La derecha populista y la conversión del liberalismo en un arma

Selección

Populismos / dossier / Diciembre de 2022

Benjamin Moffitt

Traducción de: Elena Odriozola

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Los ejemplos que mejor ilustran cómo se puede desdibujar la línea entre populismo y liberalismo provienen de Europa del Norte. Allí varios partidos y figuras populistas de derecha han reconfigurado las defensas liberales tradicionales de los grupos “minoritarios”, como los homosexuales y las mujeres, al caracterizarlos como parte del “pueblo”, el cual requiere protección de cara a la “élite” y también a “otros” peligros que quieren atacarlos. Esos actores aprendieron, además, a usar el lenguaje del liberalismo a la hora de defender la libre expresión, el secularismo y las libertades individuales, “desplegando [de ese modo] un rostro más ‘cívico’ y demócrata liberal”1 que los anteriores partidos populistas de la derecha radical. Dichas posiciones populistas de derecha han sido consideradas entonces como las verdaderas defensoras de la libertad y de los “valores del Iluminismo”, en oposición a una élite que supuestamente solo se preocupa por la corrección política y el relativismo cultural.

​ El pionero fue el político de los Países Bajos Pim Fortuyn. Catedrático de sociología y abiertamente homosexual, Fortuyn combinó una plataforma antiislámica, antimigratoria y euroescéptica —marcas distintivas de lo que se espera de la derecha radical populista— con una fuerte postura socioliberal en materia de género, sexualidad, legalización del consumo de psicotrópicos y eutanasia. También logró combinar esas posturas en su discurso mediante la afirmación de que los derechos liberales y la permisividad de la cultura holandesa, conseguidos con tanto esfuerzo, se verían invalidados si persistía la inmigración desde países con mayorías musulmanas (propiciada por “la élite” multicultural). Para eludir las acusaciones de racismo o xenofobia formuladas en su contra, proclamó su liberalismo social. Como le respondió a un crítico: “No tengo nada contra los marroquíes. Me he acostado con mu­chos”. Fortuyn fue asesinado nueve días antes de las elecciones generales de 2002 y ese año su partido, el Lijst Pim Fortuyn, pasó a ser el segundo más importante del Parlamento holandés. Aunque luego su partido se desbandó, el legado de este político se ha mantenido; de hecho, en la actualidad tiene una sólida presencia en los Países Bajos.

©Helen Zughaib, *Syrian Migration Series #17*, 2018. Cortesía de la artista©Helen Zughaib, Syrian Migration Series #17, 2018. Cortesía de la artista

​ La combinación entre liberalismo y populismo en cuestiones relativas a la sexualidad también es evidente en el discurso de Geert Wilders, el populista de Países Bajos a quien Fortuyn allanó el camino. Wilders se ha esforzado por presentarse como aliado de la comunidad LGBTIQ+ sosteniendo que su objetivo es luchar por “la libertad que deberían gozar las personas gays —besarse, contraer matrimonio, tener hijos—, que es precisamente aquello contra lo cual lucha el islam”.2 Asimismo, hizo uso de la palabra en el evento LGBTIQ+ Wake Up!, durante la Convención Nacional Republicana de los Estados Unidos de 2016, junto con Milo Yiannopoulos. Defensas similares de la libertad y los derechos sexuales contra la aparente amenaza del islam se observan en Dinamarca, donde el Dansk Folkeparti (Partido del Pueblo Danés) aseguró en 2009 que “en las últimas décadas, los homosexuales fueron víctimas de la presión de grupos islámicos intolerantes”. A la vez, prometió “trabajar con decisión contra la opresión y la discriminación de los homosexuales” alentando a la policía a “dirigir sus acciones contra grupos específicos que exhiban una despreciable intolerancia”.

​ Estos populistas también se posicionaron como defensores liberales de la igualdad de género trazando una oposición binaria entre sus valores “ilustrados” y el aparente sexismo y la misoginia de los inmigrantes. Como argumentan los politólogos Cas Mudde y Rovira Kaltwasser, en el caso de la derecha radical populista de Europa del Norte “los temas de género han quedado vinculados casi con exclusividad a la cuestión general de la inmigración o, más precisamente, de la integración”. […]

​ Otra táctica clave empleada por la derecha radical populista con la intención de presentarse como liberal reside en adjudicarse la defensa de la libertad de expresión frente a los miembros de una “élite” esclava de la corrección política. Varios líderes europeos populistas de derecha han sido acusados ante la justicia de incitación al odio. Geert Wilders, por ejemplo, fue declarado culpable de incitar a la discriminación racial en 2016, cuando exigió que hubiera “menos marroquíes” en los Países Bajos. El holandés describió su batalla en los tribunales como “el juicio contra la libertad de expresión” y la encuadró en su discurso populista al afirmar que iba dirigida “contra un político que dice lo que la élite políticamente correcta no quiere escuchar”. Según Wilders, las leyes en materia de discursos de incitación al odio convertían a los Países Bajos en “una dictadura”, por lo que él, al igual que su antecesor Fortuyn, reclamaba su abolición.

​ El rol del “defensor de la libre expresión” no es exclusivo de Europa del Norte. En Gran Bretaña, por ejemplo, lo asume el político euroescéptico Nigel Farage, quien calificó la libertad de expresión como uno de “los máximos fundamentos de la sociedad occidental libre” e hizo campañas contra la regulación de los medios de comunicación y la censura de las plataformas de redes sociales. Tampoco los populistas son los únicos que adoptan este discurso, pues la extrema derecha más convencional y la alt-right (derecha alternativa) cuentan con sus propios exponentes, como Tommy Robinson y Richard Spencer.

​ Recientemente, otro tema propio del liberalismo invocado por la derecha radical populista es el secularismo, aunque se trata de uno bastante peculiar. Como apunta el sociólogo estadounidense Rogers Brubaker:

Hoy, en Europa del Norte y Europa Occidental, la retórica secularista está dirigida contra los inmigrantes musulmanes y sus descendientes, cuya religiosidad se considera amenazante, pese a que el islam tiene escaso poder institucional, influencia política o autoridad cultural en la sociedad en general.3

​ La particularidad de este secularismo se vuelve obvia si comparamos el modo en que se percibe el cristianismo como una fuerza —cultural antes que religiosa— benigna y la forma en que se visualiza el islam como una religión peligrosa, que todo lo abarca, en conflicto con una sociedad “secular”. Estos partidos son defensores de lo que Brubaker denominó secularismo cristiano, según el cual la cristiandad —no la Iglesia, sino la tradición cristiana en general— “se redefine como la matriz del liberalismo, el secularismo, la igualdad de género y los derechos gay”. Esta tendencia puede observarse en la curiosa popularización del término cultura judeocristiana, empleado en el discurso de la derecha radical populista de Europa Occidental. Por ejemplo, el Dansk Folkeparti argumenta que “la cultura judeocristiana logró crear la libertad y la tolerancia, que son la base de la democracia” contra “las religiones fundamentalistas, en especial el islam”; mientras que, en los Países Bajos, Wilders defiende los valores judeocristianos contra el “totalitarismo” del islam, que no se considera una religión, sino una “ideología totalitaria”. Incluso Pim Fortuyn, cuya sexualidad parecería estar en conflicto con el conservadurismo de la iglesia cristiana, defendió el “humanismo judeocristiano” frente al islam.

​ El tema de la libertad individual suele ser otro de los invocados por los populistas de la derecha radical en un intento por validar sus credenciales liberales. Uno de los casos más representativos se encuentra en los Países Bajos, donde el Lijst Pim Fortuyn propuso políticas tendentes a legalizar el consumo de drogas, la prostitución y la eutanasia, y el partido nacionalista Partij voor de Vrijheid sostiene “opiniones relativamente libertarias acerca de diversas cuestiones éticas”, entre ellas “el derecho al aborto, la selección de embriones y la eutanasia”. También es posible detectar una combinación de libertarismo y populismo de derecha en las propuestas políticas del Tea Party Movement estadounidense, así como en el discurso de Ron Paul —el candidato republicano alineado con ese movimiento en las primarias de 2008 y 2012— y de su hijo, el senador Rand Paul, en ciertos aspectos del discurso de Nigel Farage y en el enfoque adoptado por el populista canadiense Preston Manning.

©Cristina Ojeda, *Geert Wilders*, 2016. Flickr©Cristina Ojeda, Geert Wilders, 2016. Flickr

​ Cabe preguntarse, entonces, si el populismo de derecha es compatible con el liberalismo. En cierta medida, la respuesta es afirmativa. Si entrecerramos los ojos y escuchamos literalmente el discurso de estos partidos y figuras sobre los derechos de las minorías LGBTIQ+, la igualdad de género, el secularismo y la libertad, da la impresión de que ambos pueden combinarse de manera bastante efectiva. La invocación populista de “el pueblo” contra “la élite” puede combinarse sin problemas con la defensa de los grupos minoritarios y la libertad de expresión en un nivel discursivo y retórico. Pero, si tomamos en serio las plataformas políticas de los populistas de la derecha radical, se vuelve evidente que en realidad su compromiso con el liberalismo dista de ser coherente. En lugar de defender de manera inequívoca los valores liberales, estos partidos tienden a reformular los elementos más propicios y útiles de esa tradición para cumplir fines que son, en última instancia, no liberales. Como señala la politóloga y académica Tjitske Akkerman, los partidos populistas de la derecha radical tienden a adoptar un enfoque dúplice en las cuestiones de género:

Los principios como la igualdad de género y la libertad de elección se enfatizan en el terreno de la inmigración y la integración, mientras que la mayoría de los partidos tienen una actitud conservadora cuando encaran asuntos vinculados con la familia, […] lo cual sugiere que su compromiso con el liberalismo es un mero instrumento de una agenda antiislam.4

​ Lo dicho también se aplica a su defensa de la libertad de expresión, que tiende a depender de quién sea el interlocutor. Es raro ver que en una confrontación con sus enemigos ideológicos un populista de la extrema derecha invoque el principio de “Desapruebo lo que dices, pero voy a defender hasta la muerte tu derecho a decirlo”, que suele atribuirse a Voltaire. Wilders reclamó en repetidas ocasiones que se prohibiera el Corán, adoptando una posición que no se esperaría de alguien que se autodefine como defensor de la libertad de expresión. Aparte del caso de Pim Fortuyn, cuyo compromiso con el liberalismo fue más coherente que el de muchos de sus compañeros de ruta política, la tibia actitud manifestada por estos partidos respecto de las libertades individuales y la conveniente invocación al “secularismo cristiano” indican que su lealtad a varios de los componentes medulares del liberalismo —en particular, la libertad, la racionalidad y el progreso— es débil. […]

​ Dado que el compromiso de esta derecha con el liberalismo parece ser más retórico que programático, no deberíamos situarla en la familia liberal. Considero que más bien deberíamos considerarla ejemplo de “‘iliberalismo liberal’, donde los ataques no liberales contra determinados Otros asociados con ‘la élite’ […] se disfrazan con un discurso liberal”.5 Ese término paradójico refleja que el uso selectivo del liberalismo, que lo coloca al servicio de fines no liberales, no debería forzarnos a aceptar la autorrepresentación de la derecha populista: al elegir iliberalismo como sustantivo y liberal como adjetivo, podemos reconocer que la exclusión es, en última instancia, la lógica que opera en la extrema derecha populista.

​ Entonces, si sus plataformas políticas son, en esencia, no liberales, ¿por qué motivo se molestan los populistas de la derecha radical en utilizar el liberalismo como estrategia discursiva? Una de las razones es que los partidos no funcionan en el vacío: los contextos culturales, lingüísticos e ideológicos en que están anclados son importantes. En Europa del Norte, al menos, el pluralismo y los valores sociales liberales están relativamente aceptados por todos; por lo tanto, no debe sorprender que los actores políticos recurran a los recursos conocidos y a los que tienen acceso en este contexto. Como sostienen Daphne Halikiopoulou, Steve Mock y Sofia Vasilopoulou, esta clase de partidos se mueven dentro de un “Zeitgeist cívico” caracterizado por una

tendencia hacia la tolerancia, la diversidad y los derechos; y es más probable que los votantes apoyen un partido de la derecha radical si lo perciben como “normal” o “legítimo”, lo que, al menos en parte, significa democrático, efectivo y alineado con valores nacionales básicos.6

​ Incluso en los casos en que una plataforma no está particularmente “alineada” con esos valores nacionales, es sensato, desde el punto de vista estratégico, mantener al menos las apariencias, formular propuestas en un lenguaje adecuado, presentarse como más aceptable y acercarse al mainstream. El racismo biológico de las versiones más antiguas de estos grupos no resulta exitoso desde el punto de vista electoral o siquiera “aceptable” en los márgenes de la política partidaria de Europa Occidental y del Norte. Por tanto, se vieron obligados a mejorar su mensaje, aprender a venderlo de maneras más sofisticadas y adoptar un lenguaje y posiciones que puedan aproximarlos al éxito electoral.

©Helen Zughaib, *Arab Spring Quilt*, 2015. Cortesía de la artista©Helen Zughaib, Arab Spring Quilt, 2015. Cortesía de la artista

​ El uso estratégico del discurso liberal le brinda a la derecha radical populista una manera “honorable” y “racional” de formular su islamofobia. Como se señaló, la apelación a los “valores iluministas” y el plagio del discurso del liberalismo constituyen opciones que con toda probabilidad resultarán mucho más atractivas o aceptables para el público que la xenofobia descarnada.

​ Este fenómeno, además, fue de la mano de la adopción del filojudaísmo. En claro contraste con sus antecesores antisemitas, muchos de estos políticos de la derecha populista consideran que los judíos son parte de la civilización “occidental ilustrada”, la cual debe ser defendida del islam. El traslado de la embajada estadounidense en Israel de Tel Aviv a Jerusalén ordenado por Trump es prueba de ello, como también lo es considerar Jerusalén como la “frontera” de Occidente frente al islam, como hizo Wilder en 2010: “Si Jerusalén cae en manos de los musulmanes, las siguientes serán Atenas y Roma”. El argumento es que

la cultura occidental es, en esencia, liberal, y los valores liberales solo pueden defenderse del islam por medio de una guerra cultural. Puesto que el islam es, básicamente, una religión no liberal, en esta visión debe ser íntegramente rechazada.7

​ Se traza así una línea clara entre quienes aseguran estar a favor de los valores liberales —los populistas y “el pueblo”— y aquellos a quienes se acusa de atacar esos valores —los musulmanes y “la élite”—. “La élite”, entonces, es acusada por los populistas de ser cómplice y de mirar con buenos ojos una supuesta islamización de la civilización occidental.

©Helen Zughaib, *Tinderbox*, 2014. Cortesía de la artista©Helen Zughaib, Tinderbox, 2014. Cortesía de la artista

Benjamin Moffitt, Populismo: guía para entender la palabra clave de la política contemporánea, Elena Odriozola (trad.), Siglo XXI, Buenos Aires, 2022, pp. 122-134. Se reproduce con autorización.

Imagen de portada: ©Cristina Ojeda, Geert Wilders, 2016. Flickr

  1. Ver Dick Pels, “The New National Individualism: Populism Is Here to Stay” en Erica Meijers (ed.), Populism in Europe, Green European Foundation, Luxemburgo, 2011, pp. 25-46. 

  2. Ver J. Lester Feder, “How Far-right Groups Are Using Orlando to Turn LGBT People Against Muslims and Immigrants”, Buzzfeed News, 13 de junio de 2016. Disponible aquí 

  3. Ver Rogers Brubaker, “Between Nationalism and Civilizationism: the European Populist Moment in Comparative Perspective”, Ethnic and Racial Studies, 2017, vol. 40, núm. 8, pp. 1191-1226. 

  4. Ver Tjitske Akkerman, “Gender and the Radical Right in Western Europe: a Comparative Analysis of Policy Agendas”, Patterns of Prejudice, 2015, vol. 49, núms. 1-2, pp. 37-60. 

  5. Ver Benjamin Moffitt, “Liberal Illiberalism? The Reshaping of the Contemporary Populist Radical Right in Northern Europe”, Politics and Governance, 2017, vol. 5, núm. 4, pp. 112–122. 

  6. Ver Daphne Halikiopoulou, Steve Mock y Sofia Vasilopoulou, “The Civic Zeitgeist: Nationalism and Liberal Values in the European Radical Right”, Nations and Nationalism, enero de 2013, vol. 19, núm. 1, pp. 107-127. 

  7. Ver Tjitske Akkerman, “Anti-immigration Parties and the Defence of Liberal Values: The Exceptional Case of the List Pim Fortuyn”, Journal of Political Ideologies, octubre de 2005, vol. 10, núm. 3, pp. 337-354.