Editorial

Futbol / editorial / Noviembre de 2022

Guadalupe Nettel

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Como un prisma o un aleph borgiano que nos permite ver el mundo desde muy diversos ángulos, el futbol constituye un cruce de caminos donde coinciden áreas muy distintas. Hay algo atávico, algo ancestral en la manera en que nos relacionamos con ese deporte, que tanto por las pasiones que suscita como por la forma de sus estadios está directamente emparentado con el circo romano. Para sus aficionados, el futbol constituye mucho más que un deporte. Se trata de un territorio imaginario donde la catarsis, el drama, la ternura, el juego, el odio y sus manifestaciones no solo están aceptados, sino que son bienvenidos. En el espacio excepcional del futbol lo legal y lo ilegal se trastoca, algunos valores sociales dejan de ser importantes mientras que otros, como la lealtad, la entrega, el sacrificio, cobran un prestigio exagerado y hasta se pasa por alto la trampa si es por el bien común. Simbólicamente el futbol representa muchas cosas. Basta que juguemos en el patio de la escuela contra el salón enemigo o que veamos la transmisión de un partido importante en el que juegue nuestro equipo para que el pulso se acelere y en nuestras venas aumente vertiginosamente la adrenalina. Se trata de una épica al alcance de la mano, que constantemente está produciendo héroes, sagas y leyendas. Los niños pobres llegan a ser señores, incluso reyes, en ocasiones dioses, alrededor de los cuales fluye la devoción, el amor, el agradecimiento eterno. En un texto titulado “Piezas breves de un misterio redondo” Enric González asegura: “Hasta donde alcanzo a recordar, solo existen dos grandes fenómenos que no surgieron de un avance tecnológico, la religión y el fútbol”, justo antes de explicar el vínculo tan estrecho que une al futbol con la producción literaria. Y es que este juego, más que ningún otro, ha inspirado una gran cantidad de relatos, novelas, películas, series e incluso poemas desde hace muchas décadas. “¿Por qué le vamos al equipo de nuestros amores?”, se pregunta Antonio Ortuño en un texto en el que explica cómo el futbol expresa la pertenencia a un grupo o a una ideología, la identidad nacional, regional o incluso de género y de preferencias sexuales. Tal es el caso del equipo de lesbianas francesas “Les Dégommeuses”, de quienes habla en su texto Pascale Nivelle, que han creado toda una cultura alrededor de ellas. Uno de los cambios relevantes ha sido la participación de las mujeres en este deporte con su juego pausado, limpio, armonioso, aunque no falto de energía y hasta de agresividad. El artículo de Marisol Ibarra da cuenta de cómo ese cambio se ha producido en México, mientras que el texto de Rebekka Endler enumera varios de los obstáculos prácticos que las mujeres futbolistas han debido sortear para poder practicar el deporte de forma profesional. El futbol no ha sido siempre el mismo. Desde su creación hasta la fecha ha adoptado muy diversas formas, respondido a diferentes reglas e incorporado cambios importantes en materia de estrategia. De esto trata el texto de Tlatoani Carrera, quien establece un recorrido por los entrenadores más revolucionarios desde principios del siglo XX. Algunas de las transformaciones que ha conocido el futbol son menos positivas. En sus respectivos artículos, Marion Reimers y Ángel Cappa describen con elocuencia la corrupción que hay dentro de la FIFA y la traición a los valores de occidente —entre ellos nada más y nada menos que la defensa de los derechos humanos— que está dispuesta a emprender a cambio de una oferta económica lo suficientemente grande. No han sido pocas las ocasiones en que el futbol ha sido manipulado con fines políticos, como lavar la imagen de un gobierno autoritario y abusivo (Rusia 2018), intentar contentar a un pueblo asolado por un terremoto y la corrupción de su presidente (México 1986) o para ocultar a los desaparecidos y los presos políticos, como ocurrió en los estadios chilenos durante la dictadura. En una crónica titulada “El gol que logró más que los fusiles” el periodista español Jacobo García describe maravillosamente cómo un partido de futbol sirvió para distraer al pueblo de Honduras del golpe de Estado llevado a cabo en ese mismo momento fuera del estadio donde se celebraba. El argentino Sebastián Kohan Esquenazi explica cómo esos rasgos negativos del futbol se han trasladado a su estética. Según este autor, la ropa, los peinados, los escándalos y toda la parafernalia que rodea al deporte se ha visto contaminada por la estridencia, la ostentación y, en resumidas cuentas, la fealdad y el mal gusto que caracterizan a la sociedad del consumo desenfrenado en la que estamos inmersos. A pesar de estos aspectos condenables e incluso atroces, el futbol es antes que nada una fiesta casi carnavalesca por lo que tiene de catártica y subversiva, en la que participa una inmensa cantidad de gente de muy diversas edades, orígenes, lenguas, credos e ideologías. “A pocas personas he querido tanto como al desconocido que lloró en mi mejilla cuando el Necaxa se coronó en el Estadio Azteca”, nos dice Juan Villoro en su magnífico texto “Formas de abrazarse en el césped”. Cantos, bailes, porras, vestuarios vistosos, maquillajes, banderas, rituales, oráculos y supersticiones, todos nuestros recursos creativos, pero sobre todo muchísimas emociones se ponen en marcha en este juego, y esas razones bastan para que valga la pena hacerle un homenaje.

Imagen de portada: Sin título, Madrid, 2018. Unsplash [CC]