Mecanismos de evasión

El periodismo libre en tiempos de totalitarismo

Fascismo / dossier / Marzo de 2020

Florencia Molfino

En un mundo en el que la verdad se ha vuelto tan elástica como para no resistir ningún análisis y todos al mismo tiempo, circulante en las redes y desprestigada en los medios tradicionales por corporaciones y gobiernos totalitarios, ¿se ha vuelto más fácil censurar y controlar la información a la que accedemos los ciudadanos?
El 24 de noviembre de 2019 salió a la luz la existencia de una serie de campos de detención masiva instaurada por el gobierno chino, cuyos destinatarios eran los uigures, una minoría étnica practicante del islam que habita la Región Autónoma Uigur de Sinkiang —ubicada al noroeste de China—, y que en las últimas décadas ha incrementado sus demandas de independencia. La información fue filtrada por un un grupo de uigures exiliados al Consorcio Internacional de Periodismo de Investigación (ICIJ, por sus siglas en inglés). Para quienes no lo conocen, se trata de la red de periodistas (190 individuos de 65 países) que participó en la investigación de los Panamá Papers. Los documentos, conocidos ahora como China Cables, consistían en un telegrama en el que se detallaba el manual de operaciones de los “Campos de Reeducación” —eufemismo burdo para nombrar la coerción psicológica— en los que se instruía a los guardias sobre asuntos como la prevención de huidas, métodos de adoctrinamiento para erradicar la práctica del islam, políticas de visitas entre familiares, el sistema de “puntos” basado en premios y castigos del programa de modificación de la conducta de los internos y, por supuesto, cómo mantener en secreto la existencia de los campos mismos. Los China Cables también contenían información de inteligencia del gobierno chino acerca de su monstruoso aparato de vigilancia civil instaurado en la policía de ese país, el cual incluye la recopilación de datos, desde los obtenidos en registros de búsquedas online y el uso de apps populares chinas (como WeChat), hasta el empleo de cámaras de identificación facial e inteligencia artificial, para analizar y dar sentido a esa infinidad de datos. En el caso de Sinkiang, el sistema de espionaje servía para detectar grupos enteros de uigures y definir, con ayuda de algoritmos, si su destino próximo era un campo de internación. La filtración, que luego fue corroborada por medio de imágenes satelitales y otras herramientas, causó revuelo en el mundo por dos razones: se estimó que en ellos estaban internados cerca de un millón de uigures (y personas de otras etnias), es decir, se trata del segundo sistema de campos de detención contra una minoría étnica más poblado desde los instaurados durante el nazismo. La segunda fue la revelación de la total ausencia de derecho a la privacidad de los habitantes de esa nación. China se mostró como el país con la población más vigilada del mundo, hasta ahora. Según la ONG Reporteros Sin Fronteras este país ocupa el puesto 177 de 180 en términos de libertad de expresión: el periodismo de investigación es prácticamente inexistente y quienes se aventuran en él desde China evitan a conciencia los temas de la corrupción estatal o de desastres ambientales.

Daniela Bojórquez Vértiz. De la serie . Piezografía sobre papel Hahnemuhle. Medidas variables. Cataluña, 2017

La guerra que se libra en y desde los medios

Zaffar Abbas es un reconocido editor paquistaní, director del periódico Down Newspaper, —el más antiguo de ese país y que ha ocupado un rol importante como detractor de las políticas y abusos de poder en Pakistán, que cuenta con un amplio historial de gobiernos militares—. Durante la campaña presidencial previa a las elecciones de 2018 y luego de haber llegado al poder un primer ministro civil —después de décadas de dictaduras—, el Down Newspaper enfrentó intentos de censura por parte de las fuerzas armadas paquistanís, desde la prohibición a distribuir el periódico hasta la merma de la publicidad oficial en el mismo, de la cual viven prácticamente todos los medios locales debido a la escasa publicidad de origen privado. Lo anterior, ocurrido durante esta nueva etapa “democrática”, muestra la enorme e imperecedera injerencia de la que goza todavía el Ejército en los asuntos del Estado. En enero de este año el ICIJ presentó un panorama de las tendencias en el periodismo de investigación para 2020. Ahí decía que, además de seguir enfrentando las amenazas físicas, la comunidad internacional de periodistas de investigación encarará desafíos aún mayores

debido al ascenso del autoritarismo alrededor del mundo y de la manipulación a través de las redes sociales, por parte de los líderes, dando forma a sus narrativas políticas para controlar a la sociedad.

A esto Abbas sumó otro desafío más: las filtraciones de datos online. El editor considera que su mera existencia representa tanto una oportunidad como un riesgo: puede servir para desarrollar historias que muestren un lado desconocido de la realidad o ser un instrumento para la difusión de fake news y el adoctrinamiento por medio de narrativas implantadas por gobiernos o corporaciones. También Abbas mostró preocupación por lo que describe como

el incremento de una mentalidad orientada hacia el autoritarismo por parte de las poblaciones (de países en vías de desarrollo y desarrollados por igual) que posibilitan el ascenso de gobiernos de ultraderecha y totalitarios en general, así como sus consecuentes atentados a la libertad de expresión y al periodismo crítico.

Dentro de este combo poco feliz la filtración de datos online, inclusive cuando no se realiza en forma anónima, representa un problema en sí misma, dado que la fuente original es difícil de rastrear. Su uso representa para Abbas “un dilema ético para el periodismo”. ¿En qué sentido “ético”?, le consulto por medio de un intercambio de correos:

A menos que esa filtración tenga un trabajo de verificación serio, existe el temor de que pueda ser usada como una herramienta de quienes quieren diseminar información falsa. Allí es donde se hace necesario un código ético apropiado para el uso de data o información proveniente de las redes sociales (y de otras fuentes desconocidas).

En el caso de los China Cables, la información fue sometida a una exhaustiva verificación y análisis por parte de 75 periodistas y diecisiete medios asociados al ICIJ provenientes de catorce países. El trabajo tomó dos años. Si bien se sabía quiénes habían filtrado los datos (los uigures exiliados), ¿cuál había sido la fuente original y cómo confiar en ella? Había que corroborar la autenticidad de los documentos, tarea en la que intervinieron lingüistas y expertos en inteligencia y tecnología. La prensa crítica corre el riesgo de convertirse en un instrumento de gobiernos o corporaciones, aun cuando aquello que difunden no sea precisamente falso. Abbas sostiene que incluso cuando la motivación de quien filtra es una venganza o un ataque a cierto individuo, grupo o gobierno, debe ser tomada en cuenta.

Daniela Bojórquez Vértiz. Contenido. Registro de exposición en Ladrón Galería. Ciudad de México, 2018.

El código ético del que habla el editor paquistaní se refiere a una serie de criterios, comenzando por el interés público que esa data pueda ostentar, y el beneficio potencial que ofrezca a la sociedad en cuanto al conocimiento y toma de conciencia de sucesos que no salen a la luz por su alto secretismo o por no ser parte de la agenda de los medios masivos que tienen fuertes lazos con los gobiernos. La intención es mostrar los aspectos menos visibles de la actualidad de manera que la sociedad ejerza una ciudadanía activa. En este (aún) utópico código de ética periodística para la información virtual no deja de existir la posibilidad de que los periodistas (o sus editores) mantengan su propio sesgo: ¿Qué es de interés público para un mexicano sobre lo que sucede en China o en Bolivia? “Es muy fácil caer en una ceguera colectiva”, menciona el periodista francés Daniel Schneidermann entrevistado por el New Yorker con motivo de su libro Berlin 1933. En éste aborda el trabajo periodístico de corresponsales europeos a inicios del ascenso al poder de Hitler y cuestiona qué tanto comprendían éstos la amenaza que el nazismo representaba. En el artículo se lee un extracto del libro:

Todo proceso revolucionario produce automáticamente negación. ¿Cómo podemos aceptar el hecho de que, a partir de ahora, el orden de las cosas será fundamentalmente distinto a lo que siempre fue?

La pregunta apunta a la dificultad que se presentó entonces y que en la actualidad toma nueva fuerza debido a la complejidad y diversidad de fuentes y conexiones, algoritmos y filtraciones a las que estamos expuestos los ciudadanos, periodistas o no. Y también a un obstáculo mayor: ¿cómo despertar el interés en sociedades diferentes acerca de un fenómeno que suena lejano por una cuestión geográfica y cultural, pero que en esencia tiene posibilidades de volverse global y terminar por afectarlas en última instancia?

Los totalitarismos y la prensa hoy

Explica Abbas:

La mayoría de los gobiernos de derecha y de ultraderecha tienden a trastocar la interpretación de “nacionalismo” por la de “patriotismo”. Precisamente por esta razón acusan con frecuencia, y a veces violentamente, a sus detractores de tener comportamientos antipatrióticos. El periodismo de investigación, cuando es crítico acerca de las políticas o las decisiones del gobierno, cae en esa categoría. Ya sea en Pakistán, India, Bangladesh o Brasil, notamos un patrón similar en el que los periodistas que exhiben al gobierno son habitualmente acusados por éstos de lo que llaman “actividades antinacionalistas” o “comportamiento antipatriótico”. En muchos países en los que los militares están en el poder se ve el mismo abordaje. Y no sólo en países de extrema derecha: Egipto es un ejemplo de ello.

En las naciones en vías de desarrollo, con sus democracias inmaduras, también se ve el mismo fenómeno que en Europa y Estados Unidos, con la diferencia de que existe poca o nula legislación que proteja a la prensa crítica y evite pasar del señalamiento público de “antinacionalista” a la persecución y a una condena real. La violencia ejercida contra los periodistas en esos países va desde los ataques físicos y las detenciones arbitrarias hasta el asesinato. El escenario más optimista, en contextos como los de Nicaragua, Honduras o Brasil, por mencionar algunas entidades de la región con gobiernos autoritarios, es ser llamado antinacionalista o ser atacado por un ejército de trolls y, por último, terminar desacreditado frente a las audiencias. Estamos en un momento en el que prácticamente no existe un rincón sin vigilar ni inteligencia artificial que no nos conozca de alguna forma, no gozamos de una legislación sobre la propiedad de los datos personales, relacionados con los sucesos del mundo en tiempo real. Incapaces ya de discernir en el abrumador oleaje de información que circula por medios y redes sociales, no es de extrañarse que existan quienes en pleno siglo XXI creen que la Tierra es plana: hoy es más fácil que nunca alimentar nuestros prejuicios y temores con información guiada por algoritmos. Todo parece posible, nada parece cierto. Para el periodismo de investigación el reto está en demostrar que no es así, sorteando la trampa de la manipulación y el riesgo de la censura.


Escucha el Bonus track de Florencia Molfino, con Fernando Clavijo

Imagen de portada: Daniela Bojórquez Vértiz. De la serie . Piezografía sobre papel Hahnemuhle. Medidas variables. Cataluña, 2017