De vuelta al Parque Jurásico
En la década de los noventa los dinosaurios volvieron a dominar la Tierra. El cine, la televisión y las compañías de juguetes convirtieron a muchos de los que éramos niños entonces en pequeños fanáticos de los reptiles prehistóricos, incapaces quizá de recordar la tabla del 3, pero no de pronunciar con toda pulcritud extraños nombres como Pachycephalosaurus. Sin duda, el producto cultural más acabado de aquel periodo fue Jurassic Park, de Spielberg. Cuando se estrenó la película, en junio de 1993, Steve Brusatte acababa de cumplir nueve años. Al igual que el resto de los niños, debió quedarse boquiabierto frente al andar parsimonioso del Brachiosaurus de largo cuello y encogerse aterrado en su asiento ante la escena en que el Dilophosaurus devora al robusto y ambicioso Dennis. Quizá el rugido del Tyrannosaurus rex o el angustiante llamado de los raptores poblaran algunas de sus pesadillas. Muchos de los que crecimos en aquella época soñábamos con desenterrar, algún día, vértebras fosilizadas bajo el sol del desierto de Gobi. A diferencia de la mayoría, que ahora se dedica a otras labores menos emocionantes, Brusatte se aferró a sus sueños de infancia y terminó por convertirse en uno de los jóvenes paleontólogos más importantes del mundo. Ha descrito, con ayuda de sus colegas, una docena de nuevas especies, es el asesor de la serie televisiva Caminando con dinosaurios y ha escrito tres libros. Sin duda, el más reciente, Auge y caída de los dinosaurios, es el más importante hasta ahora. Con éste, su autor saca la paleontología de congresos y aulas universitarias y la pone al alcance del gran público, a través de una prosa amena y ágil, plagada de anécdotas fascinantes y diálogos con la cultura popular —sobre todo con Jurassic Park—. El libro es la biografía colectiva de los seres que señorearon la superficie terrestre durante varios millones de años: desde su tímida aparición en el Triásico, pasando por su ascenso y apogeo durante el Cretácico y el Jurásico, hasta su terrible extinción, hace 66 millones de años, a raíz del impacto de un asteroide en la península de Yucatán —“el peor día de la historia de nuestro planeta”, en palabras del investigador—. Uno de los grandes méritos de esta biografía consiste en el hecho de que nos presenta a los dinosaurios no como criaturas extrañas en un tiempo perdido, sino como animales de carne y hueso que caminaron sobre el mismo planeta que hoy habitamos: a través de vívidas narraciones, el lector puede contemplar la emboscada sangrienta de una manada de terópodos sobre un pobre Edmontosaurus como mira en un documental la cacería de los leones en el Serengueti; puede imaginar a los rebaños de Triceratops sobre las llanuras en las que hoy pastan los bisontes. Se trata, además, de una biografía actualizada en la que se incorporan numerosos hallazgos recientes. Sobre el gran protagonista del libro, T. rex, sabemos, por ejemplo, que no era un carroñero (como se ha venido diciendo), sino más bien un hábil cazador. Es muy probable también que su cuerpo estuviera cubierto de plumas, como el de sus parientes más cercanos, y que, a pesar de lo que opine el Dr. Alan Grant, nos engulliría de un bocado aunque nos quedáramos inmóviles en su presencia. La obra de Brusatte es, al mismo tiempo —y esto es lo que más disfruté— la biografía colectiva de los hombres y las mujeres que han ido poblando de nombres el frondoso árbol genealógico de los dinosaurios. Están los pioneros legendarios que, a fines del siglo XIX y principios del XX, desenterraron los primeros fósiles, y cuyas vidas parecen sacadas de una novela trepidante: Edward Drinker Cope y Othniel Charles Marsh se enfrentaron salvajemente en la llamada Guerra de los Huesos; Barnum Brown, descubrió al T. rex y asesoró en la animación de los dinosaurios de Fantasía, de Walt Disney; Franz Nopcsa von Felső-Szilvás, aristócrata homosexual, identificó antes que nadie una serie de dinosaurios miniatura en Transilvania, antes de asesinar a su amante y dispararse en la cabeza en 1933. También están los maestros del propio Brusatte, superestrellas de la paleontología: Paul Sereno, incluido entre las 50 personas más guapas según la revista People; Mark Norell, nombrado por The Wall Street Journal como la persona viva más cool, o John Ostrom que, alentado por los movimientos revolucionarios de los sesenta, propuso la teoría (considerada absurda en 1969) de que las aves descendían de los dinosaurios. Y ni hablar de la generación de Brusatte, jóvenes paleontólogos descritos de forma tan simpática que dan ganas de tomarse una cerveza con ellos. Es el caso de Jingmai O’Connor, DJ en los clubes de Beijing y la mayor experta del mundo en los pájaros primigenios, que abrían ya sus alas sobre los lomos de los últimos dinosaurios. Además de acercarnos con familiaridad a los paleontólogos que nos han permitido conocer a estos antiguos reptiles, el libro de Brusatte muestra cómo las verdades de la ciencia se hallan estrechamente entreveradas con las pasiones, las inquietudes y, en ocasiones, las mezquindades humanas. Por último, Auge y caída de los dinosaurios es también una biografía de la Tierra que evidencia, de varias formas, cómo el destino de los dinosaurios está entrelazado con el de nuestra especie. Antes de que los humanos domináramos el planeta, nuestros ancestros, los primeros y diminutos mamíferos, se escabullían entre las patas de los enormes saurópodos; en esa parvada de palomas que miro emprender el vuelo, a través de la ventana, perviven los dinosaurios. Aquellos ancestros de humanos y aves cohabitaron en este planeta y atravesaron juntos por cataclismos inimaginables que pusieron en peligro la vida en todas sus manifestaciones. Hoy no son las placas tectónicas o los tsunamis de lava o los asteroides, sino nuestras acciones el mayor riesgo para las criaturas de la Tierra. El texto de Brusatte alberga, en este sentido, una advertencia, pero esperanzadora. Incluso después de la mayor extinción en masa de la historia terrestre, al final del periodo Pérmico, el autor, parafraseando la famosa frase de Ian Malcolm, afirma que “las cosas mejoraron. Siempre lo hacen. La vida es resiliente, y algunas especies son siempre capaces de superar incluso las peores catástrofes”. Los lectores que no se dedican profesionalmente a la paleontología pero se interesan por los dinosaurios sabrán lo difícil que es encontrar en las librerías textos para satisfacer su curiosidad. La oferta oscila casi siempre entre libros para niños o textos especializados. Auge y caída de los dinosaurios llena ese vacío, y se dirige particularmente a los adultos jóvenes que crecimos rodeados de dinosaurios de plástico en nuestras habitaciones. Eso explica, en gran medida, su tremendo éxito comercial. Steve Brusatte nos ha devuelto un entusiasmo, casi infantil, por acercarnos, redescubrir y mirar con nuevos ojos a esos gigantescos reptiles que alguna vez caminaron sobre la Tierra y que siguen cautivando nuestra imaginación.
Trad. de Joandomènec Ros, Debate, México, 2019
Imagen de portada: Dinosaurios de plástico. Imagen de RawPixel Ltd, 2018 CC