Cómo sublevar (sublimar) la realidad: la montaña navegante

EZLN / dossier / Diciembre de 2023

Diego Enrique Osorno

I

“Una montaña en alta mar” se titulaba el comunicado del Ejército Zapatista de Liberación Nacional que leí el 5 de octubre de 2020. Si Fitzcarraldo había logrado que un barco atravesara una montaña para llevar la ópera a la selva amazónica, los zapatistas parecían decididos a superar esa locura haciendo que una montaña cruzara el océano para llevar semillas de rebelión y resistencia a la selva europea.

​ Aunque lo cierto es que no estaba claro en el texto firmado por el subcomandante Moisés, líder del EZLN, de qué forma harían su viaje por los cinco continentes tras mirar y diagnosticar un mundo enfermo en su vida social, la naturaleza herida de muerte, el poder financiero agazapado detrás de los mortecinos Estados nacionales y muchas luchas sociales olvidadas o silenciadas. El panorama, además, tenía en ese momento como colofón el confinamiento global por la pandemia de covid.

Fotograma de *La Montaña*, de Diego Enrique Osorno, 2023Fotograma de La Montaña, de Diego Enrique Osorno, 2023

​ Lo que sí estaba claro para mí es que los zapatistas harían lo que estaban anunciando. Como periodista he tratado de acompañarlos a partir de 2003, cuando profundizaron su proceso de autonomía en miles de hectáreas recuperadas en Chiapas, después de haberse alzado el 1 de enero de 1994, entablar diálogos con diversos gobiernos por años y ser traicionados una y otra vez. Pese a no dejar de ser un grupo guerrillero ni deponer sus armas, el camino por el que habían optado se había vuelto más civil y pacífico que militar, en su búsqueda por construir un sistema democrático de gobierno propio al margen de las autoridades oficiales y las lógicas económicas dominantes.

​ Desde entonces, en medio de la barbarie que llegó a México con la llamada “guerra contra el narco” del gobierno de Felipe Calderón, la corrupción estrepitosa de la administración de Enrique Peña Nieto y el militarismo populista del sexenio de Andrés Manuel López Obrador, me había tocado constatar la coherencia con la que los zapatistas mantenían un proceso interno y cotidiano sumamente difícil, del cual resurgían públicamente con regularidad para llevar a cabo acciones creativas y arriesgadas como La Otra Campaña en 2006 y 2007, La Marcha del Silencio en 2012, La Escuelita en 2013, el apoyo a una candidatura indígena independiente en 2018 y la apertura de sus sedes de gobierno, llamadas Caracoles, para celebrar, entre 2018 y 2019, eventos culturales como CompARTE, el festival de cine Puy ta Cuxlejaltic, el de danza “Báilate otro mundo” y el Encuentro Internacional de Mujeres que Luchan.

​ Todo esto en medio de un constante asedio a sus comunidades por parte de grupos paramilitares, transformados en narcoparamilitares en los años recientes, y bajo políticas públicas diseñadas para destruir, reconstruir y reordenar la geografía del sur de México, donde resulta especialmente incómoda la lucha que los zapatistas han logrado mantener e irradiar a su alrededor, contra viento y marea, a través de su ejemplar proceso de autonomía.

​ Bajo la línea de realizar actos improbables de no guerra en medio de la guerra —una búsqueda simultánea de la utopía social y estética—, entendí en primera instancia el extraño anuncio de una montaña navegante por el océano Atlántico para el pandémico año de 2021. Imaginar y luchar son verbos presentes en mi cabeza cuando pienso en los zapatistas. Tras informar en el comunicado que el destino de su travesía sería el continente europeo, el comunicado cerraba así:

​ Este es nuestro empeño.

​ Frente a los poderosos trenes, nuestras canoas.

​ Frente a las termoeléctricas, las lucecitas que las zapatistas dimos en custodia a mujeres que luchan en todo el mundo.

​ Frente a muros y fronteras, nuestro navegar colectivo.

​ Frente al gran capital, una milpa en común.

​ Frente a la destrucción del planeta, una montaña navegando de madrugada.


II

El 2 de mayo de 2021 parte la embarcación insurgente que navega en sentido contrario al de las carabelas europeas hace más de quinientos años. Un día después, el presidente López Obrador hace un evento para escenificar “la petición de perdón por agravios al pueblo maya”. Los zapatistas, quienes rechazan haber sido conquistados y no desean ningún perdón, se burlan de la hipocresía de un gobierno empeñado en destruir el tejido social del sur del país para poner los territorios de los pueblos y las comunidades originarias al servicio del dinero.


III

Me ha tocado estar en la montaña zapatista que navegó el Atlántico. Ahora tengo que hacer una película sobre ese viaje. Hay algo que una vez dijo el entonces subcomandante Galeano durante una entrevista en un sendero del Caracol de Morelia, cuando hablábamos de su legado a los pueblos zapatistas y la forma en que este se mantendría o no dentro de sus propios territorios en el futuro: “El EZLN parte del supuesto de que la libertad es contagiosa y adictiva. Nosotros apostamos a que si los mismos compañeros construyen su libertad, la van a defender, porque van a ser adictos a ella y no van a permitir que alguien se las arrebate o la supla por otras cosas”.

​ Aunque me encanta la idea de “la libertad es adictiva” como concepto rector, la película de La Montaña, al ser un documental, debe estar sometida también a la realidad filmada. Esa realidad que filmé con la cinefotógrafa María Secco durante el viaje revela otro de los afanes del zapatismo que me interesa explorar, “el descubrimiento de la otredad”, es decir, entender que para cambiar el mundo hay que cambiar primero la forma en que lo miramos.

​ El manifiesto “A nuestros amigos”, del Comité Invisible, tiene un epígrafe del gángster francés Jacques Mesrine, que dice: “No hay otro mundo. Hay simplemente otra manera de vivir”. Creo que esa frase, por lo que encierra y por lo que simbolizan Mesrine y el Comité, debería estar al inicio de la película, aunque quizá la ajustaría al plural: “No hay otros mundos. Simplemente hay otras maneras de vivir”.

​ He pensado que el viaje marítimo ha sido también un viaje por la historia zapatista, que el 17 de noviembre de 2023 cumplió cuarenta años de haberse fundado en las montañas del sureste mexicano y el 1 de enero de 2024 cumple treinta de haber bajado de ellas empuñando sus armas. El recuento de ese otro viaje debería empezar con el inicio de la organización y la preparación clandestina, llegar a la insurrección, seguir con la resistencia y enfocarse después en la autonomía lograda a través de la vía civil, pacífica y creativa.

​ Aunque el primer armado de la película dura veinte horas, creo que el corte final debería ser de unos noventa minutos. El esquema clásico de una historia suele tener un protagonista, un conflicto externo, tiempo lineal, realidades coherentes, causalidad y finales cerrados, pero me parece que esta película tiene que ser minimalista, ambigua en el manejo del tiempo, con protagonistas múltiples para respetar el espíritu colectivo zapatista, presentar conflictos internos más pasivos y dejar un final abierto que provoque la imaginación política de quien la mire.

​ Me imagino una especie de boat movie histórico-dramático, con más momentos de silencio y contemplación que acciones espectaculares. Al relatar un viaje utópico y a contracorriente, la película debe ser un ejercicio similar en su forma. No debe tratarse solo de lo que se ve, sino también de lo que se puede sentir al mirar en 360 grados el mismo espacio y navegar lentamente en un mundo hipervertiginoso.

​ Godard decía que todas las grandes películas de ficción se desvían hacia los documentales, como todos los grandes documentales se desvían hacia la ficción. Aunque me falta ver más cintas suyas, su cine es una referencia para esta película, junto con el de Wim Wenders, Paul Leduc, Theo Angelopoulos, Chris Marker, Nicolás Echevarría, Patricio Guzmán y, obviamente, Werner Herzog. En este viaje, los pueblos originarios mayas representados por el zapatismo han desviado su realidad estereotipada hacia la improbabilidad de imaginar otra.

​ El componente histórico más importante de la película es el sentido inverso del viaje colonial, mientras que el componente psicológico es enfrentar algo tan desconocido para los zapatistas como el mar. La historia empieza cuando, en medio de la pandemia y la confusión global, se enfilan hacia Europa para compartir su experiencia de resistencia y rebeldía. Lo hacen a bordo de un barco de más de cien años, cuyo nombre oficial es Stahlratte (“Rata de acero” en alemán) y al que ellos han renombrado como La Montaña.

​ A la par, la película relatará la historia de lucha del EZLN, pues aunque narre el viaje de un barco en alta mar, esta es una historia sobre la tierra. Cada línea narrativa tendrá así un estilo visual con el cual iremos alternando las perspectivas históricas y actuales, pero la progresión quedará marcada por el barco-montaña recorriendo el Atlántico y por la pregunta de si se puede cambiar el mundo tras ver los otros mundos que hay en él. La línea narrativa del futuro anhelado (o de un presente menos desesperanzador) deberá recurrir a muchos símbolos, a partir del que entraña la travesía misma, mientras que la línea narrativa del pasado recurrirá a un registro más directo, a partir del material iconográfico y el indispensable ejercicio de la memoria para poder mirar hacia adelante, es decir, al horizonte.

Fotograma de *La Montaña*, de Diego Enrique Osorno, 2023Fotograma de La Montaña, de Diego Enrique Osorno, 2023


IV

El Escuadrón 4-2-1 está conformado por un grupo de indígenas de ascendencia maya que dejan sus hogares en la selva de Chiapas para viajar a Europa, un lugar que nunca imaginaron visitar. El EZLN, la organización a la que pertenecen, ha ido pasando de la lucha armada a la civil y les ha encomendado la misión de ir a otro continente a buscar a quienes se oponen al sistema capitalista que domina el actual mundo en crisis.

​ Al igual que la Ilíada, esta historia homérica comienza con una peste: la del coronavirus. En este contexto la delegación indígena, conformada por cuatro mujeres (Yuli, Jime, Caro y Lupita), dos hombres (Bernal y Felipe) y una persona no binaria (Majo), va hacia su destino cruzando el inmenso Atlántico a bordo de un barco holandés, de matrícula alemana, más antiguo que el Titanic, el cual se va transformando en La Montaña.

​ Sin experiencia de navegación marítima —algunos de ellos sin haber visto antes el mar—, el Escuadrón 4-2-1 aborda la embarcación de vela dirigida por Ludwig Hoffmann, un peculiar capitán de origen teutón pero alma caribeña, apodado “Lulu”, quien planea retirarse de la vida marina después de esta travesía para dedicarse a la siembra en una montaña de Galicia.

​ Durante los más de cincuenta días de viaje, la delegación zapatista y la tripulación marina deben sortear en conjunto las dificultades habituales de la navegación y, a la par, ir conociéndose y compartiendo idiomas, referencias culturales, relatos y preguntas sobre el tipo de civilización global que está por venir, todo documentado con una cámara que busca dejar registro de este acontecimiento a contracorriente de la Historia.

​ Pese a que mayo y junio son la temporada idónea de viento para un cruce interocéanico de esta naturaleza, el viaje de La Montaña se altera desde el primer día debido a la crisis climática global; el barco tiene que tirar ancla en puertos de Cuba y República Dominicana antes de seguir su rumbo hacia las islas Azores de Portugal y, finalmente, llegar a la costa de Vigo, en Galicia, España.

​ Con el viento en contra (para no variar, tal y como ha sido la historia del EZLN), media tripulación inexperta y a bordo de un barco con más de un siglo a cuestas, la travesía se vuelve en sí misma una experiencia de aprendizaje, meditación y supervivencia, por la interacción existencial entre los tripulantes y las condiciones y paisajes marítimos que desconocen y que confrontan. Pero, sobre todo, lo que sentirá quien mire esta película es la búsqueda colectiva de los viajeros, en la que además se revelará un ánimo de resurgimiento que, pese a todo, merodea en algunos rincones del mundo actual.

Fotograma de *La Montaña*, de Diego Enrique Osorno, 2023Fotograma de La Montaña, de Diego Enrique Osorno, 2023


V

En 1994 la lógica política predominante decretaba el fin de las insurrecciones y el reinado eterno del neoliberalismo, pero los zapatistas bajaron de las montañas para tomar diversas cabeceras municipales de Chiapas y plantar la semilla de que la resistencia y la rebeldía contra el sistema aún eran posibles.

​ En 2021 los zapatistas suben a una montaña navegante con una iniciativa que busca desafiar no solo la historia colonial, sino también la nueva lógica política vigente que pregona el lucro inescrupuloso, la confusión, el individualismo, el distanciamiento social y la virtualidad. En sentido contrario, los zapatistas ponen el cuerpo a la mar para proponer la reunión directa de las diferencias y compartir experiencias que permitan reanimar la organización de los movimientos sociales y los pueblos originarios preocupados por la destrucción del planeta.

​ Lo que brotará en los próximos años puede resultar tan revelador e improbable como lo que los zapatistas nos hicieron ver al sublevar y sublimar la realidad en 1994.

​ Todavía falta lo que falta.

Imagen de portada: Fotograma de La Montaña, de Diego Enrique Osorno, 2023