Todas las esquizofrenias, de Esmé Weijun Wang

Un retrato de la mente

Comunidad / crítica / Noviembre de 2023

Olivia Teroba

1. Nonfiction

En una entrevista, Esmé Weijun Wang cuenta que no tenía planeado escribir este libro. Había terminado una novela y esperaba su publicación. Entonces tuvo un episodio severo de psicosis, un estado mental donde se pierde conexión con la realidad. Escribió al respecto durante el episodio, lo cual nos habla de su determinación para contar lo que le ocurre. Al concluir el brote, pulió el texto, que tituló “Perdition Days” y fue publicado en la revista The Toast en junio de 2014. Cuando empezó a circular, la autora recibió comentarios que la animaron a seguir tratando el tema. Poco a poco, The collected esquizofrenias, que en una traducción literal se llamaría Las esquizofrenias reunidas, fue surgiendo “como una bola de nieve”.

​ El ensayo personal implica, en la tradición norteamericana, ciertos pactos de lectura, debido al género en el que se agrupa: es una de las formas de la nonfiction, que abarca desde el artículo periodístico hasta textos didácticos como la monografía y la biografía. Pensando en los lectores que no saben nada sobre la esquizofrenia, uno de los últimos ensayos que la autora escribió para este libro fue “Diagnóstico”, el cual colocó al principio de la serie. En este texto, la autora comparte una gran cantidad de información sobre su padecimiento. Es un tanto desconcertante leerlo desde México, donde estamos acostumbrados a un ensayo literario en tono más lírico, dada la ecuanimidad con que explica las características y repercusiones de su padecimiento: el trastorno esquizoafectivo, que se caracteriza por romper la lógica cotidiana y ocasiona, por lo tanto, un aislamiento en quien lo padece, apartándole del mundo regulado y ordenado de la cotidianidad. Esta característica es, de entrada, un obstáculo para contarlo y compartirlo. No obstante, lo intenta hacer Weijun: hablar del dolor, que se acrecenta ante el miedo, la sensación de ser incomprendida y la frustración al ver sufrir a los seres queridos que tratan de ayudarla. A todo ello se suma la certeza de que la esquizofrenia es tratable pero no tiene cura: poco a poco, daña el cerebro de forma irreversible.

​ Weijun dispone de un ingente acervo de información sobre el trastorno esquizoafectivo, que tardaron años en diagnosticarle con precisión, debido a que sus médicos pensaban que esa valoración podría encasillarla dentro de determinados síntomas. Pero ella disiente: piensa que conocer su diagnóstico le permitió imaginar un camino a seguir, uno ya recorrido por otros y, por tanto, menos amenazador.

​ Este capítulo es un soporte a nivel estructural para las narraciones que, desde la subjetividad de la autora, cuentan cómo se vive la enfermedad. Cita con frecuencia el Manual diagnóstico y estadístico de las enfermedades mentales, de la Asociación Americana de Psiquiatría y el Instituto Nacional de Salud Mental estadounidense, cuyas definiciones ocupan páginas completas. Está basado en publicaciones científicas, datos duros que a ratos pueden resultar agobiantes, pero que son también un asidero para quien escribe entre el desorden y la falta de certezas que provoca la esquizofrenia.

​ Este inicio es un posicionamiento, y por eso Weijun termina criticando la creencia de que las enfermedades mentales pueden llegar a ser la manifestación de un don creativo o místico. Afirma la autora que, si así lo fuera, ni ella ni sus seres queridos pagarían un precio tan alto.


2. Hay más evidencia que fe

En los primeros ensayos se encuentra entre líneas una escritura ansiosa por demostrar su capacidad de expresarse con lógica y coherencia. Con este tono, la autora explica qué es una enfermedad mental, sus taxonomías, lo que ocurre en el cerebro cuando experimenta algún brote. Pese a su claridad, no supera a las narraciones ulteriores, que dan muestra de una habilidad con la palabra que nos permite recorrer con ella el camino que siguió hasta llegar a su diagnóstico.

​ Las anécdotas muestran las dificultades para recibir tratamiento psiquiátrico en Estados Unidos, que perduran con todo y el privilegio del que, suponemos, goza cualquier estudiante universitaria. Cuenta la autora que, para recibir tratamiento por una enfermedad mental, es necesario contar con seguro, cumplir con ciertos trámites burocráticos, recibir un diagnóstico, pasar por varias pruebas y encontrar el medicamento más útil con menos efectos secundarios. Además, las instituciones que definen y tratan este tipo de enfermedades suelen caer en inconsistencias que no contribuyen a la mejoría del paciente.

​ Cuando era alumna en Yale, Weijun empezó a recibir tratamiento psiquiátrico. Sus colegas le advirtieron que cuidara lo que le contaba al psiquiatra para evitar ser internada en el hospital psiquiátrico de la universidad o, peor aún, expulsada debido a que la consideraran incapaz de seguir perteneciendo a la institución. Fue justo lo que ocurrió años después.

​ Entre las anécdotas, conocemos el caso de Malcoum Tate, un hombre con esquizofrenia que fue asesinado por su hermana, quien lo consideraba una amenaza debido a la agresividad que mostraba durante sus brotes. Este caso le sirve a Weijun para hablar de cómo quien enferma pierde agencia, mientras la familia toma decisiones cada vez más importantes sobre el curso de su vida. Nos cuenta sobre el tratamiento involuntario que ella misma padeció: si bien por un momento sus brotes disminuyeron debido a la medicación constante y vigilada, a largo plazo no resultó benéfico.

​ Las descripciones de las señales que anteceden a la psicosis, y de la psicosis misma, son tan vívidas que nos llevan a preguntarnos sobre nuestra propia noción de lo real y cómo puede trastocarse de un momento a otro.


3. Cómo funciona la mente

Weijun es una persona que podríamos llamar funcional: se viste con elegancia, está casada, fue aceptada en Yale y terminó de estudiar en Stanford. Ella sabe que aquello que salta a la vista le da crédito ante los demás, así como en su escritura lo hace su prosa pulcra, bien informada, que ahonda en detalles científicos. Su “funcionamiento alto” cambia la percepción que los otros tienen de ella y, por lo tanto, el trato que recibe.

​ Gracias a la imagen de su internación en un hospital psiquiátrico y sus reflexiones, vamos percatándonos de que el mundo cotidiano no es tan racional como creemos, ni se exime de las incongruencias que atribuimos a la locura. Al contrario, incluso en la práctica médica existen cientos de prejuicios que modifican el trato que reciben los pacientes y determinan el fracaso de los tratamientos. Weijun cuestiona este estigma y reflexiona acerca de cómo los diagnósticos miden la valía de las personas (como suele hacer el capitalismo) por su nivel de productividad, es decir, por tener o no un trabajo.

​ La idea que subyace en estos ensayos es que la adaptación del paciente al mundo vendrá tanto de su voluntad como de quienes lo rodean, y será mejor mientras más se indague en cómo funciona su mente. Pero no es tan fácil como se enuncia: en ocasiones, por más que se esmeren los cuidadores, los pacientes recaen una y otra vez. Parece que los procedimientos médicos no son suficientes para entender un vínculo que va más allá de lo profesional. Ahí, precisamente, es donde entra la narración que hace Weijun y la escucha atenta que practica hacia otros enfermos, hacia los médicos y, cuando tiene suerte, la que practican los demás con ella. En su escritura, la autora pretende comunicar lo que parece inefable; encontrar palabras que describan el dolor.

​ A kilómetros y años de distancia, esto nos remite a María Luisa Puga y su Diario del dolor, que personifica a la artritis reumatoide inflamatoria para dialogar con ella. Hay diferencias evidentes entre ambos libros: Weijun parece buscar con desesperación explicaciones y asideros; en cambio, Puga acepta la falta de certeza para procurar el alivio. Una manera no es mejor que la otra, pero sirva este ejemplo para recordar que cada persona carga con un dolor propio y único; por eso, solo mediante la narración es posible hacer entender a los otros lo que se padece y cómo pueden colaborar a mejorarlo.

Émile Signol, *La locura de la prometida de Lammermoor*, 1850. Musée des Beaux-Arts de Tours Émile Signol, La locura de la prometida de Lammermoor, 1850. Musée des Beaux-Arts de Tours

​ Weijun sigue narrando, no solamente la enfermedad, sino también su vida cotidiana, porque ambas se intrincan. Asegura que, aunque a algunos pacientes no les gusta que los confundan con su padecimiento (no es lo mismo ser una persona ansiosa que tener ansiedad), sí siente que la esquizofrenia es indisoluble de su personalidad, ya que determina varias de sus decisiones, por ejemplo, la de no ser madre.

​ Conforme avanza la lectura, nos percatamos de los vacíos en el sistema de salud, en la observación médica, y de cómo la relación médico-paciente requiere un compromiso de ambas partes, a veces imposible de conseguir. Son los doctores más involucrados, su familia y amigos cercanos, y sobre todo su pareja, quienes más aciertan a ayudar a Weijun durante sus episodios y a paliar las dificultades de su enfermedad. Porque el cuidado, tanto en el ámbito profesional como en el afectivo, es cuestión de escucha.


4. “Hacer algo cuando parece que no hay nada más que hacer”

Abundan los artistas interesados en técnicas esotéricas: tarot, clarividencia, médiums. Quizá se deba a que estos sistemas espirituales manejan narrativas propias, distintas de lo racional. A quienes los practican desde el arte y la escritura no parece importarles que sean o no verificables, porque lo importante no es el resultado, sino el procedimiento. Es también lo que piensa Weijun. A su parecer, le brindan un marco de referencia ante la fractura de la realidad. Por lo tanto, no concibe la espiritualidad como una negación de la práctica médica —porque además ni siquiera se considera religiosa—; piensa en estos rituales como una forma de significar.

​ Así, las piezas sueltas que conforman Todas las esquizofrenias se encauzan en torno a los últimos tres textos, que rezuman esperanza: a través de la fotografía, la religión y el esoterismo, la autora encuentra sentido. Estos actos, además, permiten que las piezas que son estos ensayos embonen y que la enfermedad tenga una lógica particular más allá de la propia inestabilidad de la mente, de nuestra fragilidad ante lo inmenso del mundo.

Sexto Piso/Universidad Autónoma de Sinaloa, México, 2023Sexto Piso/Universidad Autónoma de Sinaloa, México, 2023

Imagen de portada: Émile Signol, La locura de la prometida de Lammermoor, 1850. Musée des Beaux-Arts de Tours