Ricardo Piglia y la serie del recienvenido

Tabús / crítica / Junio de 2018

Ana Negri

 Leer pdf

En Buenos Aires, que estima inverosímil haber vivido hasta los treinta o cuarenta sin conocerla, por lo que hay que sacarse pronto la recienvenidez tardía, todo el primera vez llegado, que conoce en los semblantes el mal gusto de no haber nacido en ella, se apresura a dar una instruidísima conferencia sobre ‘La Argentina y los argentinos’ tres días después de desembarcado. Macedonio Fernández


El siglo XX en Argentina estuvo marcado por la violencia de cinco dictaduras. Desde la primera, cuando en 1930 José Félix Uriburu derrocó por la fuerza a Hipólito Yrigoyen, hasta el autodenominado “Proceso de Reorganización Nacional” de 1976, que duraría más de siete años y por medio del cual se buscó reorganizar el país en función de los intereses de los militares y las clases adineradas. Aunque las armas ejercieron una fuerza indiscutible contra la población civil, no fueron los únicos medios por los que se desplegó la violencia durante aquellos tiempos. Dirigida por Ricardo Piglia (Adrogué, 1941–Buenos Aires, 2017), la Serie del Recienvenido (colección Tierra Firme del Fondo de Cultura Económica) recupera obras que, tras su primera publicación, fueron ignoradas, censuradas u olvidadas por el canon que estableció una casta de intelectuales vinculados, abierta o tácitamente, al poder. La Serie del Recienvenido las reinserta en un presente en el que se encuentran en “diálogo y en sincronía con las propuestas más novedosas de la literatura actual”. Según Macedonio Fernández (Buenos Aires 1874-1952), “Recién llegado por definición es: aquella diferente persona notada en seguida por todos”, un sujeto a leguas distinto que suscita, precisamente por su diferencia, desconfianza e incomodidad en quienes son ya reconocidos bonaerenses. Al darse cuenta de esto, el recién llegado busca por todos los medios no ser visto, asimilarse a los demás. “Ser ‘recienvenido’ en Buenos Aires ni por un momento se perdona; es como insolencia.” Aunque Macedonio parece referirse casi siempre al recienvenido de ultramar —que, según parece, tenía al menos la oportunidad de hacerse oír—, la presión social a la que alude se aplicaba con igual o mayor urgencia sobre otros argentinos recién llegados a Buenos Aires: contra los que venían de provincia, los campesinos, los indígenas… Los recienvenidos eran todos los que no formaban parte de la supuesta élite de porteños ilustrados, que se consideraban los únicos con la autoridad para hablar de “La Argentina y los argentinos”. Pero el homenaje a Macedonio, orgulloso ausente de la esfera pública y amante de la provocación, no sólo consiste en la recuperación del término que él acuñó, sino en reconocerlo como padre de un linaje de argentinos y argentinas recienvenidos que, como antes Macedonio, no se adecuaban a convenciones y asuntos dictados por la cultura establecida de su época, por lo que sus obras fueron confinadas a bodegas o destruidas para no tener que pagar el alquiler de esos espacios. No debería sorprendernos, por tanto, que las historias narradas en los textos de la Serie del Recienvenido tengan lugar fuera de Buenos Aires —ya sea en barrios de la periferia alejados del supuesto progreso porteño o en regiones del interior del país— y que el resultado sea un catálogo tan espléndido de temas y tonos como los colores de las cubiertas de los libros. En las primeras páginas de cada ejemplar, Piglia presenta los libros como “grandes obras de la literatura argentina de las últimas décadas del siglo XX”, sin mencionar que se trata de títulos —y en la mayoría de los casos, también de autores— que desde su primera publicación hasta la edición en la Serie del Recienvenido (2012-2015), habían sido prácticamente ignorados por la crítica y los lectores o, en el mejor de los casos, formaban parte de una literatura de culto. Aunque la serie sea un rescate editorial, Piglia no alude al olvido en el que permanecieron estos libros. Probablemente porque confiaba en que el lector tendría la capacidad de darse cuenta de que ninguno de los títulos o autores forman parte de los que regularmente aparecen en antologías o cátedras sobre narrativa argentina —La muerte baja en el ascensor de María Angélica Bosco, Gente que baila de Norberto Soares u Oldsmobile 1962 de Ana Basualdo, por ejemplo—. Sobre todo, no señala el rescate editorial porque justo a lo que apunta la serie es a desdibujar el corte que la historia literaria argentina había establecido frente a esos textos, identificándolos como “otros” y creando discursos “nuevos” que, en palabras de Michel de Certeau, consideran “muertos” a aquellos que los preceden. Piglia zurce tal ruptura a través del prólogo que antecede a cada uno de los textos. Ahí establece relaciones entre el autor del libro y otros de la tradición argentina o universal. La prosa de Miguel Briante es identificada con la de Faulkner “o mejor, de la manera de narrar que Faulkner aprendió de Conrad”; Susana Constante es asociada a la sagacidad de Sherezade y Jorge Di Paola queda inevitablemente ligado al reconocimiento de Witold Gombrowicz —¿o es al revés?—. Mediante la claridad y la astucia de Piglia, el prólogo señala el modo en que estas obras participan de discusiones y asuntos actuales, reinsertándolas por mérito propio en el entramado de la narrativa argentina. Así, Río de las congojas de Libertad Demitrópulos es presentada como una de las tres grandes obras maestras “que reconstruyen imaginariamente la conquista española del Río de la Plata”, junto con Zama de Antonio Di Benedetto y El entenado de Juan José Saer. La novela, a través del entrevero de varias voces narrativas, va tejiendo, a la velocidad del vertiginoso cauce del Río Paraná y con la fuerza de las corrientes, la vida de María Muratore, la historia de la fundación de Santa Fe y su abandono ante el florecimiento del puerto de Buenos Aires. La multiplicidad de voces y las distintas versiones van configurando una reconstrucción del pasado que por su polimorfismo parece acercarse como pocas a la verdad, y al hacerlo, cuestiona las historias fijadas previamente: “Y a Buenos Aires, entonces, ¿quiénes vinieron a fundarla de nuevo en 1580? ¿Qué hombres y qué mujeres, a quienes la historia ha olvidado? Ríos de las congojas se plantea en sus páginas, implícitamente, esos interrogantes, y su respuesta es a la vez sentimental, poética y política”. La recienvenidez cambia de signo con la serie. De ser una marca negativa, una condena al ostracismo, pasa a ser un rasgo envidiable pues, entre otras cosas, significa una constante actualidad y pertinencia, una frescura constante —elementos que acercarían a los recienvenidos a los clásicos, si la condición de éstos no fuera que ya han sido fijados—. Macedonio Fernández, el “clásico imposible” —como lo llamó Piglia—, discurrió una y otra vez sobre asuntos como la figura del autor, sobre su obra, la forma de publicarla y los modos en que se la leía. Todos esos elementos eran, según él, parte de la obra misma. La gran enseñanza de Macedonio, que Piglia aprendió y explotó, es que no existe un solo modo de hacer literatura. La Serie del Recienvenido, en ese sentido, es también parte de la obra de Piglia: otra forma de contar su historia.

FCE, Argentina, 2014

FCE, Argentina, 2012

Imagen de portada: Benito Quinquela Martín, Barcas en La Boca, 1938.