periódicas Redes MAY.2025

Julieta García González

Bumi y la escuela de la vida

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No pierde de vista la cámara que lo graba, así que camina de espaldas sobre un puente de madera, tomado de la mano de Ibu Sri, su madre adoptiva. Algo no le gusta, pues no le quita el ojo al camarógrafo que lo sigue para documentar sus días. Lanza una rama hacia la lente, mientras procura mantener el equilibrio… hasta que desiste. No dará otro paso. Se sienta enfurruñado sobre las maderas. Quiere que lo carguen, ahorrarse el trayecto y recuperar el contacto físico con su madre. Como sus compañeros van muy adelantados, Sri se gira y él extiende sus larguísimos brazos hacia ella, que lo aúpa. Aferrado con las manos y con las manos de los pies, parece al fin satisfecho. Así es como llega a la escuela Bumi, el orangután.

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En marzo de 1838, un año y medio después de su regreso a Inglaterra, Charles Darwin hizo una visita al Zoológico de Londres. Había pasado cinco años a bordo del HMS Beagle en una circunnavegación que no sólo lo llevó a las Malvinas y las Galápagos, sino que lo hizo bordear Nueva Zelanda y Sudáfrica. Durante ese tiempo, el naturalista inglés vio a los delfines nadar pegados a estribor, tocó iguanas acuáticas, midió aves marinas y amasó miles de notas puntuales sobre sus observaciones de la vida natural. Su mente hervía con la diversidad biológica, por lo que la visita no era un paseo, sino una investigación en curso.

​ En el zoológico londinense conoció a Jenny, la pequeña orangután, que había llegado a su cautiverio en 1837, cuando tenía unos cuatro años, es decir, cuando estaba aún en la infancia. Una vez arrebatada de su madre, la pequeña terminó en una jaula. Desde ese lugar conmocionó a la sociedad inglesa: hacía pataletas cuando no le daban la fruta que quería, exigía cosas para jugar, le jalaba la cola a los perros que pasaban por ahí, miraba con fascinación a la jirafa y se comportaba como un bebé, como el bebé que era. Darwin escribió en sus notas:

Dejemos al hombre visitar al Ouranoutang [sic] domesticado, escuchar su quejido expresivo, mirar su inteligencia cuando se le habla, como si entendiera cada palabra dicha [y veamos] cómo le afectan aquellas que conoce. Veamos su pasión e ira […] y luego permitamos que presuma su orgullosa preeminencia. El hombre, en su arrogancia, se cree una gran pieza, merecedora de la intercesión de una deidad. Más humilde —y, a mi juicio, más verdadero— será considerarlo creado de otros animales.1

​ Jenny vivió en aquel zoológico durante cuatro años y murió por enfermedad, pero gracias a ella Darwin pensó más en forma el vínculo que nos une a otros animales en una cadena casi indivisible. Por desgracia, el de Jenny no ha sido el único caso de un primate arrancado de su hábitat. Los primeros censos más o menos fiables de la población de orangutanes llegaron con el inicio del siglo XX. Por entonces, se estimó que había alrededor de 315 000 individuos, endémicos de Malasia e Indonesia, territorios del archipiélago malayo, en Asia. En los últimos 75 años, sus poblaciones se han reducido casi en un 80 % y se estima que se mermarán aún más si no cambia, muy pronto, algo. Las tres especies de orangutanes conocidas (Pongo pygmaeus, Pongo abelii y Pongo tapanuliensis, identificada y descrita en 2017) están en peligro crítico de extinción.

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Bumi (“Tierra” en malayo) nació en Borneo, la tercera isla más grande del mundo; Malasia, Indonesia y, en menor medida, Brunéi comparten su territorio. La región indonesia donde vive se llama Kalimantan. Su hogar natural son los bosques tropicales y húmedos de esta región asiática que yace en la franja del ecuador, bañada por la lluvia de forma constante, sobre todo en sus partes altas. Bumi y el resto de los orangutanes de Borneo (Pongo pygmaeus) habitan zonas bajas, rodeados de árboles frondosos, con copas que alcanzan los 45 metros de altura, y cerca de mangles, árboles frutales, plantas carnívoras y florales, lianas, zonas pantanosas, riachuelos y ríos. Es una de las regiones con mayor biodiversidad del mundo, con cerca de mil cuatrocientos especies de animales además de los orangutanes, que son, entre los primates grandes, los más arbóreos: pasan el 90 % de su tiempo trepados a los árboles. Desde las alturas, dominan en paz la selva.

​ Sabemos esto del origen de Bumi: llegó el 18 de junio de 2016 al santuario para orangutanes Nyaru Menteng, en la provincia de Kalimantan Central, en una canasta de plástico, arropado por sábanas y una almohada. Unas personas lo habían recogido al pie de un árbol de hule. No había señales de su madre, a la que probablemente mataron unos cazadores furtivos. Porque una de las formas en las que mueren los orangutanes es por las balas de quienes desean adueñarse de la cría o de la madre para venderlas o traficar con ellas; otras son la deforestación, los incendios y una agricultura voraz de palmas de las que se extrae aceite, uno de los bienes más codiciados en el mercado internacional, empleado en millones de productos, desde alimentos hasta cosméticos.

​ Bumi era pequeñito, frágil, aún conservaba vestigios del cordón umbilical pegados a su cuerpo y no tenía dientes; había cumplido, por entonces, dos semanas de nacido. Daba potentes alaridos para exigir comida, contacto, calor. Sus pucheros en esos primeros días eran similares a los que hace un bebé humano; lo mismo que su cara al dormir, los gestos al succionar con fuerza la leche de una mamila. Seguramente por eso es que llamaron a estos hermosos seres, anaranjados o rojos, Orang Outan, “hombre del bosque” en malayo.2

​ Los primeros relatos sobre orangutanes, siglos antes de la llegada de Bumi al santuario, describían criaturas muy parecidas a nosotros, sólo que de color tangerina y trepados a los árboles. Se les representaba en grabados como personas con poderosa barriga y melena aleonada.3 Hoy sabemos que esto se basaba en algo menos evidente que un rostro o un brazo; hablaba, más bien, de la cercanía biológica: compartimos con ellos el 97 % del ADN.

​ Es posible que tal intimidad genética explique un poco la fascinación que sentimos por otros primates y quizá sea una de las causas —si bien errada— por la que se les busca como mascotas. Los cazadores furtivos que asesinaron a la madre de Bumi hubieran vendido al bebé y hoy alguien lo tendría en su casa, alimentándolo como a un muñeco vivo, pues, al inicio de su desarrollo, un cachorro de esta especie es muy similar a un bebé humano, sólo que con pulgares oponibles en manos y pies, con menos pelo en la cabeza, con olor almizclado. Por suerte, el cachorro del bosque tropical, el huérfano, fue a dar a un gran santuario para orangutanes y comenzó así su largo proceso de recuperación.

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Bumi gira sobre su propio eje, de pie en el puente de madera, hasta perder el equilibrio y darse de cabeza en la foresta. Lo arrastran de un brazo, como a un preso, porque no quiere caminar; mientras las raíces le pegan en la barriga, aprovecha para comer lo que encuentra en el suelo. Se dispersa. Sobre la plataforma de comida y entrenamiento, gira más y hace caras para un público entregado. Se encarama a un poste cerca de los dormitorios, da marometas en la tupida vegetación o sobre una hamaca, juega al balancín, se arroja a los brazos de las nanas, aplasta a sus congéneres dejándose caer sobre ellos, roba comida, se cuelga de su madre sustituta, va de una liana a la siguiente, pide que le hagan cosquillas y trata de hacerlas él: es todo un payaso, un showman, una suerte de funambulista que igual trepa que salta, abraza o se cuelga, se mete y entromete con humanos y con orangutanes. A su alrededor, sus compañeros de grupo logran concentrarse en sus actividades y aprendizajes siempre y cuando él no venga a distraerlos.

​ Nyaru Menteng —parte de un complejo de áreas protegidas, dormitorios y áreas de juego— pertenece a la Borneo Orangutan Survival (BOS) Foundation, una organización conservacionista sin fines de lucro que ofrece una segunda oportunidad a los orangutanes huérfanos para que después sean libres de nuevo. Es la más grande en su tipo y, entre otras cosas, tiene algo llamado Escuela Orangután de la Jungla, donde Bumi y el resto de sus amigos desarrollarán las capacidades que su madre les habría enseñado: es decir, aprenderán a ser orangutanes. Durante los primeros años tras su rescate, las crías necesitan entender cómo conseguir fruta y termitas, miel y la savia dulce de los gomeros; también aprenden a distinguir qué raíces y hojas pueden comer y cómo hacer nidos para dormir en lo alto de los árboles, además de cuidarse de las serpientes, los leopardos y las aguas profundas. Como nosotros, aprenden observando, así que es indispensable que estén atentos a las lecciones que dan las distintas nanas o madres sustitutas. Los bebés rescatados se dividen, según sus habilidades, una vez que dejan la cuarentena por la que pasan al llegar a Nyaru Menteng; a partir de ahí comienza un tránsito que los entrenará para la vida silvestre. Como en cualquier escuela, los alumnos están en grupos y niveles distintos, sólo que acá hay mucho pelo, barrigas prominentes y más desmanes. Y es en esto donde Bumi destaca.

Atribuido a Charles Henry Landseer o Charles Landseer, Orangutang, ca. 1800-1899. The Art Institute of Chicago, dominio público.

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Son las ocho de la mañana y en Kalimantan ya hace calor. Los 26º C son húmedos debido a una lluvia ligera que baña con suavidad la jungla, permeándolo todo. Bumi espera con atención a que abran su jaula para saltar al suelo y andar deprisa. Cruza el puente de madera al lado de Ibu Sri y otras madres sustitutas, ansioso por llegar a su día escolar. Desayuna fruta (plátano, sandía, piña, rambután) y leche de soya y se concentra en alguna actividad. Ya tiene 9 años, pesa unos 35 kilos y mide 1.3 metros de alto. Ahora puede alcanzar mejor la fruta que le esconden en la parte superior de los árboles, desentrañar los rompecabezas que le dan y es más hábil haciendo nidos o partiendo cocos. Este día, sin embargo, no le da la gana seguir los protocolos y se roba la canasta de ratán donde se guardan los alimentos para el grupo. Su madre sustituta se da cuenta y comienza a perseguirlo. Con una sonrisa exultante, Bumi corre tanto como puede entre raíces elevadas y hojas caídas, usando sobre todo los brazos. Los demás orangutanes presencian el espectáculo embelesados; las madres sustitutas no pueden más de la risa. Hace poco se metió de cabeza a la canasta, que luego arrojó a una nana para provocar carcajadas. Se la pasa bomba.

​ Un día decidió que era el momento de organizar un paseo. Resuelto, fue por sus congéneres más jóvenes; pronto, una tropa de orangutanes escapistas lo seguía… hasta que las nanas los reclutaron de nueva cuenta.

​ Además de caudillo e histrión, es también un curioso irredento; de tanto en tanto, va a echarle un ojo a otros grupos de la Escuela Orangután de la Jungla, fascinado por las diferencias que ve, por lo que hacen otros congéneres. También es un distraído por excelencia, que privilegia la diversión. Es, dicen quienes lo conocen, el orangután más socialmente activo de todos los que han llegado al santuario. Así que Bumi es un agente del caos y el alma de la fiesta, la alegría y gozo de las mañanas en las plataformas educativas, el centro de atención, muy disperso y un encanto. Las nanas le dicen “Boss” (jefe) o hijo de sultán, y aún así lo consienten. Le queda un largo trecho por recorrer, pero parece haber superado el trauma inicial. Ya no es ese bebito frágil que llegó al refugio una mañana, aterrorizado y sin entender qué pasaba a su alrededor.

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Bumi es aún muy joven; a veces es un niño, otras un adolescente. Sus brazos se extienden de sus hombros a los pies, cubiertos de un vello a la vez sedoso y resistente. Su cuello es corto y su boca es tan móvil como la goma y muy expresiva. Sus ojos, que parecen pequeños sumidos bajo la frente y la prominencia de la boca, son atentos y curiosos, de una obvia inteligencia. Es un comunicador nato, que se relaciona con su especie y con los humanos de manera fluida. Cuida la intimidad que ha creado con las nanas y sus compañeros, de ahí que no le quite el ojo al camarógrafo que lo sigue para dejar testimonio televisado de sus avances y travesuras. También actúa para la cámara, como si supiera que eso se espera de él, pero hay un límite que resguarda.

​ Si la fortuna es dócil, en pocos años Bumi será liberado y, bajo vigilancia, trepará a los árboles que hoy le sirven apenas como entrenamiento. Alcanzará los noventa kilos, crecerá más y su melena será larga. Dormirá en las copas arbóreas, formando un nido cada noche; buscará una hembra para aparearse y recordará, tal vez, los tiempos en los que fue amado, mimado, atendido y educado para ser libre, un orangután en forma. Los tiempos en los que algunos humanos quisieron devolverle la dignidad que su especie ha tenido y que le hemos arrebatado: recordará la época en la que orangutanes y personas —animales de la misma creación— comenzaron un aprendizaje compartido de cariño, respeto y esperanza. Y se irá así, de rama en rama, un ser naranja y perfecto, a dispersar su sabiduría.

BOS Foundation

La BOS Foundation se creó en 1991 en Borneo, en Kalimantan Central. A partir de entonces, esta organización no gubernamental sin fines de lucro se ha dedicado a recuperar la selva tropical —talada para obtener aceite de palma, hule y para la explotación minera— y a ayudar, de esta forma, a que los orangutanes y todos los animales de la jungla indonesia puedan vivir en un hábitat saludable y seguro. Desde 1992 han protegido, rehabilitado y entrenado a los orangutanes con el fin de regresarlos a la vida silvestre. La organización actual data de 1998, cuando su nombre cambió a Borneo Orangutan Survival Fundation (BOSF). La fundación ha logrado grandes avances en su labor de cuidado y protección ambiental desde el 2009, al crear una compañía dedicada a tutelar la selva. Un ejemplo de sus logros es el hecho de que, para 2010, ya tenía asegurada 86 450 hectáreas como zona protegida, dedicadas únicamente a la vida silvestre. Además, en los últimos diez años, ha devuelto a la jungla quinientos orangutanes que fueron rescatados, procurados, atendidos, queridos y educados en sus instalaciones. De acuerdo con la BOS Foundation, el 2024 fue un año exitoso en la conservación de los primates y del bosque húmedo de Kalimantan. La fundación también incluye en sus labores a las comunidades cercanas, pues emplea a trabajadores locales, educa a las personas, establece alianzas positivas con instituciones privadas y gubernamentales y, poco a poco, ha logrado despertar interés en más partes del mundo.

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Gracias a la BOS Foundation por aportar la información solicitada, así como las imágenes y los videos disponibles. Puedes ayudar a la conservación de los orangutanes con una aportación a la BOS Foundation. Ingresa aquí o búscalos en X o Instagram.

Todas las imágenes son de Bumi en el santuario de Nyaru Menteng, 2016-2024. Se reproducen con el permiso de ©BOS Foundation.

  1. La traducción es de la autora. 

  2. Henry O. Forbes, “Corrections in Nomenclature Oran Outang; Ca’ing Whale”, Nature, vol. 69, núm. 343, 1904. 

  3. Véanse, por ejemplo, los grabados de Jacobus Bontius, Historiae naturalis et medicae Indiae orientalis, impresor: Ludovicum y Danielem Elzevirios, Ámsterdam, 1658.