La medida de lo posible

Especial: Diario de la pandemia / dossier / Junio de 2020

Elisa Díaz Castelo

Cada mañana es la misma: trastes sucios y pájaros que se rompen de tanto canto y canto. La misma hora hueca y sin esquinas. Las cosas siguen iguales,


yo soy otra, totalmente distinta. Olvido cómo verme al espejo, pero sé de memoria cómo cambian las sombras sobre los adoquines.

Me lavo las manos veinte veces al día, con reducción de cloro sanitizo las cosas que toco con frecuencia. Años en cuarentena, salvándome la vida sin vivir

o casi. Cerraron las fronteras, cerraron las casas, nos encerramos a piedra y lodo y alcohol, algunas veces whisky, y nuestros días apestan

a detergente. Cuando nos preguntan cómo estamos respondemos que bien, en la medida de lo posible. Ahora existimos en esa salvedad,

a esa altura. ¿Cuánto mide lo posible? ¿Dónde queda? Por la tarde: estadísticas y horas ruido, minutos sin manecillas y hambre en soledad.

Hace unos días entrelacé mi mano izquierda con la derecha por miedo a olvidar cómo se siente tocar y ser tocada. A veces no tengo sombra.

El sol de la mañana me lastima. Tengo sus cortes. Los días pasan como cachorros ciegos. Alguien me llama y vuelvo, no hay nadie.

La noche es una tumba mal sellada. Mientras tanto en la pared el perfil de mis ancestros ríe y cada uno corresponde al amor del otro con olvido.

Me equivoco en el recuerdo de lo más importante y al final confirmo que nadie en ningún sitio, nadie nunca. Soy un animal que se pudre y sigue.

Cumplí años y pliegues, cumplí noches y noches de índice categórico. Vivo en la medida de lo posible.

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Imagen de portada: Charles Mosley, Various Birds, ca. 1760. Wellcome Collection CC