Entrevista con Lucía Lijtmaer

El humor como herramienta para las situaciones difíciles

Comunidad / panóptico / Noviembre de 2023

Mauro Libertella

Sentada en la parte de atrás de la librería Eterna Cadencia, en Buenos Aires, Lucía Lijtmaer habla sobre Casi nada que ponerte, el libro que publicó hace casi diez años y que Anagrama acaba de reeditar. Es la historia de Jorge y Simón, una pareja que se conoció en un pequeño pueblo argentino y terminó conquistando la gran ciudad durante los años setenta, ochenta y noventa con un singular negocio de venta de ropa de lujo. La reciente visita de Lijtmaer a Buenos Aires era para participar en un festival de literatura, pero cada viaje para ella es como un extraño regreso a un sitio que es suyo y no al mismo tiempo. Y es que emigró a España siendo muy pequeña, cuando sus padres se exiliaron, y allí creció y vivió toda su vida, primero en Barcelona y, desde hace un tiempo, en Madrid. Ese origen mestizo, esa identidad híbrida son también formas de escribir: sus libros son novelas pero tienen también un poco de ensayo, un poco de crónica, grandes dosis de ficción y siempre bastante humor. “Empecé a escribir Casi nada que ponerte hacia 2008 y lo cerré en 2011, pero tuve problemas para conseguir editorial, porque la editora que encargó el libro, cuando se encontró con esto, no entendió nada”, cuenta.


Lucía Lijtmaer. Fotografía de © Johanna Marghella. Cortesía de la editorial AnagramaLucía Lijtmaer. Fotografía de © Johanna Marghella. Cortesía de la editorial Anagrama


¿Qué crees que puede haber ocurrido con esa editora? ¿Esperaban tal vez una narración más lineal o más convencional?

Imagino que querían una historia más grande, de gente que hubiera sido muy conocida, y le resultó demasiado literario. Hay una tendencia, sobre todo en España, de aplanar los textos, como si el lector fuera tonto y no pudiera dialogar con algo más complejo. En ese entonces, además, la primera persona, como intromisión en el relato, no era muy habitual. España no deja de ser un país que viene de una tradición muy costumbrista.

Una de las particularidades del libro es su estructura: bloques que se van encastrando de manera caprichosa pero armónica o natural. ¿Cómo la trabajaste?

¡Dio tantas vueltas! En un principio yo quería hacer una crónica de viaje y quería que fuera una narrativa oral. Quería empezar también con una pequeña introducción a la historia argentina para el lector español. Pero a medida que avanzaba me daba cuenta de que estaba mintiendo, porque no explicaba por qué estaba contando esa historia. Aunque soy bastante pudorosa, era necesario contar por qué eran importantes para mí, de dónde conocía yo a los personajes. Ahí apareció esa primera persona.

Los personajes de Jorge y Simón no tienen apellido, solo nombres. ¿Por qué tomaste esa decisión?

Para proteger su intimidad. Me parecía que dos personas que te abren su casa y su mundo tienen derecho a tener su resguardo. Los otros nombres son todos reales, pero al tratar temas tan íntimos de ellos, los protegí de esa manera, y no aportaba nada dar su nombre real.

Ellos sabían que estabas escribiendo su vida, pero siempre es difícil saber hasta dónde avanzar en las vidas de otros.

Eso es lo más difícil. Nunca voy a volver a escribir sobre nadie que esté vivo, al menos, nadie cercano. Cambian mucho las cosas cuando tienes una relación afectiva con el personaje de tu texto.

El libro va contando a la vez la historia argentina, y la vida de ellos es también un reflejo de la economía argentina y sus saltos. ¿Investigaste la historia del país o es algo que por tu familia conocías muy bien?

Lo tengo conocido de casa, pero además mis padres son historiadores, de modo que me recomendaron pilas y pilas de libros de historia argentina, historia económica, de la moda. Es muy interesante. Quería mostrar eso: las oscilaciones mentales de Simón coinciden con momentos turbulentos de la historia argentina.

Para el libro “volviste” a la Argentina, y subrayo la palabra para preguntarte: Cuando vas a Argentina, ¿sentís que regresas, o que estás yendo?

Es complicado contestar, porque es un sentimiento contradictorio. No venía desde hace quince años, que es mucho tiempo. Y he tenido una relación muy compleja con el país. Es la lengua de mi familia, algo muy íntimo, las costumbres. Siento que vuelvo a casa, pero mi familia está en Barcelona. No sé si es volver a casa —eso les ocurriría a mis padres si viajaran a Argentina—, pero es como ir a la casa de tus abuelos, que no es exactamente la tuya, pero también lo es.

Vos misma hiciste un desplazamiento, más módico, de Barcelona a Madrid. Es el mismo recorrido que hace la protagonista de tu novela Cauterio. ¿Por qué fue esa mudanza?

Por cuestiones laborales. La crisis económica pegó fuerte en el ámbito periodístico, que es lo que yo hacía en ese momento, y me fui a Madrid porque me salieron algunas cosas de trabajo. También estaba un poco cansada de Barcelona. Es una ciudad preciosa, pero es más pequeña, más estanca. En Cauterio lo que abordo es el tema de la deslocalización. Qué le pasa a alguien que sale de su hábitat.

¿Qué es lo que más te gusta y lo que menos te gusta de esas dos ciudades?

Lo que más me gusta de Barcelona es que es una ciudad muy abierta mentalmente, tiene una tradición anarquista muy importante, una gran capacidad de generar cultura underground. Es un puerto: no cualquier ciudad es un puerto. Y lo que menos me gusta es cómo la ha canibalizado el turismo. Es una ciudad muy machacada por el monocultivo turístico. Los habitantes están muy cansados. Es una ciudad que no llega a los 3 millones de habitantes y recibe 11 millones de turistas al año. Es una sobresaturación, y te conviertes en una persona que no te gusta.

¿Madrid?

Es una ciudad más grande, con todo lo que eso implica. Lo mejor de Madrid es su gente. Eres madrileño en el minuto uno que te bajas del tren. Es una ciudad muy receptiva y muy dinámica. Políticamente es más dura, mucho más conservadora. Las heridas de la guerra civil están más marcadas. Pero es una ciudad supervibrante. Al instante ya conoces a alguien y estás yendo a comprar una caña.

James Ensor, *Los músicos espantosos*, 1891. Colección privada James Ensor, Los músicos espantosos, 1891. Colección privada

Algo que está muy presente en tu literatura, y supongo que también en tu vida, es el sentido del humor. ¿Vas usándolo de manera consciente como una herramienta del texto o es algo que se derrama cuando se derrama?

No es un tema consciente. Cauterio, de hecho, que para muchos es una novela dura, para mí es una novela con mucho humor. Creo que el humor es una manera de afrontar situaciones difíciles. Es un acto defensivo. Es una manera de protegerte de tener que contar algo doloroso o traumático. Lo que cuento de mi familia, otros lo contarían de otra manera. Pero yo necesito meterle una dosis de alegría para poder digerirlo. El humor funciona como esa herramienta de protección contra algo que pueda resultar dramático o muy sentimental, y después hay una voz humorística que me resulta muy interesante para narrar cosas costumbristas, que hago mucho en el pódcast Deforme Semanal.

Hay algo también de observación de lo cotidiano en la tradición del stand up.

Cuando escribía crónicas sociales literarias en un diario, iba a las fiestas y narraba lo que veía. Y eso te da mucho callo para mirar lo particular. No te ríes del otro, pero le haces guiños. Observas los usos y costumbres. Es muy divertido eso.

¿Cómo ha sido tu recorrido laboral?

Estudié filología inglesa, que era lo que me gustaba. Durante un tiempo trabajé como traductora de textos de todo tipo, lo que saliera. Tenía la vocación de ser periodista, que era una manera de escribir con voz propia. Mercado para eso no hay mucho, pero he sido periodista cultural muchos años. En un momento empecé a programar cultura en la Casa Encendida de Madrid o el CCCB de Barcelona. Son esas cosas con las que una se ha ganado la vida.

Y el pódcast, ¿cómo surgió?

Arrancó en 2016, en un teatro. Con mi compañera, Isa, sentíamos que había un vacío. Éramos dos mujeres que no conseguíamos trabajo de lo que nos gustaba, las dos con muchas ganas de narrar la actualidad y la cultura contemporánea, pero cada vez que íbamos con un proyecto a una productora nos decían que no encajaba. Alquilamos un teatro y funcionó. Primero en un teatro de cien personas, luego en uno de trescientas, luego en uno de quinientas y ahora en uno de 1 300 personas. Primero era una especie de talk show con invitados, pero luego nos dimos cuenta de que lo que hacíamos era radio, pero en directo. Ahí empezamos con el pódcast y en pandemia nos empezó a ir superbién. La mezcla de humor, cultura y feminismo ha tocado con algo.

James Ensor, *La intriga*, 1890. Koninklijk Museum voor Schone Kunsten Antwerpen James Ensor, La intriga, 1890. Koninklijk Museum voor Schone Kunsten Antwerpen

Y hablando de feminismo, ¿cuáles son las conquistas que quedan pendientes para el movimiento?

Ahora viene una contraola: el castigo. El movimiento feminista se está enfrentando a una contraola reaccionaria. En Argentina vamos a ver qué pasa si gana Milei. En los países donde ha habido mayor movimiento feminista, los partidos de ultraderecha lo tienen como un objetivo a desarmar. Todos hablan de la “ideología de género”; en Estados Unidos se ha revertido la ley del aborto. No están consolidados los derechos que hemos adquirido. La historia no es lineal, ni va para menor necesariamente. De modo que hay que defender lo ganado. Después, sin duda, que sea un movimiento plural por los derechos de las mujeres y también de disidencias sexuales. Que se trabaje en la pluralidad y la interseccionalidad. Tenemos un increíble problema de violencia sexual, que afecta a niñas y a mujeres. Para que eso cambie, tiene que cambiar la judicatura. Si una mujer denuncia, debe tener la posibilidad de ser creída y protegida. Nos queda mucho por hacer. La primera premisa del feminismo es poder narrarte; ahora es cambiar las estructuras que hacen que no te crean. A ver qué pasa. Argentina y México son países de vanguardia, puertas de entrada a estos temas, así que siempre estamos muy atentas a lo que ocurre ahí con el feminismo.

Imagen de portada: James Ensor, Los músicos espantosos, 1891. Colección privada