That Was the Year That Was: Tariq Ali en conversación con David Elgar

Tariq Ali en conversación con David Elgar

M68 / dossier / Octubre de 2018

Traducción de: Clara Stern Rodríguez

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That Was the Year that Was 1


¿Podría decir algunas palabras sobre su historia familiar?

Tanto mi madre como mi padre rompieron políticamente con la familia y se volvieron comunistas. Mi padre era muy activo en el partido, por lo que ellos pospusieron un poco su boda. Mi abuelo se negaba a permitirle a mi madre que se casara con un comunista cuyas declaraciones públicas sobre su suegro eran más que conocidas. Su condición era que mi padre se anotara en el Ejército Indio Británico. Seguramente imaginaron que él nunca aceptaría, pero la Operación Barbarroja actuó a su favor: el Partido Comunista de India [cpi, por sus siglas en inglés] obligaba a todos sus miembros de clase alta y media a unirse al ejército británico y a defender a la Unión Soviética. En la foto de bodas de diciembre de 1942, mi padre, con una sonrisita de pillo, viste el uniforme del ejército británico. Tal como lo hicieron algunos comunistas británicos, él peleó en Montecassino.

¿Y cómo reaccionaron sus padres cuando usted empezó a organizar manifestaciones y eventos relacionados?

Mi padre se puso muy nervioso cuando empecé a involucrarme en la política. El país estaba bajo un mandato militar; la política y las marchas estaban prohibidas. Yo tenía 16 años, o 16 y medio, y todavía iba a la escuela cuando leí en el periódico que el estadounidense negro Jimmy Wilson había sido sentenciado a muerte por robar un dólar. Todavía recuerdo ese momento de profunda consternación. No podíamos creerlo. Aunque hubiera robado un millón, ejecutarlo era demasiado, así que me reuní con varios amigos de la escuela y les dije: —No podemos quedarnos sin hacer nada. Creo que éramos unos veinte vistiendo el uniforme escolar y marchando hacia el consulado de Estados Unidos, sobre Empress Road. En el camino se nos unieron muchos niños de la calle que, tras nuestra promesa de darles Coca-Colas y kebabs más tarde, consideraron que era una buena causa. Como pensaban que Jimmy Wilson era un nombre occidental, creían que tenían que cantar “Muerte a…”, así que tuvimos que decirles: —No, no, no pueden cantar “Muerte a Jimmy Wilson”; ¡eso es justo por lo que estamos protestando! Cuando se los explicamos, revirtieron el eslogan: “¡Larga vida para Jimmy Wilson!”. Así fue como llegamos al consulado y visitamos al cónsul general; aún recuerdo su nombre, el doctor Spengler, un protestante de origen alemán con arrugas y lentes, en cuyo rostro adusto no había un solo dejo de empatía. Ni siquiera respondió. Le dije: —Traemos una carta porque van a ejecutar a un estadounidense negro por robar un dólar, y luego se dicen demócratas, es una conducta inaceptable. Respondió pidiéndonos nuestro nombre; cuando se lo dimos nos dijo que por la mañana le escribiría a nuestro director para “decirle quiénes son ustedes, por qué hicieron esto, y pedirle que tome medidas de disciplina”. Ése fue mi primer contacto directo con la democracia estadounidense. Simplemente nos fuimos. —¡Por Dios! —exclamamos—. ¡El tipo ni siquiera nos respondió! Nada en absoluto, frío como un hielo. […] Mi madre apoyaba por completo mis actividades. Mi padre no tanto: —No estás estudiando para nada. Lee lo que quieras, eso está bien, pero tienes que pasar los exámenes, es una etapa crucial, y ya luego veremos qué hay que hacer. —Así me recomendaba ser precavido. —Hay ciertas cosas que uno tiene que hacer —le respondí—. Lo sabes mejor que la mayoría de la gente. —Sí —respondió—, pero también tengo prioridades. —Bueno, eso no es tan importante para mí. —Pues para nosotros sí —agregó. Así que era la típica dinámica entre padre e hijo, con mi madre atrapada en el medio, de acuerdo conmigo en la mitad de las cosas y con mi padre en la otra mitad. Un día me dijeron que habían decidido enviarme al extranjero. Cuando supo que yo había salido de casa, el hermano de mi madre, una figura respetable en la inteligencia militar, llegó con un archivo enorme. —Esto es lo que el chico ha acumulado hasta ahora —le dijo a mi padre—, y va a ir en aumento, así que, en mi opinión, es momento de que lo saquen del país; pronto lo meterán a la cárcel, y no hay nada que yo pueda hacer. Sabían que me habría negado a irme, por lo que no me comunicaron esto sino hasta mucho, mucho tiempo después. En lugar de ello, me dijeron: —Ve, inscríbete en Oxford, inscríbete en Cambridge. Hice mi solicitud en Oxford, y entré.

En 1968 iniciaste el Black Dwarf 2 —un periódico que combinaba la izquierda marxista revolucionaria con una izquierda hippie de orientación mucho más cultural—…

La idea del Black Dwarf fue de Clive Goodwin, mi agente literario y querido amigo. En una reunión que organizó en su casa, nos dijo: —Chicos, ¿qué opinan de que lancemos un periódico? Decidimos que lo haríamos y designamos a Christopher Logue para que fuera a la Biblioteca Británica a buscar nombres posibles. Yo había expresado: —Estoy totalmente en contra de los nombres de izquierda tradicionales, como “El tal de los trabajadores” o “El no sé qué socialista”. No será atractivo para quienes se estén iniciando en la política. Además, debemos tener un estilo diferente. De manera que Christopher fue a la Biblioteca Británica, analizó periódicos radicales del siglo XIX, y a la semana siguiente regresó, muy emocionado, con una lista: —Pero mi preferido es Black Dwarf. ¿Saben por qué se llama así? —No. —Fue un periódico que creó Thomas Wooler, un periodista muy radical, para los mineros, que estaban disminuidos después de generaciones trabajando en esas minas. Cuando salían de ellas, por la tarde, sus rostros estaban cubiertos de hollín, así que Tom Wooler decidió llamarle Black Dwarf al periódico. Votamos y todos estábamos a favor, lo cual era raro; yo creo que hasta David Mercer, que era el más malhumorado en estas reuniones. Así fue, y juntamos dinero para un periódico de gran tirada, la primera el Día Internacional de Unión, Solidaridad y Lucha de la Clase Obrera de 1968. Llovieron los ofrecimientos de ayuda… El Mayo francés estalló justo cuando estábamos por lanzar el primer número, que había quedado bastante mediocre y aburrido. Había una sensación general de que la cubierta era espantosa. Votamos por reciclarlo y D.A.N. Jones, quien después trabajó en la London Review of Books, renunció. Habíamos perdido al editor. Me pidieron que tomara el mando y, con la mirada del diseñador Robin Fior sobre mi hombro, escribí: DEBEMOS LUCHAR, TRIUNFAREMOS: PARÍS, LONDRES, ROMA, BERLÍN. El voto fue unánime. Queríamos la Utopía. Para juntar dinero tendríamos que contactar a gente que, para nuestros estándares, era millonaria: David Hockney, Ron Kitaj, Feliks Topolski y otros pintores, que decían: —Bueno… no tenemos muchos fondos, pero tomen este cuadro. Si hubiéramos mantenido esos cuadros, ya podríamos haber lanzado seis revistas; pero los subastamos para invertir el dinero en el Black Dwarf, y a muchos les gustó el sabor de eso.

Vanessa Redgrave y Tariq Ali encabezan una marcha en Trafalgar Square, 1968. © Ian Berry/Magnum Photos/Latinstock México

Ahora vemos 1968 como una cima, pero ¿cómo lo sintió usted, en términos de lo que creyó que pasaría, y de aquello en lo que usted creía estar involucrado? Pienso, sobre todo, en la campaña de Vietnam.

Nunca jamás creí que las manifestaciones de Vietnam provocarían algo cercano a una revolución. No tenía ningún indicio de que pasaría eso. Quizá fuimos pioneros de las grandes manifestaciones de Vietnam, para toda Europa (aconsejamos a los alemanes y a los franceses), pero en Inglaterra en 1968-69 no hubo nada equiparable al paro general de Francia, el más grande de la historia del capitalismo; o al “socialismo de rostro humano”, el movimiento iniciado por reformistas comunistas en Checoslovaquia; o a los trabajadores en Italia, que exigían el control obrero. En Inglaterra en 1968-69 había mucha política, mucha mezcla de política y cultura, sobre todo con los Stones, pero después con los Beatles y con muchos otros cantantes y bandas. Ese vínculo entre política y cultura fue el clímax de nuestro logro, desde luego junto con nuestro intento de ayudar a los vietnamitas. Las huelgas obreras no llegaron sino hasta la década de 1970, con las huelgas masivas de los mineros. Ésa fue la primera vez que parecía que algo iba a pasar. No fue la huelga de los mineros en sí misma, sino la solidaridad que mostraron hacia ella los sindicatos que alarmaron a los gobernantes, el sindicato Transport & General Worker’s Union (T&G) bloqueando calles y montando manifestaciones masivas. En la fiesta de bodas de mi amigo Robin Blackburn, la huelga de los mineros era el tema principal de conversación, cuando de pronto irrumpió una mujer joven un tanto alborotada, de clase alta, llamada Mary Furness: —Perdón por llegar tarde —dijo mientras nos inspeccionaba, mirando con curiosidad a Perry Anderson y a la gente del Black Dwarf que criticaba a Robin por haberse vendido al casarse—. Si supieran dónde estuve ayer, entenderían por qué me supera un poco estar ahora en su compañía —agregó. —Cuéntanos, Mary —. Y así lo hizo. —Estaba en una cena que ofreció Colin Tennant en su casona de provincia. No me sorprendió su magnificencia, sino que era demasiado imponente, con un mayordomo que anunciaba quién entraba. Ahí, sentados en el salón, estaban los Tennants, algunos otros invitados y Harold Macmillan. Le susurré a mi anfitrión: —¿A quién más esperamos? —A la reina y al príncipe Philip. —Tragué saliva. Llegaron un poco después, y nos sentamos a cenar. Aunque no lo crean, les halagará saber que nos pasamos toda la noche discutiendo la huelga de los mineros. Philip se mostró abusivo y quería que rodara la cabeza de Scargill, pero fue la reina quien me sorprendió: —Yo creo que las cosas se han salido demasiado de control, y éste es el final —dijo—. Estos obreros están adquiriendo demasiado poder, están dirigiendo al país, lo tienen secuestrado. Se repetían todos los clichés amarillistas. Había una sensación de pánico generalizado. Los invitados a la boda de Blackburn estábamos muy entretenidos, sabíamos que la realidad era ligeramente distinta, pero no importaba. Y sí, era bastante placentero. Alguien interrumpió (creo que fue Perry): —Tal como Victoria. Petrificada para 1848. Mary continuó: —Aunque le tomó algo de tiempo, para intentar parar esto, Macmillan se dirigió directamente a la reina y le dijo: —Su Majestad, estamos hablando de Inglaterra, y aquí el péndulo sí se inclina, pero nunca del todo, y mientras usted ve que el péndulo se inclina a la izquierda, yo ya puedo ver un pequeño movimiento hacia la derecha; así que, no entre en pánico, todo va a estar bien. En 1649 el péndulo sí se inclinó del todo fuera del Comedor de Gala. Pero nunca más. Y seis años después, teníamos a Thatcher.

¿Por qué considera que las esperanzas del periodo comprendido entre 1965 y 1975 se vieron defraudadas a nivel internacional?

Si pensamos en la década de 1960 como un periodo entre 1965 y 1975, la única victoria fue Pakistán, donde hubo un levantamiento de tres meses liderado por estudiantes, al que se unieron los obreros y, en algunas partes del país, los campesinos y gente de casi todas las profesiones: servidores públicos, abogados, de todo; he de decir que incluso prostitutas. Salieron a las calles y marcharon por la democracia, por el socialismo y por poner un fin a la dictadura. “¡Atrás, capitalistas y terratenientes! Pakistán nos pertenece”, fue un eslogan popular. Esto comenzó el 7 de noviembre de 1968 y terminó en marzo de 1969. La dictadura fue derrocada y, por primera vez, fue posible tener una elección libre. Ésa fue una victoria. Otra que estuvo cerca fue Portugal, probablemente la más avanzada de las rebeliones europeas. Portugal era el poder colonial más pequeño, no obstante el más fanático y obstinado en aferrarse a sus colonias. Pero en la década de 1960 y principios de la década de 1970, tanto los soldados y oficiales como los guerrilleros portugueses escuchaban la radio con avidez y veían las noticias que llegaban de Vietnam, conforme el Frente de Liberación Nacional triunfaba en Khe Sanh y, en enero de 1968, el Viet Cong ocupaba la embajada de Estados Unidos. Eso tuvo una gran influencia en la radicalización de los soldados, que ahora leían a Mao y al Che Guevara y a Ho Chi Minh, sólo para ver cómo pensaba el enemigo, y así se contagiaron a sí mismos. Y, por supuesto, las guerrillas recibían el apoyo de la izquierda global y recibían fondos de los chinos, de los rusos, etc. Las derrotas en África habían radicalizado a las capas intermedias de la sociedad portuguesa y a los soldados regulares, quienes, en lugar de permanecer en las colonias, fueron repatriados. Empezó a haber huelgas y manifestaciones exigiendo el cese de la senil dictadura bonapartista del país. Sin violencia alguna, el ejército se había resquebrajado, y nosotros sentíamos que la situación se asemejaba mucho a una toma revolucionaria del poder. Respaldado por el Partido Socialdemócrata Alemán, Mário Soares solía dar los discursos más sensacionalistas, ya sabes, como Desmoulins o Danton. Nunca creímos en la capacidad de este burócrata absolutamente insípido, que se dirigiría a una multitud de 150 mil personas en Lisboa, sobre todo de obreros, campesinos y estudiantes para la revolución portuguesa; todos lo llamaron una “revolución”. Soares les preguntaba a los obreros: “¿Queremos socialismo?” “¡Sí!” “¿Queremos reformas a la tierra?” “¡Sí!” “¿Queremos que las fábricas y la industria sean propiedad del Estado?” “¡Sí, sí, sí!” “¿Y queremos democracia?” “¡Sí!” Pero al invocar una dictadura del proletariado, la extrema izquierda ignoraba el asunto de la rendición de cuentas del sistema democrático. En otras palabras, parecía que lo que él le estaba diciendo al país era que una dictadura reemplazaría a otra. La gente no es estúpida; muchos obreros portugueses habían viajado a Francia, sabían lo que pasaba en el mundo y sabían cómo era Europa del este. No querían una situación donde la prensa hablara con una sola voz; tenían eso y querían algo distinto. Soares lo sabía y, mediante una impecable transmisión de discursos muy bien estructurados, ganó. Así fue que, debido a una suerte de debilidad política, el poderoso impulso revolucionario fue derrotado. Desde luego que, después, mucha gente se dio cuenta de lo que había sucedido, pero ya era demasiado tarde.

Y en Estados Unidos tenemos el movimiento de derechos civiles derrocando un estado apartheid al sur; tenemos la imposibilidad de librar la Guerra de Vietnam; tenemos a Lyndon Johnson optando por no reelegirse.

En ningún otro país imperialista el movimiento antibélico ha crecido tanto como en Estados Unidos en las décadas de 1960 y 1970. Fue el clímax de la disidencia en la historia de Estados Unidos lo que ayudó a que terminara la guerra. El país entero, derecha e izquierda, liberales y reaccionarios, discutían la Guerra de Vietnam. En enero de 1968 la Ofensiva del Tet —un ataque concertado por los ejércitos de liberación vietnamitas en cien poblaciones, incluida Saigón y la mayor parte de las capitales de provincia— fue dramática y efectiva. Los estadounidenses tendrían que haber demandado la paz de inmediato; en lugar de ello, prolongaron la guerra durante siete años más, utilizando armas químicas para matar y desfigurar a la gente, y Agente Naranja para destruir la ecología: salvajadas que se transmitían por televisión casi todas las noches. Todos los días llegaban cadáveres a casa, se llevaban a cabo funerales en todos los estados, y los vietnamitas iban ganando; era un hecho rotundo que no podían abatirlos. Cada año el General Westmoreland emitía una transmisión de radio de Navidad: “Los chicos volverán a casa el año próximo”. Bueno, pues los chicos no parecían volver a casa; en su lugar volvían lisiados y gente traumatizada por lo que había visto, lo cual creó un movimiento antibélico sin precedentes en un gran Estado imperialista. Organizada sobre todo por militares y veteranos en contra de la guerra, en mi opinión la marcha frente al Pentágono de 1971 fue una de las cosas más extraordinarias, con alrededor de setenta y cien mil exmilitares vistiendo su uniforme, portando todas sus medallas, con muletas, en silla de ruedas, marchando fuera del Pentágono, cantando: “¡Ho, Ho, Ho Chi Minh, el NLF 3 va a ganar!”. Eso dañó al Pentágono mucho más que las bombas de Al-Qaeda el 9/11.

Los participantes de una protesta contra la guerra de Vietnam escuchan los discursos de Vanessa Redgrave y Tariq Ali en Trafalgar Square, 1968. © Ian Berry/Magnum Photos/Latinstock México

En las décadas de 1980 y 1990, cuando era claro que la izquierda estaba a la defensiva a nivel nacional e internacional —nacional con el thatcherismo e internacional con la caída del comunismo—, podría decirse que, a pesar de todo, estaba obteniendo cosas, si bien eran culturales: derechos para los homosexuales, las mujeres, la gente de color, avances en la liberalización general de la sociedad. ¿Usted considera que la izquierda perdió de vista una importante transformación económica?

Lo que le ocurrió a la izquierda en la década de 1990 —aquí, en Estados Unidos y en otras partes de Europa— fue que la extrema izquierda subestimó mucho la influencia que el colapso del comunismo tuvo en millones de personas a nivel global, a quienes la Unión Soviética no les agradaba particularmente, pero de cuya existencia se alegraban; su mera presencia era un baluarte contra Estados Unidos. En Sudamérica, gran parte de Asia, África e incluso Europa, la gente más inteligente se dio cuenta de que un colapso total de este sistema era una derrota de grandes proporciones para la izquierda, sin importar el agrado o desagrado por la Unión Soviética. Algunos de la extrema izquierda pensaron: “¡Ah! ¡Ahora nos toca a nosotros!”, perdiendo de vista que durante toda su vida habían sido poco más que notas al pie del enorme movimiento comunista, sin el cual no habrían existido. Como resultado, algunos que simplemente no pudieron entender lo que había pasado, perdieron su postura política y se volvieron más y más conservadores en cuanto a la forma en la que actuaban y en lo que hacían. La gente de la izquierda plural decía: “Es una derrota; hemos perdido”, pero recurría a políticas identitarias que también, hay que recordar, provenían de las décadas de 1960 y 1970. Quiero decir, ¿por qué se le llamó al movimiento feminista movimiento de liberación de la mujer, claramente en relación con las batallas del tercer mundo contra el imperio? El movimiento de liberación homosexual, el movimiento de liberación de los negros, los Black Panthers; todos ellos surgieron a finales de la década de 1960 y durante la década de 1970, y han dejado una fuerte marca. Como es bien sabido, no es que se hayan terminado los problemas; el movimiento Black Lives Matter en Estados Unidos, los índices de encarcelamiento de los afroamericanos: un horror. De manera que no es que hayamos ganado en todo, ni siquiera en ciertas cuestiones, como en el racismo.

Lo que tradicionalmente se supone que debería hacer el movimiento laborista es defender a los pobres y a la clase trabajadora, ¿acaso eso dejó de ser así y no había a dónde más ir?

Lo que a menudo se pasa por alto es que no fue sólo el comunismo oficial lo que colapsó en 1991: la socialdemocracia tradicional cayó con él. Durante la mayor parte del siglo xx, la propia función de la socialdemocracia era ofrecer una alternativa, dentro del capitalismo, que luchara por algunas de las reformas como un baluarte contra la marea emergente de la revolución, el comunismo, o como quieran llamarle. Una vez que se había ido el viejo enemigo, el capital y sus líderes no tenían ninguna razón en particular para seguir por ese camino; en lugar de ello, se embarcaron en un capitalismo con un motor turbo, sin importar en lo más mínimo a quién pisoteaban. Las socialdemocracias tuvieron un papel muy importante en eso. El grueso de las privatizaciones en Francia ocurrió en manos de un gobierno socialista: Mitterrand y Jospin. Blair, Mandelson y Brown fueron fervientes partidarios del neoliberalismo, bastante relajados ante el enriquecimiento de la gente. Con sangre muy fría, podría decirse que el último gobierno socialdemócrata de Inglaterra que aminoró la brecha entre ricos y pobres fue el de Wilson. Los partidos socialdemócratas posteriores a la caída del comunismo no eran tan distintos de los partidos de centro-derecha; de manera que lo que se desarrolló en gran parte de Europa, y también en el resto del mundo —India es un ejemplo—, es lo que he descrito como una postura de centro extremo. No importaba de qué partido eras, centro-izquierda o centro-derecha, básicamente apoyabas las mismas políticas económicas neoliberales; en esencia apoyabas las guerras de Estados Unidos en todo el mundo; eras un ferviente partidario de la otan. Eso creó un gran vacío, que provocó dos cosas: por un lado, un buen número de abstenciones, pues mucha gente que solía apoyar a la socialdemocracia dejó de votar. Sin incluir la elección más reciente en Inglaterra, las cifras son muy desconcertantes. Muchas personas entre los 18 y los 30 años de edad se abstuvieron de votar; lo mismo ocurrió en Francia y en otros países. Y por otro lado, la creación de este vacío, aunado al derrumbe de Wall Street, abrió brechas que, tanto en Francia como ahora en Alemania, a menudo llenó el surgimiento de grandes grupos de derecha. En Estados Unidos teníamos dos claras alternativas. Las encuestas mostraban que Bernie Sanders habría vencido a Trump, pero Clinton seguía las tradicionales políticas del tipo de centro extremo, y le cedió la presidencia a un bizarro y rebelde multimillonario supremacista blanco, que más o menos usó al Partido Republicano para sus propios intereses, y llegó al poder sobre una plataforma que prometía un buen número de cambios, ninguno de los cuales ha sucedido. Y seguimos en esta situación.

Usted estuvo involucrado en un movimiento juvenil que tenía el eslogan: “No confíes en nadie que tenga más de treinta”. ¿Qué lecciones pudo obtener de la experiencia de la década de 1960? ¿Podría sugerir algún camino a seguir que sea más seguro?

Bueno, el momento de la década de 1960 se relacionaba con un reto extraparlamentario al orden establecido. Quiero decir, nosotros estábamos organizados en pequeños grupos, pero básicamente fue un movimiento masivo. Y sentíamos que, si había de llegar un cambio, sucedería en las calles, vendría a través de una enorme ola de huelgas; pero eso no ocurrió. En países donde sí ocurrió —en Francia y en Italia—, no hubo una organización política lo suficientemente grande en ese momento decisivo como para decir: “Ahora nos arriesgaremos; podríamos perder y desaparecer, pero nos arriesgaremos”. Un momento como el de la Comuna de París; un momento de 1917. Ese momento llegó en Portugal; y se perdió.

Tariq Ali. Foto de archivo

Imagen de portada: Black Dwarf, 1 de junio de 1968.

Esta entrevista se realizó como parte de la investigación para el show individual “Trying it On”, que el 7 de junio de 2018 emprendió una gira nacional en el Warwick Arts Centre. Este fragmento se publica con autorización de London Review of Books.

  1. Título del álbum discográfico de canciones satíricas sobre temas de actualidad que el cantautor estadounidense Tom Lehrer grabó en vivo en 1965. [N. de la T.] 

  2. Duende Negro. [N. de la T.] 

  3. Frente de Liberación Nacional (NLF, por sus siglas en inglés). El eslogan original en inglés era “Ho, Ho, Ho Chi Minh, the NLF is going to win!”. [N. de la T.]