis instaban a los partidos comunistas a poner la cuestión de la mujer en el centro de su labor, pero también a combatir más decididamente al feminismo burgués.

De la contrarrevolución política a la social

El programa marxista de la emancipación de la mujer contaba con un aumento cualitativo en las fuerzas productivas y una abundancia material inconcebible bajo el capitalismo, lo que a su vez suponía la extensión internacional de la revolución. Esto no ocurrió. Los propios bolcheviques reconocían con una franqueza inusual entre los gobernantes que todas las medidas que emprendían en ese sentido chocaban con las duras limitaciones materiales de un país aislado, pobre y forzado a guerrear para sobrevivir. Los sitios en las guarderías, comedores, hospitales, etcétera, llegaron a ser cientos de miles, cuando se necesitaban cientos de millones. Aunque se instituyó el derecho al aborto, éste no podía concederse por falta de médicos y hospitales. La población vivió años de pobreza desesperada que los dirigentes comunistas compartieron: el Secretario General del partido, Yákov Sverdlov, murió en una epidemia de gripe en 1919 y fue reemplazado por Iósif Stalin; por su parte, tanto Inessa Armand como Concordia Samoilova murieron de cólera, la primera en el Cáucaso en 1920 y la segunda en Astracán en 1921. Mientras tanto, toda la generación obrera que había protagonizado la revolución se inmolaba en la primera fila de la guerra civil. Para finales de 1923, cuando el último intento revolucionario fracasó en Alemania, quedó claro que la revolución no se extendería a Occidente en el corto plazo. Entonces la burocracia gobernante soviética empezó a adaptarse a su situación de aislamiento y a defender sus privilegios de casta. Había empezado una verdadera contrarrevolución, si no social, sí política. No se reintrodujo el capitalismo, pero sí algunos elementos de desigualdad, con la correspondiente dosis de deshonestidad para encubrirlos. Así, cuando se vio que el Estado no podría reemplazar con cuidados sociales a la familia, ésta fue oficialmente revindicada. En 1930 la dirección estalinista del partido canceló el JENOTDEL, argumentando que la cuestión femenina ya estaba resuelta en la URSS. Dado que los hospitales no podían satisfacer la demanda de abortos, el aborto se proscribió en 1936. Irónicamente, se argumentó que éste ya no era necesario debido a la supuesta prosperidad de la que gozaban las madres soviéticas. Como parte de una reglamentación cada vez mayor de la vida privada, la homosexualidad empezó a ser perseguida incluso más cruelmente que en el mundo capitalista. En 1923, Alejandra Kolontái, que había simpatizado con varias disidencias internas, dejó el país para pasar al servicio diplomático soviético y se convirtió en la primera mujer embajadora de la historia. Eso probablemente le salvó la vida. En los siguientes años, las mujeres bolcheviques formaron parte de la lucha contra la degeneración burocrática del Estado soviético y compartieron el peso de la persecución estalinista. Eugenia Bosch, la comandante roja de Ucrania, se suicidó en enero de 1925, cuando supo que Trotsky había dejado la jefatura del Ejército Rojo. Estaba enferma y sabía que el ascenso de la burocracia estalinista exigiría una nueva lucha para la cual no se sentía con fuerzas. Su compañero, el teórico bolchevique Gueorgui Piatakov, sería ejecutado en los procesos de Moscú. A finales de ese año, Krúpskaya, viuda de Lenin, se opuso en un congreso del partido a la doctrina estalinista del llamado “socialismo en un solo país”, aunque después se vería obligada a retractarse. En 1926 Larisa Reisner murió de tifoidea. Los camaradas y las parejas con los que habían compartido su vida serían ejecutados en las grandes purgas. En los siguientes años, la vieja militante Alejandra Sokolovskaya, que en su juventud había ganado a Trotsky al marxismo, dirigió la Oposición de Izquierda en Leningrado, junto con el escritor francés Víctor Serge. Lo pagaría con la vida. A pesar de los graves retrocesos de esa época, la economía colectivizada siguió existiendo, y con ella la posibilidad de un grado de igualdad entre los sexos superior al del mundo capitalista más avanzado. El acceso general de las mujeres a la educación, incluidos sus niveles superiores, se mantuvo y se extendió a los países del llamado “bloque oriental”. Mientras en Occidente se inviabilizó sistemáticamente la aportación fundamental de las mujeres científicas, por ejemplo en la carrera espacial, en 1963 la URSS se enorgulleció de enviar al espacio a la primera mujer, Valentina Tereshkova, que ese mismo año fue nombrada Heroína de la Unión Soviética y recibió la Orden de Lenin. Más fundamentalmente, los servicios básicos del cuidado (guarderías, escuelas, hospitales) siguieron siendo públicos y superiores en calidad y extensión a los del mundo capitalista. Quizás el resultado más grave de la contrarrevolución política que tuvo lugar a mediados de los años veinte fue el inicio de un proceso de destrucción de la conciencia de clase del proletariado ruso (incluida la conciencia de la opresión de la mujer); este proceso abarcó seis décadas de represión y mentiras, y dio como último resultado una contrarrevolución social que no encontró resistencia de masas. El avance que, pese a todo, significaba la existencia de la URSS quedó subrayado por la catástrofe humana que sobrevino con la restauración final del capitalismo en 1991-1992, tanto en Rusia como en el resto de Europa Oriental. En los siguientes años, la flamante Rusia capitalista vio el estallido incontrolable de epidemias como el sida, la despoblación y el auge de la prostitución en todas sus variantes. En países como la antigua Yugoslavia estalló una guerra fratricida sobre líneas nacionales y religiosas. Con todo, la revolución de octubre tuvo consecuencias irreversibles a nivel mundial. Es imposible calcular hasta qué punto el avance de la igualdad social en el resto del mundo durante el siglo XX, incluida la igualdad de género, se debió a las luchas directa o indirectamente inspiradas por la revolución rusa, por un lado, y al miedo de las élites a su extensión, por otro. Hoy, cuando Estados Unidos, la sociedad capitalista más avanzada del mundo, ha elegido a un homínido machista como su presidente, si las conquistas directas de la revolución rusa se han perdido, nos quedan su inspiración y sus lecciones.

Las principales fuentes bibliográficas que sirvieron de base al presente texto se encuentran en “La revolución rusa y la emancipación de la mujer”, Spartacist en español, núm. 59, primavera de 2006, disponible en línea.
Imagen de portada: Alexander Abaza, Gimnastas, 1980.