Editorial

Violencia / editorial / Septiembre de 2022

Guadalupe Nettel

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Cualquier mexicano que haya nacido antes del nuevo milenio atesora el recuerdo de un país en el que era posible vivir sin miedo, viajar con sus hijos de noche por cualquier carretera sin la amenaza de ser asesinado o de encontrarse en medio de un tiroteo, un país en el que los nombres de Tierra Caliente o Ecatepec no eran sinónimos de horror o de ignominia. Desde la Revolución Mexicana, nuestro país no había conocido nunca una época más oscura y sangrienta que aquella que comenzó en el 2006 y todavía no termina. No se trata únicamente de la hidra del narcotráfico, sino de una gran cantidad de delincuencias, de una nueva cultura en la que las vidas humanas son del todo prescindibles y en donde la tortura y la saña se han convertido en prácticas corrientes. Los once feminicidios por día que reconocen las cifras oficiales y la impunidad que los cobija son un ejemplo clarísimo de lo deteriorada que está nuestra sociedad. Otro ejemplo son los asesinatos de periodistas y defensores de la naturaleza. Existe una sensación generalizada de que el sistema de justicia o bien es completamente inservible o bien está en contubernio con los grandes grupos de delincuencia. Las descripciones del ambiente criminal que aqueja a nuestro país son cotidianas en la prensa. Mucho menos frecuentes son los intentos por entenderlo en su complejidad. Al dedicar un número al tema de la violencia, la Revista de la Universidad de México no pretende abundar más en esas descripciones, sino animar un diálogo al respecto, una reflexión constructiva que no solo denuncie, sino que busque explicaciones y sobre todo puertas de salida para la realidad insoportable en la que vivimos. ¿Cuáles son las causas profundas y los diversos actores de este clima de inseguridad? ¿Qué diferentes intereses sostienen la situación actual? ¿Cómo revertir semejante trastocamiento? Son algunas de las preguntas a las que nuestros autores intentan responder. Hay tantos sectores de la sociedad permeados por la violencia que resulta imposible abarcarlos todos. Esta edición abre con un panorama que ofrece el Centro de Investigación de Crímenes Atroces, en el que se intenta establecer una nueva narrativa que difiera de las explicaciones oficiales. En su sorprendente ensayo “Defender la Tierra”, Yásnaya Elena A. Gil reflexiona acerca de la violencia ejercida contra la tierra, los pueblos originarios y los defensores del medio ambiente, constantemente asesinados. La periodista Elena Reina se adentra en los crímenes de género y más específicamente en los cometidos en Ecatepec, pero también en la furia y las acciones radicales que estos suscitan. Cristina Marcano aborda las agresiones cotidianas que se practican en las redes sociales, mientras que Claudia Rankine describe las microagresiones racistas que sufre la población negra en Estados Unidos. En “Los confines más oscuros”, el filósofo Enrique Díaz Álvarez alumbra el tema, de la mano de Hannah Arendt, con la claridad que otorga la perspectiva histórica. Los poemas de Javier Sicilia y Wisława Szymborska acompañan perfectamente estas páginas con su deslumbrante precisión. Textos como los de Marina Azahua, Pietro Ameglio, Daniela Rea y Mariano V. Osnaya se enfocan en la resistencia y la reconstrucción. Son autores que conocen profundamente la situación que vive nuestro país, que han convivido con las víctimas y con las madres buscadoras, han abierto fosas y acompañado a familias de desaparecidos. Sus textos, bellos y sanadores, abren rendijas de luz en un panorama que de otra manera sería totalmente desesperanzado. Se trata en fin de un número duro, pero necesario. Lejos de deprimir o desalentar a los lectores, nuestra intención es presentar nuevas narrativas que quizás —eso esperamos— abran otras posibilidades para salir de este infierno y para, poco a poco, volver a generar la paz y el tejido social que nos merecemos.

Imagen de portada: ©Enrique Ježik, sin título, 1996. Plomo, acero, latón y aluminio. Colección particular, Ciudad de México. Cortesía del artista