Entre los 10 y los 50 pesos

Contra la moda rápida

Fascismo / panóptico / Marzo de 2020

Tania Tagle

1.

En 1969 se inauguró en la Ciudad de México el primer centro comercial del país, Plaza Universidad. Hasta entonces, las personas que deseaban comprar ropa importada tenían que acudir a los almacenes de la zona Centro, en donde también se comerciaba moda local. Tan sólo tres años después, en 1972, abrió sus puertas Plaza Satélite, el primer centro comercial en contar con una tienda Liverpool, considerada por los empresarios una “tienda ancla” que aseguraría la visita de los consumidores. La clase media mexicana poco a poco trasladó la recreación y el esparcimiento del espacio público al espacio privado, pues un centro comercial no sólo concentraba tiendas y marcas importantes, sino que ofrecía la posibilidad de experimentar un estilo de vida asociado con el primer mundo: el shopping. Las modistas y sastres comenzaron a perder terreno frente a la llegada de tiendas departamentales cuyo principal mercado eran las mujeres, quienes tenían que cumplir con la exigencia social de un guardarropa a la medida de sus aspiraciones. Estas tiendas instauraron un concepto fundamental para la industria de la moda moderna: las temporadas. Esto significaba que tenía que renovarse el guardarropa al menos dos veces por año y que lo que había sido tendencia hace unos cuantos meses sería reemplazado por nuevos diseños. Es decir, había que seguir comprando. El modelo de centro comercial rápidamente se multiplicó por toda la capital y los estados de la república. Algunas décadas después esto permitió la entrada al país de otro tipo de tiendas, actualmente conocidas como de moda rápida o fast fashion, que comenzaron a surgir en Estados Unidos y España a mediados de la década de los ochenta. El modelo de la moda rápida consiste en apostar a la producción y consumo masivo de prendas de bajo costo, manufacturadas en países subdesarrollados en condiciones laborales precarias. Las colecciones de las marcas fast fashion imitan las tendencias de la alta costura y las ponen al alcance de los grandes mercados a precios mucho más accesibles. Para incentivar el consumo, estas tiendas ofrecen diseños nuevos cada pocas semanas, lo que duplica y hasta triplica los saldos. Además, esta ropa tiene un promedio de vida útil de tres a cinco años, aunque 70% es desechada antes de los seis meses por los consumidores. Todo lo anterior ha convertido la industria de la moda en la segunda más contaminante del mundo, no sólo por las más de 12 millones de toneladas de residuos textiles que se generan cada año, sino también por la sobreexplotación del subsuelo para la obtención de fibras, el uso excesivo de agua en la fabricación de las prendas y las sustancias tóxicas para el medio ambiente que se utilizan durante el teñido y que se concentran en los vertederos de basura donde termina la ropa que es desechada. Sin embargo, antes de terminar en un vertedero tanto los saldos de las tiendas como la ropa desechada y entregada a diversas organizaciones para su donación se convierten en pacas. Una paca es un atado de ropa con un peso aproximado de 50 kilos que puede contener entre 200 y 250 prendas. Se calcula que cada año entran a México de manera ilegal 500 mil pacas, es decir, cerca de 30 mil toneladas de ropa que proviene tanto de saldos como de donaciones. Existen pacas exclusivamente de ropa nueva, que suelen ser más caras, pero la mayoría de las veces la ropa se mezcla de manera indistinta.

Fibra textil

Las pacas llegaron a México antes que las tiendas de moda rápida, así que durante casi una década marcas como Zara, American Eagle o Forever 21 se podían conseguir en los tianguis como saldos pero no en los centros comerciales. Por otro lado, la ropa usada proviene en su mayoría de personas convencidas de que está bien comprar demasiada ropa siempre y cuando también donen la ropa que desechan, lo que mantiene la cadena de producción y consumo andando. Las ganancias de este tipo de comercio informal pueden ser de hasta 500%, ya que una paca cuesta en promedio 800 pesos y cada prenda se puede vender entre los 10 y los 50 pesos. Las prendas que no se venden pasadas unas semanas terminan, ahora sí, en tiraderos de basura. Según Andrew Brooks, autor de Clothing Poverty, gran parte de la ropa que se fabrica en países subdesarrollados como India o Bangladesh regresa a estos mismos países en forma de pacas y termina como basura en ellos. En Latinoamérica las cosas no son muy distintas: países como México, Guatemala o Haití manufacturan textiles que después de un tiempo regresan como desechos de la industria. Pero el impacto ecológico no es el único problema que ha traído este modelo de negocio. Según representantes de la Cámara Nacional de la Industria del Vestido, en México la industria textil ha menguado casi en 70% durante los últimos 30 años, perdiendo casi por completo al mercado nacional, de manera que hoy sobrevive gracias a las exportaciones que cada día ceden terreno frente a productores asiáticos. Sin embargo, la crisis de la industria textil mexicana no es enteramente responsabilidad de la fast fashion ni del contrabando de pacas, sino que responde a un conjunto de factores entre los que se encuentran la falta de incentivos estatales, el atraso tecnológico, la falta de inversión y la falta de regulación y cumplimiento de los tratados internacionales. Por ello, la entrada de paca ilegal vendría siendo una consecuencia más de esta crisis, aunque desde algunas agendas se insista en señalarla como su origen.

2.

Durante muchos años comprar ropa de segunda fue considerado tabú debido a que llevaba consigo una fuerte marca de clase. Las personas que acostumbraban asistir a las pacas rara vez lo decían, puesto que la práctica se hallaba fuertemente estigmatizada. En primer lugar, corrían mitos de que al utilizar estas prendas se podían contraer enfermedades como sarna y piojos. Además, este tipo de consumo estaba asociado con la precariedad económica: comprar ropa de segunda o fuera de temporada implicaba que no se contaba con el poder adquisitivo suficiente para acudir a los centros comerciales. Dos factores fueron responsables de la súbita popularización y consecuente gentrificación de esta práctica de consumo: el surgimiento de una conciencia ecológica que cuestiona por primera vez no sólo las acciones individuales sino los procesos de producción y la ética de las industrias, incluida la de la moda, y el mercado cada vez mayor de la moda vintage, que se extendió, de su concepto original, hasta abarcar prácticamente cualquier prenda fuera de temporada. Comprar ropa nueva fue perdiendo poco a poco el capital social con el que contaba. Los nuevos valores de nuestra época rechazan la fast fashion y reivindican el consumo de ropa de segunda mano como práctica ecológica. Esto ha originado el surgimiento de cientos de tiendas vintage que en realidad se surten en las mismas pacas provenientes de saldos de moda rápida, pero que sostienen un discurso ecológico y nostálgico que se apega a las virtudes que buscan los consumidores actuales. Es decir, estas tiendas no se alejan de las mismas prácticas de consumo, pero utilizan una narrativa mucho más atractiva. El resultado es que una buena parte de la fast fashion termina comercializándose tres veces: primero en las tiendas, después como saldos para la paca y, por último, como ropa vintage o “rescatada” por las tiendas de moda sustentable. La moda rápida se sigue consumiendo de una forma o de otra y, por lo tanto, la industria no se ve forzada a modificar sus condiciones de producción. Por eso es importante resaltar que para que una prenda pueda realmente ser considerada vintage debe cumplir con ciertas particularidades: haber sido fabricada al menos hace un par de décadas pero ser posterior a 1930 (antes de esta fecha la ropa se considera una antigüedad, no una prenda vintage) y no provenir de la moda rápida ni de importaciones. Muchas veces esta ropa se encuentra sin marcas o sin etiquetas debido a que se fabricaba por sastres a la medida e incluso en casa. Estas prendas no suelen ser económicas y son consumidas casi en su mayoría por coleccionistas, por lo que su mercado es muy reducido y no representan una opción real frente a la industria de la moda.

3.

La realidad es que la única forma de frenar la producción y el consumo masivo de ropa es dejando de comprarla, ya sea en los centros comerciales, en los tianguis o en las nuevas tiendas de segunda mano gentrificadas. Esto no significa no volver a adquirir ropa u olvidarnos por completo de renovar nuestro guardarropas; al final, la ropa es una parte importante de la construcción de nuestra identidad. Sin embargo, es posible generar estrategias de consumo consciente. Por ejemplo, elegir moda local de marcas nacionales, consumir ropa hecha por diseñadores o talleres de costura mexicanos e incluso restaurar e intervenir las propias prendas o participar en intercambios con conocides y, por qué no, también con desconocides. Por último, debemos tener muy claro que no importa qué tan conscientes y cuidadosos sean nuestros hábitos de consumo, la responsabilidad ética no recae enteramente en los consumidores y, por lo tanto, es indispensable insistir en la regulación de la industria de la moda.

Imagen de portada: Instalación de textiles