Ciencia joven contra los agrotóxicos
El Laboratorio de Biología Molecular y Genómica, Microbiología de Levaduras de la Facultad de Ciencias de la UNAM, parece un aula como cualquier otra. Para llegar hay que bajar y subir escaleras, de extraña lógica arquitectónica, y luego atravesar un largo pasillo, lo que me hace sentir como un hámster atrapado en un laberinto.
Gerardo Cendejas, Santiago Jara, Benjamín Mendoza y Cruz Francisco Osuna, jóvenes científicos de entre veintidós y veintiséis años de edad, me escoltan al interior; coloco mi cámara en una mesa en la que reposan una máquina centrífuga y un matraz con un líquido verdoso. Se sientan frente a mí; detrás de ellos salta a la vista un microondas rotulado con la etiqueta “REACTIVOS”.
A simple vista nada delata que en este laboratorio, con nivel de bioseguridad 1 (BSL-1), es decir, que sólo maneja agentes biológicos de bajo riesgo, se cocina una idea capaz de salvar a miles de trabajadores agrícolas: un biopesticida a base de piperamida, un compuesto derivado de la pimienta negra; su objetivo es combatir al gusano cogollero, la principal plaga del maíz a nivel mundial.
Con el nombre “Piper” concursaron en el IV Climatón UNAM, un programa organizado, en colaboración con la Unicef, por la Revista de la Universidad de México y otras instancias universitarias y que tiene el propósito de movilizar a la juventud ante la emergencia climática. Obtuvieron el tercer lugar, rebautizaron la iniciativa como Agropip y ahora buscan inversionistas para concluir la fase de investigación. Sólo al terminar ésta podrían pasar a la fase de producción.
Al preguntarles cómo nació esta idea, Gerardo —gorra al revés, lentes gruesos, riguroso y preciso con sus palabras— narra la travesía: “Encontramos evidencia científica que demostraba que estos compuestos, derivados de la pimienta, impedían que eclosionaran los huevos de este lepidóptero. Pero los estudios se quedaban ahí, en pruebas de laboratorio. Nosotros quisimos ir más allá”. La idea, entonces, surgió de preocupaciones comunes entre los integrantes del equipo, como el impacto de los Plaguicidas Altamente Peligrosos (PAP) en la salud humana y el medio ambiente.
La experiencia de Cruz Francisco, oriundo de Cosalá, Sinaloa, y cuya familia se dedica a la venta de insumos agrícolas, los sensibilizó, pues él les relató que los productores agrícolas ignoran los riesgos del uso de PAP. “A veces, luego de rociar los cultivos de maíz con bomba de aspersión, los trabajadores se desmayan. Horas después, despiertan y continúan con sus labores como si nada. Es algo común y a nadie le alarma”, cuenta. Él mismo ha tenido accidentes con el uso de plaguicidas: un día, al aplicarlos a una planta de maíz, parte del líquido le cayó en la mano. “Me empezó a arder, pero aún no sé qué consecuencias tendrá para mi salud en el futuro.”
Cruz fue afortunado; algunos jornaleros no corren con la misma suerte. El 16 de noviembre de 2024, un jornalero agrícola de 51 años sufrió una intoxicación al utilizar un plaguicida que contenía benzoato de emamectina, una de las sustancias más tóxicas del mercado. En el Hospital General de Culiacán contaminó a un socorrista, una enfermera y tres médicos que entraron en contacto con su ropa. De acuerdo con la Secretaría de Salud de Sinaloa, en 2024 se registraron 66 casos de intoxicación por plaguicidas. A nivel nacional, según información extraída del Boletín Epidemiológico del Sistema Nacional de Vigilancia Epidemiológica, al cierre de la semana 52 de 2024 hubo 2 361 intoxicaciones por plaguicidas.
Agropip, entonces, nace de la necesidad de contar con un biopesticida efectivo y ecológico que constituya una alternativa segura y sostenible ante los pesticidas químicos convencionales. Ésa era la idea inicial, hasta que llegó el Climatón UNAM.
Una plaga también es un regimiento; actúa como tal. Ése es el caso del gusano cogollero (Spodoptera frugiperda): sus larvas avanzan como una tropa disciplinada entre las hileras de maíz, sorgo o arroz, devorando el tierno cogollo (yema o brote que se encuentra en la punta del tallo) y, cuando el alimento escasea, marchan al cultivo vecino, en masa, dejando hojas perforadas como bandera de conquista. El resultado: en zonas tropicales las cosechas de maíz pueden perder hasta 50 % de su volumen si el “enemigo” no es contenido a tiempo. En México, de acuerdo con la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural, el maíz representa casi el 88 % de la producción nacional de granos y en 2023 superó los veintisiete millones de toneladas.
Materiales de trabajo en el Laboratorio de Biología Molecular y Genómica, Microbiología de Levaduras de la Facultad de Ciencias de la UNAM, 2025. Fotografía del autor.
En esta “guerra” entre la agroindustria y los gusanos, escarabajos, ácaros, nemátodos y otros organismos, en ocasiones la salud de quienes trabajan el campo queda atrapada en el fuego cruzado. En nuestro país, para el control de plagas se usan PAP, que incluyen herbicidas, insecticidas y fungicidas, muchos de ellos prohibidos en otros países, debido a su alta toxicidad y riesgos para la salud. El doctor Fernando Bejarano González, director de la Red de Acción en Plaguicidas y sus Alternativas en México, explica que la categoría PAP surgió en respuesta a la creciente preocupación por los efectos nocivos de estas sustancias.
La categoría se desarrolló a partir del Enfoque Estratégico para la Gestión de los Productos Químicos a Nivel Internacional (SAICM) y el Código de Conducta sobre la Gestión de Plaguicidas, promovido por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).
Los PAP (categorías 1a y 1b, según la Organización Mundial de la Salud), que suelen estar etiquetados con banda roja, pueden causar intoxicaciones graves, incluso mortales, a causa de su alta toxicidad y su capacidad de afectar el ADN —detalla Bejarano González—, lo que puede provocar mutaciones y consecuencias hereditarias. Además de los efectos agudos, pueden ocasionar efectos crónicos como cáncer, trastornos neurológicos, problemas reproductivos y alteraciones endocrinas.
Según el estudio “Perspectivas de las importaciones y las exportaciones de plaguicidas en México”, elaborado por el Instituto Nacional de Ecología y Cambio Climático (INECC), entre 2010 y 2019, los cinco plaguicidas más comercializados en México estaban o fueron prohibidos en, al menos, treinta países. En ese mismo periodo, nuestro país importó 233 724 toneladas de agroquímicos, provenientes principalmente de China y Estados Unidos. Los cinco plaguicidas son paraquat, atrazina, metamidofós, cloropicrina y terbufós.
De acuerdo con el estudio “Diagnóstico sobre la contaminación con plaguicidas en agua superficial, agua subterránea y suelo”, elaborado en 2019 por el INECC, en México se han identificado ciento veinticinco sitios, distribuidos en veintitrés estados de la República, contaminados con plaguicidas. “Gracias a las estimaciones de firmas consultoras, sabemos que de los treinta productos más vendidos —insecticidas, herbicidas y fungicidas— veintiuno son PAP, según los criterios elaborados en conjunto por la FAO-OMS, entre los que se encuentra el insecticida clorpirifos o el herbicida glifosato”, precisa el doctor Bejarano.
¿Quién regula, en México, la autorización de plaguicidas?
El trámite arranca con una solicitud que hace el fabricante o el importador a la Cofepris, acompañada de la composición del producto y estudios de laboratorio. Tras la evaluación sanitaria, el expediente pasa a Semarnat para estimar impactos en suelo, flora y fauna, y luego a Sader para pruebas de campo sobre la plaga objetivo. Sólo cuando los tres dictámenes resultan favorables, Cofepris concede el registro sanitario, llave que abre al producto la puerta del mercado.
—¿Qué papel desempeñan las corporaciones oligopólicas transnacionales, principales productoras de plaguicidas, en la permanencia en el uso de estos productos en nuestro país? —le pregunto al doctor Bejarano González. —Cuatro transnacionales, agrupadas en una organización que se llama CropLife, dominan el 62 % del mercado de plaguicidas en el mundo: Bayer, Corteva, Grupo Syngenta y BASF. En México esas empresas están asociadas a Protección de Cultivos, Ciencia y Tecnología, que es parte del Consejo Nacional Agropecuario (CNA). Para darnos una idea de su poder de influencia, basta recordar que la directora de Comunicación, Asuntos Públicos, Ciencia y Sustentabilidad para Bayer es también la vicepresidenta de Comunicación del CNA y presidenta de la Comisión de Inclusión y Diversidad del Consejo Coordinador Empresarial. Estas firmas presionaron a México y a Estados Unidos, a través de sus lobbies, para frenar el decreto que vetaría el glifosato y el maíz transgénico en 2024, así como el programa senatorial que propone eliminarlos gradualmente e impulsar bioinsumos.
En nuestro país se han emitido recomendaciones y se han elaborado propuestas para la transición a sistemas agroecológicos que minimicen el uso de PAP, pero la implementación de estas medidas aún enfrenta obstáculos. En febrero de 2023, el Gobierno de México emitió un decreto para la eliminación gradual del glifosato, con una prohibición total proyectada para el 1 de abril de 2024. No obstante, el presidente López Obrador postergó la medida.
Materiales de trabajo en el Laboratorio de Biología Molecular y Genómica, Microbiología de Levaduras de la Facultad de Ciencias de la UNAM, 2025. Fotografía del autor.
El doctor Bejarano sostiene que la regulación mexicana necesita “apoyarse en la evidencia que generan universidades sin conflictos de interés y en una vigilancia epidemiológica de acceso público”. Propone favorecer el registro de plaguicidas de menor peligrosidad y crear bitácoras nacionales que respalden las metas de reducción progresiva. Entre las sustancias urgentes de revisar —agrega— figuran los plaguicidas glutamateriosos, ya incluidos en las discusiones de la FAO, la OMS y el Convenio sobre la Diversidad Biológica: su toxicidad diezma abejas, polinizadores y microorganismos del suelo, además de que amenaza a los organismos acuáticos por su persistencia en aguas y sedimentos. Con criterios que midan el daño ecológico, la persistencia y la peligrosidad, concluye Bejarano, México podrá clasificar con rigor los PAP y trazar el camino hacia su control, reducción y eventual prohibición.
El equipo de Agropip había estudiado los PAP, pero no desde una óptica sistémica. A eso se enfrentaron, como equipo, durante los cincuenta días que duró el Climatón UNAM. A lo largo de la competencia recibieron asesorías de especialistas en diversos campos: una bióloga y activista de Greenpeace, una climatóloga experta en sistemas hídricos y una médica veterinaria especializada en la relación entre agricultura y calentamiento global. En ese lapso, a través de metodologías como el Design Thinking y el Pensamiento Sistémico, sus tres tutores (dos varones y una mujer) los invitaron a pensar la solución como un fenómeno integral. De esa forma, alrededor de la idea de crear un biopesticida, algo que, en apariencia, sólo compete al ámbito científico, empezaron a relacionar otras áreas: la social, la política, la jurídica. Así, integraron a su proyecto herramientas analíticas como la perspectiva de género, la etnografía, la filosofía, entre otras. Sobre esa experiencia habla Santiago, un hombre jovial, originario de Jalisco, quien lleva tatuada en el rostro una tímida sonrisa: “Insistieron en que no nos casáramos con la solución, sino con la problemática”.
Días después me reúno, de forma virtual, con Edith Lozano Pérez, ingeniera química. Ella también forma parte del equipo, pero trabaja y vive en Jalisco. Coincide en que participar en el Climatón UNAM les permitió tener una nueva interpretación en torno al problema: “Fue un parteaguas que nos ayudó a plantearnos la posibilidad de ser parte de un sistema, de complementar una estrategia integral y no sólo crear un producto más”.
Y eso lo descubrieron en el trabajo de campo.
Durante su labor en las comunidades, contactaron a productores agrícolas, campesinos y jornaleros de la cooperativa Tosepan Titataniske, en la Sierra Nororiental de Puebla. Sus integrantes practican técnicas de cultivo sostenibles de raigambre indígena. Los jóvenes científicos descubrieron que ahí el gusano cogollero puede vivir en pleno equilibrio ecológico en la milpa, junto con otros animales que son sus depredadores naturales, sin representar un riesgo considerable de pérdida de cosechas.
Tatei Werika Wimari Garza Rodríguez, exintegrante del equipo y quien cursa estudios humanísticos y sociales, les permitió un acercamiento más empático con las comunidades. Mediante entrevistas y el acercamiento con productores agrícolas y jornaleros, reorientaron el trabajo de laboratorio y no al revés. Se dieron cuenta, gracias al trabajo de Tatei, de que las condiciones laborales de explotación que enfrentan las jornaleras y los jornaleros agrícolas los colocan en un estado de mayor vulnerabilidad frente al uso de agroquímicos. En muchas ocasiones, detrás de la decisión de fumigar los cultivos está el miedo a perder la cosecha.
Y eso cambió su perspectiva: en vez de pensar en una solución, identificaron todas y cada una de las aristas del problema y profundizaron en sus causas. Enlistaron una serie de factores. Por ejemplo, tanto las sequías como el exceso de lluvias provocan la pérdida de cultivos y la interrupción de los ciclos agrícolas, lo que lleva a la aplicación de aditivos para aumentar las probabilidades de éxito en la cosecha.
En esas circunstancias, la industria y la ausencia de políticas públicas crean la tormenta perfecta para el uso indiscriminado de estas sustancias. Así llegaron a la raíz: el modelo agrícola actual en México sacrifica la salud de las personas, los suelos y el agua a cambio de mantener la producción y la rentabilidad. “Entendimos que nuestro producto puede ser usado en un plan más grande, como parte del manejo integral de plagas”, explica Gerardo.
Integrantes del equipo de Agropip en el Laboratorio de Biología Molecular y Genómica, Microbiología de Levaduras de la Facultad de Ciencias de la UNAM , junio de 2025. Fotografía cortesía de Agropip.
El Manejo Integrado de Plagas (MIP) es un enfoque holístico que busca minimizar los riesgos para la salud humana y el medio ambiente, utilizando una combinación de métodos y estrategias. “Está documentado que la biodiversidad dentro de una parcela”, agrega Gerardo, “actúa como una barrera natural y disminuye la cantidad de plagas”. El MIP considera el lugar específico donde está presente la plaga: una parcela, una milpa, un policultivo tradicional o un cultivo agroindustrial, y traza una ruta de acción. Combina diversas estrategias: control biológico (mediante depredadores naturales como mariquitas o avispas parásitas), prácticas culturales como la rotación y el intercalado de cultivos, métodos mecánicos (trampas y barreras) y pesticidas botánicos.
Después de la experiencia en el Climatón UNAM, Agropip trabaja con ese objetivo: formar parte de un sistema integral que permita una transición agroindustrial hacia un modelo más efectivo, sostenible y menos dañino.
La tensión entre generar un cambio y construir un “emprendimiento” que les permita generar ingresos es palpable entre estos jóvenes. Y su proyecto, lo saben, tiene potencial. No obstante, se respira entre ellos un ánimo autocrítico y un rigor científico implacable. Son conscientes de que hace falta recorrer un largo trecho para que su idea se materialice. Alrededor de dos años, calculan. Por ahora, Agropip —como producto— está en fase de investigación. A través de la biotecnología, experimentan con diversas enzimas, como vías metabólicas, para encontrar la más viable y eficaz para producir el biopesticida. Gerardo me lo explica con la precisión que lo caracteriza: “Lo que queremos hacer nosotros es un producto. Para llegar a producirlo, tenemos que seguir algunos pasos. En nuestro caso, esos pasos no están completamente definidos dentro del campo del conocimiento científico. Eso es lo novedoso y disruptivo de nuestro proyecto”.
A pesar de los obstáculos, sienten que están en la ruta correcta: actualmente forman parte de iGEM, Venture Creations, una incubadora de negocios biotecnológicos que busca que los proyectos seleccionados se conviertan en startups. Benjamín lo detalla: “Si bien te conectan con potenciales inversionistas, el valor está en la parte formativa, porque nos ayudarán a conocer nuestro mercado, hacer proyecciones financieras y aprender más sobre la parte empresarial”.
El 13 de julio, Santiago y Edith presentaron el proyecto en China, en el marco del World Youth Development Forum 2025. Ahí establecieron contacto con inversionistas potenciales. El reto más importante que enfrentan es la búsqueda de capital semilla que les permita adquirir reactivos químicos para continuar con el trabajo de laboratorio. “Una de las cosas que nos hace falta es desarrollar alianzas estratégicas con el gobierno y, en un futuro, aspirar a que nuestro producto forme parte de algún programa de subsidio que beneficie a los pequeños y medianos agricultores”, agrega Santiago. Mientras tanto, se han acercado al presidente municipal de Cosalá y presentaron su idea en el Senado de la República, en el marco del Maratón Universitario por México, organizado por México Lectivo.
A la fecha, han ganado el primer lugar en el Concurso Internacional de Biología Sintética iGEM Design League y fueron invitados para hablar de su innovación en el MIT, en Harvard y con representantes de empresas líderes del sector biotecnológico. Nada de esto, asegura Benjamín, se hubiese logrado sin el trabajo en equipo. “Durante un año trabajamos de forma virtual, sin conocernos, porque estamos repartidos en todo el país. Así que cuando llegamos juntos a la competencia en París [participaron en la iGEM Grand Jamboree] y nos conocimos, fue extraño, pero muy gratificante”, confiesa.
Al preguntarle cómo imaginan el futuro de Agropip, Santiago expresa el sentir del equipo: “Este proyecto se volvió algo más grande que nosotros. En el futuro me encantaría ver a nuestro equipo como una empresa. Me gustaría que exploráramos otras problemáticas de las que estamos muy conscientes y generemos una plataforma para ofrecer soluciones biotecnológicas que tengan un impacto ecológico y social positivo”.
Salgo del laboratorio y la puerta se cierra a mis espaldas con un golpe seco que resuena en el pasillo. Afuera, un cielo plomizo se cierne sobre la Facultad de Ciencias de la UNAM y trae amenaza de lluvia. Camino rápido y me resguardo debajo de una parada del PumaBús. Pienso, entonces, que la historia de Agropip puede ser la crónica de un triunfo colectivo: algún día —quizá dentro de diez, veinte años— un productor agrícola rociará su parcela con un líquido que no quema la piel ni destruye los pulmones. Quizá tampoco habrá banderas rojas clavadas en los surcos ni etiquetas con el símbolo de una calavera pegadas al bidón.
Y ése es el valor de su promesa: no librar una guerra contra la plaga usando más veneno, sino sumarse a una cadena de esfuerzos que devuelva el equilibrio al campo. En medio de una crisis climática con visos de colapso, los jóvenes nos demuestran que todavía es posible sembrar el futuro.
Imagen de portada: Concurso internacional de biología sintética iGEM Design League, 2024. De izquierda a derecha, de arriba hacia abajo: Cruz Francisco Osuna, Benjamín Mendoza, Edith Lozano, Sandra González, Daniela Itchel Torres, Santiago Jara, Gerardo Cendejas y Tatei Werika Wimari Garza. Foto cortesía de Agropip.