El último pinguero

Especial: Diario de la pandemia / dossier / Junio de 2020

Rubén Gallo

Aún puedo verlo allí, sentado en el contén, fumando, con la mirada perdida, pensando en su suerte. Eso fue en marzo, cuando empezaba esa pandemia que, vista desde La Habana, parecía histeria de primer mundo, un problema de París o Nueva York pero no de las costas del Caribe porque acá todo seguía igual, los cines, los teatros, las guaguas, las multitudes, el Malecón, los ríos de gente por las calles y el flete, ese flete perenne que se ensayaba en los bares y en los almendrones y en las colas y esos papi, llévame y esos mami, cosita rica y las respuestas de descarao, que también servían para fletear, y los cuerpos, mulatos y trigueños y negros y jabaos que se tocan y acarician y se gozan y en medio de eso, el parquecito de 25 y O, minúsculo, con sus diez banquitas y cuatro farolas y cinco árboles, escenario de un circo erótico que comenzaba y recomenzaba todas las noches, en las oscuridades, con los travestis y los pingueros y los yumas y los pepillos y los vendedores de maní y los policías y los vecinos yendo a comprar el pan y los gritos de hello, my friend y de papi, regálame un peso y de cómprame una caja de cigarros y ecos lejanos de regateos carnales, soy completo… treinta… en el hotel no se puede pero conozco un alquiler aquí cerca y el dueño es buena gente, vamos, yo te llevo, y en las bancas dos italianos como momias, con la piel quebradiza como papel viejo, dos italianos rodeados de cinco muchachitos que se disputan y se desviven por su compañía y dicen ¿entonces, papi, qué vamos a hacer? recuerda que me tienes que ayudar y frente a ellos dos travestis y allí esta May, allí esta Andrea, y May dice no es fácil, yo me voy pa Rusia, Francis ya está allá y le va bien y se puso las tetas de silicona y se ve divina y entonces recordé que mi amigo Andrés debía viajar desde Nueva York pero canceló el viaje por lo de la pandemia y pensé que exageraba, que sería bueno que pasara un rato en el parquecito, que es la mejor medicina, que eso cura las neurosis, las paranoias, los espantos, y en eso un pinguero llama a un español gordo diciéndole cht, cht, cht y mi amigo el Leo, con sus cadenas y su tatuaje del Coliseo de Roma en el antebrazo diciendo ayer no maté pero hoy si estoy pa matar, cómprame una cerveza y yo ¿Cristal o Bucanero? Y así todas las noches porque ese parquecito es como el inconsciente, vive en un eterno presente que además está fuera del tiempo y cuando regresaba de correr por el Malecón me quedaba allí unos minutos y a veces, después de cenar, me acercaba a ver si encontraba a May, si veía al Leo, si me topaba con Eliezer que me diría un foco, tú piensas que todos los pingueros tienen el noveno grado pero éste es un foco y estudia en la CUJAE y pensé que el parquecito es también como la biblioteca de Borges, que existe ab aeterno, porque ya sobrevivió al periodo especial, a los militares, a la vista de Obama, a la muerte de Fidel, al retiro de Raúl, y que estaba destinado a seguir igual por los siglos de los siglos, aunque con un elenco cambiante, pero no, no fue así, porque un día llegó el coronavirus a Cuba y en la Mesa Redonda anunciaron que se cerraban las fronteras y se cancelaban los vuelos y que los turistas regresaban a sus países y el parquecito se fue vaciando y primero desaparecieron los italianos centenarios y luego los españoles gordos y al final sólo quedaba uno que otro diplomático de país centroamericano que montaba pingueros, de dos en dos, en un carro blanco con chapa “D”, y al final también las travestis se fueron desvaneciendo, como por acto de prestidigitación de un mago puritano y homófobo, hasta que sólo quedó una, mascando goma mientras tintineaban las argollas doradas que llevaba en las orejas y a la noche siguiente también ella se había ido y Leo el pinguero me dijo esto está malo, lo que queda es moneda nacional, mira esos maricones viejos, son cubanos muertosdehambre que se aprovechan de que ya no hay extranjeros y lo que quieren dar son cinco dólares y yo no estoy pa eso, en cuanto junte los 30 dólares del pasaje voy echando y viro a Santa Clara y al otro día también él se había ido y ahora se sentía una soledad pero quedaban dos o tres pingueros, aunque había uno que contaba por tres, porque medía más de dos metros y era un negro fuerte, pelotero, que estudiaba en la Escuela de Atletas de Alto Rendimiento y él no se iba a ningún lado y decía papi, un masajito, pa que pruebes pero al final también él se fue y al parquecito ya no llegaban ni travestis ni pepillos sino gente con sus laptops a conectarse y a hablar por Skype o por Whastapp y ya no se oía a nadie hablar de activo o pasivo sino de vuelos cancelados y fronteras cerradas y uno que estaba varado en Colombia y el otro que no podía regresar a su país y los nervios y las noticias y el parte del MINSAP hoy se reportan 10 nuevos casos, de ellos 8 ciudadanos cubanos y dos extranjeros y una lamentable defunción y los paladares cerrados y los cines cerrados y los bares cerrados y las perseguidoras por el Malecón ciudadano, negativo circular por el Malecón, ciudadano, manténgase en su vivienda, negativo circular por la calle y por las noches el parquecito desierto, muerto, con una farola que sólo alumbraba a los gatos del Vedado que se habían apropiado de las bancas y fue allí, una de esas noches tristes, que lo vi, allí, sentado en el contén, con su cara muy blanca y el pelo negro y su cadena y los músculos que se asomaban por su camiseta y lo vi muy pensativo, fumando un cigarro y con la mirada perdida, como si estuviera observando otra realidad y cuando pasé frente a él no me llamó ni me dijo papi porque estaba absorto mirando eso que tenía frente a sus ojos y que yo no podía ver y era un muchacho muy lindo que había visto por allí, que siempre estaba en el parquecito y en Las Vegas y en el Malecón y lo miré y fue allí que pensé es el último pinguero y me pregunté si se daría cuenta de su suerte, que todos los demás se habían ido a sus provincias, a Puerto Padre y a Manzanillo, a Moa y a Baracoa, a Las Tunas y a Cauto Cristo y ahora sólo quedaba él y tenía toda La Habana a sus pies, pero no le servía de nada porque esa Habana se había ido vaciando de gente y ya el último yuma se había ido y ¿de qué sirve ser pinguero en una ciudad sin yumas? y él seguía allí, sentado en el contén, pensando en lo que vendría, y volví a mi casa pensando en él y al otro día, cuando pasé por el parquecito después de correr, ya también él se había ido y miré el vacío que quedó en el contén y me pregunté en dónde estaría en esos momentos ese muchacho que tuvo la suerte o la desgracia de haber sido, en esos tiempos de pandemia, el último pinguero.

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Imagen de portada: Malecón en La Habana. Fotografía de Andre Deak, 2008. CC