Reflexiones sobre la muerte en el budismo

Muerte / dossier / Octubre de 2023

Kavindu (Alejandro Velasco)

Hace más de 30 años, justo en el instante en que estábamos a punto de estrellarnos contra una camioneta que entró repentinamente a la pequeña carretera, supe que esa era la escena de mi muerte. Aquella mañana nublada en un solitario paraje rural, mientras empujaba con todas mis fuerzas el piso del coche y me aferraba de la agarradera sobre la puerta, experimenté simultáneamente una férrea negación y una total entrega a lo que parecía inminente e inevitable.

​ Varios descubrimientos inesperados ocurrieron en las horas siguientes al accidente y cambiaron mi vida para siempre. El primero fue que la experiencia cercana a la muerte no me produjo miedo, sino serenidad. Sin embargo, sentirme completamente calmado y ecuánime después de un accidente aparatoso que pudo ser fatal no parece lógico. Intrigado por esto, en el camino de vuelta a la ciudad en un autobús, con la mente en silencio y la conciencia lúcida, comenzaron las revelaciones. De pronto sentí como si una gran nube de tensión emocional, que había estado ausente, comenzara a regresar y a envolverme poco a poco en las preocupaciones, los temores, los resentimientos, los deseos y las ambiciones habituales. Y con ellas volvía una familiar sensación de “ser yo”, que desapareció durante algunas horas después del percance.

Buda de mil brazos y mil ojos, China, siglo X. British Museum Buda de mil brazos y mil ojos, China, siglo X. British Museum

​ La correlación entre la angustia y la identidad era evidente, como también lo era la posibilidad de estar sin ellas, en un estado de claridad y ecuanimidad. Todo esto se destapó ante la inminencia de la muerte. ¿Qué había pasado dentro de mí que, al darme por muerto, se disolvió repentinamente la nube de tensión emocional y la sensación del yo que venía con ella? Desde entonces he creído que la muerte puede ser una gran maestra y aliada, no solo por la serenidad que produce aceptarla, sino porque nos muestra lo que es verdaderamente importante en la vida, y nos desengaña con respecto a quiénes somos.


Esta experiencia me llevó al budismo, donde encontré una explicación factible sobre lo que me había ocurrido. Los budistas consideran que cultivar la aceptación de la muerte es una puerta a la sabiduría y el despertar, y es algo que se debe practicar con frecuencia. Hay prácticas indirectas y prácticas directas. Una práctica indirecta es la meditación mindfulness con la cual cultivamos el prestar atención al aquí y ahora, contemplar la impermanencia de todo, y así familiarizarnos con el hecho de que todo pasa y no hay nada a lo que aferrarse. Al meditar, las experiencias sensoriales, afectivas, los pensamientos, los estados mentales, y los impulsos se revelan como fenómenos transitorios que no podemos sujetar. Para notarlo es esencial soltar cualquier expectativa, juicio o deseo. Por otro lado, una práctica directa es aquella en la que contemplas cómo los elementos que te constituyen están en constante transición: los tomas y los devuelves todos los días, hasta que el último día de tu vida entregas lo que queda.

​ Las prácticas de contemplación de la impermanencia nos revelan que cuándo nos mantenemos en el momento presente y dejamos de rechazar o aferrarnos a lo que ilusoriamente tomamos como fijo y sólido, ocurren cambios sorprendentes. En primer lugar, nos relajamos. En segundo lugar, descubrimos que gran parte de lo que hemos considerado real, son solo conceptos y generalizaciones, y no verdades. En tercer lugar, cambia la sensación de quienes somos. Así fueron las experiencias y descubrimientos que tuve en las horas posteriores a mi experiencia cercana de la muerte.

​ Estos mismos descubrimientos tienen implicaciones profundas sobre cómo nos relacionamos con la muerte, pues, así como entendemos la vida es como entendemos la muerte. Según el budismo, el temor a la muerte se deriva de nuestro desconocimiento de que al morir realmente no hay “nadie” que muera. Lo que sucede es la muerte de la personalidad. Dejar de identificarnos con el personaje que hemos construido resulta difícil de aceptar porque solemos pensar que es lo único que somos, y que además es algo fijo, no sujeto a la impermanencia.

​ El budismo nos enseña que en realidad todo cambia y que la misma experiencia del yo está sujeta a los principios universales de la impermanencia y del surgimiento condicionado. La impermanencia es que todo lo que surge, cambia y, tarde o temprano, cesa. El surgimiento condicionado quiere decir que nada surge de la nada; como dice el antiguo verso budista:

Al ser esto surge aquello, Del surgimiento de esto surge aquello. Al no ser esto, no surge aquello, Al cesar esto cesa aquello.1

​ Es decir, todo existe mientras las condiciones que lo soportan se mantengan. Al cesar las condiciones, cesa lo que surgía. Cuando hacemos las paces con la impermanencia y el surgimiento dependiente, entonces tiene lugar una gran ecuanimidad. Esto es algo que se experimenta con gran claridad en la meditación. De pronto, uno se descubre consciente del aquí y ahora por cierto tiempo, en un estado relajado mientras contempla el surgir, cambiar y cesar de las sensaciones, las emociones o los pensamientos, y sin identificarse con ninguna historia ni con el diálogo interno. Esto es algo que puede cambiar profundamente nuestra concepción de las cosas.

​ Después del accidente experimenté algo parecido. Como si la certeza de la muerte me hubiese plantado en un estado de plena conciencia en el momento presente, desidentificado por algunas horas de la nube de condicionamientos.

Muerte de Buda histórico (Nehan-zu), Japón, siglo XIV. British MuseumMuerte de Buda histórico (Nehan-zu), Japón, siglo XIV. British Museum


El budismo plantea que, cuando dejamos de utilizar la mente para fijar las experiencias y apegarnos a ellas, se desactivan las fuerzas que nos mantienen engañados, y comenzamos a ver “las cosas como son”. El entrenamiento meditativo nos ayuda a realizar este descubrimiento. Las fuerzas que nos mantienen engañados son tres: el odio, la avidez y la ignorancia. Ellas son la causa del sufrimiento y de un engaño que lo perpetúa. Estas tres fuerzas nos amarran a un mundo de ideas fijas sobre las cosas, las personas, las situaciones y nosotros mismos. Nos engañan sobre lo que es verdadero y nos hacen dañar a otros seres y a nosotros mismos con nuestros actos. En nuestra ignorancia, odiar o sentir avidez hacia algo o alguien implica que pensemos a ese algo o alguien como fijo y desconectado de una red causal. Y en el proceso creamos un yo.2

​ Según el budismo antiguo, si estas tres fuerzas de condicionamiento continúan teniendo influencia en nosotros al momento de morir, producen una confusión en la conciencia y en nuestra identidad, la cual a su vez genera el renacimiento. Puesto que el renacimiento sucede por la confusión de cómo son las cosas y quiénes somos, lo que renace realmente no es “lo que somos”, sino la inercia de las fuerzas que no se agotó en la vida pasada. Teóricamente, cuando se ha agotado el karma negativo, en esta o en otra vida, ya no tiene uno que volver a nacer. Ahí termina el ciclo del renacimiento y “la vida espiritual se ha vivido”, como decía el Buda, aclarando siempre que no es una postura nihilista ni eternalista, sino algo intermedio.

​ El budismo antiguo contemplaba como un gran logro espiritual no tener que renacer de nuevo. Pero una escuela posterior, el Mahayana, consideró que esa era una meta demasiado pequeña e individualista, por lo cual desarrolló una explicación diferente. Al morir, si hemos practicado y estudiado mucho y cultivado una vida ética, tendremos la opción de regresar al mundo. Para que esto ocurra, primero debes hacer un compromiso total de que el renacimiento sea con el propósito de ayudar a otros seres vivos a superar el sufrimiento y también a iluminarse. Esta opción resulta atractiva para muchos porque elegir volver con sabiduría a ayudar a otros nos puede infundir un profundo sentido de propósito que trasciende las limitaciones de una sola vida.

​ Para facilitarnos morir con mayores posibilidades de tener un mejor renacimiento, el Libro tibetano de los muertos (realmente llamado “Liberación por la audición durante el estado intermedio”) provee instrucciones para los moribundos y los recién muertos. Se cree que, durante este periodo de hasta 49 días, la conciencia del difunto pasa por una serie de experiencias y estados naturalmente influenciados por el karma acumulado. Uno debe susurrar las instrucciones al oído del moribundo o recién fallecido para ayudarle a que su conciencia pueda navegar por el estadio intermedio de manera sabia, no dejándose seducir por la fuerza de atracción del odio, la avidez y la ignorancia y así avanzar hacia un renacimiento favorable.


En el budismo contemporáneo han surgido algunas otras maneras de entender la vida, la muerte y el renacimiento, de las cuales quisiera destacar una: el concepto de “continuación” desarrollado por el venerado monje vietnamita Thich Nhat Hanh. Y va así: los seres humanos desde siempre hemos sido formados por muchos otros seres. A nivel físico, biológico, emocional, mental, cultural y hasta nuestra personalidad, somos en gran parte la continuidad de las consecuencias de innumerables seres a través del tiempo y del espacio. A tal grado es así que uno no debiera propiamente decir “yo soy”. Tendríamos que decir “inter-soy”.

Detalle de un delantal ritual tántrico con esqueletos, Tíbet, siglo XVI. Metropolitan MuseumDetalle de un delantal ritual tántrico con esqueletos, Tíbet, siglo XVI. Metropolitan Museum

​ Es decir, lo que soy es el resultado de la convergencia y contribución de tantos otros seres humanos y no humanos, así como de condiciones biológicas y elementos físicos, que en realidad debo entenderme como la suma de todo, interconectado con todo, no como una entidad que existe aislada, independiente de los demás. Visto así, no hace falta pensar “a dónde se va” alguien después de muerto, puesto que no se va a ningún lado. Nuestros seres queridos viven en nosotros aún después de muertos. Nosotros también continuaremos de muchas maneras a través de otras personas, otros seres, otras formas de vida, y hasta en los elementos que nos constituyeron. Estos fragmentos de Thich Nhat Hanh lo describen muy bonito:

Este cuerpo mío se desintegrará, pero mis acciones me continuarán. En mi vida diaria, siempre practico ver mi continuación a mi alrededor. No necesitamos esperar hasta la disolución total de este cuerpo para continuar, continuamos en cada momento.

​ Si piensas que solo soy este cuerpo, entonces no me has visto realmente. Cuando miras a mis amigos, ves mi continuación. Cuando ves a alguien caminando con atención plena y compasión, ves mi continuación.3

​ Todas estas explicaciones sobre la muerte tienen algo en común: dejar de reforzar las fuerzas del odio, la avidez y la ignorancia nos conviene por muchas razones. Para empezar, cesará o disminuirá mucho nuestro sufrimiento en esta vida, que no es poca cosa y es en sí un gran motivador. En segundo lugar, nos desengañará sobre la naturaleza de las cosas y de nosotros mismos. Y, en tercer lugar, disolverá el temor a la muerte. Esto último ocurre porque al disolverse el apego a una personalidad ficticia desaparece el objeto del miedo.

​ Si además tenemos una motivación altruista y compasiva que practicamos todos los días, gozaremos de los frutos de la práctica mientras creamos olas de beneficio que ayudarán a muchos otros seres. Y si de alguna manera hay un renacimiento o una continuación, habremos tenido la oportunidad de seguir construyendo un mundo mejor, aún después de haber fallecido.

Imagen de portada: Detalle de un delantal ritual tántrico con esqueletos, Tíbet, siglo XVI. Metropolitan Museum

  1. Samyutta Nikaya, The Connected Discourses of the Buddha. Bikkhu Bodhi, Simon and Schuster, Nueva York, 2000. [Traducción del autor.] 

  2. Ver “Self as a product of grasping”, Andrew Olendzki, Untangling Self: A Buddhist Investigation of Who We Really Are, Wisdom Publications, Massachusetts, 2016. 

  3. [Traducción del autor.]