Los jesuitas han acompañado a los padres y las madres de los estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa. Al celebrar misas en su presencia, como la ofrecida la mañana del 26 de septiembre de 2023, al caminar a su lado en las protestas, al comer con ellos, alojarlos, escucharlos y persistir, los miembros de esta orden muestran un sostenido compromiso con las víctimas.
Sandra Barba (SB) : ¿Cómo te fue en la misa del 26 de septiembre de 2023 que ofreciste a los padres y las madres de Ayotzinapa en el Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez (Prodh)?
Luis Orlando Pérez Jiménez, S. J. (LOPJ): Soy abogado, y aunque no me encargo del caso Ayotzinapa, acompaño a los colectivos de mamás. En 2014, cuando desaparecieron a los 43 de Ayotzinapa, yo estudiaba teología en la Ibero, en el campus Ciudad de México. Cuando los papás convocaron, reunimos varios camiones para ir a marchar. Entonces me mandaron a la [Universidad] Javeriana en Bogotá. Me fui del país cuando había una marcha casi cada ocho días. De hecho, en mi Facebook me llamo “Compa Luis Orlando” porque en las primeras marchas los policías hicieron detenciones basándose en que las personas se llamaban unas a otras “compa”, y varios agregamos la abreviatura a nuestro nombre en redes sociales en protesta. Lo que quiero decir es que, en 2014, me afectó mucho la desaparición de los jóvenes y luego, cuando regresé al país, me tocó convivir con los papás. En 2019, ya me había tocado presidir la misa para las mamás y los papás de los 43 de Ayotzinapa. Yo llegué en enero de ese año a colaborar al Centro Prodh. En ese contexto, se instaló la Comisión para la Verdad y lo primero que me pidieron fue “acompañar a las familias a la instalación de la comisión” [el 15 de enero]. Para mí fue muy impactante ir a la Presidencia, con Sánchez Cordero, Marcelo Ebrard, el secretario de Hacienda [Carlos Urzúa] y el presidente. Era un momento de gran esperanza. Las de 2019 y 2020 fueron “misas crucificadas”, llenas de dolor e indignación. Para mí, el pueblo humillado, golpeado, es la encarnación de Jesús de Nazaret, crucificado, que padece lo mismo. Jesús era un hombre bueno que fue torturado, golpeado por las autoridades…
SB: Asesinado…
Sí, finalmente ejecutado. Cuando estoy frente a los papás y las mamás de Ayotzinapa, para mí es estar frente a Cristo. Esa misa de 2019, mi primera misa crucificada —por la injusticia y la corrupción—, fue muy dolorosa. Tuve que hacer muchas pausas porque tenía a los papás y a todo mundo quebrado. Pero también fue una misa muy energizante; todos salimos con mucha fuerza. Pero después de nueve años llegamos decepcionados y cansados. Mi función, como presbítero, es hablar de Dios desde la esperanza porque Él siempre está ahí; Dios siempre ayuda, Dios siempre mueve. En 2023 me dijeron “tú no presides, va a presidir el padre David [Fernández]” y me quitaron un peso de la espalda. Luego él me comentó “pero yo quiero que tú prediques”… Me dio gusto porque era algo que ya venía pensando. El evangelio según san Lucas (9:1-17) me pareció perfecto. El texto empieza diciendo que Jesús le da poder a los apóstoles para ir a predicar y a curar, que es algo que me remite al movimiento de búsqueda de desaparecidos en México. Ésta es gente que sale a los pueblos, a las ciudades, a instancias públicas e internacionales a dejar un mensaje de dolor, pero lleno de esperanza. Eso es lo que [los padres y las madres de Ayotzinapa] han hecho durante nueve años: llevar la buena noticia a México, y ese mensaje ha llenado de esperanza a mucha gente más que busca a sus hijos. Cuando empezó la misa, David preguntó por qué deseaban ofrecerla. Respondieron: “Que nos dé salud, que nos dé esperanza, que cambie el corazón a los perpetradores para que nos digan dónde están nuestros hijos; que nos sigan ayudando”. Siempre me ha conmovido mucho que las víctimas pidan por los perpetradores; me cimbra y me recuerda a Jesús en la cruz diciendo “perdónalos porque no saben lo que hacen”. Así he ido ganando profundidad teológica. ¿Qué quiero decir con esto? Siento a Dios presente en las víctimas y cada vez aprendo más de Él a través de ellas, porque hay cosas que uno sólo entiende hasta que escucha sus testimonios. Sentí a los papás y a las mamás de Ayotzinapa con mucho dolor, pero también con los pies en la tierra y muy cimentados. Como cura, lo puedo percibir. Una de las chicas que pasó a leer me dijo: “Ay, qué pena, se me iba el aire”. Y es que estando junto al altar, es imposible ver el dolor y no quebrarse. De las tres misas en las que he estado con los papás y las mamás de Ayotzinapa, en ésta los sentí más enteros. Aunque sí se me acercó un papá y me dijo: “Duele mucho, padre, duele mucho”. Nos abrazamos, porque frente al dolor sólo queda oponer solidaridad y cariño; convertir un sentimiento negativo en positivo mediante el dinamismo transformador del Espíritu Santo, que trabaja en todos y nos va moviendo. En el evangelio de Juan (6:1-14), un niño es el que lleva los cinco panes y los dos peces. Es muy potente que sea un niño, porque eran muy marginados en esa cultura. Que alguien tan débil ofrezca lo que tiene es todavía más poderoso. Eso es lo que yo veo en los papás de Ayotzinapa. No se han dejado corromper ni manipular; hablan con muchísima dignidad. Ése es el milagro de la multiplicación de los panes y los peces. Su fortaleza alimenta a quienes soñamos un México mejor. A mí me han preguntado de dónde saco fuerzas. Pues de la gente, de su lucha que nos alimenta a todos. Ése es el proceso de redención del que se habla en teología. Dios trabaja en ellos, Dios trabaja en nosotros; hay un intercambio de fuerzas positivas, inteligencias, recursos, relaciones. Usamos todo lo que tenemos al servicio del bien y de la justicia. En ese sentido, sentí la marcha [de ayer, 26 de septiembre] como un eco de la misa. Conforme caminábamos, pensaba: la eucaristía continúa; los gritos de los normalistas son salmos.
SB: Muchos ciudadanos sienten que no hay forma de conseguir justicia por parte del Estado. Hay una percepción general de pesimismo y derrota. Pero al escucharte, los jesuitas y los padres y las madres de Ayotzinapa sienten lo contrario. ¿Cómo se convierte la adversidad en otra cosa?
LOPJ: Tener perspectiva histórica permite sopesar el asunto, y eso lo enfaticé en mi homilía: hay que recordar a quienes se han solidarizado: instituciones, colectivos. El México de septiembre de 2014 no es el mismo de ahora. Gracias a los papás de Ayotzinapa hay un punto de inflexión en la lucha por la verdad y la justicia. Generaron un movimiento de esperanza. Todavía ayer había movilizaciones fuera del país y los papás recibieron cartas de solidaridad de Chile y Argentina. Ese amor nos permite decir que se está construyendo algo desde abajo: somos muchas más las personas que deseamos conocer la verdad que las que se oponen a ello. Cuando uno tiene el corazón agradecido es capaz de muchas cosas. Y ayer percibí el agradecimiento por todo lo avanzado. Estamos a muy poco de saber qué pasó. Ayer un papá [de los 43 de Ayotzinapa] decía en el templete: “Nosotros intuíamos todo esto, pero no teníamos cómo probarlo, ahora ya y estamos respaldados”.
SB: ¿Intuían que la “verdad histórica” no era tal?
LOPJ: Que no era tal y quiénes estaban involucrados. ¡Ellos conocen Guerrero! Hay una inteligencia social que, a su manera, sabe e informa quiénes están involucrados.
SB: Quizá los periodistas estamos más atentos a cómo fallan las instituciones del Estado y nos concentramos en eso.
LOPJ: Ustedes se enfocan en el Estado, yo en la gente. Mi tesis doctoral gira en torno a las estrategias de movilización de las mujeres organizadas que buscan a sus hijos. Los diagnósticos siempre dicen que no hemos avanzado porque no hay perpetradores en la cárcel ni suficientes identificaciones en lo que respecta a los cuerpos. Todo eso es cierto y es muy grave, pero sí se ha hecho mucho: gracias a las mujeres organizadas sabemos que hay 52 mil cuerpos y restos humanos sin identificar; gracias a ellas, tenemos una ley (la de desaparición forzada), hay fiscalías, hay comisiones. Se está haciendo mucho. Los esfuerzos los impulsa la ciudadanía comprometida y consciente que, para mí, es el cuerpo místico de Cristo. Escribí un texto titulado “Dios sale a buscar a los desaparecidos”, porque eso me dijo doña Mari: “Si Dios sale a buscar a los desaparecidos, ¿por qué nosotros no?” Y yo me preguntaba: ¿de qué me habla doña Mari? Porque la oveja perdida es “el moralmente perdido”. Pero cuando la acompañé a una reunión me quedé muy sorprendido de su interpretación. El primer buscador es Jesús, porque sale a buscar a la oveja literalmente perdida. La interpretación de doña Mari es literal. Además, en su experiencia, un párroco fue el primero que la ayudó; puso una alcancía para un santito y todo lo que caía era para la organización de María Herrera, Colectivo Familiares en Búsqueda, que estaba empezando a gestarse.1 Así he ido retroalimentando mi reflexión sobre dónde está Dios, qué hace en el mundo y cómo trabaja a través de las mamás. Hoy en la mañana, pensaba en lo privilegiado que soy al servir a este pueblo que quiere trabajar; es decir, casi no hay que hacer nada. Ellos van adelante y uno va atrás. Yo sólo soy un testigo de la acción de Dios en el mundo. Cuando me ordenaron sacerdote pensé: la forma de hacer concreta mi fe y el evangelio es por medio de la lucha por los derechos humanos, porque éstos se relacionan con el evangelio. Para mí el fin no son los derechos humanos, sino anunciar la buena noticia de Dios de que podemos tener una sociedad menos desigual e injusta, sin discriminación. Hay una justicia distinta, que es la del evangelio. La gente que lucha, las buscadoras, los papás de Ayotzinapa son evangelios vivos: predican con el ejemplo, con acciones. No sé si ellos lo asuman como lo estoy verbalizando, pero esa impresión tengo cuando estoy cerca de ellos. Alguien me podrá decir: bueno, pero también tienen sus sombras. Sí, pero ése es el misterio de la encarnación de Dios en el ser humano. Jesús fue (es) un verdadero hombre: también sintió celos, ambiciones, el dolor de la traición. Las tentaciones de Jesús también las hemos conocido otros: el poder, la fama, la vanagloria. En los colectivos, hay conflictos y formas de conciliarlos. No son perfectos e igual se equivocan. Pero, en realidad, no deberían existir; el Estado tendría que cumplir su función. Si muchas de las mamás, con baja escolaridad y sin recursos, encuentran a las personas, ¿por qué el Estado no va a poder?
SB: A los buscadores los ves como profetas; decías eso de doña Mari.
LOPJ: Claro, porque el profeta anuncia que Dios va a cambiar esta realidad. Los profetas siempre les hablan a las élites corruptas: “se están corrompiendo, se están desviando”, y siempre proponen alternativas. Las madres buscadoras en este país, cuando hablan, siempre están anunciado que es posible. Y tan es posible que no dejan de movilizarse y de encontrar. Al acompañarlas e irlas conociendo, uno dice: ya están en otro nivel de humanidad, donde son capaces de arriesgar la vida. Porque lo que hacen las mamás en este país es activismo de alto riesgo. Varias y varios han sido asesinados. ¿Cómo se explica que sigan en eso? Pues los anima un corazón compasivo, misericordioso, que descendió a los infiernos y fue resucitado con Cristo. Por eso digo que las mamás que buscan son el cuerpo de Cristo resucitado que busca el cuerpo de Cristo crucificado.
SB: ¿Cómo usan ustedes el evangelio para interpretar las acciones del poder?
LOPJ: Herodes estaba muy sorprendido del movimiento de Jesús, que es un movimiento social en sus inicios. Se pregunta: ¿quién es este señor?, ¿por qué hace esto un campesino sin prestigio, sin relaciones, nacido en un pueblo de Galilea? Por el impacto de sus acciones, tiene que ser un resucitado: “Debe ser Elías o Juan el Bautista, a quien le corté la cabeza y seguramente resucitó”. El poder no entiende cuando la gente sencilla se levanta con dignidad. En 2019, invitaron a doña Mari a Guanajuato y fui con ella. El foro lo organizaron dos investigadores de la Ibero León; había tres papás, nada más. Como al mes nos dijeron: “¡Ya somos como ochenta!”. El colectivo empezó a hacer sus primeras acciones y lo primero que salieron a decir los políticos en la prensa fue: “¿quién los está financiando?, ¿quién los está manipulando? Debe ser un grupo opositor”. El poder no entiende que la gente busque alternativas frente a la violencia que sufre. Lo mismo le pasa a Jesús en el evangelio. Hace dos mil años el movimiento de campesinos, mujeres y niños era tan mal visto que mataron a Jesús. El poder local temía que Roma mandara un ejército más fuerte y reprimiera con mayor dureza, así que, en una charla entre políticos, dicen: mejor matar a uno y aplacar la cosa. Pero la justicia de Dios resucita a Jesús de Nazaret, que sigue actuando a través del Espíritu Santo. Ahí es donde entra el dogma de la Trinidad. Jesús les dice: “Yo me voy, pero les mandaré mi espíritu”, que es el espíritu de lucha, de que las cosas cambien.
SB: En 2022 y 2023 los jesuitas han estado en el centro de todo: por un lado, siguen acompañando a los padres de Ayotzinapa y, por otro, dos miembros de la congregación fueron asesinados en Cerocahui. ¿Cómo vive la Compañía de Jesús este momento?
LOPJ: Nuestra principal herramienta para renovar nuestro corazón y nuestras fuerzas son los ejercicios espirituales de san Ignacio de Loyola. En ellos le pedimos a María y a Dios Padre que nos ponga con su hijo crucificado. Ignacio de Loyola tuvo esa visión: Dios lo ponía con Jesús, cargando la cruz. Nos resulta connatural, no me gusta la palabra, pero nos es connatural estar con los crucificados. Pedimos estar ahí y nos ponemos en marcha: queremos ir a donde están los problemas sociales más fuertes, a donde otros quisieran ir pero no pueden. Eso nos pone en situaciones de riesgo, como estar entre los más pobres de Chihuahua, Veracruz, Chiapas o Chalco. Ir allí es estar con los crucificados de la historia. ¿Y por qué lo hacemos? Porque queremos bajarlos de la cruz, como Arimatea. Queremos sanar para poder llegar al Cristo resucitado, renovado; que ya nadie sea crucificado en el país. Ésa es la lucha.
SB: Muchas veces acaban ustedes crucificados…
LOPJ: A veces acabamos crucificados y lo asumimos, porque el sentido de nuestra vida es Jesús de Nazaret. Si a él, que era un hombre santo, bueno, noble, le ocurrió, también nos puede pasar a nosotros, que somos los pecadores llamados a seguirlo. Ahí está [el padre] Pro y mis hermanos de Chihuahua, Javier Campos Morales, S. J., y Joaquín César Mora Salazar, S. J. Estaba fuera del país cuando los mataron y me dolió mucho. Me fui a ejercicios espirituales y medité el texto que relata cuando Herodes le corta la cabeza a Juan el Bautista. El grupo de amigos de Juan el Bautista va con Jesús y le platican: “Le cortaron la cabeza”. Dice el texto que Jesús se turba y se marcha solo. Entonces, en mis ejercicios, yo me fui con Jesús a consolarlo, a estar con él, a sentir el asesinato de Juan el Bautista con él, que era lo que me acababa de pasar a mí: mataron a dos hombres buenos que conocía y quería; había pasado la Navidad de 2019 con ellos, en Cerocahui.
SB: El texto que elegiste para la misa, la multiplicación de los panes y los peces, se suele interpretar más literalmente: Dios nos dará de comer físicamente. Para el caso Ayotzinapa, ustedes hacen una interpretación distinta: lo que se ha multiplicado es la solidaridad. Y tú dices “yo soy testigo”. Una parte de la sociedad ha perdido muchos significados simbólicos de la Biblia. ¿Qué significa ser testigo de Dios en los demás? ¿Qué representa para los padres de Ayotzinapa la multiplicación de los panes y los peces?
LOPJ: Dios se encarnó en el ser humano. Jesús representa a la humanidad; no es el macho masculino que nos han querido mostrar. No, no, no. Dios se encarna en lo humano y al hacerlo nos diviniza. La Biblia utiliza el símbolo “siete” para representar la totalidad. Cinco panes y dos peces. ¿Qué ponen ahí? Todo lo que había; todo lo que tenían. Pero al final sobran doce canastas, de donde comen todos, porque doce son las doce tribus de Israel, representadas por los doce apóstoles. Quiere decir que cuando estamos cerca de Jesús y ponemos lo que sea que tenemos, alcanza para todos. Y soy testigo porque los jesuitas contemplamos a Dios en la acción humana, es decir, nuestro trabajo está fuera del monasterio. Algunos pensamos que llevamos el monasterio en nuestro corazón. Por las noches hacemos examen de conciencia: ¿dónde estuvo Dios en mi vida hoy? Dios concreto, histórico, no el de las experiencias paranormales. No, no, no; buscamos su presencia en la historia concreta de las relaciones humanas. ¿Dónde vi a Dios hoy? ¿Cómo sé que se trata de Dios? Si algo nos genera esperanza, ahí está Él. Cuando sentimos claridad, luz, rumbo, paz profunda, estamos con Dios. Si en mi examen de conciencia siento turbación, tristeza, confusión, ése no es Dios, sino un movimiento que viene de mis heridas, de mis oscuridades y que tengo que examinar también. Entonces, para poder afirmar algo respecto a Dios, primero hacemos un examen de conciencia de nuestra historia y vida cotidiana. Una vez que pasa, no sé, un mes, leemos lo que habíamos asentado ahí. Entonces podemos sentir la presencia de Dios, pero también nuestro egoísmo, y así discernimos: ¿qué viene de mi egoísmo, de mis ambiciones, de mis deseos más banales y qué viene de Dios? Para nosotros, todo lo motivado por la generosidad, la compasión y la misericordia, sólo puede venir de Dios. Ahí está el misterio de Jesús, verdadero ser humano, verdadero Dios. Todos vivimos entre dos tendencias: el egoísmo y una pulsión más divina. Lo divino siempre es lo más humano. Por eso, cuando alguien es generoso, se le da gracias a Dios, porque no soy solamente “yo”: es Dios, encarnado en el ser humano, quien me permite actuar así.
SB: Decías que la misa para los padres y las madres de Ayotzinapa iba a ser una misa muy íntima, de apapacho. Me gustaría profundizar en eso, porque nunca había escuchado que alguien calificara así una misa.
LOPJ: Es un momento íntimo, porque no hay prensa; sólo los acompañan sus amigos, por lo que pueden expresar lo que sienten de manera muy honesta. Y es de apapacho, porque se trata de la conmemoración del Día Negro, cuando desaparecieron a los muchachos de Ayotzinapa. Necesitamos abrazarnos y llorar juntos; apapacharnos, animarnos, consolarnos unos a otros y ofrecer el dolor y la esperanza a Dios. Los papás son muy creyentes, tienen una fe profunda, tradicional de las familias de las montañas de Guerrero. Mediante esa fe reconocemos que hay algo más grande y que no todo depende de nosotros. También necesitamos aceptar que nuestros límites son humanos y que cuando los alcanzamos esperamos que la gracia de Dios trabaje. Y trabaja. Porque Dios obra en el mundo, de forma tan sencilla como en la persona que se conmueve y lleva comida para los padres al plantón. La gracia de Dios trabaja a través de quienes les van abriendo puertas o se solidarizan.
SB: Después de todo lo que ha ocurrido con el caso Ayotzinapa, lo que ha permanecido es la solidaridad de la gente, pero ¿ustedes esperan que el Estado resuelva y ofrezca verdad y justicia?
LOPJ: Yo sí espero que el Estado resuelva y creo que los papás y las mamás de Ayotzinapa también. A pesar de todo, creemos que el Estado debe funcionar y creemos que puede hacer bien las cosas. El movimiento de derechos humanos le apuesta a que el Estado cumpla su función de acuerdo con los mínimos que hemos sugerido. Yo creo que sí es posible llegar a la verdad, porque hay gente buena dentro de las instituciones estatales y, otra vez, porque incluso la gente corrupta puede cambiar. Eso ya ha pasado; la esperanza cristiana también está basada en hechos concretos de la Historia. O sea, no es que estemos locos y creamos que por arte de magia pasan las cosas. No, no, no. La tradición nos dice que el hombre es capaz de cambiar. Yo sí creo que el Estado puede decirnos dónde están. Además, la solidaridad va a seguir y va a crecer.
SB: Te he leído decir que México está crucificado y enfermo. ¿Podrías explicarnos cómo y qué rol tiene en esto el caso Ayotzinapa?
LOPJ: En el evangelio, Jesús manda a predicar la buena noticia. Anunciar el reino de Dios en México significa que podemos acabar con la corrupción, con la impunidad, con la desigualdad. El movimiento de Ayotzinapa, al generar conciencia social, al atraer a tanta gente buena, crea una dinámica de sanación y de cambio. ¿Qué evidencia tenemos de ello? Toda la gente que estamos aquí. No nos conocíamos y ahora trabajamos juntos. Somos personas de distintas profesiones y procedencias socioeconómicas, de distintas instituciones, la sociedad civil que salimos a la calle ayer [en la marcha]; mucha gente obrera y estudiantes pobres de normales rurales. El proceso de sanación en este país es como un antibiótico, que va curando poco a poco, porque al ver tanta generosidad, quienes no la habían experimentado se van sumando. Además, estoy convencido de que muchos perpetradores, al ver tanta gente buena pidiendo un cambio, se sienten llamados a ser mejores personas. ¿Cómo se enteran las mamás dónde están sus hijos? En algunas iglesias hay buzones donde la gente puede dejar información de manera discreta. ¿Qué gente? Pues los perpetradores. Muchos están arrepentidos, pero no saben cómo salir de ese hoyo. Sienten mucha culpa y necesitan una estructura que los reciba. Lo hemos visto en las comisiones de la verdad de otros países. A mí me tocó ver en Colombia cómo los perpetradores (sobre todo los paramilitares, aunque también las FARC) les pedían perdón a las víctimas o a sus familiares, y cuando una víctima los perdona es el Cielo, es volver a empezar, es renovar la vida. Por eso creo que movimientos como el de Ayotzinapa van sanando a México al contagiarnos de esperanza.
Esta entrevista fue realizada en septiembre de 2023. Luis Orlando Pérez Jiménez es sacerdote jesuita, maestro en Derecho Internacional de los Derechos Humanos por la Universidad de Essex y candidato a doctor en Ciencias Sociales por la University College London.
Imagen de portada: Ayotzinapa, marcha durante la visita del mecanismo de seguimiento, agosto de 2017. Fotografía de Ginnette Riquelme / CIDH, Creative Commons.
-
María Herrera perdió cuatro hijos varones, entre 2008 y 2010, en los estados de Guerrero y Veracruz, en el contexto de la “guerra contra el narco”. Es fundadora del Colectivo Familiares en Búsqueda. En 2022, presentó una petición contra el Estado mexicano ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. ↩