Editorial

El Caribe / editorial / Julio de 2021

Guadalupe Nettel

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Por sus selvas tropicales, las etnias feroces que habitaron y aún habitan esa tierra, los piratas que poblaron sus mares con lingotes de oro y joyas robadas, por el ron y otros derivados del azúcar, la comida créole, la diversidad de sus ritmos, de sus culturas y de sus lenguas, hay pocas regiones del mundo tan míticas como el Caribe. Fue en esa zona geográfica donde inició la conquista de América. Las aguas de ese mar, así como sus costas, fueron el escenario en el que portugueses, españoles, holandeses y británicos se disputaron las riquezas extraídas de nuestro continente. Después de exterminar a los indígenas de las islas, los europeos importaron de África personas esclavizadas en cantidades inimaginables, de modo que el Caribe alberga hoy una de las diásporas africanas más importantes del planeta. Las migraciones no han cesado ni siquiera en el presente, y es por esa razón que el Caribe es actualmente una zona geográfica con una mezcla y una diversidad inusuales para su tamaño. ¿Es posible suscribir el Caribe a un territorio específico? En una entrevista con Emiliano Becerril, el historiador Antonio García de León explica que hay muchas maneras de señalarlo en un mapa, pero que se trata más bien de un territorio cuya identidad se finca en características culturales comunes, muy particularmente la comida y la música, y que estados mexicanos como Veracruz o Campeche participan de esa misma cultura. “La colonización hizo del Caribe una zona de contrastes que abarca desde la pobreza extrema hasta los paraísos fiscales, de la sequía hasta los huracanes, de la abundante biodiversidad marina a los pozos petroleros […] Si tuviera que marcar un origen para la condición actual del Caribe, no sería la llegada de los españoles sino la de una planta que ellos trajeron: el azúcar”, asegura Francisco Serratos en un texto interesantísimo y revelador sobre las maneras en que las plantaciones de caña son el origen de muchas tragedias en esa zona del continente, incluida la climática. Nacida en Cartagena, Colombia, Margarita García Robayo emigró hace años al sur del continente. Vivir ahí le otorgó la distancia necesaria como para entender la violencia en las dinámicas sociales de su ciudad, en particular el clasismo y el racismo, y las describe con un delicioso humor negro en su texto “La frontera difusa”. Muchos escritores caribeños participan en este número permitiéndonos con sus palabras conocer fragmentos de sus países y de su gente. Desde los poemas de la cubana Reina María Rodríguez, los diarios de pandemia de Mayra Santos-Febres, pasando por el cuento furibundo de Évelyne Trouillot, reconocerás el olor de la costa, la humedad ambiental y el sabor astringente del salitre, pero también la rabia que generan las invasiones y las dictaduras, la opresión, la pobreza, el hambre y la desesperanza. Te recomendamos que abras este número como se abre una ventana y, a medida que recorres estas páginas, permitas que lleguen hasta ti los ritmos del reguetón, la euforia contestataria del perreo, los toques de los tambores yoruba. Esperamos que esta lectura sea para ti un viaje, no la travesía superficial del turista sino uno de esos viajes que nos devuelven a casa transformados, y que son sin duda los que más valen la pena.

Imagen de portada: Ventanas en La Habana, Cuba, 2013. Fotografía de Mary Newcombe