dossier EZLN DIC.2023

Kanantayel Lum K’inal, En la Autonomía Zapatista

Mariana Mora

I

Cuando las zapatistas —de los pueblos tseltal, tsotsil, tojolabal y chol— pusieron en pausa sus actividades cotidianas y se volvieron nuestras anfitrionas en el primer Encuentro de Mujeres que Luchan, reparé en un detalle, en apariencia menor, que resultó ser muy significativo. Nos recibieron en el municipio autónomo 17 de Noviembre, donde montaron comedores y cafeterías con guisos y bebidas, y acondicionaron los edificios como dormitorios, mientras las insurgentas vigilaban los límites del recinto. Por donde caminaba había charlas y talleres sobre un sinfín de temas, se proyectaban documentales y varios grupos estaban inmersos en conversaciones. En medio de este remolino, un guiño me ayudó a entender mejor el significado de la autonomía zapatista. Cuando Érika, capitana insurgente de infantería del EZLN, nos dio la bienvenida, habló de las condiciones que aseguraban que todas nos sintiéramos cuidadas durante el encuentro:

Hay compañeras promotoras de salud y algunas doctoras. Si alguien se enferma o se siente mal, basta que nos lo digan a cualquiera de nosotras y rápido avisamos para que atiendan las promotoras, y si es necesario, revisen las doctoras. […] Hay también compañeras coordinadoras, técnicas de sonido, de la luz, si es que se va, de la higiene, la basura y los baños. Para que estas compañeras también puedan participar en el encuentro, les pedimos que cuiden de la basura, de la higiene, de los baños. Hoy somos muchas, pero es como si fuéramos una sola para recibirlas y que se sientan lo mejor que se puede, según nuestras condiciones.

​ Parecería el mensaje de cualquier anfitrión al final del acto de bienvenida, algo que se menciona después de hablar de los antecedentes y los objetivos de un encuentro. En un formato convencional, la logística es la infraestructura que hace posible el corazón del evento político, las participaciones verbales. Pero la descripción de los cuidados que hizo la capitana Érika no fue una simple inversión en el orden del protocolo, más bien mostró que estos eran un aspecto indispensable del evento. Su bienvenida refleja la importancia de todas las actividades que sostienen la vida-existencia comunal en el ejercicio cotidiano de la autonomía.

​ Por lo regular se escribe que la toma de decisiones es el corazón de la autonomía zapatista —de ahí que se cite con frecuencia el principio de “mandar obedeciendo”—, sin embargo, este énfasis en el cuidado colectivo me hizo cuestionar el enorme peso que le concedemos a la relación entre las figuras de autoridad y las integrantes de la asamblea. Al privilegiar esta relación corremos el riesgo de colocar a las actividades de cuidado en el rango de la infraestructura que permite la toma de decisiones. No digo que los espacios de deliberación carezcan de importancia. Propongo, en cambio, que adquieren relevancia cuando pasan por la milpa. La autonomía zapatista se sostiene en la simbiosis entre la milpa y las (y los) integrantes de sus comunidades, y estas relaciones socionaturales hacen florecer la vida-existencia.


II

El Encuentro de Mujeres que Luchan tuvo lugar en las tierras recuperadas por las comunidades tseltales y tojolabales del municipio 17 de Noviembre, que antes rodeaban la “casa grande” de la finca Buenavista, propiedad de una familia ladina que despojó a los pueblos de sus territorios en la cañada de Altamirano.

​ Por la importancia que tiene la milpa en la vida comunitaria, no sorprende que la primera decisión de los gobiernos zapatistas fuera definir los lineamientos para implementar una reforma agraria, que debía considerar los esquemas de tenencia de la tierra y los acuerdos sobre cómo cultivarla. Desde mediados del siglo XIX hasta 1970, la economía finquera dependió del pastoreo y el cultivo del café y la caña. El suelo quedó agotado, prácticamente infértil. Cuando el EZLN recuperó las tierras de 17 de Noviembre, estaban tan erosionadas que fue casi imposible cultivar ixim —maíz en tseltal— durante los primeros años. Sus pobladores recuerdan que el pasto estaba lleno de garrapatas que antes se alimentaban de la sangre del ganado y, al caminar por el campo, los rebeldes se exponían a sus mordidas.

​ Para restablecer el vínculo con la tierra, había que reponer sus nutrientes. Pasaron años antes de conseguirlo. Tuvieron que reinventar las técnicas agrícolas, retomando los conocimientos de los ancianos y lo aprendido en intercambios agroecológicos. Uno de los primeros acuerdos de las asambleas fue prohibir la tala de árboles y el uso de pesticidas y fertilizantes químicos para que los bosques y los terrenos pudieran recuperarse tras años de deforestación. También establecieron milpas colectivas, donde las familias trabajan por turnos, para obtener una cosecha que se integra a un fondo común.

​ Estas prácticas agrarias le dieron forma a otros ámbitos de la autonomía zapatista. La comisión de salud, por ejemplo, no concibe la salud como la ausencia de enfermedad, en cambio considera que las relaciones entre las plantas y los humanos le dan fuerza tanto a la tierra como al cuerpo colectivo. Por esa razón, su trabajo está ligado al cuidado de las milpas y los bosques. La de educación, por mencionar otro ejemplo, diseñó el contenido del plan de estudios a partir los conocimientos que emergen de los cultivos o, como les llama la antropóloga María Berteley, las pedagogías de la milpa.

Mural zapatistaMural zapatista

​ Así, la milpa es el ancla de las relaciones socionaturales y repercute en los debates y las decisiones que toman los Caracoles y las asambleas de cada municipio. Varias regiones optaron por el uso comunal de la tierra, que es muy distinto de la propiedad comunal. El gobierno autónomo no entrega títulos colectivos —como lo hizo el Estado mexicano posrevolucionario—, la pertenencia a la comunidad y el derecho de sembrar la milpa se consiguen cuando las personas se involucran en las actividades, por ejemplo, cuando participan en las asambleas, colaboran en el cuidado de los manantiales y los sistemas de agua, y cultivan las milpas familiares y los campos comunitarios.

​ Según la intelectual maya quiché Gladys Tzul Tzul, el trabajo colectivo es la columna vertebral de los gobiernos autónomos comunales. A partir de él, se constituye una ética que relaciona la toma de decisiones con la energía social que requiere la vida en común. La frase kanantayel lum k’inal significa que todas y todos aportan al cuidado de la tierra, que a su vez es todo. Así me lo explicó Vicky Velasco, una lideresa tseltal con la que tuve el privilegio de colaborar en proyectos con mujeres de su propia etnia y tojolabales en territorio zapatista a finales de los noventa. Nos volvimos a ver en el Encuentro de las Mujeres que Luchan y tiempo después la busqué para hablar sobre los caminos de la autonomía y su vínculo con los cuidados. Yo intuía que esta palabra en español no contiene lo que he descrito en este artículo, y quise entender sus significados en tseltal. Según Vicky:

Cada persona es kanan lum k’inal porque cuida la tierra, y se vuelve plural. Ese cuidado, kanan, se convierte en cuidar la vida-existencia digna, kanan lekil kuxlejal. Cuando [los ancianos] hablan en la comunidad, cuando hay una asamblea o un festejo y le rezan a la naturaleza, hablan del gran respeto que debemos mostrarle a la tierra. Venimos de ella y sobrevivimos gracias a ella. Ahí entra el respeto mutuo desde el corazón y lo espiritual. El respeto no es algo que solo se mencione, es la forma en que caminamos y nos relacionamos, es lo que da sentido a la autonomía.

Kanantayel lum k’inal se expresa en el ejercicio cotidiano de la autonomía, pero ha tomado distintas formas en las tres décadas que han transcurrido desde el levantamiento armado de 1994. Las nuevas generaciones de mujeres zapatistas le agregan otros significados y matices, y de eso fui testigo al verlas conducir el Encuentro de Mujeres que Luchan.

​ Esta insistencia sutil, pero enfática, interpela sobre todo a lxs que han sido desplazadxs al margen de la comunidad política del Estado, como los pueblos originarios en lucha, los familiares de las personas desaparecidas, las colectivas de víctimas de feminicidios y de mujeres afrodescendientes. Al encuentro en 2018 asistieron algunas madres de los 43 estudiantes de Ayotzinapa y de otras víctimas de violencia extrema (como Araceli Osorio, la madre de Lesvy, una estudiante de la UNAM que murió a manos de un feminicida en 2017). Estaban varias feministas de los pueblos originarios (Lorena Cabnal, una mujer xinca de Guatemala, y Moira Millán, lideresa mapuche de Argentina), intelectuales descoloniales (como la feminista negra y queer Ochy Curiel) y activistas y lideresas de América Latina, Europa, Estados Unidos e incluso de pueblos sin país, como el kurdo y el palestino. Como anfitrionas, las zapatistas se aseguraron del cuidado colectivo de estas mujeres porque el Estado y sus intereses económicos se los niegan sistemáticamente.


III

Aquel encuentro fue uno de los últimos eventos masivos organizados en territorio rebelde antes de la pandemia de covid y las disputas entre cárteles, paramilitares y otros grupos armados que, aliados con funcionarios y miembros de partidos, buscan dominar regiones enteras de Chiapas. Su violencia extrema ha desplazado, desaparecido y asesinado a miles de personas. No es todo. El estado padece las políticas extractivistas y los despojos territoriales legales e ilegales del capital trasnacional, en particular, de las empresas mineras y el crimen organizado, que actúa a través de los megaproyectos del gobierno federal, como el Tren Maya. Este conjunto de economías se inserta en una maquinaria colonial racista que extrae la fuerza vital de los territorios y sus habitantes, en especial, de los pueblos originarios y afrodescendientes.

​ Los municipios autónomos zapatistas y sus Caracoles viven en una tensión abrumadora. Las comunidades se sostienen en las actividades que cuidan la vida-existencia, pero deben defenderse en espacios militarizados, lo que puede propiciar expresiones de hipermasculinidad, abusos de poder y debilitar el principio de lo colectivo. Nutrir el kanan lum k’inal es una tarea impostergable si se quiere ampliar sus posibilidades de transformación, dentro y fuera del territorio maya rebelde, y si se busca evitar que los cuidados se desplacen al plano de la infraestructura. En el contexto actual, como nos mostraron las anfitrionas del Encuentro de Mujeres que Luchan, Kanantayel lum k’inal es una propuesta política.


Escucha el Bonus track de Mariana Mora, con Fernando Clavijo

Imagen de portada: Mural zapatista