Autobiografía de la piel, de Ana Clavel
A flor de piel
Leer pdf¿Cómo colocarse frente a un título tan sugerente como el del más reciente libro de Ana Clavel? Después de recorrer las doscientas cuarenta páginas de su nueva publicación, “que se ofrece impúdica e irrevocable con la venia de sus sombras”, nos advierte Clavel, una escritora de incansable búsqueda, queda claro que esta novela no pudo escribirse antes. Me explico: la autora hace un alto en su producción narrativa y ensayística y hurga en una suerte de autoficción, a través de una personaje escritora, en las razones de su propia escritura. Como afirma en el texto y en las distintas entrevistas que ha dado: es la poética del deseo la que subyace detrás de sus numerosos títulos. Y es la indagación sobre su razón de ser el motor que conduce a esta escritura frontal, penetrante, desnuda. La piel pensante, “el horizonte por el que el cerebro percibe al mundo”, es el punto de vista, de partida, de escrutinio; es el antes y el siempre en que está seccionado este libro que tocamos, miramos, pensamos, sostenemos, olemos, vivimos y volvemos epidermis de nuestras emociones e historia. A caballo entre un tratado sobre la piel y las palabras que nos relacionan con ella (ideamos metáforas) y un careo con la memoria individual que rastrea las experiencias registradas en (por) el órgano más extenso del cuerpo humano, Autobiografía de la piel se propone un cuestionamiento que dialoga con el origen personal, el recorrido vital y el que se hace a través de la escritura: la expulsión del paraíso y su recuperación.
Tacto. La palabra truena en la boca con su cualidad percutiva. Ana Clavel observa su propio crecimiento, su descubrimiento y relación con el deseo, que conlleva gozos y heridas de la piel, a partir de una premisa esencial: la ausencia del padre cuyos labios evoca; la manera en que seguramente la montó en su regazo: un caballo que la internaría en el bosque hasta la confusión, llevándola a ese borde tan fino que la autora ha explorado en su propia escritura (El amor es hambre) y en la lectura impactante de las páginas del diario de Anaïs Nin que describen la relación incestuosa con su papá. Crecer bajo la sombra del padre ausente es la línea que se tensa a lo largo de esta autobiografía en la que se nace al mundo con una pérdida (“la piel es nuestra memoria del paraíso”) y se logra comprender, mirando piel adentro, pero también piel afuera, la necesidad de construir una poética del deseo tras la falta de la piel cobijadora de un padre que hubiera visto crecer a la autora-protagonista. El hombre más importante de su vida: “La sombra del padre fantaseado, amado, anhelado… Ése que inflama mi sueño y mi escritura”.
Ana Clavel urde una interesante forma de narrador dual: el ser interior y la piel como un indisoluble nosotras, que dialoga y a veces reta o coloca en su sitio a Ella, la escritora. Al fin y al cabo, una autobiografía presupone la narración desde el yo: “Ella lo escribió en algún otro lugar. Dijo: ‘Yo era mi paraíso’ —en realidad se refería a nosotras, a mí—”. Luminosa la dicotomía del registro del mundo de la que vive en carne propia, literal y metafóricamente, y la que escribe; exhibe los vasos comunicantes entre la experiencia de vida que se talla en la piel y la manera en que se vuelca en la escritura, una vez descubierto ese camino, y viceversa: “Y la vida es entonces un laboratorio donde experimentar y exprimir posibilidades que habrán —o no— de transformarse en escritura”. En su calidad de laboratorio, Autobiografía de la piel es la lupa con la que Clavel esgrime su poética de la escritura, atendiendo a una pregunta que se intuye: ¿por qué escribo y por qué escribo lo que escribo? Este paréntesis que nos ofrece la autora explica la complejidad de los puntos de vista en la construcción ficcional:
(Yo, tú, ella, nosotras… Las voces se derraman y descorren en todas direcciones, multitudinarias, personalísimas. A menudo me pregunto quién de nosotras toma cada tanto la palabra. A veces hablamos desde la memoria compartida. A veces desde la fractura que nos aparta. A veces ella con su antifaz y sus dones de escritura. A veces tú con tu perplejidad y tus preguntas. Siempre yo con mi deseo irremediable.)
Alfred Stieglitz, Georgia O’Keeffe, 1920. George Eastman Museum, dominio público.
En el estante de mi librero me detengo ante los lomos de los libros escritos por Ana Clavel. Ahí está aquél por el que conocí su mirada literaria: Cuerpo náufrago (2005). Pero antes compartimos, en los años ochenta, espacio de primera publicación —ella era más joven que yo cuando publicó el libro de relatos Fuera de escena (1984)— en la colección Letras nuevas, un proyecto estatal a cargo de la SEP y el Consejo Nacional de Recursos para la Atención de la Juventud. Parafraseándola: estrenábamos la piel de la escritura. Esos primeros cuentos ya me habían dado noticias de la mirada de su pluma; se sumarían Las ninfas a veces sonríen (que ganó el Premio Iberoamericano de Novela Elena Poniatowska en 2013), Las violetas son flores del deseo (2007), de polémica portada, El amor es hambre (2015), Territorio Lolita (2017) y Por desobedecer a sus padres (2022), entre otros aludidos en esta lectura dérmica y epidérmica al encuentro con la piel de la escritura.
No puedo quedar inmune mientras leo porque, aunque sea la experiencia de otra persona, este libro me interpela. Me provoca curiosidades y reflexiones sobre la historia de mi propia piel, sobre ese nosotras al que me ha convencido Ana Clavel. La lectura toca mi memoria personal: mi procedencia en un negocio peletero. Los cueros, que ya tendrían otros usos (prendas, carteras, portafolios, cinturones), yacían exangües sobre burros de madera y tenían aún la forma del animal con el que alguna vez fueron un nosotros. Ante las quejas de alguna clienta que esperaba que la piel de una bolsa fuese inmaculada, mi madre resumía en pocas palabras la vida del animal entre la hierba —raspado por ramas, piedras, por el paso del tiempo, la lluvia, la vida— para acabar con un “tal vez usted prefiera una bolsa de plástico”.
La novela tiene una arquitectura sorprendente en la que Clavel mezcla las anécdotas guardadas en la memoria (nombrando a los otros, a los “bienamados”, con iniciales que los dejan en la bruma de lo privado, a la vez que hace pública la intimidad de los aprendizajes, del lenguaje de las pieles como exploración y agotamiento, de su discernir en las sombras, del perderse y encontrarse) con reflexiones y alusiones a lecturas y autores tan diversos como Lacan, Lispector, Paz, Moscona, Duras, Woolf, Oates, Pessoa, Valery, Gorostiza y, también, con entresacados de su propia escritura; en conjunto, ilustran las comuniones cárnicas que llegan al extremo del engullimiento del otro; noticias que leímos y que compartimos con horror y azoro, siempre buscando la precisión de las palabras: desollar, descarnar, hacer de tripas corazón. Una escritora escala por ese nosotras niñas, en el bosque de los tanteos y los peligros, para afirmar que la exploración táctil inicial y la sensualidad son también atributos de la infancia y laberintos por los que nos deslizamos conforme crecemos y nos reconocemos unas o unos con nuestra piel que muda en el tiempo. Y que envejece. Curioso el encuentro de la protagonista, Ella, con un cuento escrito a los veinticinco años en el que alude a una mujer de sesenta e intenta plasmar la forma en que vivimos el cuerpo añoso. La vejez de la madre, ser madre e hija, dar a luz son aspectos en los que la autora se detiene y desgrana desde la memoria de la piel en diálogo con la escritora que la habita. Pero, nos dice, del envejecimiento sólo se puede escribir cuando hemos llegado a él.
Georgia O’Keeffe, Blue and Green Music, 1919-1921. The Art Institute of Chicago DP.
Ana Clavel comparte la provocación que lo visual —el arte plástico, la pintura, la fotografía, la escultura, ciertas escenas del cine— le ha provocado a la largo de la vida y empata su curiosidad y cercanía con el arte como instigador y cómplice con la noción de que la piel no es un tejido cerrado, sino una continuidad porosa. Por los orificios de nuestra epidermis entra el mundo y Ella es capaz de ver también a través de los ojos de la piel que siente, que piensa, que acompaña.
Si la piel es esa frontera que nos envuelve (por la que somos cuerpo adentro y por la que nos relacionamos cuerpo afuera), en la escritura de Ana Clavel el límite entre la infancia y la pubertad ha sido objeto de la inspección de una lupa acuciosa vertida en las historias que ha imaginado y construido: la invisibilidad de una Soledad García, las inquietudes de Caperucitas y Lolitas, los apetitos de una chef contemporánea o de una Antonia que amanece con genitales de hombre, todas ponen el acento en ese borde, como si se pudiera trazar el comienzo de un despertar sensual. Quizá por ello la permanente cercanía con las flores: rosas, orquídeas, jacarandas, hortensias, violetas, dedos de doncella o Digitalis purpúrea… Y la violeta, la flor en su misterio y su evolución: cerrada al mundo, se abre franca para mostrar su sexo, su avidez de continuidad, su inocente belleza que atraerá insectos fornicadores. A partir de esta predilección por la metáfora floral es que la autora dice que si tuviera que tatuarse (lo que le resulta redundante porque la piel, en sí, es un mensaje del tiempo), escogería las rosas.
La palabra táctil de Clavel me ha acompañado a lo largo de la lectura, porque la prosa no sólo se mira y se oye, tiene textura: puede ser áspera, líquida, mullida. La prosa seduce. Mi ejemplar de Autobiografía de la piel es un coágulo de subrayados, cicatrices, marcas y asombros. En su forma, el texto-tejido es orgánico y me envuelve en su memoria oceánica.
La honestidad caracteriza toda autobiografía; por lo menos ésa es la premisa del pacto lector. Me atrevo a decir que Ana Clavel se coloca a flor de piel desde la intensidad de la verdad como experiencia de vida, de la verdad literaria como territorio en el que se vierte la exploración y la búsqueda y en la comprensión de los demonios que nos habitan, las obsesiones que nos atizan y encaminan las aventuras de nuestra pluma. Ana Clavel puede entonces compartir con sus lectores estas líneas: “La escritura como elección, como fatalidad, como destino, como ejercicio de libertad íntima y personal, como el único medio para sortear las mareas de la inefable realidad. La escritura es tu más profunda piel”.
Ana Clavel, Autobiografía de la piel, Alfaguara, Ciudad de México, 2025.
Imagen de portada: Georgia O’Keeffe, Blue and Green Music, 1919-1921. The Art Institute of Chicago DP.