¿Quién no ha sentido la urgente necesidad de ir al baño? Nada se acerca más al paraíso que aliviar la tensión de una vejiga a punto de estallar, la relajación que produce liberar la orina nos devuelve la fantasía del control corporal. La mayoría de las personas pensaría que ir al baño es una actividad rutinaria a la que no prestamos mucha atención, sin embargo, precisamente esa clase de actos inadvertidos y reiterados instauran la fuerza performativa del sexo-género.1 En las ciudades actuales el baño público es binario: hombres/mujeres. Su uso ha requerido la sedimentación de un mecanismo —psíquico y social— de autoclasificación cuyo acierto o error es verificado por las personas presentes en el mismo espacio o en el entorno próximo. El uso del baño funciona a partir de una operación reiterada que disciplina cuerpos y organiza subjetividades. La reiteración de ese mecanismo de verificación es muy efectiva y además de producir al sujeto sexual contemporáneo, valida un conjunto de preceptos entretejidos en teorías científicas y teológicas —o simultáneamente teológicas y científicas— que rigen nuestras posibilidades de vida.
Lo que acontece
En una escuela primaria los niños molestan a Juan, se burlan y ponen en duda su sexo cuando le dicen: “¡haces pipí como niña!”. Juan nació con hipospadias, su pene es de un tamaño menor al estándar y la abertura de la uretra —por donde sale la orina— se encuentra en la base del pene. No le duele y no le causaba problema alguno hasta que se volvió un tema en la escuela. Incluso la mamá de un compañero llegó a difundir el rumor de que Juan era en realidad una niña. Los directivos de la escuela no atinaron a resolver la situación de manera adecuada y los padres de Juan optaron por cambiarlo de escuela. Sandra es una niña de ocho años, a los cinco cambió su asignación de sexo social. La madre de Sandra acordó con el director de la escuela que el nombre y el sexo registrado en sus documentos oficiales quedaría reservado con la finalidad de protegerla de agresiones escolares. La madre relata que “Sandra siempre se comportó como una niña, prefería vestir faldas, llevar el cabello largo, hacer pipí sentada y pidió ser llamada Sandra”. Consternada, la madre inició consultas con pediatras y psicólogas buscando una explicación; finalmente llegó a un colectivo LGBT y luego de un largo proceso la madre asumió que su hija era una niña trans. Sandra se siente contenta de llegar al colegio, pero quisiera ir a dormir a casa de sus amigas, como otras niñas, o aprender a nadar. Para protegerla, su madre le ha prohibido contar a otras niñas que ella es una niña trans y le ha indicado con firmeza que debe cerrar muy bien la puerta del baño antes de utilizarlo. Sandra acostumbra retener la orina y ha presentado infecciones urinarias recurrentes. Leonor es jefa de una oficina en donde trabajan doce personas, una de ellas acaba de comentarle que cambió su asignación sexogenérica en sus documentos de identificación oficial. A Leonor le ha costado trabajo asimilar la situación; ella refiere que es la primera vez que se ve en la necesidad de afrontar el tema, ha leído al respecto para comprender mejor y está interesada en recibir una asesoría para manejar la situación en la oficina frente al resto de sus colaboradores. Hay un tema en particular que le preocupa, el uso del baño de mujeres: ¿qué sucedería si alguna de sus compañeras no deja que la nueva chica utilice el baño?, ¿cómo debe actuar?, ¿qué debe decir? En un centro comercial se niega el acceso al baño de mujeres a dos chicas trans. Los vigilantes tienen la orden de verificar visualmente a quienes hacen uso de los baños públicos. Las chicas trans logran entrar al sanitario, entonces los vigilantes retienen a las mujeres que quieren hacer uso del mismo diciendo “espere, hay dos hombres dentro del baño de mujeres”. Las notas en los periódicos y los testimonios publicados en redes sociales muestran que la discriminación que viven esas dos chicas es una situación común en lugares públicos de la Ciudad de México. En diferentes momentos he tenido conocimiento directo de las cuatro situaciones que relato; he cambiado los nombres y omitido los datos de las instituciones pero sin duda refiero situaciones reales. Lo que estas viñetas tienen en común es que reflejan una radical transformación cultural que trastoca uno de los pilares —mitos— de la organización social: el sexo. Marta Lamas refiere que el capitalismo neoliberal no sólo produce transformaciones socioeconómicas y culturales, sino que también ha propiciado una nueva dinámica sexual y un psiquismo distinto en las personas.2 Ella retoma de Marcel Gauchet el término mutación antropológica para describir dos rasgos de la cultura contemporánea: los desplazamientos en los mandatos tradicionales de género y la sexualización de la cultura. Es posible reconocer esos rasgos en las situaciones presentadas.
Del retrete a los baños públicos
Norbert Elias relata que en Europa, entre los siglos V y XV, las calles estaban llenas de excremento y las personas no dudaban en “aliviarse ahí donde les venía la necesidad”.3 La invención del baño en la sociedad europea requirió el desarrollo de un cierto tipo de sensibilidad configurada a partir de la vergüenza, el pudor y el desagrado. En la medida en que los impulsos fueron controlados la coacción social ganó peso; ayudó en ello el despliegue de un discurso de salud que gradualmente transformó las prácticas de orinar y defecar al condicionarlas a reglas y restricciones de espacio y tiempo. La coacción autoejercida de manera individual fue indispensable, la idea de un cuerpo saludable justificó la vigilancia social que colocó como deseables ciertos hábitos que fueron valorados en nombre de la higiene pública. Los inicios del water closet —WC— se remontan a 1589, cuando Sir John Harington fabricó un inodoro para Isabel I de Inglaterra; sin embargo, la falta de un sistema de drenaje retrasó su comercialización en masa hasta 1778, cuando el artefacto fue rediseñado por Alexander Cummings y mejorado por Joseph Bramah. La fabricación del inodoro de porcelana parecido al que hoy conocemos inició en 1883. Cuando los conquistadores llegaron a Mesoamérica se sorprendieron. En particular, Tenochtitlan era una ciudad distinta a las europeas en cuanto a hábitos de limpieza se refiere: bañarse era algo apreciado, el excremento humano de la ciudad se recolectaba y era transformado en fertilizante. La llegada de los españoles cambió notablemente la forma de vida de los habitantes originarios. La destrucción de las culturas y cosmovisiones prehispánicas se impuso, la edificación de la Nueva España se llevó a cabo superponiendo la nueva ciudad sobre los restos derruidos de grandes civilizaciones que aún persisten en palabras y rituales: el temazcal, temazcalli o casa de vapor, es un ejemplo de ello. El aseo corporal fue incentivado por el Estado mexicano en la década de 1890. Se buscaba conservar la salud y prevenir la enfermedad; sin embargo, la infraestructura material para construir baños en las casas era muy restringida y sólo estaba al alcance de una élite. Claudia Agostoni comenta que a inicios del siglo XX la Ciudad de México poseía más de 48 baños públicos —de primera, segunda o tercera categoría— abiertos a todo público; la mayoría ofrecían tinas para asear el cuerpo entero y algunos estaban equipados con mingitorios e inodoros.4 Al parecer los baños públicos divididos por sexo son cada vez más habituales conforme avanza el siglo XX. El anhelo por la modernización en México retomó el modelo estadounidense que, bajo el argumento de proteger la virtud de las mujeres, reclamaba espacios exclusivos para los hombres. En Estados Unidos a mediados del siglo XIX proliferaron las normas legales y culturales que pugnaban por separar los espacios públicos para grupos específicos, no exclusivamente por género, sino también por color de piel o capacidad económica. Los baños públicos por sexo fueron cada vez más comunes hasta llegar a convertirse en el paradigma predominante que —en armonía con la lógica capitalista neoliberal— se mundializó siendo hoy día un distintivo de la ciudad moderna.
¿A cada quien su sitio?
Para Paul B. Preciado los baños públicos representan “auténticas células públicas de inspección en las que se evalúa la adecuación de cada cuerpo con los códigos vigentes de masculinidad y feminidad”.5 ¿Qué despierta el horror, el rechazo, el desagrado o la violencia en alguien que inspecciona a otro y lo encuentra fuera de lugar? Las miradas que se cruzan en los baños públicos develan que persiste la equivocada convicción de que el género es una simple derivación del sexo, que el sexo es sencillamente biológico y natural, que su materialización son las formas corporales, en especial los genitales y que todo lo anterior es la prueba más verdadera del lugar que le corresponde ocupar a cada persona según el tablero de la reproducción. En esa lógica lo que queda fuera es lo propiamente humano, lo sexual:
la sexualidad como efecto de la represión, la fantasía y el inconsciente […] la sexualidad perversa y polimorfa que es oral, anal, paragenital, no reproductiva; una sexualidad que precede a la percepción de las diferencias de sexo y de género y que, en última instancia, es incontenible por éstas.6
La representación en las puertas de los baños públicos de dos figuras idénticas —salvo que una aparece delineada con falda y la otra con pantalón— es la síntesis gráfica del estatuto ontológico que se le atribuye al género. Cada que utilizamos el baño y sabemos sin duda qué puerta nos corresponde, estamos repitiendo un ritual que nos brinda tranquilidad y acalla la angustia de saber —saber inconsciente y reprimido— que nada sostiene mi identidad sexual. Encontrar mi lugar en el baño público y ser verificada por el entorno produce la alegría pasajera y la certeza provisoria de que soy quien digo ser, soy quien me dijeron que era y seguiré siéndolo. Encontrar a alguien que considero fuera de lugar produce angustia o enojo porque atenta contra las certezas primarias que sostienen mi estructuración psíquica. Si he sido lo suficientemente fortalecida a lo largo de mi vida, con seguridad no requeriré del sostén de una estructura externa, pero si mi estructura es frágil, haré lo que sea para que no caiga y para que yo no caiga con ella. El paradigma del sexo verdadero, dice Michel Foucault:
está lejos de haber desaparecido por completo. Sea cual sea la opinión de los biólogos sobre este punto, se mantiene, aunque sea difusamente, la creencia de que entre el sexo y la verdad existen relaciones complejas, oscuras y esenciales —no sólo en la psiquiatría, el psicoanálisis o la psicología, sino también entre la gente de la calle—. Se es ciertamente más tolerante con aquellas prácticas que transgreden las leyes. Pero se continúa pensando que algunas de ellas insultan a la verdad.7
Imaginar un baño verdaderamente público
El año pasado fui invitada a participar como jurado en un concurso muy original. El concurso fue propuesto por un proyecto también original: el Laboratorio Nacional de Diversidades (LND), proyecto transdisciplinario y de colaboración multiinstitucional —registrado en y apoyado por Conahcyt— cuya sede se encuentra en el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM. El concurso de baños incluyentes desafiaba a la comunidad a imaginar y diseñar un modelo de baños públicos sustentables e incluyentes que contemplara su uso para cualquier persona. El reto implicaba concebir un diseño arquitectónico que pudiese romper con los modelos hegemónicos de funcionalidad, corporalidad y género. El concurso tomó como punto de partida la diversidad humana, buscaba contemplar la complejidad actual de la convivencia y fomentar una cultura de respeto en la vida cotidiana. El LND ha prometido sacar un libro con los mejores proyectos presentados, estaremos atentas a su publicación. Es indispensable dar cabida a iniciativas de ese tipo dirigidas a intervenir los espacios que producen separación, las leyes de la segregación urinaria presentes en la vida pública como les llamó Jacques Lacan.8 Los avances en la despatologización de personas trans son importantes, la redefinición del estatuto del sujeto intersexual a partir de un movimiento de crítica y resistencia es fundamental; también es necesario continuar trabajando en el reconocimiento legal y la protección jurídica para garantizar la viabilidad de diversas formas de ser y de estar en el mundo. No obstante, intervenir la vida cotidiana implica identificar y desarticular los aparatos y las tecnologías que reiteran y refuerzan el sexo-género como una verdad anatómica, natural y ahistórica. Los baños públicos tienen el potencial de transformar nuestras certezas. Si lo que deseamos es dar vuelta a los mecanismos de interpelación que restringen las posibilidades de un mundo más democrático, la reorganización del espacio público es indispensable para cambiar el modo en que nos relacionamos.
Imagen de portada: Isaac Robert Cruikshank, Public Bathing at Bath or Stewing Alive, 1825
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Me refiero al sexo-género para enfatizar que la frontera entre sexo y género no puede delimitarse con facilidad. Al respecto retomo a Judith Butler para quien el sexo no sólo funciona como una norma, no es una condición estática del cuerpo, sino un proceso mediante el cual las normas reguladoras materializan el “sexo” en virtud de la reiteración forzada de esas normas. Cuerpos que importan. Sobre los límites materiales y discursivos del “sexo”, Paidós, Argentina, 2002. ↩
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Marta Lamas, “Trabajo sexual e intimidad”, Cuicuilco. Revista de Ciencias Antropológicas, 2017, núm. 68, pp. 11-34. ↩
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Norbert Elias, El proceso de la civilización. Investigaciones sociogenéticas y psicogenéticas, FCE, México, 2016 [1977]. ↩
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Claudia Agostoni, “Las delicias de la limpieza: la higiene en Ciudad de México”, en Anne Staples (coord.), Historia de la vida cotidiana en México, tomo IV, El Colegio de México, México, 2005, pp. 563-598. ↩
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Paul B. Preciado, “Basura y género. Mear/cagar. Masculino/femenino”, Errancia, la Palabra Inconclusa. Revista de Psicoanálisis, Teoría Crítica y Cultura, núm. 0. ↩
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Teresa de Laurentis, “Género y teoría queer”, Dossier, 2015, núm. 21, pp. 107-118. ↩
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Michel Foucault, “El sexo verdadero”, en Herculine Barbin, llamada Alexina B., Revolución, Madrid, 1985, pp. 11-20. ↩
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Jacques Lacan, “La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud”, Escritos, tomo I, Siglo XXI editores, México, 1994 [1966], pp. 473-509. ↩