Eugenio Polgovsky: El cine invisible

Revoluciones / panóptico / Octubre de 2017

Rafael Aviña

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Hoy en día, el cine mexicano es un espejo de dos caras. Por un lado, la industria fílmica apenas sobrevive resistiendo el impacto publicitario de las grandes distribuidoras estadounidenses, el apoyo mínimo de los medios, la programación en los peores horarios y una exigua permanencia en pantalla. Se trata de un cine realizado a cuentagotas, que gracias a los fondos estatales (Foprocine, Fidecine y Eficine) y los apoyos obtenidos a partir del artículo 226 del impuesto sobre la renta, ha permitido el regreso de cineastas veteranos, ha logrado que jóvenes directores realicen una segunda o tercera obra y, a su vez, como nunca antes, ha hecho posible que un alto porcentaje de cineastas consigan debutar en el largometraje, muchos de ellos de manera independiente. Un cine mexicano distinto y original que llama la atención fuera de nuestras fronteras y que en su propia tierra parece arrastrarse en la clandestinidad, a pesar de la enorme cantidad de premios internacionales y la presencia de cineastas, fotógrafos, guionistas y actores instalados con éxito en el extranjero. En esa otra cara de nuestra cinematografía se encuentran decenas de jóvenes realizadores o aspirantes a directores, egresados de las escuelas de cine y universidades, cuya posibilidad de filmar su ópera prima o una segunda película en el país depende no sólo de la suerte, el financiamiento o el poder para persuadir, sino de acortar ese abismo de desconfianza que media entre el sueño de uno y la recuperación económica del otro. Así, a pesar de la falta de estímulos constantes, no se diluye la inventiva y el entusiasmo de estos jóvenes, cuyas edades fluctúan entre los veinte y los treinta y tantos años. Por el contrario, apuestan por un cine de rompimiento estructural, tanto en la ficción como en el documental. Se nutren de tramas mínimas y cotidianas, y en ocasiones de actores no profesionales, documentan la realidad cotidiana desde perspectivas novedosas, al tiempo que se valen de las nuevas tecnologías de la imagen para levantar sus proyectos en la capital o en el interior del país. Se trata de cineastas dispuestos a evitar las fórmulas comerciales probadas y a contar historias de ruptura que profundizan en entramados cotidianos de un realismo exacerbado con personajes marginales y comunes, o a crear argumentos de gran brutalidad visual y emocional, para retratar al México contradictorio y complejo de este nuevo siglo, en el que conviven nombres como los de Carlos Reygadas, Amat Escalante, Nicolás Pereda, Alan Coton, Julián Hernández, Fernando Eimbcke, Humberto Hinojosa Ozcáriz, Rubén Imaz, Sebastián Hiriart, Sebastian Hofmann, José Luis Valle, Alonso Ruizpalacios, y documentalistas como Eugenio Polgovsky, Everardo González, Tatiana Huezo, Lucía Gajá, Carlos y Lorenzo Hagerman, Luciana Kaplan, Ludovic Bonleux, Trisha Ziff y muchos más, quienes apuestan por una intrigante densidad narrativa, enorme sensibilidad para el retrato realista, minimalismo extremo y rompimientos emocionales de permanente búsqueda subversiva.

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Eugenio Polgovsky Ezcurra (Ciudad de México, 29 de junio de 1977-Londres, 11 de agosto de 2017) fue uno de esos empeñosos y comprometidos realizadores que abrieron brecha, mostrando la pobreza, la marginación, el abuso y la destrucción ecológica que existen en México. A través del documental, sin glamour, sin estrellas y sin la burocracia ni las posiciones triunfalistas de las instituciones, Polgov­sky manifestó su preocupación por sectores vulnerables del país, particularmente los niños, a través de sus obras. A los 17 años ganó el concurso de fotografía Viviendo Juntos, organizado por la UNESCO. Del Centro de Capa­citación Cinematográfica (CCC) egresó como director y cinefotógrafo: su tesis y primer documental, Trópico de Cáncer (2004), obtuvo numerosos premios alrededor del mundo (Morelia, Ariel Ópera Prima, Premio Joris Ivens, Beirut, Corea, FICCO y más). Su filme acerca de la sobrevivencia humana a partir de la depredación de la naturaleza se proyectó en la Semana de la Crítica en Cannes y en Sundance. En 2004, Polgovsky recibió en México el Premio Nacional de la Juventud. Y, de hecho, fue justo Trópico de cáncer la inspiración para que Gael García y Diego Luna apostaran por la gira de documentales Ambulante. A la altura del Trópico de Cáncer, en el desierto de San Luis Potosí, varias familias sobreviven gracias a la cacería de animales que venden en las carreteras, o bien que les sirven de alimento para no perecer de hambre. Polgovsky realiza aquí un retrato sensible y respetuoso de esos seres invisibles: niños, adolescentes, adultos y ancianos que fabrican rudimentarias trampas para atrapar ardillas, ratas de campo, víboras y otros animales endémicos del lugar. Y lo hace casi desde una perspectiva rulfiana: la tragedia rural del olvido y la pobreza. Seres incorpóreos para la mayoría; niños cuyas sonrisas jamás se borran pese a la adversidad y el abandono de ese país egoísta y banal en el que habitan y que oculta en el desierto aquellos seres de cuya existencia reniega.

Trópico de Cáncer

A partir de un filme como Trópico de Cáncer fue más notoria la aparición de documentales arriesgados, tendientes a la experimentación y que aportan voces de denuncia, propuestas insólitas, marginales y en algunos casos premisas vigorosas como La canción del pulque, Los ladrones viejos, El cielo abierto y Cuates de Australia de Everardo González; Voces de la Guerrero de Adrián Arce, Diego Rivera Kohn y Antonio Zirión; La palomilla salvaje de Gustavo Gamou; De nadie de Tin Dirdamal; 1973 de Antonino Isordia; Toro negro de Carlos Armella y Pedro González-Rubio; Mi vida dentro y Batallas íntimas de Lucía Gajá; El lugar más pequeño de Tatiana Huezo; La cuerda floja y El cuarto desnudo de Nuria Ibáñez, o El paciente interno de Alejandro Solar, entre varios documentales más. Después Polgovsky mostraría en Los herederos (2008) la intensa y estrujante realidad de la explotación natural de los niños del campo mexicano, quienes se hacen hombres muy rápido, realizando las mismas tareas que los adultos a pesar de su fragilidad corporal y emocional. Un retrato directo y sin concesiones sobre la supervivencia cotidiana, heredada de generación en generación en un círculo de miseria y de falta de oportunidades de la que es imposible escapar, en una obra que se conectaba de manera directa y complementaria con Trópico de Cáncer.

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En los últimos años Eugenio Polgovsky realizó tres filmes. Mitote (2012) es una alegoría sobre un país furioso y en caos, entre invocaciones místicas prehispánicas, fanáticos idiotizados por el futbol y las protestas de trabajadores de Luz y Fuerza frente a Palacio Nacional. En tanto que unos festejan alienados los goles de la selección mexicana, un grupo de trabajadores del sindicato de electricistas suman casi cincuenta días en huelga de hambre. Los primeros ignoran a los otros en pleno Zócalo capitalino en 2010, el año del bicentenario. Asimismo en Laberinto de luz/Lightbyrinth (2016) hace un ejercicio audiovisual de tan sólo siete minutos con los instrumentos mecánicos y dibujos originales que el afamado científico escocés James Clerk Maxwel utilizó en 1860 para estudiar las posibilidades de la luz y el color sobre una imagen en movimiento. Por último está Resurrección (2016), ambientado en la legendaria cascada de El Salto de Juanacatlán en Jalisco, conocida antaño como “El Niágara mexicano” cuyas aguas se volvieron tóxicas con la creación de un corredor industrial en los setenta. Polgovsky combina la visión cotidiana y la conciencia social: el retrato coral de un pueblo olvidado. No sólo ello: Polgovsky muestra con ironía e inteligencia el cinismo, la corrupción y la indolencia de gobiernos y autoridades, en un relato documental triste y conmovedor. Descanse en paz este fulgurante y comprometido realizador de cine invisible.

Imagen de portada: Fotograma de Los herederos, 2008.